domingo, 29 de noviembre de 2009

I´m still here

Tranquilos, seguidores, que no he escrito nada no porque haya perdido un brazo o la capacidad de teclear, sino porque o no he tenido tiempo (este finde he descubierto la playa donde no me importaría quedarme a vivir) o no me encontraba con el ánimo como para seguir con un diario que no me termina de gustar, aunque cualquier lo dice teniendo tantos fans ;)

Estoy en San Juan del Sur, en un ciber, para retomar el contacto. No tengo mi portátil aquí, así que otro día más en el que no contaré el día a día de La Prusia y aledaños. Pero cuando tenga un hueco esta semana me bajo con el portátil al ciber de Granada, donde definitivamente soy Bisbal sólo por ser español, y publicaré todo lo que está pendiente. Como no estoy con muchas ganas de contar, estoy tomando notas para que no se me olviden las cosas. Las redactaré como es debido, que defraudaros ya no es una posibilidad, dios mío, cuánto me exijo por tener un público tan adepto, y las publicaré, dejándo que los textos salgan online de forma diaria, como he hecho hasta ahora. Así que sabed que a más días sin publicar, más entradas para el blog aguardan, más capítulos de esta telenovela improvisada.
Pete se va este finde a Panamá con su mujer. Carajo, eso duele.
Y nada, que estoy replanteándome la utilidad de todo esto, en qué medida ayudamos a esta gente y en qué medida les creamos más necesidades o problemas. No sé, supongo que el que no pasa por esta etapa de sesuda reflexión es porque no tiene sangre en las venas o porque es un capullo integral.
Estoy descubriendo la hipocresía de algunos voluntarios, la inocencia de muchos otros (yo incluido, que a inocente no me gana nadie) y la posibilidad de que el proyecto de ACE no sea tan necesario como se creen Judith y su marido, Ángel, al que todavía no conozco pero llega en enero, cuando Judith se haya ido.
Ejemplo de esa utilidad que ya no sé ver: muchas de las familias que antes vivían en el camino de La Prusia, en su chabola de suelo de arena y paredes de madera, uralita o cartón, y que ahora viven en sus casas de cemento con suelo de baldosa, muchas de esas familias no se adaptan a su nueva forma de vida. Antes vivían con un vecino a cada lado, un prado detrás al que irse a tumbarse o jugar al beisbol, y el camino justo delante de casa para ver pasar la vida por él. Ahora viven en una urbanización con muchos vecinos y reuniones de comunidad. ¿Eso es útil? ¿Necesitan realmente ese cambio? ¿Por qué muchos no se adaptan y dejan de pagar la irrisoria hipoteca que les puso ACE? ¿Tiene sentido construir un barrio de 86 casas (esa es la segunda parte del proyecto) en medio del bosque, creando una comunidad de vecinos que antes probablemente ni eran vecinos? No lo sé, es que no lo sé. Construir una escuela taller me parece útil de cojones, porque eso supondrá dar trabajo a gente, darles unas nociones de unos oficios útiles. Por eso estoy en la obra. Y cuando se termine esa obra... no lo sé, lo mismo deja de tener sentido que ande yo por aquí si ya no creo en lo que estamos haciendo. Pero no lo sé, me estoy precipitando, una vez más, quién sabe, carajo.

Así que en esas estoy, descubriendo y descubriéndome, intentando mantener limpia la conciencia y mi forma de pensar, revelándome como el europeo que no puedo obviar que soy y comprendiendo que no todo lo que reluce es oro, aunque reluce.

Esta experiencia es, será, por siempre, la experiencia de mi vida, aunque termine volviéndome a España a currar ocho horas al día en un curro que me importa tres narices, sólo pensando en el sueldo y en el mes de vacaciones, que eso sí que es triste, y no vivir como esta gente, que, simplemente, no está triste. ¿Quién es el pobre, pues?

Y ya veremos, porque he descubierto, me ha encantado y me ha atrapado Playa Maderas, donde por cierto he surfeado, yo, con lo torpe que soy, me he mantenido erguido sobre la fuerza de la naturaleza, yo, que me caigo de los caballos, he cabalgado las olas del Pacífico con una sonrisa y un moreno que te cagas, y pasad frío vosotros, que aquí celebraremos las navidades en bañador, ja. Así que quién sabe si dentro de cuatro años lo vuelvo a mandar todo a tomar por culo, me hago con una finca en Playa Maderas, le mando el proyecto a Marmon para que me construya LA CASA, monto un hotelito de surferos y ahí os quedáis a vivir por un sueldo y un mes de vacaciones. Porque... ¿por qué no?

Así que fíjate si no puedo parar de pensar, me sale humo de las orejas, que empiezo hablando de que sigo vivo, continúo diciendo que el rollito ONGs no es tan estupendo como parece desde 10.000 kilómetros de distancia, y termino soñando con un proyecto de retiro en el paraiso. Ay, señor, hay cosas que no cambiarán nunca...

Besitos, paciencia, y pura vida, majetes!

martes, 24 de noviembre de 2009

Mail a padre y vocabulario nica

Padre!

Lo primero, he hecho varios amagos para llamaros pero no ha podido ser. Las comunicaciones ya no son lo que eran en este lado del mundo.

