domingo, 22 de noviembre de 2009

Mañaneo con Cata, práctica con los enanos y un yanki desparramado por el suelo

17/11/09

Con la primera actividad de la casa me despierto pero no me muevo, permanezco somnoliento atrapado en el valle que forman los dos colchones, que cuando me tumbo en el centro se levantan por los costados dejándome como un sándwich. Tengo que buscar remedio, tal vez atar los colchones al somier para que no se venzan hacia arriba. En esas estoy cuando alguien revuelve en mi mosquitera y una mano me acaricia la cara. Klara es lo primero que veo, y desde luego que es un buen modo de despertar. Me pregunta si me quedo a descansar la espalda o si me voy con ella a apisonar. Y Jose interviene recomendándome que me quede, que él va a pasarse por la obra un par de horas, que también estará Mitch, y que Klara y Eider son fijas, que puedo permitirme descansar, que necesito darle un alivio a la espalda si no quiero seguir jodido el resto del tiempo que me queda. Lo cierto es que me sigue molestando, no tanto como ayer, parece que la bomba de barbitúricos de Ale funciona (y eso que al final se nos olvidó meterle mano al Diazepam antes de irme a dormir), pero tienen razón todos, no debo ser cabezota y entender que lo mejor para todos, incluyendo a mis compañeros obreros, es que me recupere de verdad para volver a darlo todo en la construcción. Les hago caso, Klara me da un beso tierno y se marcha a aporrear tierra, a hacer brazos y gemelos, que no veas tú menudos músculos está formando la jovencita.

Me quedo solo en el porche de la casa azul, escribiendo esto mismo y oyendo el ruido del machete de Carlos segando toda la maleza. Me pregunto si el hecho de que la mayor parte de los nicas esté segando ahora, todos al mismo tiempo, será por casualidad o si es una precaución para la época seca, que empieza el 15 de diciembre y los incendios son más tangibles. Me pregunto porqué no usarán guadaña, que darle al machete supone tener la espalda encorvada, y el radio de acción es menor. Me pregunto tantas cosas que sigo pensando que encontraré respuestas sólo a la mitad de mis dudas antes de irme. Y pensando esto me vuelvo a agobiar viendo que no he empezado ninguno de los reportajes que tengo en mente, niños de la pega, la gente del camino, los misquitos, la cárcel.
Se van todos a sus cositas, Mitch se une a la obra y Ale cierra hoy la consulta. Va a aprovechar para irse a Granada, a ver si llama a España para que alguien le cante las cuarenta a MRW. Y de paso hace comprita, acompañando a Marta, que le toca la cena de esta noche, y a Lau, que se va a por material para el taller de hacer pulseras que va a inaugurar. Y de paso Ale se tomará esa cerveza mañanera que tanto se puede llegar a echar en falta en La Prusia.

Se me une Cata en el porche y aburridos nos subimos a ver a Ben, que está afanado con el último de los armarios de la casa azul. Está solo en el proyecto de arriba, el que está en ACE2, el futuro almacén para maquinaria. Dice que lo bueno de ser el carpintero es que puede empezar a trabajar cuando quiera, pero que lo malo es que le gusta el trabajo en equipo de la obra, donde se siente más parte de algo, así que quiere finiquitar esto ya para volver a mancharse de cemento. Nos fumamos un cigarro con él, que le queda poner dos bisagras más y encontrar los candados para cada cajonera, que ya los ha perdido, fucking Ben. Hablamos sobre las absurdas vacaciones de Haley, que a pesar de llevar por lo menos desde que yo estoy aquí haciendo de la vagancia una rutina, ha decidido tirarse el último mes que le queda disfrutando de vacaciones oficiales. Oficiales porque la doña le ha dicho que claro. Cuando un voluntario lleva mucho tiempo, se entiende que se coja unas vacaciones por la zona, yo el primero. Alba y Eli se han ido a la isla de Ometepe hasta el día 26. Vuelven a la graduación de los chavales de sexto y se piran, la leonesa de vuelta a la península, la granadina no lo sabe, probablemente se quede un mes más para bajar con Cata hacia Argentina. Pero Haley se impone un mes y lo mejor de todo es que aquí anda, tocándose ya sin disimulo la barriga, haciendo chistes malos sobre una camiseta nica que se ha comprado, de tirantes, verde fosforito y con lentejuelas. Ben opina que ha caído en la típica trampa: se echa un novio y mantienen una relación, se deja llevar y se comporta como es, una víbora egoísta, pero de repente el novio la deja y todo el mundo pasa de ella, pues ya la ha visto de verdad y es demasiado tarde para volver a ponerse la máscara veneciana de la sonrisa.

