viernes, 24 de octubre de 2008

Helio en la Luna

Hoy, si quieres ser alguien en este planeta, tienes que mandar un cohete a la Luna. India es alguien por fin. China hace tiempo que logró ese caché. El sudeste asiático hace valer su gigantismo y escupe al espacio salivazos de última tecnología.
Hoy gentes de Europa del Este se afanan en limpiar tu parabrisas de las inclemencias del planeta. Tú no quieres, pues amas tu don para ver a través de un cristal sucio, pero el oriundo de cualquier parte menos de ese paso de peatones se empeña en que es dueño de la fórmula mágica para retornar la transparencia a tan valioso escaparate, y filántropo él, quiere hacerte partícipe de ella, y sólo por unas monedas. Tú rehusas porque piensas en la Luna.

Apoyando el talón del pie derecho en un poyete metálico, de esos que están ahí al borde de la acera para amoratar espinillas y abollar chapa, el chico de piel tostada y pelo negro, sucio y revuelto, espera a que el semáforo le dé luz verde para abalanzarse sobre cualquier coche. Vestido con una sudadera roñosa, Nike para más señas, y con unos vaqueros roídos, cubriendo sus pies con unas Adidas negras sin cordones, el chico mueve la cabeza, siguiendo el ritmo de una música que sólo suena en su cabeza. Los coches pasan a su lado, el ámbar indica que todos han de acelerar, ahora o nunca, y el rojo los detiene, rabiando, mordisqueando el paso de cebra. El chico salta a un Ford Focus gris y fumiga su luna mientras despliega a través de ella todo su poder de convencimiento: una sonrisa y un meneo de cejas. El conductor, cuarenta y pocos, de traje pero con la chaqueta descansando en el asiento trasero, pelo corto y bigote espeso, agita sus brazos. Se comunican cual chimpancés, uno con muecas, el otro con aspavientos. Gana el gorila nervioso enjaulado, y el mono taimado se aleja a otra rama con su Glassex y su estropajo.
En la India han llegado a la Luna así que a mí qué coño me importa si mi coche está sucio, no lo toques, me cago en la puta, que no me sale de los cojones. Y punto. Mi luna sigue sucia y aquella ya no tiene misterio... o sí. Los hindúes se han ido tan lejos en busca de helio, que va a ser muy importante cuando terminemos de arrasar con lo que fue importante antes, y nosotros, él y yo, sólo conocemos el gas para transformar la voz en otra más aguda e hilarante. El helio ahora es lo más, la luna la vimos hace cuarenta años en la tele, este es un gran paso y todo eso, el chaval de pelo grasiento sólo quiere comer algo, hace cuarenta años y ahora también, y yo soy el del coche, no me limpies, coño, que no me sale de los cojones, que Wall Street se va al carajo y sólo el helio puede salvarnos.
Si Armstrong se hubiese comprado una parcela en el satélite, que habría cuidado gustoso Collins, hoy su familia podría salvar al mundo y enriquecerse con el comercio espacial de helio, y la de Collins podría continuar allá. Y el limpiacristales y yo seguiríamos hablando como los simios que somos a través de un cristal polvoriento.

domingo, 19 de octubre de 2008

Un domingo cualquiera

Un domingo más, en la larga y aburrida historia de los domingos, antesala de los lunes, final de una semana más, marca temporal donde las haya, día de fútbol y de paseos lacónicos, día en honor al sol, aunque éste no salga, perezoso, y se esconda porque no está de humor, y eso que ayer no salió tampoco.

Mi domingo empezó ayer a las doce y dos minutos, dos minutos inaugurales de domingo, con un mensaje en el móvil. Una gallega de ojos verdes, tan parecida a la famosa foto de portada del National Geographic pero con expresión más halagüeña, me anunció el nuevo día con un "Espero ser la primera". Joder, se adelantó hasta a mi conciencia temporal.