A tus preguntas: la mayor parte de los voluntarios se dedican a dar clases de apoyo a los alumnos de la escuela, o a talleres tipo globoflexia, hacer pulseras, etc. Cualquier cosa para tener a los mocosos ocupados en vez de dejarlos por el camino haciendo el mal, que lo hacen muy bien, los cabrones. Pues como yo con lo del fútbol. También las canadienses majas (Vanessa y Reanne) se ocupan de preparar el desayuno todos los días a los niños de la escuela, que como ya se acaba, ahora será para las familias del proyecto.

En cuanto a lo necesarios que somos en la obra, sí lo somos, porque contratados nicas sólo hay dos. Lo que pasa es que en principio nos miran con recelo porque deben estar muy acostumbrados a voluntarios que prueban en la obra y lo dejan a los dos días. En cuanto ven que vas casi todos los días y que no tienes pensado pirarte en un mes, empiezan a tratarte como un obrero más. Es lógico. Sólo somos unos gringos estúpidos que no nos hemos encaramado a un andamio en nuestra vida.

No pagamos nada, ni alojamiento ni comida. Al llegar, cada voluntario pone 30 dólares en un bote (del cual me he quedado yo al cargo, soy tesorero, ja), pero ese bote es para gastos comunes de las dos casas de voluntarios, tipo butano, bombillas, etc. De lunes a viernes una señora del proyecto, a la que paga ACE, nos hace la comida (gallopinto con algo más, todos los días, como los buenos nicas), así que tampoco pagamos para eso. En cuanto a la cena, cada día le toca a uno. Puede parecer una bestialidad, pero como ahora mismo somos 16 voluntarios, te toca una vez cada mes, más o menos (la cena de viernes, sábado y domingo cada uno se la hace como quiera, individualmente). Por ejemplo, hoy me toca a mí, por eso estoy en Granada a estas horas en vez de estar en la obra. El día que te toca, se te libera de todas las tareas. Te encargas de comprar la cena, de prepararla y de recibir el aplauso colectivo cuando la sirves. De limpiar los platos se encarga el que le toque cocinar al día siguiente. Hoy: fajitas de pollo con pimientos, tomate y cebolla, que ya las hice cuando me tocó la primera vez y triunfé, con la inestimable ayuda de Ale.

Esa manera de funcionar es una de las cosas que ha hecho que la mayoría de los voluntarios nos decantásemos por ACE en vez de por otra ONG. La mayor parte de ONGs te pide de primeras 600 euros en concepto de manutención y alojamiento. Aquí no, aquí tu voluntariado, en la obra o donde sea, se te paga con una cama y un plato de gallopinto (cosa que los nicas de la obra estoy seguro que no entienden ¿cómo pueden ser estos gringos tan estúpidos como para venirse hasta aquí para trabajar sólo por un plato de gallopinto y una cama destroza-espaldas?).

Ale es... no sé cómo decirlo. Madre tiene esa frase que me encanta de "si los hijos de puta volaran, no veríamos el sol". Pues Ale es el que pilota el helicóptero despejando el cielo. Amable, simpático, gracioso, buen amigo... es un tesoro, la verdad, y se va pasado mañana y estamos todos bastante jodidos, no porque nos quedemos sin médico, que también, sino porque nos quedamos sin un tío estupendo. El otro día le acompañé al Hospital Japón a llevar a una enferma. Está por escribir, porque hay cosas que os van a interesar a vosotros, médicos, mercaderes del dolor ajeno.

Y por último, lo de la cuenta para el equipo de fútbol. De momento no voy a pasar número de cuenta ni nada, aunque me emocionó sobre manera el detalle de Zurcos y el hecho de que muchos queráis sumaros al carro. Es precioso, coño. Pero en principio creo que puedo apañarme, y además, que tampoco tengo claro si hacerlo o no (por un lado me parece muy útil, por otro... hay que tener cuidado, que muchos de los críos son capaces de coger sus botas nuevas y venderlas, sé de algunos que no, pero de otros no me fío tanto). Os mantendré informados.

Y poco más. Que me encanta que la gente se vuelva adicta al culebrón de mi blog y que últimamente estoy algo desganado para escribir. Pero supongo que, como en todas partes, no se puede estar con la sonrisa en la boca 24 horas al día. Algún momento de desánimo tiene que haber, y ayer fue uno de ellos y no escribí nada por primera vez desde que estoy aquí. Estoy pensando que me quedaré en la ONG menos tiempo del que creía. Hay cosas que no me terminan de gustar de la ONG y de Nicaragua (también por escribir), así que probablemente para enero me dedique a viajar, o para arriba o para abajo, aún no lo sé. Pero bueno, ya veremos, no es momento para decidir nada porque me noto desencantado, que no es grave, que es normal, que eso, que no se puede estar todo el tiempo pensando que eres el rey del mundo porque, simplemente, no lo eres, y bajar de vez en cuando a la tierra, tumbarte en la hamaca buscando soledad para oírte pensar, es saludable. Ya llevo un mes exacto aquí y empiezo a ver los pros (muchos) y los contras (algunos) de esta experiencia, pero eso es positivo: estoy empezando a concluir cosas, que para eso me vine.

