domingo, 2 de agosto de 2015

El escondite inglés

No quedamos, como con tanta otra gente, en vernos por ahí. No. Quedamos en mirarnos, como ya es tradición, verano tras verano, verbena tras verbena, ron tras ron. Tú allí con tus amigos, yo allá con los míos, cada uno a su baile, a su risa, a su charla etílica y a sus futuros cercanos, porque de noche, en verano, el futuro sólo es a corto plazo. Y así van pasando los años entre nuestras pupilas que sin buscarse ya se encuentran y cuando se encuentran, se sonríen, porque saben, aunque no se haya dicho nada, no hace falta. Y en ese juego ni ganamos ni perdemos, no avanzamos siquiera, nos mantenemos en esa misma fase de flirteo mudo a la que ya nos hemos acostumbrado. En la que nos relamemos, como si fuera un sorbete en un menú de boda, colocado entre platos fuertes para aligerar. Aunque no lleguemos al postre, el dulce se mantiene en la lengua, motivando las neuronas y haciéndonos imaginar qué pasaría si un día, mañana, nos dijéramos en vez de mirarnos. En todo banquete hay una tarta que espera, encerrando los sabores que tú quieras. Las pepitas de chocolate las ponemos nosotros cada vez que nos sonreímos separados unos metros mientras bailamos rumba mal tocada.