Esta mañana, café y cigarrito pa'l pecho, mi compañera de piso buceando en la tele para superar su resaca, y mi compañero indagando en Internet para ponerse al día del Gran Premio. Yo me conecto y en mi buzón de entrada un mensaje comercial, pero de felicitaciones. Malditas bases de datos en las que no sé que soy celda y fila y registro. Soy electrónicamente más popular de lo que cabía esperar. Un ente comercial ha sido el segundo, un mensaje fue el primero, no he oído nada todavía pero no dejo hueco ni a la melancolía ni a la depresión por las relaciones devaluadas, en las que acordarse de una fecha como hoy es siempre más difícil que controlar el gasto hipotecario o que marcar en el calendario el comienzo de las ansiadas vacaciones.

Hoy es mi cumpleaños y no me importa ni a mí (miento, claro). Ya son 27 palos dando tumbos y oye, no estoy magullado. Estoy de buen humor y soy invisible.

En el Messenger, otra felicitación. Si tuviera Facebook... pero yo sigo confiando demasiado en las relaciones de verdad, con tacto y esas cosas, más allá de ventanitas y webs y redes sociales que son redes sin malla pero sólo artificialmente sociales. Confiamos tanto en la facilidad que nos ofrecen las tecnologías que nos olvidamos del contacto que ha existido siempre. Estamos pervertidos, proxenetas de amistades reales y vendedores de agendas de contactos, y nos acomodamos en un mar de teclas y bits. Soy talibán con la web 2.0, aunque supongo que acabaré cayendo. Que a todos nos gusta que nos feliciten por nuestro cumpleaños, aunque sea con un mensaje virtual.
¿Quién será el primero en llamarme o en decirme a la cara 'felicidades'? ¿Quién recuperará el tirón de orejas y la tarta y esas tradiciones del pleistoceno, tan poco de moda?
Cumplir años en domingo es como ser mudo en un coro. Nadie se da cuenta de que no cantas porque mueves la boca abierta, sólo los que saben que no articulas palabra son conscientes del falsete, y son los únicos que te felicitan cómplices porque saliste airoso del concierto. El resto del público se congratula contigo por lo bien que has entonado.

Y mi abuela, que no sabe de los Internets estos, tira de teléfono y es la primera en cantarme en la distancia. Y mis compañeros de piso lo oyen y recuperan el hábito perdido y me abrazan y ríen su despiste.
Y es un domingo más en el que yo hago 27 y no lo pongo en el Messenger como "mensaje personal" ni lo anuncio en comunidades internautas por lo que freno posibles muestras de afecto electrónicas. Y no las echo de menos.

jueves, 16 de octubre de 2008

Día 3 - Se acabó contar los días

Cuando no obtienes respuesta, cuando el silencio quiere ser tu mejor amigo y tú sólo quieres cogerlo por el cuello y apretar y apretar, te sientes inútil, porque cuando abres las manos ves que no hay nada y que lo único que has hecho es clavarte las uñas.
Cuando haces de tripas corazón y te armas con todo lo que tienes a tu alrededor y te lanzas a matar al dragón del silencio, sin ser tú caballero andante, sabes que te arriesgas a recibir una paliza del gigantesco lagarto. Pidiendo una respuesta te arriesgas a oír algo que no quieres ni imaginar.
Pero como vivimos en el siglo XXI, mis armas son las tecnologías de las comunicaciones, y escribir, claro, que eso puede con cualquier Hiroshima.
Así que mandé el mensaje que tenía que mandar, después de haberla vuelto a llamar y de que, otra vez, optara por dejar sonar el móvil, imperando el silencio de nuevo. Miraría la pantalla, vería mi nombre insistiendo, y hundiría el teléfono en el bolso. Así que le mandé el mensaje, tensando un poco más el hilo: "Peque, no quiero rallarte. ¿Prefieres que no te llame? No sé, tía, dime algo, lo que sea, pero algo".
Y lo hizo, inmediatamente.
"Lo siento, tío... No puedo... Ya te llamo pronto... Lo siento".