Y no me enrollo más, que estaba diciéndote que desde hace un par de días no había escrito nada y mira, este podría ser otro capítulo del diario :)

Un abrazote padre, y no te preocupes para nada porque no esté dando saltos de alegría continuamente. Es más, te deberías preocupar si así fuera, porque entonces supongo que sería porque no me estoy enterando de nada.

Julito, creciendo, claro.

P.D.: la espalda mejor, y con Klara muy bien ;) Y que voy a publicar este mail en el blog, qué carajo. Ah, mira, y cositas divertidas:
Vocabulario nica, lección 1:
turquear - golpear, pegar (te voy a meter un turcazo).
dale pues - adelante con ello.
suave - despacio, con calma, tranquilo.
chinear - llevar a alguien en la bici, o en una perífrasis que todavía no manejo, follar (esto ha llevado a varios malentendidos divertidos).
chompipe - pavo.
pavo - pavo real.
regalar - dejar, prestar (regálame tu encendedor: dame fuego).
tomar - beber.
caballo - torpe.
estar con la goma - resaca (gomorra: resacón).
concreto - cemento con arena colada.
mezcla - cemento sin arena colada.
me vale verga - me importa poco.
cachimba - vagina.
peso - córdobas (moneda oficial de Nicaragua).
fresco - refresco (habitualmente servido en bolsas de plástico transparente con una pajita sobresaliendo).
banano verde - plátano.
banano - plátano maduro.
guaro - cachaza de bambú, durísimo, provoca una gomorra brutal.
fósforo - cerilla (si pides cerillas te mirarán con cara rara).
computación - informática.
chinelas - sandalias.
dar pena - dar vergüenza.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Mañaneo con Cata, práctica con los enanos y un yanki desparramado por el suelo

17/11/09

Con la primera actividad de la casa me despierto pero no me muevo, permanezco somnoliento atrapado en el valle que forman los dos colchones, que cuando me tumbo en el centro se levantan por los costados dejándome como un sándwich. Tengo que buscar remedio, tal vez atar los colchones al somier para que no se venzan hacia arriba. En esas estoy cuando alguien revuelve en mi mosquitera y una mano me acaricia la cara. Klara es lo primero que veo, y desde luego que es un buen modo de despertar. Me pregunta si me quedo a descansar la espalda o si me voy con ella a apisonar. Y Jose interviene recomendándome que me quede, que él va a pasarse por la obra un par de horas, que también estará Mitch, y que Klara y Eider son fijas, que puedo permitirme descansar, que necesito darle un alivio a la espalda si no quiero seguir jodido el resto del tiempo que me queda. Lo cierto es que me sigue molestando, no tanto como ayer, parece que la bomba de barbitúricos de Ale funciona (y eso que al final se nos olvidó meterle mano al Diazepam antes de irme a dormir), pero tienen razón todos, no debo ser cabezota y entender que lo mejor para todos, incluyendo a mis compañeros obreros, es que me recupere de verdad para volver a darlo todo en la construcción. Les hago caso, Klara me da un beso tierno y se marcha a aporrear tierra, a hacer brazos y gemelos, que no veas tú menudos músculos está formando la jovencita.

Me quedo solo en el porche de la casa azul, escribiendo esto mismo y oyendo el ruido del machete de Carlos segando toda la maleza. Me pregunto si el hecho de que la mayor parte de los nicas esté segando ahora, todos al mismo tiempo, será por casualidad o si es una precaución para la época seca, que empieza el 15 de diciembre y los incendios son más tangibles. Me pregunto porqué no usarán guadaña, que darle al machete supone tener la espalda encorvada, y el radio de acción es menor. Me pregunto tantas cosas que sigo pensando que encontraré respuestas sólo a la mitad de mis dudas antes de irme. Y pensando esto me vuelvo a agobiar viendo que no he empezado ninguno de los reportajes que tengo en mente, niños de la pega, la gente del camino, los misquitos, la cárcel.
Se van todos a sus cositas, Mitch se une a la obra y Ale cierra hoy la consulta. Va a aprovechar para irse a Granada, a ver si llama a España para que alguien le cante las cuarenta a MRW. Y de paso hace comprita, acompañando a Marta, que le toca la cena de esta noche, y a Lau, que se va a por material para el taller de hacer pulseras que va a inaugurar. Y de paso Ale se tomará esa cerveza mañanera que tanto se puede llegar a echar en falta en La Prusia.

