lunes, 27 de abril de 2009

Quiero

Quiero encontrar a una chica que me fascine.
Quiero pensar en una chica, día y noche, sin más, sin motivo, sin pensar sólo en su cuerpo y en sus posibilidades.
Quiero sentir algo más por alguien, aunque no me corresponda. Lo único que quiero es sentir, ahora mismo me da igual tener.
Quiero dejar de follar y que a la mañana siguiente no sepa qué hacer, cuando lo suyo es que la mañana siguiente sea, simplemente, La Mañana Siguiente.
Quiero dejar de concluir que, después de dos años en las mismas, a ver si va a ser que como Paula, ninguna.
Quiero que me dejen de decir todo llega, cuando eso no es cierto. Porque no es cierto. No todo llega. Sólo la muerte llega sin duda que valga, y para algo seguro, no lo queremos, claro.
Quiero que Muchachito Bombo Infierno sólo me recuerde a Muchachito Bombo Infierno. Quiero encontrar otra canción que me evoque a alguien que no he conocido, todavía, quiero pensar que todavía.
Quiero mirarla y que el resto quede desenfocado, zoom x10 a su cara y a sus ojos y a su nariz y a sus ojos y a su boca y a su pelo y a sus ojos. No quiero ser el del anuncio de Axe, no porque me sude la sobaquera, sino porque quiero que me importe tres malditos cojones lo que se tercie a mi alrededor si mi epicentro lo marca ella. Los ojos fuera de las órbitas son inútiles per se.
Quiero pensarla y que se me quede esa cara de tonto de la que todos nos reímos cuando la vemos pero muchos envidiamos. Quiero dejar de envidiar a mi hermano, que se casó hace menos de un año y el hijo puta está más enamorado que nunca, cuando lleva ya más de un lustro compartiendo casa con ella, dos años compartiendo hipoteca, que después de eso no hay amor que valga.
Quiero hacer el amor, que follar está muy bien, pero también es compatible.
Quiero despertarme y sonreír nada más abrir los ojos porque sé que me hipnotizará lo que voy a ver, sé que miraré justo lo que quiero que esté a mi vera al despertarme. Quiero jugar al Capítulo 7 - el de Rayuela, claro, no hay Capítulo 7 después de ese - con alguien que se lo sepa de memoria. No quiero despertarme y no ver nada, aunque haya alguien ahí.
Quiero amar sin contemplaciones, como creo amé un par de veces. Y mientras escribo me da por mutilar mi sueño y pienso que en realidad me da igual que ella me ame, yo lo que quiero es volver a poner a alguien por delante de mí. Sólo porque mis entrañas así lo exigen, y qué carajo me importa lo que piensen los anónimos si me da por cometer la más grande de las locuras por alguien que no las haría por mí.
Aunque me duela, coño, porque hace tiempo que demasiadas cosas resbalan, como si estuviera yo untado en el más poderoso aceite, y necesito que el impacto del amor haga mella en mi fortaleza de egocéntrica lujuria.
Joder, quiero enamorarme, ostia puta, y me da igual tener novia. Sólo quiero verte y que me tiemblen las meninges, las piernas sean muelles y la cabeza retorne a los quince años cuando Cristina no me hacía caso pero yo estaba obsesionado con que era ella o nadie. Ella hoy es médico, se hizo un tatuaje en la rabadilla, no sabe qué soy yo ni si tengo tatuajes, y nunca nos besamos. Pero me dio igual, porque la miraba con esa cara de tonto...

P.D.: para mi reina Maktub, que ensalada mediante me insistió para que escribiera algo parecido a esto. Perra, ahora estoy más ñoño!!! Putos lunes, y amén.

domingo, 26 de abril de 2009

De ganar y perder II

Era una apuesta segura, joder. Era dinero fácil. Era un paréntesis en el párrafo interminable que es la hipoteca. Era una sorpresa para Amanda. Aunque lo iba a seguir siendo. Valentín se permitía ironizar todavía, el muy osado. No le faltaba razón. A Amanda le iba a sorprender que su reciente marido llegara a casa con 10.000 euros de más, pero también iba a ser una novedad que llegara con 3.000 euros menos en la cuenta de ahorro, que ahora pasaba a ser sólo una cuenta con algún estoico decimal. Adiós a los únicos 3.000 euros que tenían ahorrados y que suponían más de tres meses de la hipoteca que quería menguar el atrevido Valentín. Amanda iba a alucinar de todas, todas.

