sábado, 28 de mayo de 2011

Seguimos ahí

Vergüenza y aguante. Eso es lo que se siente al ver las imágenes del desalojo de la acampada 15M en Barcelona. Vergüenza por las fuerzas de seguridad que tenemos. Aguante porque somos más, porque somos mejores, porque tenemos un arma que ellos no saben blandir: el más puro y radical pacifismo, aunado con ilusión y ganas de mejorar las cosas.

Veo como les arrastran, les empujan, les hieren con sus porras de semidioses, todos ataviados con grandes medidas protectoras, y siento vergüenza. Pero también contemplo como los compañeros indignados sólo se sentaban, les cantaban consignas, levantaban las manos o se agarraban los unos a los otros en un esfuerzo más por conseguir lo que nadie ha conseguido en estas dos semanas: no separarnos. Que no, coño, que seguimos ahí, más unidos que nunca.

Alucino viendo la desmedida brutalidad con la que intentaban desalojar a los que sólo son ciudadanos que buscan más representatividad y menos comercio caníbal en la política desfasada y demacrada de este país, pero me emociono con la respuesta que han obtenido esos que se llaman policías y sólo son robots engendrados para hablar con golpes. De acuerdo que hay que cumplir órdenes y que no todos son iguales, pero es ponerse un casco, un chaleco protector, un escudo transparente y creerse Atila. Y los otros, nosotros, sentados, aguantando, sólo aguantando.

Sí, les han desalojado. Pero han vuelto, más, muchos más. Eso es lo que han conseguido, que seamos más fuertes, que tengamos más motivos, que nos sobren los cojones y los ovarios para seguir ahí hasta que sea necesario, en Sol, en Plaza Catalunya, en los barrios, donde sea, indignados pero orgullosos de decir que lo estamos y que no nos vamos a quedar parados, como tanto tiempo hemos hecho. Toca reaccionar, enfrentarse al poder y sus medios con la palabra y los gestos de respeto y alianza que son pilar de este movimiento llamado 15M y que no es otra cosa que la necesidad imperiosa de una ciudadanía de mostrar su hartazgo con políticos y mandamases que ni lo son ni nos los merecemos.

Mientras, en Madrid, aplaudíamos su aguante. Madrid y Barcelona, hermanados. ¿Cuánto tiempo hace que no podíamos decir eso, que las dos grandes ciudades de este país, en teoría rivales, se unían en un esfuerzo conjunto? Es maravilloso, como todo lo que rodea este movimiento ciudadano y espontáneo que está calando en todas partes del mundo. Somos ejemplo, señores, y eso no pasaba en España desde el Mundial de Fútbol. La diferencia: ahora el motivo es incomparablemente más grandioso, más épico. Histórico, precioso, cívico, intelectual, político.

Y se puso a llover en Sol, un aguacero primero, una tormenta después. Y resistimos, en Cataluña las inclemencias de una violencia que jamás caracterizará este movimiento, en Madrid las del clima que nos puso a prueba.

Desde BiblioSol padecimos por los libros, no queríamos que eso fuera una suerte de Alejandría. Y apareció gente de todas partes, protegimos los libros con plásticos y cubos y salvamos eso tan necesario e importante que es la cultura y su libre difusión. Es axioma de nuestra idiosincrasia conservar, preservar, gestionar y difundir el saber guardado en libros y enciclopedias, en comics y periódicos, en publicaciones y folletos. Y lo hicimos. Primero temerosos, luego presa de un inexplicable jolgorio. Achicamos agua, terminamos todos empapados, secamos el tinglado como mejor pudimos, y salvamos los libros. Y reímos. Y cantamos. Y nos abrazamos y vitoreamos los unos a los otros, sin conocernos, pero siendo lo que somos: hermanos, vecinos, compañeros.