Y yo sólo puedo odiar los puntos suspensivos y dejar de contar los días porque ya se acabó. He tirado del hilo y se ha roto. Y no sé coser.
Se acabó el silencio, me quedé contento, y todo se fue a la mierda. Ya no espero nada, y me precipito al tedio. Joder, Anita... no puedes. Pero no lo sientas. Ya no.

martes, 14 de octubre de 2008

Día 2: Ligera recaída

Ayer, antes de acostarme y deleitarme con la Música para Camaleones del gran Truman Capote, decidí llamarla, qué cojones. Me apetecía hablar con ella y reírme con ella después de haberla llorado por el móvil hace un par de días. No me lo cogió. A las doce de la noche... mierda.
Es lo que hay, y está bien, no pasa nada. Cuelgo, te mando un mensaje de risas y me zambullo a resolver ese auténtico crimen americano que narra el genio histriónico en Ataúdes tallados a mano.
Al apagar la luz, compruebo que mi móvil funciona y que tal vez sea yo el que deba de dejar de funcionar así.
Me duermo al rato, y mi móvil sólo suena para despertarme seis horas después.

Hoy, después de la comida en el trabajo, le he dado dos caladas a un porro.

Hoy sonrió otra vez, porque poco a poco parece que puedo con todo. Poco a poco. Sólo han pasado dos días, pero no me acuerdo de la última vez que pasé dos días sólo catando un peta y no hincándomelo yo en algún momento de estas larguísimas 48 horas.
Imagino que si un veterano del caballo o de la farlopa leyera esto le darían ganas de matarme, por creerme que realmente estoy logrando algo. Pero es que ellos son veteranos, yo sólo soy novato en esta guerra, soldado de reemplazo que sustituye a los caídos en combate. Y no quiero ascender ni ser condecorado, sólo quiero llegar al final de esta batalla de mierda, herido o no, pero vivo al fin y al cabo. Sin pesadillas ni recuerdos infames, sólo un mundo por delante sin humo saliendo de mis ansiosas fauces.

Hoy sonrió otra vez porque no recuerdo la última vez que me perturbó lo más mínimo el que mi móvil se callase en vez de darme una respuesta a una pregunta lanzada vía SMS. Y eso está bien, porque sólo cuando tu orgullo es herido eres consciente de que lo tienes y de que sangra y de que la hemorragia sólo se para con una buena dosis de cojones y de tragar saliva.

Hoy sonrío, porque donde hay una ligera recaída quiero pensar que hay un atisbo. He empezado a andar un camino que tendría que haber recorrido hace tanto tiempo, y me voy tropezando, pero no dejo de avanzar. Y eso, claro, está bien, aunque mi puto móvil no vibre ni su nombre aparezca en la pantalla.

Capote escribió: "Soy alcohólico, soy homosexual, soy drogadicto. Soy un genio". Yo me conformo con sólo ser lo primero... es broma, claro, pues supongo que lo segundo no está mal tampoco...

lunes, 13 de octubre de 2008

Día uno, aguantando el tirón

Hoy he aguantado el tirón. Se han fumado un petardo en mi cara, en un descanso travieso en el trabajo, y yo me he dedicado a la pura nicotina, sin pedir esa calada que mi diablito quería y mi angelito no se atrevía a rechazar. Y al final he decidido yo, dándome un sopapo en los hombros y espantando a monigotes que aconsejan u ordenan. Que ya es hora, coño.
De momento, claro, no noto nada, ni para bien ni para mal, más allá de las putas ganas de darle un tiro al peta y saborear el hachís. Pero no. No debo. Si quiero volver a conquistar montañas y hollar océanos, no debo. Yo no.

Hoy he aguantado el tirón. No la he llamado, ni la he puesto un mensaje, ni he llenado su bandeja de entrada. Pero sigo pensándola igual. Sigo teniendo las mismas, sino más, putas ganas de darle mil besos y saborear su cuerpo. Pero no. No me dejan. Por mí, quiero, debo y puedo, pero no me dejan. En realidad, no quiero aguantar el tirón, así que terminaré poniéndome en contacto con ella, pero con un Fortuna en los labios, nada más.

Hoy he aguantado el tirón y me he puesto a trabajar como si fuera cualquier otro día, como si no fuera lunes, como si tuviera ganas de trabajar. Como si sirviera para algo, como si me aportara algo más allá de una mierda de sueldo y un mes de vacaciones que aún no he agotado. Pero no me lo creo ni yo, así que hasta que me dure, y luego, ya rellenaré el tiempo escribiendo, como ahora.