Nacho le había confesado que él llevaba siete meses jugando y que así había resuelto varias deudas, gracias a un caballo desconocido, a un gol tardío o a una vuelta rápida en motos de gran cilindrada. Pero echarle las culpas a Nacho no tenía mucho sentido. Para un amigo que tenía Valentín, no iba a sacrificarlo por haberle recomendado la ruina. Nacho también había perdido dinero en la misma apuesta, así que parecía obvio que no le había timado. Muy buen actor tenía que ser Nacho para que todo estuviera preparado. Aunque cosas más raras se han visto en la vida. Pero Valentín no sabía pensar mal, ni de sus padres, ni de su mujer, ni de su único amigo y testigo en su boda.
Se había despedido de Nacho dos esquinas más atrás con un abrazo ligero y un "no pasa nada" escapándosele entre los dientes. Nacho había repetido "lo siento" tantas veces que probablemente había sobrepasado el cupo, y nadie más en el mundo iba a poder decir esa noche "lo siento" a nadie, porque Nacho ya lo había sentido por todos. Ni siquiera Valentín iba a poder decírselo a Amanda.

No quería llegar a casa, pero tampoco pensaba a dónde iba, así que se dejaba llevar por sus pies, y estos sólo saben el camino a casa. Se dio cuenta donde estaba al pasar por delante del bar de Mario, a dos manzanas de donde Amanda se había dormido hace horas con 3.000 euros ahorrados y donde se iba a despertar con un marido arrepentido y ni un puto duro en la cuenta conjunta, la que primero iba para la hipoteca y luego para la reforma del piso, a la espera de que Gabriel o Alejandra naciera. Subiendo por las escaleras, el ascensor se había estropeado, qué casualidad, se permitió pensar que el colmo de su mala suerte sería que Gabriel llegara al mundo de la mano de Alejandra, justo ahora que un partido de baloncesto le había convertido en un perdedor. Valentín no sabía que lo era, pero lo podía imaginar teniendo en cuenta que era Licenciado en Periodismo y trabajaba en un periódico de barrio cubriendo los sucesos. Pero no se reconocía fracasado teniendo una mujer tan guapa y una edad tan joven.

A la mañana siguiente, después de una discusión en torno al dinero pero en realidad en torno a todo lo demás, Valentín sólo iba a tener una edad joven. Nacho perdió una apuesta y debió olvidarse del número de Valentín, no volvió a llamarle, ni siquiera para decirle una vez más que lo sentía. Y Amanda vio frustrados sus sueños de mujer y madre ejemplar y el estrés le provocó que no le bajara la regla, y entonces ambos imaginaron ojipláticos que Alejandra o Gabriel, o ambos, qué carajo, estaban en camino, y un cuadro de ansiedad se dibujó en la psique de Amanda, y finalmente sus padres se la llevaron a Asturias temiendo lo peor y habiéndose enterado de que Valentín había perdido lo poco que tenían. Por supuesto, porque cuando te dan dos buenos puñetazos siempre puedes encajar uno más, el periódico de barrio cerró por la crisis de la publicidad y Valentín dejó de ser periodista de poca monta para ser sólo un parado sin dinero y sin reputación, ni siquiera para su mujer, en proceso para ser ex.

Valentín sólo jugó una vez más, dos semanas después. Con el revolver apuntándose a la cabeza y 2.000 euros sobre la mesa, lo que le correspondía de un finiquito de risa, apretó el gatillo mordiéndose los dientes y confiando en que la bala no estuviera justo ahí. Pero lo estaba, y entre el click del percutor rebotando y el estallido de la bala contra su cráneo pudo pensar en el partido de baloncesto que le había llevado hasta aquella mesa de aquel sótano junto a aquellos tipo delgados y mal vestidos. El equipo favorito había sido arrollado por otro de categoría inferior, algo que en baloncesto pasaba casi de milagro. Como también puede serlo el que en la ruleta rusa tú seas el primero en jugar y la única bala que puebla el tambor de un revólver esté preparada para el primer disparo. No es mala suerte, se dijo Valentín cuando su cerebro quedaba horadado por virutas de plomo. Sólo es un juego, y no siempre ganas. Y antes de expirar se le cruzó uno de esos pensamientos que llamamos traidores pero que en realidad sólo son clarividentes: tú nunca has ganado, Valentín, pero siempre quisiste jugar, no fuera a ser que hubieras ganado si te hubieras atrevido. Era una apuesta segura, era una apuesta segura... eso no existe, gilipollas.