Y luego, salió el Sol. Y los libros, de nuevo, pasaron de mano en mano, y nosotros seguimos allí, en Sol. Y en Barcelona.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Biblioteca 15-M, Acampada Sol

No he faltado un día a Sol, a ese espacio multicolor, heterogéneo y entusiasta donde una horda de personas se niegan a creer que no hay alternativa, que lo que tenemos es lo que hay y que no se puede cambiar. Pero a excepción de un día en el que estuve en Arte ayudando a decorar esa pequeña República Independiente y Autogestionada, el resto del tiempo me he dedicado a curiosear, atender a Asambleas y a micrófonos libres, a emocionarme con lo que veía y escuchaba, a ser uno más de los que con su presencia querían animar y participar. Hasta el lunes.

El lunes decidí que yo podría echar una mano, o dos. Me pasé por la Biblioteca y pregunté si estarían dispuestos a hacer un Taller de Narrativa, que yo me ofrecía para lo que fuera menester. Y allí estaba Miriam, escuchándome con una sonrisa y proponiéndome que escribiera mis sugerencias en un buzón. Y así lo hice. Y luego se me ocurrió preguntarle si necesitaba una mano. Y, con otra sonrisa inmensa, me dijo "entra, estamos catalogando". Y ya no me fui.

Llevo dos días pasándome la jornada en la Biblioteca, ayudando a gestionarla, resolviendo dudas, informatizando el catálogo, poniendo mi granito de arena para que ese centro de difusión del conocimiento sea mejor, más habitable, más sostenible, más completo. No veo un duro como remuneración, pero creo que es el trabajo mejor pagado en el que he estado. Ayer martes eché 14 horas allí. No había nadie para representar a la Biblioteca en la Asamblea General ni en la Asamblea de Comisiones y me dijeron que fuera yo. Y fui. Y hablé a las personas allí reunidas sobre lo que hacemos y dónde estamos y lo que se puede esperar de nosotros. En la Asamblea General me acordé de mi profesor de Sociales del colegio y terminé mi presentación con un "El conocimiento nos hará libres". Y, por primera vez en tanto tiempo que no recordaba lo que era eso, me ovacionaron gentes sin nombre, pero con caras de ilusión. Así que ayer, con sólo un día de experiencia, se me tildó de portavoz y responsable de la Biblioteca. Gentes de otras Comisiones se acercaban a informarme de novedades, a preguntarme acerca de ese espacio. Y creo que engordé en esa jornada unos doscientos kilos de puro entusiasmo.

Miriam, Adrián, Mari Carmen, Laura, la otra Laura, Salamanca, Javi, Yolanda, Bárbara, Daiana, Sandra, César, Violeta, Antonio, que vino desde Granada para ver cómo lo habíamos montado para exportarlo a la protesta de su ciudad, Irene, Esther, Paula, Jesús, Carlos, otro Carlos, otro Carlos más, Manuel, que me dobla la edad, y muchos más nos hemos convertido en bibliotecarios revolucionarios y nos encantaría ponerlo en nuestro currículum porque es probablemente el trabajo del que estemos más orgullosos.

Los que se pasan por allí ponen cara de asombro, tiran fotos y, sobre todo, entran a leer. Novela, poesía, ensayos de política, de sociología, teatro, cómics, compendios humorísticos... más de 700 libros, donados todos por gente altruista que entiende lo que significa que la revolución disponga de biblioteca. Y los que quedan.

Ayer hicimos un taller de poesía. Mañana lo hay de narrativa. El viernes presentan un libro.

Los de Infraestructuras nos construyen estanterías porque casi no damos abasto, pero sí lo hacemos porque con pasión y cojones no hay empresa quimérica.

Qué sería de una Revolución sin el aporte cultural que desde Arte y Biblioteca añadimos.

Dicen que no vamos a conseguir nada. Cuesta tanto creerlo que sólo respondo con un "bueno, hay dos opciones: resignarse, o pasarse a leer".

Esta tarde, más. Mañana, más. El fin de semana no podré estar, pero me encantaría. Y si nos vamos, si desalojamos, estaremos en cualquier otro sitio, haciendo lo mismo, con las mismas ganas, con la misma remuneración, que es ingente.