Estoy aguantando el tirón y no estoy convencido del motivo, pero me esperanzan los resultados. Seguiré tirando, y quizá mañana vuelva a escribir de ficción, dejar de mirarme el ombligo, dejar de sufrirme por tanto pensarme. Quizá mañana cree un alter ego y le ponga en una situación extraña. Quizá el personaje logre salir airoso de un fusilamiento trivial, o quizá se suicide ahorcándose con su propia corbata en el ascensor después de haber pillado a su mujer follándose a un mulato. Al menos no seré yo, otra vez.

domingo, 12 de octubre de 2008

Nada más que declarar

Las 12 del mediodía de un domingo cualquiera, pero primer domingo otoñal, frío y nublado, pero con luz blanca e hiriente. Ayer fue un sábado cualquiera. El viernes fue un viernes más. La semana podría encajarse en cualquier mes del año.

Anoche en la cama, mientras sorbía mocos y retenía las últimas lágrimas, concluí que soy un frustrado.

Quiero escribir y me conformo con un blog y con un trabajo en el que redacto.
Quiero escribir y me doy cuenta de que nada tiene que ver con montar en bici. Hace mucho que no leo y mucho que no escribo, y ya no es lo mismo, ya no me sale lo mismo, ya no escribo ficción, con tantos relatos guardados en algún sitio. Me tambaleo en la bicicleta escribiendo sobre mí, y siento vértigo ante lo poco que tengo que contar.

Andreu me comenta que en tiempos de crisis y zozobra, quien se queja del trabajo no tiene perdón. Y le doy parte de razón. Soy premio Nobel en el arte de quejarme, pero por lo bajini, para mis adentros, y claro, me carcome.
No sé qué quiero hacer con mi vida laboral, y de momento me conformo con mi trabajo tanto como me quejo de él. Bueno, Andreu, si vieras lo que cobro... pero sí, algo es algo.
Pero me quejo, porque soy un frustrado.
Porque no quiero vivir en Madrid ni llevar esta vida de aborregado. Pero no hago nada más allá de proclamarlo.
Y un día aparece ella y se me antoja motivo para salir de esta espiral embriagadora y suicida. Me vuelve el color a la cara y la sonrisa es natural, y por fin hay algo de lo que hago que me gusta y aligera de repente los lastres que tanto engordo, y vuelvo a sentirme tan alto.
Pero no, no vale y no vuelo. El cielo se abre, pero es sólo durante unos minutos, luego se repiten las nubes. Puedo declarar que quiero tenerla, otra vez, que me hará tanto bien tenerla, y me dice que ahora no. Que ella también me echa de menos, pero que ahora no, que no puede ser, que necesita tiempo para volver a reconocerse después de nuestra locura de verano, que fue mucho más que una locura de verano.

Soy gilipollas. Me he aferrado a una novedad en mi vida que me ha entusiasmado. He querido que fuera la chispa que hiciera explotar toda mi mierda. Pero sólo yo puedo prender la mecha, sin eventualidades externas(puta mierda, ella no puede ser una eventualidad). Sólo yo puedo.
Sólo a mí me compete volver a escribir, sin musas, sacarle jugo a las naranjas de mi trabajo, hacer lo que tenga que hacer para sonreír y jugar más... dejar de fumar porros. Se me va la vida en ellos. Con ellos mis días son páginas en blanco y me supone demasiado esfuerzo ponerme a escribir.
Llevo diez años fumando porros y no sé como soy yo sin fumar.

Mi vida en volutas de humo. Apuro la chusta del primero de hoy, y no me siento mal. La cabeza abotargada, el cuerpo pesado, la mente en nebulosa. Sé lo que hay. Y en diez minutos tendré que dejar de escribir y dedicar el tiempo a perderlo. La consola como refugio del colocón. Y cuando me recupere un poco, me fumaré otro que me hará decaer de nuevo. Y así llegará la noche, y habrá sido un domingo más, de una semana más. Y mañana a trabajar, y vuelta a empezar. Y pasaré de puntillas por la semana, por el mes, por el año, y miraré atrás, y volveré a llorar en la cama. Y gritaré que se acabó, que no estoy dispuesto a no acordarme de qué hice mal.
Pero me fumaré el primero de la mañana despotricando contra todo, reconociéndome frustrado, hasta que las letras bailen y mis dedos no aprieten las teclas, y me vaya a echarme un vicio a cualquier juego de tiros y pasen las horas...