domingo, 19 de abril de 2009

De ganar y perder

Cada vez que me dan un premio me acuerdo de aquel profesor de la universidad que me decía que escribiendo así no publicaría ni anuncios por palabras. Ahora él estará muerto y olvidado por la mayoría, y yo protagonizo noticias en los periódicos nacionales. Pero como decían en aquella película que echaron el otro día y que no contaba nada nuevo: el regodeo es una perdida de tiempo. Así que me miro una vez más al espejo, me ajusto el nudo de la corbata, me quito una espinilla anacrónica del lateral de la nariz y suspiro ante la cantidad de arrugas que pueblan mi frente. Creo que no me acostumbraré nunca a ser un jodido viejo. En cambio a que te den un premio es fácil acostumbrarse. Creo que éste es el séptimo. No lo creo, lo sé, pero parece que el ego va creciendo y no hago nada por frenarlo. Siete premios. No está mal para sólo tres novelas escritas. Y una en realidad no lo es, es sólo un compendio de relatos con un hilo común sutil, de esos que valen para cualquier cosa. Tres relatos que tocan el tema de la vejez bien pueden formar una novela corta que se titule Los árboles perennes también pierden hojas. Y a tomar por saco, y dos premios a ese título, ja.

Así que dos novelas y unos cuentos y todo premiado, para pasárselos por las narices a aquél profesor mentecato. Pero no, que el regodeo no sirve para nada, aunque dé tanto gustito.

Hoy me reconocen La suerte de tu nombre, que lo escribí hace más de veinte años y que sólo ahora jubilado me atrevo a publicar. Y mira tú que resulta que era una historia buena. Tan buena como los 80.000 euros que me voy a embolsar por este Premio Dálmata. Y cuando el mes que viene me lo publiquen, un 5% de las ventas también servirán para vivir una jubilación ostentosa.
Hay que joderse. Más de cuarenta años en la misma oficina, ocho horas al día, cinco días a la semana, 22 días laborales de vacaciones al año, cuando resulta que si hubiese probado suerte con las majaderías que escribía lo mismo podría haber vivido de ello. Los pocos huevos que le echamos a la vida, Señor. No hay nada como un contrato indefinido para aletargar el afán de cumplir sueños.

Carmencita siempre me lo dijo, qué buena era. Siempre creyó en mis posibilidades de autor y yo siempre lo tomé como delirios de enamorada. Es para ahorcarme que sólo decidiera presentar algunas de las cosas que escribí a certámenes y concursos una vez ella murió. Cuarenta y tres años compartiéndolo todo y se quedó sin conocer el triunfo que ella tan fácil pronosticaba.

Me sonrío al acordarme de Ana, dejándome llevar por un hilo de pensamientos de faldas y pupitres. Ana, mi primera novia, con la que llegué a vivir y de la que me separé por los horrores de una convivencia prematura. Ella no soportaba mi desorden. Sólo cuando nos separamos me descubrí un hombre atento al cuidado de mi casa, con la cocina siempre reluciente y las motas de polvo exiliadas.

Es como si sólo cambiáramos nuestros defectos cuando no nos los recuerdan, como si quisiéramos demostrarnos que podemos ser como queramos, machos que somos, sin que nadie tenga que estar recriminando nuestras faltas. Dejé de temer el fracaso sólo cuando desapareció la persona que me regañaba por dejar que el miedo ejerciera de amarre. Como para entenderlo.