Comentamos los tres la general fealdad de los y las nicas, de que como el Mediterráneo no hay nada para germinar belleza, y Cata sueña con casarse con un argentino que se llame Bruno.

Nos volvemos la catalana y yo al porche azul, a ver si hacemos algo productivo. Endika y Tess andan por la casa amarilla, ella buscando su café, que yo lo vi y lo dejé en su sitio cuando limpié la casa y me sienta mal que no lo encuentre, y Endika calentándose un plato de gallopinto, rudo él. Le pregunto cariñoso que qué tal le va de vacaciones, que qué va a hacer, e inexpresivo a mis ojos me cuenta que muy bien las recién comenzadas y merecidas vacaciones - quizá quiera remarcármelo porque me haya estigmatizado como el criticón -, que se marchan Tess, que baila tras él para mostrarme su ilusión, Judith (la joven, claro, no jodamos) y él hacia el norte, encogiendo los hombros y sonriendo cuando le pregunto a dónde. Quién sabe, como siempre. Y sin más, Endika me descubre que Judith está mal y que viajan para hablar con ella, para animarla. Viaje existencial, de renovación de una pasajera.

Ya en la casa azul, al porche, yo a escribir y Cata a leer, los dos desocupados y animándonos para no caer en la amargura del inútil, y más o menos funciona y nos echamos unas risas a eso de las once de la mañana, calor apretando pero porche salvador.

Judith, la mentada, y Vanessa asoman. La canadiense, grande, guapa y de piercing en la lengua y gafas ensanchando ojos que siempre son de felicidad, anuncia su llegada como siempre, es maravillosa, entonando su agudo cantarín "buenos díaaas". Judith, delgada y de gran parecido a la muñeca Pucca, la acompaña haciendo de contrapeso con un melancólico "buenas", y a mí me queda el tiempo justo para sonreír y dejar el hola bailando en el aire, y allá va Cata, marcándose una de esas perlitas que ya la caracterizan, que la hacen pasar por una borde cruel, pero que en realidad se deben sólo a que habla lo que piensa sin matizar nunca. Salta de su libro y con su mirar chispeante interroga a a Judith: "¿qué tal, Judith? Que me han dicho que estás mal", remarcando la L final como sólo hacen los catalanes. Disimulo lo que puedo y encaro a Vanessa, suplicándola con los ojos que me dé conversación para evadirme de esa situación que nuestra Cata ha creado sin saber, porque su qué tal era el mismo que me inquirió a mí esta mañana, refiriéndose a mi dolor de espalda, cuando el dolor de Judith es obvio que es de humor.