Los libros son de todos, para todos, y nosotros nos hemos alzado, casi sin querer, en sus protectores.

Desde el lunes siento que sí soy parte de esto, y no hay quien me convenza de que lo que estoy haciendo es inútil. Es imposible.

domingo, 22 de mayo de 2011

El ruido del silencio

[MÁS DEL MOVIMIENTO 15-M, TOMA LA PLAZA. 20 Y 21 DE MAYO DE 2011]

Éramos anónimos, éramos legión, y enmudecimos. Levantamos las manos, las agitamos con giros de muñeca, y el silencio acompañó las campanadas de la Puerta del Sol. Nos mirábamos, emocionados, pero emocionados de verdad, un nudo en la garganta, los ojos empañados, comprobando lo mucho que suena el silencio, cerciorándonos una vez más de lo que somos capaces. Lo increíble se hacía tangible, y todo gracias a una medida fórmula de civismo, indignación, conciencia y respeto, bien agitado en un recipiente de espontánea organización, caldeado a fuego lento durante mucho tiempo, demasiado, dando como resultado la mayor protesta cívica del siglo.

Y luego gritamos, entusiasmados, sonriendo, sabiéndonos un gigante de un millón de piernas, mucho más grande que cualquier político que ha pisado este país en las últimas décadas. Un grito que era algarabía, un estallido pacífico que debería derrumbar cualquier muro, una brutal demostración de lo que es capaz un pueblo hastiado, pero no vapuleado. No han podido con nosotros, y nosotros vemos que podemos con ellos, que somos mejores, infinitamente mejores que esos ególatras bastardos que dicen representar a la mayoría. La mayoría estaba en Sol, en las plazas del Ayuntamiento de Barcelona, Valencia, Coruña, Sevilla. Frente a las embajadas del mundo entero. Siendo protagonistas de los teleobjetivos de tantos países que la cobertura mediática por el Mundial de Fútbol queda en cosa de niños. No somos campeones del mundo, somos el mundo.

El sábado llegué a Sol temprano, un día más, con una sonrisa tan grande que se me deformaba la cara. Pasé la mañana en Arte, inventando eslóganes, decorando pancartas, creando frases idealistas, reformulando el significado de utopía. Me manché de pintura, pedí cinta para colgar carteles, hablé con otros artistas improvisados, comentamos la próxima oración, corta, positiva, siempre positiva, y con tanto significado, reí con desconocidos que de repente no lo eran, todos allí éramos lo mismo, informé a curiosos que querían ser algo más, señalé disfraces y comenté anécdotas, participé y me enorgullecí de estar allí, de formar parte de la cosa más bonita que he visto en mucho tiempo. Sólo el amor y el 15-M pueden rivalizar en el sentimiento más lindo del planeta. Ellos se llaman políticos. Nosotros somos política. Dicen que somos antisistema. Si lo fuéramos, no estaríamos ahí, no nos tendrían tanto miedo.

Por megafonía anunciaron que el huerto estaba funcionando. Pidieron generadores, routers wifi, soldadores eléctricos, voluntarios para Acción o Respeto, anunciaron la próxima asamblea, recordaron la importancia de beber agua y zumos, porque el sol pegaba fuerte en Sol, y cada logro era aplaudido y vitoreado como si acabásemos de inventar el mundo. Y lo hemos reinventado.