Estoy hasta la polla de armaduras, de olvidarme de libros leídos y pelis aborrecidas, de perder contacto y ganar tan pocos, de levantarme contento, comer triste y dormirme enfadado, de la ansiedad ante el tiempo que se dilata cuando no hay porros, de no saber sobre qué escribir, de que me guste tanto el hachís, de ser un yonki...
Tengo que decir se acabo, y creérmelo, tanto como me creo un frustrado y un yonki, que manda huevos.
Me llama Memphis para salir por ahí, salir de casa, salir... bienvenido sea.

jueves, 9 de octubre de 2008

En las alturas sólo hay nada

Dice Juan Diego Botto cuando es Martín H que de Buenos Aires echa en falta, por extraño que parezca, los tejados. Con sus depósitos de agua. Con sus suelos encalados.

En Madrid nadie piensa en la existencia de los tan obvios tejados. Porque los de Madrid son anodinos y cuadrados, y no tienen depósitos de agua. Los tejados de Madrid suelen estar cubiertos de moqueta rígida alquitranada o de chapa grapada, excepciones son los que sólo están encalados, o con tejas, o con esculturas magníficas que todo lo ven y lo controlan. Los hay, pero son los bichos raros, marginales y escandalosos.

En lo alto de Madrid las antenas parabólicas son girasoles inválidos, mirando siempre al mismo sitio, tan parecidas las unas a las otras, recogiendo más o menos canales, albergando más o menos pipas.
Las chimeneas sólo son granos que le salen a los áticos abiertos. Protuberancias de aluminio o de cemento que permiten escapar las impurezas de las casas.

No hay ladrones saltando de tejado de tejado, ni los gatos dejan verse en tan civilizadas altitudes. Como mucho rompe la quietud un limpiaventanas, trepamuros de cristal, que además es probable que no quiera estar ahí, aunque ahí es único.

Madrid recorta sus tejados cuando atardece, y sólo dibuja aburridas simetrías, no ha lugar redondeces absurdas ni escorzos imposibles. Gaudí no era madrileño, ni falta que le hacía. A él, a Madrid siempre.

Ropa tendida en los tejados, intimidades a vista de pájaro. Poleas que quieren ser enredaderas, grúas que quieren ser secuoyas, y antenas emulando hojas de olivo, todas escapando de lo alto de las casas, huyendo hasta mucho más alto, pero congeladas en la acción. Así nadie las presta atención, no se la merecen.

No quiero ver más y saborear tan poco, pero aun así no puedo dejar de mirar por la ventana.

Vivo en un décimo, y cuando salgo de casa quiero seguir en un décimo, porque a ras de suelo no estudio estos tejados que yo nunca echaría de menos, aunque siempre ando mirando arriba, a los tejados de Madrid.

Madrid, coño, Madrid, siempre igual...

martes, 7 de octubre de 2008

Naufragando en tu entorno

- Tengo que concienciarme.

Mierda.
Conciencia: del latín (pedanterías came to me) conscientia: propiedad del espíritu de reconocerse como sujeto de sus atributos. El conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno.

Me estás diciendo que quieres tener conocimiento de ti, en tu globalidad, toma zapatilla. Ardua tarea. Y yo que quiero subirme en ese globo tuyo...

Y me lo susurras por el móvil, en una llamada maravillosa por inesperada. Tengo que concienciarme... tienes que explicarte y creerte la incoveniencia del reencuentro. Y a mí que se me antoja tan inexplicable y conveniente. Nos ha jodido... yo no tengo que mirar a los lados evitando dañar sólo con ser visto. Hace tan poco que se lo dijiste... si yo lo entiendo, claro que lo entiendo.