Encuentro obvio que cuando Endika se ha referido al estado de ánimo de Judith como motivo del viaje - cosa que sigo sin entender porqué nos ha revelado -, el vasco no hablaba de un dolor de muelas, de barriga, fiebre quizá. Y yo no me puedo creer que Cata sea tan empanada como para no relacionar el viaje a un estado depresivo de Judith, que más claro sólo hay el agua de la laguna, niña. Así que me esfuerzo y le pregunto a Vanessa que qué estaban haciendo en la obra, que me interesa, claro, pero ahora mismo tengo el cerebro en ebullición. Apoyada en la pared y mirando al frente, como cuando juega al póker, me saca la sonrisa que no se borra nunca y me cuenta que hoy no tocaba apisonar, que tocaba hacer mezcla, supongo que para rellenar los moldes de los pilares centrales, que mientras Klara y yo apisonábamos ayer, los tres nicas y Pete montaban e instalaban el cubo alargado de madera alrededor de las vigas verticales. Ahora hay que rellenarlo de cemento, tendrá unos cuatro metros de alto, y si poner el encofrado de madera fue toda una operación, verter cemento desde allá arriba sin poleas tiene que ser también un desafío a toda ley, pero yo estoy aquí, convaleciente de la espalda y obediente al médico-amigo, intentando pasar desapercibido en una tensión enchufada por Cata, que se ha pasado de voltaje, y escuchando con una oreja a la canadiense resuelta y con la otra la conversación entrecortada de Judith y Cata. La que está mal, pero no de físico, Cata, coño, sino de vete tú a saber qué cosa emocional, algo que ver con el Chapu, puede, que no se va al viaje, pero quién sabe, responde a la indiscreta Cata con un "joder... ¿no?" sin sentido gramatical, pero con todo el del mundo. Cata continúa en su planeta de gominolas, con el dedo marcando la página de la que aún no ha pasado y la mente obcecada en un malestar gástrico de su interlocutora. "Claro, tía, estamos en La Prusia, aquí todo se sabe". Duro y a la encía, pero siempre sin ser consciente. Recapitulo como puedo, intentando fijar la vista en Vanessa y no permitiendo una sola flexión de ceja, mientras ella me anima diciéndome que habría sido peor para mi espalda hacer mezcla que apisonar, que he hecho bien en no bajar. Madre mía, Cata, estás que te sales. Judith no sale de su asombro y se arranca con un "nada, que me he levantado un poco pachucha esta mañana". Increíblemente Cata lo da por bueno, pero de verdad, para ella nada está siendo relevante, y le dice que "bueno, no es nada, pásatelo bien en el viaje, ah, y que ayer estuve hablando con Tess de que me hago cargo yo de hacer el cartel de la feria del turismo que iban a montar, que me había dicho que lo ibas a hacer tú, pero tú disfruta de tu viaje y no te preocupes". Y todo eso lo suelta con la mejor de sus sonrisas, en plan qué majos somos que te hago este favor sin problema y el mundo es rosa. Y Judith, sumergiéndose y salpicando en la obviedad, finiquita con un "no me preocupaba para nada" y se levanta del banco al que Cata la ha amarrado y se dirige a la casa amarilla, donde Tess y Endika comen algo con Haley.

En cuanto Vanessa se despide para pintar el armario que Ben tiene que tener ya hecho, me permito soltarme la lengua con Cata. ¡Pero, tronca, estás zumbada! Y le explico la película y su cara de divertidos mofletes y ojos miel se empieza a transformar de la incomprensión a la vergüenza, pero al final riéndose porque se lo cuento divertido, que también lo ha sido. Masculla y termina de entender, y se mofa pero se sabe insensible y le pica. Se intenta cerciorar de lo que hasta un niño de siete años sabría, y le apuntillo los detalles para que comprenda la que ha liado. Que ahora Judith subirá y le dirá a Endika (o no, ésta ya es mi película particular) "pero tío, que me ha soltado la Cata que qué me pasa, que estoy jodida y que todo el mundo en La Prusia lo sabe", y Endika, claro, me visualizará a mí, porque he sido yo el que me he interesado por sus vacaciones y ha sido a mí al que él ha contestado, en alto, con Tess y Cata delante, sí, pero dirigiéndose a mí, sincerándose demasiado al mentar los motivos incómodos de Judith. En fin, le reconozco a Cata que ha sido una cagada antológica, que nuestros rufios Ale y Lau se descojonarán cuando se la contemos, pero que al fin y al cabo Endika, Tess y Judith se van mañana de viaje y no vuelven hasta el 30 de diciembre, que por la fecha infiero que querrán pasar aquí las navidades. Y todo eso suponiendo que mi percepción de la vaina haya sido la correcta, que lo mismo Judith todo lo que tenía era malestar general y Endika se ha ido por las ramas. De nuevo, y por siempre, quién sabe, pero ha estado gracioso en esta anodina mañana.

Barro el porche a la espera de que Reanne y los de la obra suban la comida, por hacer algo de provecho para la comunidad de voluntarios, y llegan Ale, Lau y Marta de Granada con cajas y cajas de compra. Han conseguido que el taxista les cobrara en total 50 córdobas, cuando suelen cobrarnos 30 por cabeza. Y Ale también ha logrado un buen precio por una sartén nueva que pagamos del fondo de los voluntarios. Se jacta de estar convirtiéndose en un nica total en cuanto a no pagar ni un peso más de lo necesario.