Se me une Cata en el porche y aburridos nos subimos a ver a Ben, que está afanado con el último de los armarios de la casa azul. Está solo en el proyecto de arriba, el que está en ACE2, el futuro almacén para maquinaria. Dice que lo bueno de ser el carpintero es que puede empezar a trabajar cuando quiera, pero que lo malo es que le gusta el trabajo en equipo de la obra, donde se siente más parte de algo, así que quiere finiquitar esto ya para volver a mancharse de cemento. Nos fumamos un cigarro con él, que le queda poner dos bisagras más y encontrar los candados para cada cajonera, que ya los ha perdido, fucking Ben. Hablamos sobre las absurdas vacaciones de Haley, que a pesar de llevar por lo menos desde que yo estoy aquí haciendo de la vagancia una rutina, ha decidido tirarse el último mes que le queda disfrutando de vacaciones oficiales. Oficiales porque la doña le ha dicho que claro. Cuando un voluntario lleva mucho tiempo, se entiende que se coja unas vacaciones por la zona, yo el primero. Alba y Eli se han ido a la isla de Ometepe hasta el día 26. Vuelven a la graduación de los chavales de sexto y se piran, la leonesa de vuelta a la península, la granadina no lo sabe, probablemente se quede un mes más para bajar con Cata hacia Argentina. Pero Haley se impone un mes y lo mejor de todo es que aquí anda, tocándose ya sin disimulo la barriga, haciendo chistes malos sobre una camiseta nica que se ha comprado, de tirantes, verde fosforito y con lentejuelas. Ben opina que ha caído en la típica trampa: se echa un novio y mantienen una relación, se deja llevar y se comporta como es, una víbora egoísta, pero de repente el novio la deja y todo el mundo pasa de ella, pues ya la ha visto de verdad y es demasiado tarde para volver a ponerse la máscara veneciana de la sonrisa.

Comentamos los tres la general fealdad de los y las nicas, de que como el Mediterráneo no hay nada para germinar belleza, y Cata sueña con casarse con un argentino que se llame Bruno.

Nos volvemos la catalana y yo al porche azul, a ver si hacemos algo productivo. Endika y Tess andan por la casa amarilla, ella buscando su café, que yo lo vi y lo dejé en su sitio cuando limpié la casa y me sienta mal que no lo encuentre, y Endika calentándose un plato de gallopinto, rudo él. Le pregunto cariñoso que qué tal le va de vacaciones, que qué va a hacer, e inexpresivo a mis ojos me cuenta que muy bien las recién comenzadas y merecidas vacaciones - quizá quiera remarcármelo porque me haya estigmatizado como el criticón -, que se marchan Tess, que baila tras él para mostrarme su ilusión, Judith (la joven, claro, no jodamos) y él hacia el norte, encogiendo los hombros y sonriendo cuando le pregunto a dónde. Quién sabe, como siempre. Y sin más, Endika me descubre que Judith está mal y que viajan para hablar con ella, para animarla. Viaje existencial, de renovación de una pasajera.

Ya en la casa azul, al porche, yo a escribir y Cata a leer, los dos desocupados y animándonos para no caer en la amargura del inútil, y más o menos funciona y nos echamos unas risas a eso de las once de la mañana, calor apretando pero porche salvador.

Judith, la mentada, y Vanessa asoman. La canadiense, grande, guapa y de piercing en la lengua y gafas ensanchando ojos que siempre son de felicidad, anuncia su llegada como siempre, es maravillosa, entonando su agudo cantarín "buenos díaaas". Judith, delgada y de gran parecido a la muñeca Pucca, la acompaña haciendo de contrapeso con un melancólico "buenas", y a mí me queda el tiempo justo para sonreír y dejar el hola bailando en el aire, y allá va Cata, marcándose una de esas perlitas que ya la caracterizan, que la hacen pasar por una borde cruel, pero que en realidad se deben sólo a que habla lo que piensa sin matizar nunca. Salta de su libro y con su mirar chispeante interroga a a Judith: "¿qué tal, Judith? Que me han dicho que estás mal", remarcando la L final como sólo hacen los catalanes. Disimulo lo que puedo y encaro a Vanessa, suplicándola con los ojos que me dé conversación para evadirme de esa situación que nuestra Cata ha creado sin saber, porque su qué tal era el mismo que me inquirió a mí esta mañana, refiriéndose a mi dolor de espalda, cuando el dolor de Judith es obvio que es de humor.

Encuentro obvio que cuando Endika se ha referido al estado de ánimo de Judith como motivo del viaje - cosa que sigo sin entender porqué nos ha revelado -, el vasco no hablaba de un dolor de muelas, de barriga, fiebre quizá. Y yo no me puedo creer que Cata sea tan empanada como para no relacionar el viaje a un estado depresivo de Judith, que más claro sólo hay el agua de la laguna, niña. Así que me esfuerzo y le pregunto a Vanessa que qué estaban haciendo en la obra, que me interesa, claro, pero ahora mismo tengo el cerebro en ebullición. Apoyada en la pared y mirando al frente, como cuando juega al póker, me saca la sonrisa que no se borra nunca y me cuenta que hoy no tocaba apisonar, que tocaba hacer mezcla, supongo que para rellenar los moldes de los pilares centrales, que mientras Klara y yo apisonábamos ayer, los tres nicas y Pete montaban e instalaban el cubo alargado de madera alrededor de las vigas verticales. Ahora hay que rellenarlo de cemento, tendrá unos cuatro metros de alto, y si poner el encofrado de madera fue toda una operación, verter cemento desde allá arriba sin poleas tiene que ser también un desafío a toda ley, pero yo estoy aquí, convaleciente de la espalda y obediente al médico-amigo, intentando pasar desapercibido en una tensión enchufada por Cata, que se ha pasado de voltaje, y escuchando con una oreja a la canadiense resuelta y con la otra la conversación entrecortada de Judith y Cata. La que está mal, pero no de físico, Cata, coño, sino de vete tú a saber qué cosa emocional, algo que ver con el Chapu, puede, que no se va al viaje, pero quién sabe, responde a la indiscreta Cata con un "joder... ¿no?" sin sentido gramatical, pero con todo el del mundo. Cata continúa en su planeta de gominolas, con el dedo marcando la página de la que aún no ha pasado y la mente obcecada en un malestar gástrico de su interlocutora. "Claro, tía, estamos en La Prusia, aquí todo se sabe". Duro y a la encía, pero siempre sin ser consciente. Recapitulo como puedo, intentando fijar la vista en Vanessa y no permitiendo una sola flexión de ceja, mientras ella me anima diciéndome que habría sido peor para mi espalda hacer mezcla que apisonar, que he hecho bien en no bajar. Madre mía, Cata, estás que te sales. Judith no sale de su asombro y se arranca con un "nada, que me he levantado un poco pachucha esta mañana". Increíblemente Cata lo da por bueno, pero de verdad, para ella nada está siendo relevante, y le dice que "bueno, no es nada, pásatelo bien en el viaje, ah, y que ayer estuve hablando con Tess de que me hago cargo yo de hacer el cartel de la feria del turismo que iban a montar, que me había dicho que lo ibas a hacer tú, pero tú disfruta de tu viaje y no te preocupes". Y todo eso lo suelta con la mejor de sus sonrisas, en plan qué majos somos que te hago este favor sin problema y el mundo es rosa. Y Judith, sumergiéndose y salpicando en la obviedad, finiquita con un "no me preocupaba para nada" y se levanta del banco al que Cata la ha amarrado y se dirige a la casa amarilla, donde Tess y Endika comen algo con Haley.