Periodistas de El País o de El Mundo terminan de trabajar en su redacción y se van a Sol, a Comunicación, a hacer lo que mejor saben, por amor al arte, por nosotros y por ellos mismos. Médicos que exprimen su jornada en el hospital y llegan a Sol para gestionar Enfermería y Botiquín. Abogados que prefieren cobrar cero y representarnos por lo que pueda pasar. Bomberos que hacen sonar su sirena cada vez que pasan por los aledaños de la plaza. Policías que están allí porque se lo ordenan pero nos miran con una extraña expresión de comprensión y simpatía. Pintores, músicos y escritores que ofrecen su arte al mejor postor, que es Sol, que paga cero. Chavales que recorren la plaza con carritos cargados con bidones de agua y la ofrecen en vasitos, con una sonrisa y tanta educación que dan ganas de hacer de ellos tu héroe personal. Jóvenes con bolsas de basura que se pasean gritando "Comisión de Limpieza... ¡Revolucionaria!" y se encargan de dejar la plaza que ya les gustaría a los del Selur, y en menos tiempo, con mucha más colaboración por parte de los que hacemos lo que sea por no ensuciar lo que es la Puerta al Sol, ya no del Sol. Porque queremos el Sol, y lo tocamos por fin. Gente que regala abrazos, que lleva a su hijo a hombros y éste, a su vez, porta una pancarta escrita por él mismo que dice "Estoy indignado" o "Quiero un futuro". Personas mayores que se para a hablar contigo, que se reconoce más emocionado que tú, que se aleja regalándote un "enhorabuena" que te deja patidifuso, confundido, hinchado como un globo.

A lo largo de estos días me encontraba con colegas, conocidos, amigos. Nos fundíamos en un abrazo, probablemente no por la ilusión de vernos, sino porque la felicidad sólo es tal si es compartida. Y en Sol, y en todas partes donde se ha propagado esta maravilla de protesta, todo es compartido, desde los pinceles hasta las sonrisas.

Escribimos Historia. Redibujamos fronteras, "en nuestro imperio no se pone el Sol". Pero eso es otra historia. Yo sólo soy parte de esa gente que se levantó una mañana y dijo "hasta aquí". Y ahí seguimos, y lo que haga falta.

Ayer estaba indignado. Hoy estoy orgulloso. Votemos.

viernes, 20 de mayo de 2011

Asamblea popular, soberanía popular

[MINI CRÓNICA DE LA ASAMBLEA DE 'TOMA LA PLAZA' DEL 19 DE MAYO DE 2011]

Hoy he visto lucha sin gritos ni puños.

Hoy he visto ansias sin ojos ensangrentados ni mandíbulas apretadas.

He visto gente apostando sin dinero, incluso sin querer ganar a nadie.

He visto voces haciéndose oír sin desgarrarse la garganta.

He oído a un chaval ronco hablando a cámara sin tapujos, sin experiencia, pero con la capacidad de un orador griego. Le he escuchado explicarle a una periodista que si se quiere informar, acudiese a la asamblea, pero en calidad de ciudadano, no de periodista.

He atendido a una asamblea que de verdad lo era. "Buscamos el consenso, no los votos. Esto lo hace más difícil... pero mucho más rico", matizaba uno de los moderadores, pantalones de chándal caídos, sudadera bien cerrada, coleta rebelde y sonrisa perenne.

"Buscamos sólo una acumulación de ideas y propuestas, que no nos representan oficialmente. Esto sólo es un proceso para intentar entender quiénes somos y qué queremos", continuaba.

"Hablemos sin negatividades, en positivo, sin abuchear a nadie, sin pedir el voto, no estamos aquí para eso. Queremos oírnos todos, tenernos en cuenta, y luego debatir lo expresado y así llegar a un manifiesto", argumentaba, y a mí se me antojaba lo más parecido al pueblo hablando, sin intermediarios, sin portavoces, sin grandes proclamas. Sólo el deseo de opinar y proponer. Casi se me saltan las lágrimas.

Aplaudíamos las propuestas que nos gustaban sin dar palmas, robándole al lenguaje de signos la forma de vitorear. Manos arribas y agitadas, un mar de dedos buscando el cielo, ilusión mezclada con indignación. El orgullo desbordado por entender que por fin hemos sido capaces de hacernos oír sin gritar.

"Esto no es un botellón". Y la gente gritaba "¡Botellón no". Para que luego digan los que se creen listos y sólo son oportunistas que aquí vamos al jaleo.

Deberían tenernos miedo, porque somos cualquier cosa menos necios y violentos. Su problema es que somos inteligentes, y eso asusta al que manda, que se ve pastor al que se le escapan las ovejas, que se quitan la lana y resultan ser personas, ellos Cíclope confundido, nosotros héroes sin honda.