Vuelvo a desgranar tu frase: tienes que concienciarte: tienes que estar segura de que en este momento no puedo estar más en tu entorno, de que no soy atributo (nota: jamás me vi como tal, pero oye, que es una acepción). Tienes que proponértelo, tienes, tienes, tienes...

Pues mira, ¡me vale! Te desconoces y te empeñas en estudiarte, y va a resultar que si es esfuerzo, ya es bálsamo para mí. No es aprenderte lo que te nace, es lo que sientes que debes hacer. Y esa obligación impuesta, claro, es la baza que yo juego, hasta que triunfe con un órdago o me quede sin cartas. Pero juego, y con eso ya soy mucho más grande que el resto de los grises que me rodean, tan educados y completos. Y si la caída es jodida, siempre podré decir que volé, que por un momento volé, putos incoloros.

Que se conciencie quien quiera, que yo en mi inconsciencia vivo con moratones pero sonriendo más a menudo... y los daños colaterales no los evitas nunca cuando se entra a saco en un sitio, en un entorno de esos, que es como más nos gusta entrar a los que somos como tú y yo. Ego, coño, ego escrito que es donde vomito.
Vuélvete loca, no te busques y piérdete conmigo, cooooño!

viernes, 3 de octubre de 2008

Más Ego que nunca, y sólo da para unas risas

Yo es que me descojono. Pues no llego hoy al cubil donde malgasto buena parte de mi vida y resulta, oh, acontecimiento, que la empresa cumple dos años instalada en España, y por lo tanto todo es naranja y hay globos y comedor solidario y somos corporativos hasta en el dedo gordo. No te jode. Ahora no sólo le debo mi tiempo a un tipo que no conozco, sino que también he de aportar mi dosis de felicidad por tan esplendida eventualidad. Venga, coño, mi felicidad es mía y ya sólo falta que te homenajeé por comerte el mundo sin cubiertos, a lo vikingo, pero con traje y muchos idiomas.
Y nos quieren llevar a un parque temático para que celebremos en armonía y diversión el aniversario de algo, algo, que no es ni siquiera inanimado. No estaría mal que se personificara la empresa, tirarle de las orejas, uno y dos, como a un bebé cabrón de padres ricos, y no sólo limpiarle la caquita y darle de comer nuestro culo y nuestras cabezas en forma de papillas.

Y bueno, que el sarao lo monte la empresa pues lo veo lógico, asqueroso, pero lógico. Pan y circo, que demostrado está que funciona.
Pero que le siga el juego la tontalculo que hasta ayer despotricaba como la que más de los absurdos y las tropelías que vemos a diario, ocho horas y media al día, menos los viernes que son seis, yiiiija, es que es para descojonarse. Quien no llora, no mama, y ella lloró sus miserias y sus mierdas y ahora mama hasta reventar.
Y que se apunten al cumpleaños feliz, qué bonito todo, aquellos que se quejan bajito de sus condiciones laborales y de cómo se hacen las cosas, justificándose en que "total, nos lo pasaremos bien entre nosotros y a la empresa que le den por culo", pues hace que me descojone. Porque vuelve a ganar la empresa, y me parece alucinante que no lo vean, que con sólo aparecer le das la razón, que todo es una mierda pero si me llevas a la noria todo se ve mejor, espera ahora no que estamos abajo, ahora sí que veo Madrid.

Y yo, que estoy en el punto en el que me río de todo, que nada tiene sentido y parece que sólo yo me doy cuenta, enlatado entre paredes de cristal viendo que afuera se está mejor aunque dentro haya aire acondicionado, pues ya me callo y miro hacia mis pelotas y pienso en depilármelas al cero. Y me mofo, sin disimulo ya, de que haya que mandar quince mails para que te cambien el ratón, o de que cobre 6.000 euros menos que una que firmó el otro día y tiene mi misma categoría, o de que se lo diga al jefe y me diga que "lo vamos viendo" y salga relinchando y trotando porque ya está llegando tarde a algún sitio, o de que me digan que ponga en marcha un proyecto con unos ingleses y a medias no se acuerden y los ingleses se queden con cara de eso, de ingleses, y tenga que ser yo el que justifique el irrisorio comportamiento de esta nuestra querida multinacional. Ya me descojono, porque qué hacer sino, hasta que me salga algo que al final será lo mismo.
Con humor aprendo a levitar buscando la pista de aterrizaje, mientras tanto sobrevuelo mi PC, inventariado hace dos días y vuelto a inventariar esta mañana, esperando no quedarme sin gasolina mientras oteo por un destino más cabal.