Mitch me comenta que el trabajo en la obra no es difícil, pero sí muy cansado. Han dedicado la mitad de la mañana a hacer mezcla, como me contó Vanessa, y la otra media a apisonar, pero eran seis (Eider, Jose, Mitch, Klara, Pete y Mula) por lo que han podido apisonar cinco mientras uno descansaba, y así rotándose y avanzando.

Gallopinto con filete de ternera troceado y guisado con zanahoria y cebolla, más ensalada y fresco de tamarindo, que no me gusta. Klara, Pete y Ben deciden partir pronto para Granada, a hacer compra y conectarse un rato. Yo tengo entrenamiento con los chavales a las dos y media, por lo que no puedo unirme, que estaría bien llamar a Madrid e ir subiendo cosas al blog, pero otra vez será. Recojo los conos, me hago con una botella de agua y encaro el camino con Ale y Cata, que tienen clases de apoyo. Haley le ha encasquetado a Ale una alumna de inglés que quiere hacerse bilingüe para el curso de turismo que ha emprendido. Ale no sabe decir que no, y eso que hace gala de ser asertivo, y Haley sigue quitándose responsabilidades con una sonrisa y su tono suave. Ale descubrirá pronto que la muchacha no sabe decir "This is a pen", y que sin embargo los deberes que le ponía Haley eran del estilo de "haz una redacción contando lo mejor de la laguna". Menudo bicho la canadiense.

Recojo a Vladimir, a Rafa, a Jonathan, a Gerar y a Anthony en el mango y nos bajamos al cuadro donde me dicen que están Franklin, Abraham y Elton. Llegamos y éstos están jugando al beisbol bajo la atenta mirada del Guayo y otros mayores. El Guayo se me acerca, amistoso como siempre, con los ojos de zorro y la sonrisa fácil, para decirme que qué bueno que entrene a los chavales. Le doy bola, chocamos la mano, y sigo pensando en lo grandísimo hijo de puta que es. Ni Franklin, ni Abraham ni Elton se unen al grupo, muy dignos ellos, y muy maleducados en las formas, así que no les hago el menor caso y les digo que ellos mismos, que cuando vayan a jugar el domingo y pierdan, ya sabrán que ha sido por falta de práctica.

Saco los conos y formo una hilera frente a una portería improvisada ocupada por Vladimir, que aunque no juega de portero en el equipo se empeña en emular a Casillas. Aquí todos son del Barça, pero nadie es Víctor Valdés. Les hago ir sorteando los conos y disparar a puerta, animándoles y corrigiéndoles a gritos, situado detrás de la portería de Vladimir para recoger los goles que le cuelan, no tantos como cabría esperar. Hacemos varias series de pateos (disparos), instándoles yo a que lo hagan con el interior del pie para controlar la dirección, que la fuerza ya la tienen.
Elton y los otros dos rebeldes dejan el beisbol y se nos quedan mirando, vacilando a los que sí entrenan. Y les asesino con la mirada y se retiran a enganchar una vaca que anda por el cuadro y que probablemente no será suya. Elton lleva un machete y debe tener unos nueve años. Se van con la vaca y con sus malos modos, y sólo Franklin me responde cuando le pregunto si va a venir a la práctica del jueves. Me dice que es que no podrá jugar el partido del domingo porque no tiene botas. Yo le respondo que para la práctica no hacen falta, que ninguno de los que están llevan (sólo Anthony, el resto van con chinelas, y Rafa con unas deportivas que cualquiera diría que lo son, rotas y sin talón, usadas ya como chancla). Franklin me da la razón y me dice que sí, que el jueves se apuntará. Quién sabe, claro.

Unos tragos de agua y les pongo a hacer un gol regate, dos para dos. Jonathan responde a las expectativas, es un gran goleador, y Rafa se muestra como un defensa contundente a pesar de medir dos cabezas menos que el primero. Vladimir se enfada si se le quita de la portería y Gerar hace de chupagoles sin mucho acierto en el remate pero sí en el corte de balón. Se desmarcan bien, Jonathan hace grandes pases y Anthony me sorprende con un golpeo bueno de balón y un control más que digno, y mide menos de metro y medio. Quedamos para el jueves a las dos y media en la ceiba, que yo no conozco el camino a San Matías, que es donde más les gusta entrenar. Me confundo y digo Santa Mariana y ya tienen motivo de chiste para toda la tarde. Y nos vamos hacia el proyecto, sin Vladimir, que se ha retirado antes enfurruñado sin motivo, supongo que sólo cansado. Hemos estado una hora y poco y hemos descansado lo justo. Para sustituir a Vladimir me he puesto yo y el poco rato que he jugado me ha servido para pinzarme de nuevo las dichosas lumbares.