En cuanto Vanessa se despide para pintar el armario que Ben tiene que tener ya hecho, me permito soltarme la lengua con Cata. ¡Pero, tronca, estás zumbada! Y le explico la película y su cara de divertidos mofletes y ojos miel se empieza a transformar de la incomprensión a la vergüenza, pero al final riéndose porque se lo cuento divertido, que también lo ha sido. Masculla y termina de entender, y se mofa pero se sabe insensible y le pica. Se intenta cerciorar de lo que hasta un niño de siete años sabría, y le apuntillo los detalles para que comprenda la que ha liado. Que ahora Judith subirá y le dirá a Endika (o no, ésta ya es mi película particular) "pero tío, que me ha soltado la Cata que qué me pasa, que estoy jodida y que todo el mundo en La Prusia lo sabe", y Endika, claro, me visualizará a mí, porque he sido yo el que me he interesado por sus vacaciones y ha sido a mí al que él ha contestado, en alto, con Tess y Cata delante, sí, pero dirigiéndose a mí, sincerándose demasiado al mentar los motivos incómodos de Judith. En fin, le reconozco a Cata que ha sido una cagada antológica, que nuestros rufios Ale y Lau se descojonarán cuando se la contemos, pero que al fin y al cabo Endika, Tess y Judith se van mañana de viaje y no vuelven hasta el 30 de diciembre, que por la fecha infiero que querrán pasar aquí las navidades. Y todo eso suponiendo que mi percepción de la vaina haya sido la correcta, que lo mismo Judith todo lo que tenía era malestar general y Endika se ha ido por las ramas. De nuevo, y por siempre, quién sabe, pero ha estado gracioso en esta anodina mañana.

Barro el porche a la espera de que Reanne y los de la obra suban la comida, por hacer algo de provecho para la comunidad de voluntarios, y llegan Ale, Lau y Marta de Granada con cajas y cajas de compra. Han conseguido que el taxista les cobrara en total 50 córdobas, cuando suelen cobrarnos 30 por cabeza. Y Ale también ha logrado un buen precio por una sartén nueva que pagamos del fondo de los voluntarios. Se jacta de estar convirtiéndose en un nica total en cuanto a no pagar ni un peso más de lo necesario.

Mitch me comenta que el trabajo en la obra no es difícil, pero sí muy cansado. Han dedicado la mitad de la mañana a hacer mezcla, como me contó Vanessa, y la otra media a apisonar, pero eran seis (Eider, Jose, Mitch, Klara, Pete y Mula) por lo que han podido apisonar cinco mientras uno descansaba, y así rotándose y avanzando.

Gallopinto con filete de ternera troceado y guisado con zanahoria y cebolla, más ensalada y fresco de tamarindo, que no me gusta. Klara, Pete y Ben deciden partir pronto para Granada, a hacer compra y conectarse un rato. Yo tengo entrenamiento con los chavales a las dos y media, por lo que no puedo unirme, que estaría bien llamar a Madrid e ir subiendo cosas al blog, pero otra vez será. Recojo los conos, me hago con una botella de agua y encaro el camino con Ale y Cata, que tienen clases de apoyo. Haley le ha encasquetado a Ale una alumna de inglés que quiere hacerse bilingüe para el curso de turismo que ha emprendido. Ale no sabe decir que no, y eso que hace gala de ser asertivo, y Haley sigue quitándose responsabilidades con una sonrisa y su tono suave. Ale descubrirá pronto que la muchacha no sabe decir "This is a pen", y que sin embargo los deberes que le ponía Haley eran del estilo de "haz una redacción contando lo mejor de la laguna". Menudo bicho la canadiense.