Y en esas estamos y llego hoy con mi sonrisa de "a ver qué tontería aparece" y me encuentro a una perfecta azafata de negro, con su sonrisa de "ésta es mi mejor sonrisa falsa de un magnífico repertorio de sonrisas falsas", plantada en la puerta giratoria y agarrando un racimo de globos con sus deditos de manicura francesa. Con bondad le he susurrado a su dulce carita alquitranada: "ni de coña me das un globo naranja". La sonrisa de tebeo ha seguido intacta, pero sus ojos han delatado la incomprensión, ojos de "¿pero éste no es el baño de chicas?". He apurado el cigarro y me he metido a la jaula, a ver a los loros, y también y sobre todo a los cuatro pajarracos que me hacen la existencia laboral mucho más divertida.

Anda y que le follen, que soy más chulo que nadie. Yeah.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sin asunto

Lo siento, tía. Soy gilipollas. Soy un niño que se cree demasiadas cosas y comprende muy pocas.
Acabo de hablar con A. y estoy llorando y escribíéndote... ¡a ti! Qué sin sentido.
No puedo tenerte un poquito el viernes. Así no. Me cago en todo. No me conozco, y tú me conoces menos.

Se me ha cruzado una chica de la que parece que debo olvidarme y no puedo, no quiero, y pienso que no debo. Hacía tanto tiempo... y me consume la rabia y quiero tirar abajo mi casa y arrancarme los dedos y no escribir más pensándola. Pensándola, coño, me paso el día pensándola, mirando el móvil esperando encontrarme un motivo para sonreir como sólo sonrien los tontos, escrutando el messenger para verla siempre en gris, y cuando me llama por fin, después de una semana, no sé qué decirle. Ya ves. Así que espero que sea ella la que me diga, al fin y al cabo está claro mi deseo: verla, ya, mañana, muy tarde. Y ella me dice que eso también es lo que ella quiere, pero que no puede, que se va a volver más loca, que lo ha pasado muy mal esta semana y que todo debe ser otra vez de colores para actuar, y yo le digo que tal vez lo suyo sea que no me llame más y que yo no la escriba más, y entonces me doy cuenta de que no, que eso tampoco, coño, que me la suda todo, que yo lo único que quiero es volver a mirarle a los ojos mientras se corre y entender que eso es un fin donde los haya, pero no puedo tenerlo, y me hierve la sangre y escupo lágrimas que ahogan quejidos. De repente siento una tremenda tristeza. Lo que pudo ser, lo que podría ser... y tenemos que echar el freno de mano porque el mundo es cuadrado y no nos hemos dado cuenta queriendo darle la vuelta y hemos llegado al borde.

Así que no quiero negarme las ganas de mirarme muy dentro y de llorar, coño, al final soy un puto llorón.
Qué coño hago escribiéndote, tía. ¿O me estoy escribiendo a mí?

Quiero echarte un polvo y descojonarme contigo. Pero así no. Tengo la cabeza a más de 400 kilómetros al sur, y follarte debería concentrar todos los puntos cardinales. Asiente con la cabeza, porque sabes que es así...

Lo siento, J. No soy nadie para venderte la moto y decirte vente a mi casa y te tengo muchas ganas y luego contarte semejante película. Pero después de habértela contado, de encenderme otro cigarro, ya no lloro.

Soy imbécil. Casi sin querer he provocado contigo una situación que me gusta y me divierte, y ahora descubro que las cortinas de humo se deshacen con un soplido liviano, aunque venga de tan lejos. Y me jode infinito. Niégame la posibilidad de seducirte cuando el suelo se esté quieto de una puta vez y chasquearé la lengua y maldeciré haber hollado este cruce de caminos, pero lo entenderé. Para qué dar una segunda oportunidad cuando el que provocó la primera se retira malherido sin que le hayan disparado. El orgullo y el tiempo que pasa sin que pase nada son armas poderosas. Mándame a la mierda, que es lo suyo, y mófate de mí con un "tú te lo pierdes, chulo".
Es lo suyo... y yo agacharé la cabeza, seguiré pensando en A. hasta que no recuerde su cara, y seguiré queriendo follarte como nos merecemos.