De izquierda a derecha. De pie: Anthony, Jonathan y Gerar. Sentados: Rafa y Vladimir


En el proyecto siguen Mula, Alex y Pico, que ya están recogiendo, por no decir haciendo nada. Hablo con ellos, les explico lo de la espalda, que me la jodí cargando en mala postura el andamio, Alex se muestra comprensivo y ambos me dicen que Mitch curra a un ritmo demasiado rápido, que o se relaja o no dura una semana. Supongo que eso nos pasa a todos, que empezamos queriendo demostrar y nos relajamos al par de días viendo que no hay nada que enseñarles sobre nuestras capacidades a estos orgullosos tipos. Les invito a un cigarro y les tiro unas fotos con Omar, que aparece para fardar de cuerpo con su camiseta blanca sin mangas y su reproductor MP3 (es de los pocos pudientes de La Prusia, a tenor del tamaño de su finca y de cómo pinta su casa desde fuera).



Alex nos tira una foto a los tres, yo en medio, flanqueado por Mula y Omar. Me tomo la libertad de hacerle la coña a Mula de agarrarle una teta, y se retuerce riendo, y Alex tira la foto y la ve y se descojona. Ya somos colegas, qué machotes, pero qué niños, todos, yo incluido.





Cata y Eider están en el taller de pulseras, con niños muy aplicados.


Cata atiende a una niña asustada por mi cámara, mientras Juanito ni se inmuta, y al fondo Eider lidia con tres a la vez


Ale y Lau están con un par de chavales enseñándoles a diferenciar entre palabras agudas, llanas y esdrújulas.



La chica dice que tiene que ir a por un lápiz y se va con el bolso y ya no vuelve. El chaval, Juan, qué nombre más fácil, por fin, aguanta hasta terminar el ejercicio, nos da las gracias y se retira.



La verdad es que muchos son muy educados. A cada trago de agua que he repartido en el entrenamiento, el que terminaba de beber daba las gracias y pasaba la botella, sin excepción.

Antes de irnos le tiro unas fotos a la obra, que hablo mucho de ella y todavía no la he enseñado. Pico anda por ahí, pero está al teléfono y no le molesto.





Echamos el candado y nos ponemos en camino de vuelta a casa, con Marta, que también ha terminado su clase. Por el camino nos encontramos con la doña y Eva, que van siempre juntas, como los guardiaciviles. Huimos como podemos, y Cata, Eider y Lau se muestran empeñadas en ir a por una botella de guaro para rellenar los minutos que tenemos que estar fuera de las casas porque Carlos va a fumigar. Pero cuando llegamos al porche azul éste, cargado ya con la mochila-bidón de veneno, nos dice que en el porche podemos estar, así que ni Pete, ni Jose, ni Vanessa ni Reanne, que son los que están allí, les acompañan.

Pete ha encontrado el chompipe en La Colonia. Para más inri, en la carnicería y defendiéndose con su pobre español, pidió un chompopo, un chumpipo, un champipo, hasta que acertó con chompipe, a lo que contestó la charcutera: "¿un pavo?". Así que sí que tienen, y la dependienta sí diferencia entre pavo y pavo real, por mucho que se haya descojonado media Prusia de la buena intención de Pete mezclada con su falta de conocimiento del idioma nica. Se la ofrecen congelada toda la pieza, así que decide volver mañana y subirlo en la bici, y ya lo descongelará para hacer una cena de Acción de Gracias en condiciones. Es tan majo que invita a toda "mi otra familia de La Prusia", incluyendo a la doña y a Eva, que nunca cenan con nosotros, pero Acción de Gracias no deja a nadie fuera. Manda huevos que sea una festividad que conmemora que los nativos norteamericanos dejarán a los colones establecerse en sus tierras. Pero qué manera de contar la Historia es esa, copón.