Recojo a Vladimir, a Rafa, a Jonathan, a Gerar y a Anthony en el mango y nos bajamos al cuadro donde me dicen que están Franklin, Abraham y Elton. Llegamos y éstos están jugando al beisbol bajo la atenta mirada del Guayo y otros mayores. El Guayo se me acerca, amistoso como siempre, con los ojos de zorro y la sonrisa fácil, para decirme que qué bueno que entrene a los chavales. Le doy bola, chocamos la mano, y sigo pensando en lo grandísimo hijo de puta que es. Ni Franklin, ni Abraham ni Elton se unen al grupo, muy dignos ellos, y muy maleducados en las formas, así que no les hago el menor caso y les digo que ellos mismos, que cuando vayan a jugar el domingo y pierdan, ya sabrán que ha sido por falta de práctica.

Saco los conos y formo una hilera frente a una portería improvisada ocupada por Vladimir, que aunque no juega de portero en el equipo se empeña en emular a Casillas. Aquí todos son del Barça, pero nadie es Víctor Valdés. Les hago ir sorteando los conos y disparar a puerta, animándoles y corrigiéndoles a gritos, situado detrás de la portería de Vladimir para recoger los goles que le cuelan, no tantos como cabría esperar. Hacemos varias series de pateos (disparos), instándoles yo a que lo hagan con el interior del pie para controlar la dirección, que la fuerza ya la tienen.
Elton y los otros dos rebeldes dejan el beisbol y se nos quedan mirando, vacilando a los que sí entrenan. Y les asesino con la mirada y se retiran a enganchar una vaca que anda por el cuadro y que probablemente no será suya. Elton lleva un machete y debe tener unos nueve años. Se van con la vaca y con sus malos modos, y sólo Franklin me responde cuando le pregunto si va a venir a la práctica del jueves. Me dice que es que no podrá jugar el partido del domingo porque no tiene botas. Yo le respondo que para la práctica no hacen falta, que ninguno de los que están llevan (sólo Anthony, el resto van con chinelas, y Rafa con unas deportivas que cualquiera diría que lo son, rotas y sin talón, usadas ya como chancla). Franklin me da la razón y me dice que sí, que el jueves se apuntará. Quién sabe, claro.

Unos tragos de agua y les pongo a hacer un gol regate, dos para dos. Jonathan responde a las expectativas, es un gran goleador, y Rafa se muestra como un defensa contundente a pesar de medir dos cabezas menos que el primero. Vladimir se enfada si se le quita de la portería y Gerar hace de chupagoles sin mucho acierto en el remate pero sí en el corte de balón. Se desmarcan bien, Jonathan hace grandes pases y Anthony me sorprende con un golpeo bueno de balón y un control más que digno, y mide menos de metro y medio. Quedamos para el jueves a las dos y media en la ceiba, que yo no conozco el camino a San Matías, que es donde más les gusta entrenar. Me confundo y digo Santa Mariana y ya tienen motivo de chiste para toda la tarde. Y nos vamos hacia el proyecto, sin Vladimir, que se ha retirado antes enfurruñado sin motivo, supongo que sólo cansado. Hemos estado una hora y poco y hemos descansado lo justo. Para sustituir a Vladimir me he puesto yo y el poco rato que he jugado me ha servido para pinzarme de nuevo las dichosas lumbares.


De izquierda a derecha. De pie: Anthony, Jonathan y Gerar. Sentados: Rafa y Vladimir


En el proyecto siguen Mula, Alex y Pico, que ya están recogiendo, por no decir haciendo nada. Hablo con ellos, les explico lo de la espalda, que me la jodí cargando en mala postura el andamio, Alex se muestra comprensivo y ambos me dicen que Mitch curra a un ritmo demasiado rápido, que o se relaja o no dura una semana. Supongo que eso nos pasa a todos, que empezamos queriendo demostrar y nos relajamos al par de días viendo que no hay nada que enseñarles sobre nuestras capacidades a estos orgullosos tipos. Les invito a un cigarro y les tiro unas fotos con Omar, que aparece para fardar de cuerpo con su camiseta blanca sin mangas y su reproductor MP3 (es de los pocos pudientes de La Prusia, a tenor del tamaño de su finca y de cómo pinta su casa desde fuera).



Alex nos tira una foto a los tres, yo en medio, flanqueado por Mula y Omar. Me tomo la libertad de hacerle la coña a Mula de agarrarle una teta, y se retuerce riendo, y Alex tira la foto y la ve y se descojona. Ya somos colegas, qué machotes, pero qué niños, todos, yo incluido.





Cata y Eider están en el taller de pulseras, con niños muy aplicados.


Cata atiende a una niña asustada por mi cámara, mientras Juanito ni se inmuta, y al fondo Eider lidia con tres a la vez


Ale y Lau están con un par de chavales enseñándoles a diferenciar entre palabras agudas, llanas y esdrújulas.



La chica dice que tiene que ir a por un lápiz y se va con el bolso y ya no vuelve. El chaval, Juan, qué nombre más fácil, por fin, aguanta hasta terminar el ejercicio, nos da las gracias y se retira.



La verdad es que muchos son muy educados. A cada trago de agua que he repartido en el entrenamiento, el que terminaba de beber daba las gracias y pasaba la botella, sin excepción.