Creo que acabo de cambiar completamente el discurso de agradecimiento que tengo que proclamar en menos de veinte minutos. Antes empezaba por "Una vez me dijo un profesor...". Pero creo que lo más justo es arrancarme con "Carmencita ya sabía lo que hoy dan a conocer ustedes". Porque ella, que a parte de enfermera era adicta a las novelas policíacas, y no una crítica resabiada sin nada digno que escribir por sí misma, confiaba tanto en mí que fue guardando todo lo que yo escribía, por si algún día me daba el pronto de poner en movimiento aquellos papeles en los que yo no me atrevía a depositar esperanza alguna.

Dos años viudo, dos años ganando premios, y un par de carpetas más repletas de manuscritos que, quién sabe, lo mismo me llevan al Nóbel. Me río por primera vez en todo el día ante lo osado de mi pensamiento. Si Carmencita estuviera aquí, en vez de reírse simplemente me habría sonreído y habría murmurado "y por qué no, cariño".

Mierda, quedan menos de quince minutos para la gala y estoy llorando. Soy un viejo chocho, carajo. Me seco los ojos con el pañuelo, me sueno los mocos en el lavabo, y me atuso el pelo, que para algo que tengo aún vigoroso mantengámoslo en su sitio. Me miro por última vez al espejo y repaso el principio del discurso. "Carmencita ya sabía lo que hoy dan a conocer ustedes". Otro premio que no compartiré con nadie, cuando hace años podría haberlo compartido con el mundo entero, empezando por mi mujer.

lunes, 13 de abril de 2009

Semper fidelis

- Mira, tío - me susurra ella, cogiéndome de la camiseta y mirándome tan hondo que casi me atraganto, arrastrando la o y llenando el ambiente de puntos suspensivos.
- Mira, tía - le respondo yo, sonriendo malo y dejándome guiar hacia una boca y unos ojos que ni conocía ni pensaba conocer, y mírame ahora.

Y nos mordemos y nos agarramos y nos despeinamos el uno al otro, y tropezamos y caemos a la arena y nos da igual y seguimos inseparables. Y me sujeta por el cuello y de la muñeca izquierda y mi mano derecha es poca cosa para impedir que ella se ponga encima y me apriete con los muslos, clavándose seguro mis puntiagudos huesos de la cadera, pero no se queja, sino que bufa. Y me amarra las manos y se ríe ahí arriba, su labio inferior desapareciendo entre sus dientes y los ojos abiertos e iluminados por el deseo y el perico.

Y como estamos en una playa de un pueblo que no es el mío, no sé si el suyo, y como es muy de noche, a saber qué puta hora es, y como acabamos de salir los dos de una discoteca a la que habíamos llegado sin saber que existía el otro, y como contamos más farlopa y alcohol en vena que mar ahí delante, hago una elipsis.

Y el sexo no es gran cosa y yo decido bañarme desnudo y ella no me sigue, se queda tumbada desnuda, con los codos apoyados en la arena mirándome hacer el niño. Me roba un cigarro y se masturba mirándome.

Y yo me quedo dentro del agua, hundido hasta la nariz, acechándola y preguntándome si otra vez he dejado a alguien con ganas...

Menuda racha. Qué será de mí si vivo mi extimidad. Me devorarán los lobos que aún comen lo que escribo. Follarse a una desconocida en una playa es para contarlo. Vaya que sí. Por las risas, por el ego, siempre, y porque de todo se aprende. Pero claro... se está masturbando porque yo no la he satisfecho plenamente, y yo mientras me doy un baño solitario y absurdo, que se me están quedando las pelotas miniaturizadas. Y contarlo puede atentar contra el autor. Pero no sé hacer otra cosa.

Y vuelvo pensando en mi rabo y mi rabo pensando en mí y ella sonríe, ya sin tocarse.

No la conozco de nada, no debería importarme que no se haya corrido. Yo sé que se lo ha pasado bien. Yo me lo he pasado regular, la verdad. Sé que no soy lo peor, pero los hechos me inducen a pensar que debería creérmelo un poquito. O que les den por culo a los hechos. Pero yo se lo digo.

- Tía, soy lo peor. Te he visto desde el agua, masturbándote. Te he dejado con las ganas y he pasado de ti - necesito un tiro. Tengo el perico en el pantalón.