Hoy he visto como The Washington Post nos sacaba en portada, foto a cuatro columnas y título de Spring of frustration in Spain. Yo no lo llamaría frustración, porque frustrado estaría en el salón de mi casa pensando que algo no anda bien. Ahora sólo me reconozco ilusionado, indignado pero contento porque hemos salido de casa, hemos tomado la plaza, hemos dicho "con nosotros no se juega así" y ellos no saben muy bien qué hacer, desconcertados por la sociedad civil que quiere ser soberana. Porque, en un recordatorio, el moderador que dice ser actor ha aclarado en un momento dado que "La única autorización nos la da el mundo entero, que nos mira y nos apoya". Y me temblaba el cuerpo porque formo parte, por fin formo parte.
Hoy he visto como tomaba la palabra gente que me doblaba la edad y se mostraba aún más exaltada que nosotros, jóvenes. He oído argumentos que podrían salir de boca de catedráticos de Políticas o Economía, de gente con camisa y corbata y peinando canas que terminaba su soflama con un "el mundo es vuestro y nosotros, los mayores, os apoyamos". Escalofríos recorriéndome la espalda.

Algo espontáneo pero que se ha organizado tan bien que empiezo a comprobar que la autogestión es posible ha nacido en el centro de España, en el kilómetro cero, de dónde arrancan todos los caminos. Hoy he asistido a un "foro de discusión público, en la calle, que hacía tiempo no se veía en España" y he salido de allí con pecho palomo, riéndome de esos políticos que dicen representan a la gente y sólo se representan a sí mismos. Hoy, en la calle, he aprendido y me he concienciado más que en cualquier mitin, telediario, propaganda o discurso político de esos que creen hablan bien y dicen mierda.

"Esto es un proceso que no queremos terminar hoy".

No es fracaso

- No sé muy bien qué decirte, pero te diría tantas cosas.

- Escríbelas.

- Lo haré. Ya lo sabes. Es lo único que sé hacer.

- No sé, hoy no estoy bien. Y no es la primavera, eso ya no me vale. Hoy... no he podido abrir un bote.

Voy a responder, pero no tengo opción.

- No he sido capaz de colocar bien el edredón.

Y yo lo visualizo y entiendo que es una escena que dice tantas cosas que bien valdría para una película, esa que no termino de guionizar.

- Si es que hasta he hecho comida para dos.

Te imagino mirando la cantidad de eso que hayas preparado y sintiéndote tonta, frustrada, inocente. La cacerola en la mano, de pie, ante la mesa puesta, la boca entreabierta, parpadeando rápido para darte cuenta de que no es un mal sueño, sino un recuerdo traicionero, tal vez un deseo travieso.

- Así que hoy no puedo hablar, no sé si mañana quiero quedar. A veces me apetece, otras veces creo que no.

- No pasa nada. No te preocupes.

No respondes, tal vez te tiemble el labio, puede que busques palabras, es posible que estés con los ojos cerrados, que esta conversación no te esté ayudando y que no sepas cómo terminarla antes de entender que, simplemente, mejor cortar por lo sano antes que reconocer más desgana. Y yo de repente noto como se me escapan palabras que no me paré a pensar.

- Yo, ya lo sabes, sí quiero quedar, quería haberlo hecho hoy, ayer, mañana, pasado. Porque soy un ansioso, soy un niño pequeño, estoy ilusionado e inspirado y te perseguiría descalzo. Pero me espero.

Y sigues sin demostrarme que sigues ahí, y entonces soy consciente de que tal vez me haya excedido, que no es eso lo que quieres oír. Así que soy yo el que se frustra e incluso se arrepiente, porque lo único que no busco es presionarte. Busco todo lo demás. En realidad lo único cierto que persigo es arrancarte una sonrisa que yo pueda intuir.

- Vete a la cama, Lucía. Descansa. Sueña si quieres. Levántate con música. Yo me espero, porque me place, porque me compensa.