Antes de irnos le tiro unas fotos a la obra, que hablo mucho de ella y todavía no la he enseñado. Pico anda por ahí, pero está al teléfono y no le molesto.





Echamos el candado y nos ponemos en camino de vuelta a casa, con Marta, que también ha terminado su clase. Por el camino nos encontramos con la doña y Eva, que van siempre juntas, como los guardiaciviles. Huimos como podemos, y Cata, Eider y Lau se muestran empeñadas en ir a por una botella de guaro para rellenar los minutos que tenemos que estar fuera de las casas porque Carlos va a fumigar. Pero cuando llegamos al porche azul éste, cargado ya con la mochila-bidón de veneno, nos dice que en el porche podemos estar, así que ni Pete, ni Jose, ni Vanessa ni Reanne, que son los que están allí, les acompañan.

Pete ha encontrado el chompipe en La Colonia. Para más inri, en la carnicería y defendiéndose con su pobre español, pidió un chompopo, un chumpipo, un champipo, hasta que acertó con chompipe, a lo que contestó la charcutera: "¿un pavo?". Así que sí que tienen, y la dependienta sí diferencia entre pavo y pavo real, por mucho que se haya descojonado media Prusia de la buena intención de Pete mezclada con su falta de conocimiento del idioma nica. Se la ofrecen congelada toda la pieza, así que decide volver mañana y subirlo en la bici, y ya lo descongelará para hacer una cena de Acción de Gracias en condiciones. Es tan majo que invita a toda "mi otra familia de La Prusia", incluyendo a la doña y a Eva, que nunca cenan con nosotros, pero Acción de Gracias no deja a nadie fuera. Manda huevos que sea una festividad que conmemora que los nativos norteamericanos dejarán a los colones establecerse en sus tierras. Pero qué manera de contar la Historia es esa, copón.

Pete nos cuenta que a la vuelta de su periplo en Granada, mientras buscaba un taxi, una furgoneta de policía se detuvo a su lado y unos cuantos de sus uniformados ocupantes le requerían. "Venga, venga". Y Pete sin saber qué hacer, señalándose el pecho con incredulidad y mirando a los lados, hasta que reconoció a El Caballo, el pitcher titular del equipo de La Prusia, que resulta que es madero y simplemente le estaba ofreciendo acercarle al cementerio. Esto es Nicaragua, donde un policía puede hacerte un hueco en el furgón sólo porque te reconoce de un partido de beisbol y te salva de un pateo de más de media hora bajo un sol inclemente. Así que Pete tan contento escoltado por la policía.

Vuelven los del proyecto alcohólico con las manos vacías, que la de la venta ha vendido todo el guaro que tenía, carajo con la gente de La Prusia, y llegan Ben y Klara con sus compras. Es de noche ya, no se ve más allá del porche, y yo corrijo mi postura a instancias de Ale mientras escribo.

Antes de subir me he pesado en la báscula de la consulta y he ganado kilo y medio. Teorizo con que tal vez sea que pierdes peso hasta que el cuerpo se acostumbra a la nueva dieta y luego lo empiezas a ganar. También habrá ayudado la lata de atún diaria, que soy obediente. Cata ha perdido cuatro kilos y toma nota del truco nutritivo de Pete.

Lau se acomoda en la mecedora de madera, pintada de verde y amarillo y que ya no funciona como mecedora, a ponerse al día con el blog, que aún le queda. Ale le tira fotos, Jose se sumerge en la lectura, Haley y Mitch llegan de Granada (no para de hacerse la simpática con el nuevo, se lo querrá tirar) y Cata y Pete hablan de la obra.

El tejado se va a quedar como se planeó, porque cambiarlo ahora por el gusto estético de la doña no tiene ni sentido ni solución. Y ahora el tema es el perlín, que es el entramado de rejas que va sobre las paredes y que sujeta el tejado, dejando que la luz y el aire entren en el edificio desde la altura. Eso es tarea de soldadores profesionales, y Cata está de nuevo exasperada porque han ido a pedir un presupuesto y les han dicho que 15.000 córdobas, con mano de obra (tres soldadores) incluida. Pero a la doña le pareció demasiado y se decantó por el presupuesto ofrecido por Francisco, al que llaman El Gato, y que se queda en 9.000 córdobas, sin mano de obra. Judith le ha preguntado a Cata que qué le parece que se encarguen los voluntarios de soldar, y ésta, tirando de la lógica que da estudiar arquitectura, le ha dicho que, primero, los voluntarios no sabemos soldar, que no es como llevar baldes de cemento, y segundo, que a ver cómo suben el perlín al tejado una vez soldado, que aquí se trabaja como si no conociéramos ni la rueda ni la polea. Que todo eso es trabajo de profesionales. Pero la doña sólo pide opiniones como los niños que acaban de hacer un dibujo de muchos colores: sin esperar una postura sincera, sólo aguardando a que le den la aprobación a sus ideas. Así que la doña le dice que sí, que muy bien, pero que no, que lo harán los voluntarios, que tampoco hay porqué pedirle opinión a Pico y que soldar no es para tanto, que El Gato lo supervisará todo y que somos cojonudos. Pero qué ostias, que eres filóloga hebrea, buena mujer, y de la obra sabes lo mismo que yo, o sea, nada. Pero es incapaz de dejar que las decisiones importantes las tomen quienes saben, así que Cata, envuelta en un halo de desesperación, ha optado por cerrar la boca y comentarnos a nosotros las pretensiones de esta buena mujer.
Pete se marca un símil con su profesión de abogado especializado en delitos federales y fiscales: siempre le decía a mis clientes "haced esto" y luego hacían lo contrario y venían reclamándome y yo les decía "pero recuerda que yo te dije que hicieras esto y no lo contrario", y que sólo entonces los clientes decían "es verdad, tenías razón". Human nature, concluye.