- Ponme otra a mí. Y no seas gilipollas. No esperaba echar el polvo de mi vida. Ha estado bien, sin más - y tira la colilla del cigarro y me mira sin pestañear, creando una expresión amistosa y acariciándome el hombro y yo respondiéndola con dos rayas sobre mi cartera. Esnifa. Se la suda todo. Esnifo. No consigo que me la sude todo. Me guardo la droga y veo que se viste. Elipsis, más por el silencio que hubo a lo que sigue que por vergüenza.

Me meto en la discoteca con algo de labia y buenos modales, que el sello de mi mano se ha quedado un tanto borroso por el agua y ya se sabe que los porteros son suspicaces. Pierdo pronto a la amante momentánea. Encuentro a mis colegas más borrachos que antes y menos vestidos, y terminamos una noche en la que una tía me folló sin más y yo estoy obcecado en pensar que no supe estar a la altura de un polvo mítico, situado en playa lejana y coprotagonizado por una desconocida de cuerpo tabú que te saca a rastras de una discoteca.

Y ahora lo escribo con mucho sueño y media sonrisa, la otra media me la guardo para cuando... la encuentre.

Pondría una muesca ahora en mi pistola, pero creo que esa pistola se perdió cuando me volé la cabeza hace no mucho.

viernes, 3 de abril de 2009

Sin pies, sin manos... sin dientes

Y se va por la puerta, sin mirar atrás, como dicen mucho en las pelis y se hace más en la vida real.
Y ahí me quedo yo con mi cara de alucinado, el gato maullando porque no ha podido escaparse y diez millones de ideas peleándose por llegar la primera y hacerse comprensible.
Se va porque... joder, esto es explicar el génesis de la raza.
Porque no le he hecho sentir, otra vez, como ella necesita.
Porque no dejo que se ilusione como le pide el cuerpo.
Porque en el sexo me corro yo el primero y yo valoro más lo que ocurre antes, todo el rato de antes.
Porque después de follar ella se hace a un lado y yo me adapto y busco el mío. Porque no me doy cuenta de que aunque no haya indicios de necesidad de mimos, hay la, y son muy exigentes. Porque soy yo el que tiene que ir porque se lo debo.

Y ahí me quedo yo, con mi cara de alucinado, la polla resoplando todavía, y el gato a saber. Y yo esgrimo que no le debo nada a nadie, ni ella, que yo no busco correrme ni que se corra ella cuando follamos, sólo busco follar y disfrutarlo, y si te quedas con ganas de más, déjame pasar el periodo refractario y hacemos un segundo asalto.
Pero todo eso es pataleta, porque ella se siente un kleenex y quiere ser pañuelo de seda en mi solapa. Y yo que pensaba que nos lo estábamos pasando bien, ciego soy, ciego me siento y encima me han amputado las manos porque tampoco palpo.

Es la segunda vez que nos pasa. Después de la primera el tiempo se hizo colega y nos ayudo a reencontrarnos con cuidado y buen humor, hasta la consumación de hoy, que habiendo sido así, no podemos permitir otra recaída.
Y ella se desespera porque no le nace enfadarse conmigo tanto como su raciocinio le aconseja, y yo, listo, que soy muy listo, le digo que será porque tal vez no hay motivo para enfadarse.
Y ella me dice que si no puede enamorarse, si no puedo gustarle y si no puede correrse, ¿entonces, qué?
Y yo le digo que eso se llama asimetría y que qué pena que no congeniemos tanto como creíamos. Y ella me dice que no es eso, que se siente fatal. Y yo le digo que eso es el límite y que después de eso qué me queda por infligirle.

Y entonces se va por la puerta sin mirar atrás y yo me quedo pensando en las cosas que me pasan, en la mala suerte y en mis errores y si lo son, o si no, o si es ella, o si...

Y escribo, porque cada vez está más claro que son mis desequilibrios con faldas los que me empujan al teclado con más ímpetu. Será porque si no lo escribo no me aclaro, y el caso es que no me aclaro, y al final intento resumirlo en una frase para explicármelo fácil y poder explicarlo. Ella quería más y yo no, y ante eso, todo lo que yo haga simplemente sabe a poco.
Pero eso es sólo resumirlo para explicarlo fácil.