Pete nos cuenta que a la vuelta de su periplo en Granada, mientras buscaba un taxi, una furgoneta de policía se detuvo a su lado y unos cuantos de sus uniformados ocupantes le requerían. "Venga, venga". Y Pete sin saber qué hacer, señalándose el pecho con incredulidad y mirando a los lados, hasta que reconoció a El Caballo, el pitcher titular del equipo de La Prusia, que resulta que es madero y simplemente le estaba ofreciendo acercarle al cementerio. Esto es Nicaragua, donde un policía puede hacerte un hueco en el furgón sólo porque te reconoce de un partido de beisbol y te salva de un pateo de más de media hora bajo un sol inclemente. Así que Pete tan contento escoltado por la policía.

Vuelven los del proyecto alcohólico con las manos vacías, que la de la venta ha vendido todo el guaro que tenía, carajo con la gente de La Prusia, y llegan Ben y Klara con sus compras. Es de noche ya, no se ve más allá del porche, y yo corrijo mi postura a instancias de Ale mientras escribo.

Antes de subir me he pesado en la báscula de la consulta y he ganado kilo y medio. Teorizo con que tal vez sea que pierdes peso hasta que el cuerpo se acostumbra a la nueva dieta y luego lo empiezas a ganar. También habrá ayudado la lata de atún diaria, que soy obediente. Cata ha perdido cuatro kilos y toma nota del truco nutritivo de Pete.

Lau se acomoda en la mecedora de madera, pintada de verde y amarillo y que ya no funciona como mecedora, a ponerse al día con el blog, que aún le queda. Ale le tira fotos, Jose se sumerge en la lectura, Haley y Mitch llegan de Granada (no para de hacerse la simpática con el nuevo, se lo querrá tirar) y Cata y Pete hablan de la obra.

El tejado se va a quedar como se planeó, porque cambiarlo ahora por el gusto estético de la doña no tiene ni sentido ni solución. Y ahora el tema es el perlín, que es el entramado de rejas que va sobre las paredes y que sujeta el tejado, dejando que la luz y el aire entren en el edificio desde la altura. Eso es tarea de soldadores profesionales, y Cata está de nuevo exasperada porque han ido a pedir un presupuesto y les han dicho que 15.000 córdobas, con mano de obra (tres soldadores) incluida. Pero a la doña le pareció demasiado y se decantó por el presupuesto ofrecido por Francisco, al que llaman El Gato, y que se queda en 9.000 córdobas, sin mano de obra. Judith le ha preguntado a Cata que qué le parece que se encarguen los voluntarios de soldar, y ésta, tirando de la lógica que da estudiar arquitectura, le ha dicho que, primero, los voluntarios no sabemos soldar, que no es como llevar baldes de cemento, y segundo, que a ver cómo suben el perlín al tejado una vez soldado, que aquí se trabaja como si no conociéramos ni la rueda ni la polea. Que todo eso es trabajo de profesionales. Pero la doña sólo pide opiniones como los niños que acaban de hacer un dibujo de muchos colores: sin esperar una postura sincera, sólo aguardando a que le den la aprobación a sus ideas. Así que la doña le dice que sí, que muy bien, pero que no, que lo harán los voluntarios, que tampoco hay porqué pedirle opinión a Pico y que soldar no es para tanto, que El Gato lo supervisará todo y que somos cojonudos. Pero qué ostias, que eres filóloga hebrea, buena mujer, y de la obra sabes lo mismo que yo, o sea, nada. Pero es incapaz de dejar que las decisiones importantes las tomen quienes saben, así que Cata, envuelta en un halo de desesperación, ha optado por cerrar la boca y comentarnos a nosotros las pretensiones de esta buena mujer.
Pete se marca un símil con su profesión de abogado especializado en delitos federales y fiscales: siempre le decía a mis clientes "haced esto" y luego hacían lo contrario y venían reclamándome y yo les decía "pero recuerda que yo te dije que hicieras esto y no lo contrario", y que sólo entonces los clientes decían "es verdad, tenías razón". Human nature, concluye.