- Un beso, guapo.

Dejo que te despidas con ese susurro, te me cuelas entre los dedos y yo me quedo mirándome la mano, pero me descubro sonriendo.

Sonrío porque se me había olvidado traducir una despedida como fracaso, hacía demasiado tiempo que no me dejaban mirando una silueta que se aleja y yo quedándome, como en las películas que no escribo, anhelando que se dé la vuelta. Ha sido una enfermiza eternidad desde que ansié de veras que alguien se quedara conmigo. Así que, qué incongruencia, estoy contento porque un siglo ha terminado, por fin, y compruebo de nuevo que sigo siendo capaz de desear sin dobleces.

(PD: hay que joderse con los Google AdSense estos... intuyen que para este blog puede ser rentable meter un anuncio de una consulta psicológica. Cuánto saben, carajo)

miércoles, 11 de mayo de 2011

Camino

Dependencias. Miedo a saberme dependiente. Volví de Nicaragua por reconocer mis dependencias. No continué relaciones por temor a depender de ellas. Dejé trabajos previendo fracasos que impedí que se materializaran con mi huida.

La única dependencia que he tolerado ha sido el hachís.

Dejo la terapia escudándome en lo económico, pero sabiendo que me estaba haciendo tanto bien que habría dejado que se convirtiera en una dependencia. La dejo llorando, la dejo sin querer, la dejo con una excusa magnífica y vestida de dinero.

Puertas. He abierto tantas que tengo pomos y picaportes marcados en la mano. He ollado habitaciones en las que me he quedado el tiempo suficiente como para sorprender a los presentes con mi salida. He cruzado pasillos y antesalas con paso ligero, sin detenerme a mirar cuadros y tonos de pintura. Me he ido de allí sin darle una oportunidad al decorador, probablemente movido por la sospechosa de que podría echarle una mano y hacer valer mi opinión y con ella crear ambientes mejores pero para qué si lo que hay no me gusta y no me siento con fuerzas de cambiarlo.

Y ahora, que no estoy en ninguna habitación, que he abierto una puerta barroca que me llama la atención por su policromía y sus tallados, miro hacia atrás y veo todas esas puertas pequeñas y lloro sabiendo que tal vez debía haberle dado una oportunidad a cada uno de esos cuartos, llámese Paula, llámese oficina, llámese un pueblo de Nicaragua. Pero me giro obstinado y me enfrento a esa gran puerta que cuesta abrir y siento en mi espalda el peso de lo que dejé a medias y tal vez, sólo tal vez, podría, de haber completado algunas de esas empresas, haber llenado este inmenso vacío que ni encuentro causa ni, por lo tanto, atisbo remedio para él.

No hay explicación para la tristeza, está y poco más. Y hay que saber vivir con ella, combatirla desde otros frentes, aceptar el vacío y llenarme de otras cosas que me distraigan frente al abismo.

Antes justificaba mi frustración y desamparo en los porros.

Dos meses y pico sin fumar, sin querer hacerlo, soñando a veces con la droga y convencido de que no la quiero volver a tocar, me asusto e impaciento ante la apatía injustificada, ante la desidia que me envuelve y que no entiendo, ante el sentimiento de fracaso que me acompaña y que no espanto. Me pongo racional y busco entender causas, pero qué más darán ellas, digamos que es el proceso de desintoxicación, o digamos que soy así de serie, insatisfecho por naturaleza, ¿y qué?

Abro la puerta y la sala es deslumbrante y es como si la hubiera decorado yo. Es el sitio en el que creo que quiero estar, pero hay un tipo enorme esperándome que me quiere cobrar entrada. Y los bolsillos vacíos y la esperanza sin significado. Intento convencer al tipo, pero no depende de mí, alguien le dice algo por el pinganillo y su figura tapa lo que me pareció maravilloso y lleno de luz. Y ahí me quedo, esperando mi turno o su distracción, y sin sonreír.

Quiero depender, pero no de él.