lunes, 15 de agosto de 2011

Suspensos

Se levantó habiendo soñado con un calendario que corría a la inversa. Se preparó el café y dio de comer al gato repasando tareas y horarios, cuánto tiempo le llevaría cada cosa, qué hacer en caso de que alguna de sus obligaciones se dilatara de más, cómo reestructurar el día si le surgía alguno de esos imprevistos que jamás acontecían pero que seguía esperando. Sorbió el café negro mirando al gato masticar el pienso. Apoyado en la encimera decidió que lo primero que haría sería corregir los exámenes. Primero lo más tedioso.

A las dos horas y sin casi tinta en el boli rojo, se quedó dormido.

Sonó el timbre, pero no lo escuchó.

El teléfono móvil vibró cerca de su oreja pero tampoco eso le despertó.

Cuando por fin entró la luz del sol por la ventana del despacho, eso sólo ocurría a partir del mediodía, se dio cuenta de que había babeado sobre un examen que merecía un suspenso. Los jóvenes cada vez sabían menos de Literatura, y lo demostraban año tras año. "Muchos dicen que un escritor no sirve para nada, que la Literatura no da de comer ni arregla el mundo. Yo prefiero pensar que sin Literatura no estaríamos aquí, no existiría este mundo. Sin música no sabríamos escuchar, sin cine no sabríamos mirar, sin pinturas no sabríamos ver, y sin Literatura, simplemente, no sabríamos nada", les solía decir a los bostezos y pelos de colores que se sentaban frente a él los primeros días de clase. Pero la diatriba caía siempre en saco roto.
Limpió el examen, arrastrando la tinta y tachando un párrafo que no estaba del todo mal. Qué más daba.

Miró el teléfono y vio que era su padre el que había marcado el número. Se fue al cuarto de baño a salpicarse con agua la cara y se tropezó con el gato que dormitaba en medio del pasillo, panza arriba y sin ningún pudor. Dejaría el resto de exámenes para más tarde.

Como jefe de estudios le tocaba proponer horarios y tutorías. Se puso con ello, que era más sencillo que corregir los exámenes de septiembre. Menos frustrante.

Comió una lata de judías y un plátano ennegrecido. Recalentó lo que quedaba del café de la mañana y le cambió el agua al gato, que acudió como siempre al oír el cuenco chocando contra las baldosas de la cocina. El móvil, olvidado en el despacho, volvió a vibrar en un desierto de decibelios.

Apuró la comida precocinada atendiendo a los telediarios. Elecciones anticipadas, resultados de liga, hambre en el Cuerno de África, como si eso fuera nuevo, violencia de género y la prima de riesgo follándose a la cuñada del bienestar. Eructó y encendió un cigarrillo. La ceniza se le cayó sobre el albornoz.

Siguió con los exámenes. Los horarios estaban más o menos cuadrados y los mails podían contestarte más tarde. Tal vez debiera prestarle más atención al tema de las facturas.

Diez suspensos y un aprobado después, reparó en el teléfono. Suspiró, seguro que el viejo le quería para ir a comer mañana, o sólo para hacerle esa pregunta aburrida que sólo se merece un monosílabo: ¿qué tal, hijo? Bien.

Miró el reloj, las cuatro y treinta y tres. Se frotó los ojos, apretó el botón de llamada y se repantingó en el sofá. Con la lengua atrapó un trozo de judía escondido en los premolares.

No fue que su madre hubiese muerto lo que más le desconcertó. Fueron los seis aprobados siguientes, sucesivos y merecidos, los que le sobresaltaron. Sólo cuando terminó de poner las notas en la lista se duchó, olvidándose de lavarse el pelo, se vistió después de revolver cajones en busca de su única corbata, volvió a dar de comer al gato, que esta vez no apareció como un rayo, y se marchó al tanatorio.

De camino, en el coche, escuchando a Julieta Venegas, tarareo el "qué lástima pero adiós" mientras cientos de cláxones le pitaban por ir tan despacio. El colegio empezaba en menos de un mes, no se había ido de vacaciones en todo el verano y ahora, sin motivo, pensaba en Portugal.

Abrazó a su padre, saludó a su tía, atusó el pelo de su sobrino pecoso y se plantó delante del ojo de buey. Al otro lado, encajada y tranquila, su madre se había ido. Mañana, lo primero, sería contestar los mails. Y luego, si no pasaba nada extraño, tal vez buscar ofertas en Portugal. Y a alguien que cuidara de su gato.