Pete dice que él es capaz de soldar, y que lo hace, pero que lo hará mal. Que la llama del soplete debe ir a una temperatura diferente para cada metal que se vaya a soldar, y que vamos a trabajar con acero, y que a saber el despiporre que podemos armar, aparte de quemarnos un par de veces. Y Cata le da la razón pero ambos se ríen sabiendo que al final se hará lo que a la doña le parezca. Como ejemplo, Pete dice que Pico le pidió a la doña una sierra mecánica, y la doña no se la compró porque costaba 100 dólares, pero se hizo con una fija, eléctrica también, pero que va encasquetada en una superficie cuadrada que se acomoda sobre el suelo, por lo que tienes que llevar allí las maderas para cortarlas. Ésta cuesta 80 dólares, y el trabajo que se puede hacer con una sierra mecánica transportable en comparación con el poco uso que le podemos dar a la que tenemos está valorado en mucho más de 20 dólares. Pero el atrevimiento de la ignorancia, otra vez, es el desayuno de esta mujer que tanto se parece a Gloria Fuertes pero que no sabe ni contar cuentos ni escuchar los de los demás. Y ahora toca reunión y ya ninguno sabemos si realmente compensa rebatirla cuando saque el tema para pedir que algunos voluntarios dejemos la obra, donde se nos requiere, para pasar a soldar, donde no podemos hacer gran cosa, por mucho que un tal Gato nos supervise. Pagar menos a veces es caro, y eso lo saben hasta las piedras.

En la reunión, la doña me pide que vaya a hablar con Los Salesianos, que le conté la aparición del hombre que repartía comida a las madres de los futbolistas y le encantó y es toda ternura de abuela hacia sus niños hambrientos. Así que me insta a ir al colegio a enterarme y que me cuenten, para ver de qué manera podríamos coordinarnos con ellos. Pues claro, mujer, por preguntar que no quede.

El resto es más de lo mismo, que mañana ginkana con los críos, que hace falta peña para las clases de apoyo ya que muchas de las profes están de vacaciones (Eli, Alba, Tess y Judith, la joven), y el tema de la Acción de Gracias de Pete y poco más, hasta que Eider pregunta por lo de la soldadura del perlín, pues ha sido la primera a la que la doña le ha pedido que se deje de obras y se ponga a soldar, y Eider está dispuesta a hacer lo que sea (vasca hasta la muerte) pero entiende que esto es casi una locura. Y se arranca Judith, a defender el presupuesto y a matizar que nadie soldaría, que sólo lo haría El Gato. ¿Entonces qué tendríamos que hacer? No se sabe explicar, y deja caer que si nos animamos a hacerlo, él forma a quien se preste, con lo que no se resuelve la duda. Quién sabe, quién sabe.

La doña se escuda, y tiene razón, en que las donaciones no son infinitas, que los perlines de las aulas las hicieron voluntarios que aprendieron a soldar y que no hay porqué hacerlo a la vez, que se puede esperar a terminar el suelo para empezar con el tejado para no tener que dejar a pocos con el trabajo de apisonar. Así que empieza a contradecirse, porque si todo es cuestión de presupuesto, qué sentido tiene alargar la obra cuando los que cobran lo hacen por horas. También cambia de opinión asegurando que El Gato sería el único que soldará, pero que si nos pide ayuda no le digamos que no de frente que, se repite, hubo voluntarios el año pasado que soldaron. Y termina montándome tal cristo en la cabeza que opto por obviarla y mañana ya veremos.

Me imagino a Pico con los cojones inflados como cepelines ante tanto cambio y tanto ir y venir de obreros.

La nota cómica de la reunión la pone Mitch, que balanceándose en la hamaca se las apaña para que se suelte uno de los extremos, con lo que queda tendido sobre el duro suelo después de una pequeña caída y con los pies aún en la hamaca y la cabeza descansando en la tierra, como el jinete que alcanzado por una flecha de apache cae del caballo pero el pie se le queda en el estribo. Por suerte se convulsiona de la risa en el suelo y nos transmite tranquilidad con un "bien, bien, todo bien, sólo divertido".

No hay póker esta noche, que son las diez y hemos terminado tarde, así que suelto ya el portátil, que he entrado en barrena y Ale me llama compulsivo. Veamos si funciona lo de los colchones, que finalmente los até con nylon a la madera que hace de somier en pos de la horizontalidad del sueño. Y veamos qué es el Diazepam, que esta vez nos acordamos. Me da la dosis más baja, y a las diez y dos minutos estoy en trance.

1 comentario:

El patio dijo...

Nada, que no me da tiempo a seguirte, nene. ¡Guapismo, que estás guapismo con ese moreno agroman y esos pantalones de escándalo!
Un abrazo.