Un besazo, un tercer lo siento, y un "soy lo peor" dicho en bajito y con sonrisa de niño bueno. Luego te lo susurro...

Julius Desperate, levantándome.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Abrirse paso

El conductor de la ambulancia deja caer la mano sobre el volante, y el claxón se une al ruido callejero. La furgoneta que le impide el paso se aburre esperando a que un pequeño Polo salga de una vez y así ocupar ella el hueco libre. Pero el de la ambulancia no lo ve, o le da igual, y vuelve exigir celeridad lamentándose con su bocina. El de la furgoneta asoma la cabeza y mira hacia atrás justo cuando el Polo huye del lugar. Pide el muchacho, ojos entornados y la voz más, que se esté tranquilo el de la ambulancia, que ya va. Acto seguido deja que la furgoneta ocupe suavemente, arrastrándose casi por el empedrado, el sitio dejado por el Polo, permitiendo el paso del exigente y ya doblemente amarillo vehículo de emergencias. Al pasar a su lado, el de la ambulancia grita hacia su izquierda que tranquilo él no, que él lleva a un enfermo y que no puede ir tranquilo. Y que se vaya por ahí el de la furgoneta, hombre ya. Al arrancar no ha podido apagar la respuesta del interpelado. Pues pon la sirena y no toques el claxón.

Dos horas antes, en el trabajo, M. ha cogido el móvil y una voz chillona se ha dejado oír más allá del aparato. M. se ha levantado a la vez que pedía un minuto a su estruendoso interlocutor para salir de la oficina, y que hablará más bajo que la iba a dejar sorda.
Ha vuelto a los trece minutos, con los ojos rojos y la palma de la mano sujetándose la frente, como si los sesos fueran a salírsele desbordados si ella no contenía la presión. Se ha sentado y todos le hemos preguntado sin abrir la boca, así que ella ha balbuceado que sabía que iba a pasar, que tenía que terminar pasando, que a una amiga suya del pueblo, de la infancia, con la que M. había jugado a juegos que ya no existen, la había matado su novio, para luego suicidarse él, dejando de existir los dos, como los juegos a los que M. jugaba con su amiga.
Y se ha quedado trabajando, esperando que su cabeza volviese a las cifras y las mediciones y el posicionamiento en Google y tácticas de SEO y mira a ver qué pasa que no estamos contando en el Analytics.
A lo largo de lo que quedaba de tarde ha recibido dos llamadas y las dos las ha llorado.
Y luego ha vuelto a ver qué pasaba con el portal ese que no estaba contando debidamente, a solucionar lo de la nueva alianza con los ingleses esos, a olvidarse de su nombre y de su pueblo, y de su amiga que ya no está porque un inadaptado así lo quiso, y se veía venir.
Se veía venir.

El conductor de la ambulancia se inventó las prisas, creyéndose rey del mundo cuando debería de ser su lacayo, asesino de tiempos que se le agotan a los moribundos. El de la furgoneta lo vio venir y descubrió a un conductor egoísta y ansioso y no a un heroico velocista de la supervivencia. Las prisas no le sirvieron al funcionario y el mal humor sí que le llegó antes. El de la furgoneta se olvidó de la anécdota a los siete segundos.

M. veía venir lo que pasaría. M. y más gente del entorno. Así que M. siguió trabajando después de que, efectivamente pasara. Siguió a su tarea, como si tal cosa, tal vez asimilando que si lo había visto venir, había que seguir como hasta entonces. Como si tal cosa. Y es normal y comprensible, qué vas a hacer tú, niñato, en ese caso, a ver... Pues está claro, tocar el claxón para abrirme paso y dejar atrás lo que me impedía el paso hacia vete tú a saber dónde. Y cagarme en la puta porque esto está podrido.