Pete dice que él es capaz de soldar, y que lo hace, pero que lo hará mal. Que la llama del soplete debe ir a una temperatura diferente para cada metal que se vaya a soldar, y que vamos a trabajar con acero, y que a saber el despiporre que podemos armar, aparte de quemarnos un par de veces. Y Cata le da la razón pero ambos se ríen sabiendo que al final se hará lo que a la doña le parezca. Como ejemplo, Pete dice que Pico le pidió a la doña una sierra mecánica, y la doña no se la compró porque costaba 100 dólares, pero se hizo con una fija, eléctrica también, pero que va encasquetada en una superficie cuadrada que se acomoda sobre el suelo, por lo que tienes que llevar allí las maderas para cortarlas. Ésta cuesta 80 dólares, y el trabajo que se puede hacer con una sierra mecánica transportable en comparación con el poco uso que le podemos dar a la que tenemos está valorado en mucho más de 20 dólares. Pero el atrevimiento de la ignorancia, otra vez, es el desayuno de esta mujer que tanto se parece a Gloria Fuertes pero que no sabe ni contar cuentos ni escuchar los de los demás. Y ahora toca reunión y ya ninguno sabemos si realmente compensa rebatirla cuando saque el tema para pedir que algunos voluntarios dejemos la obra, donde se nos requiere, para pasar a soldar, donde no podemos hacer gran cosa, por mucho que un tal Gato nos supervise. Pagar menos a veces es caro, y eso lo saben hasta las piedras.

En la reunión, la doña me pide que vaya a hablar con Los Salesianos, que le conté la aparición del hombre que repartía comida a las madres de los futbolistas y le encantó y es toda ternura de abuela hacia sus niños hambrientos. Así que me insta a ir al colegio a enterarme y que me cuenten, para ver de qué manera podríamos coordinarnos con ellos. Pues claro, mujer, por preguntar que no quede.

El resto es más de lo mismo, que mañana ginkana con los críos, que hace falta peña para las clases de apoyo ya que muchas de las profes están de vacaciones (Eli, Alba, Tess y Judith, la joven), y el tema de la Acción de Gracias de Pete y poco más, hasta que Eider pregunta por lo de la soldadura del perlín, pues ha sido la primera a la que la doña le ha pedido que se deje de obras y se ponga a soldar, y Eider está dispuesta a hacer lo que sea (vasca hasta la muerte) pero entiende que esto es casi una locura. Y se arranca Judith, a defender el presupuesto y a matizar que nadie soldaría, que sólo lo haría El Gato. ¿Entonces qué tendríamos que hacer? No se sabe explicar, y deja caer que si nos animamos a hacerlo, él forma a quien se preste, con lo que no se resuelve la duda. Quién sabe, quién sabe.

La doña se escuda, y tiene razón, en que las donaciones no son infinitas, que los perlines de las aulas las hicieron voluntarios que aprendieron a soldar y que no hay porqué hacerlo a la vez, que se puede esperar a terminar el suelo para empezar con el tejado para no tener que dejar a pocos con el trabajo de apisonar. Así que empieza a contradecirse, porque si todo es cuestión de presupuesto, qué sentido tiene alargar la obra cuando los que cobran lo hacen por horas. También cambia de opinión asegurando que El Gato sería el único que soldará, pero que si nos pide ayuda no le digamos que no de frente que, se repite, hubo voluntarios el año pasado que soldaron. Y termina montándome tal cristo en la cabeza que opto por obviarla y mañana ya veremos.

Me imagino a Pico con los cojones inflados como cepelines ante tanto cambio y tanto ir y venir de obreros.

La nota cómica de la reunión la pone Mitch, que balanceándose en la hamaca se las apaña para que se suelte uno de los extremos, con lo que queda tendido sobre el duro suelo después de una pequeña caída y con los pies aún en la hamaca y la cabeza descansando en la tierra, como el jinete que alcanzado por una flecha de apache cae del caballo pero el pie se le queda en el estribo. Por suerte se convulsiona de la risa en el suelo y nos transmite tranquilidad con un "bien, bien, todo bien, sólo divertido".

No hay póker esta noche, que son las diez y hemos terminado tarde, así que suelto ya el portátil, que he entrado en barrena y Ale me llama compulsivo. Veamos si funciona lo de los colchones, que finalmente los até con nylon a la madera que hace de somier en pos de la horizontalidad del sueño. Y veamos qué es el Diazepam, que esta vez nos acordamos. Me da la dosis más baja, y a las diez y dos minutos estoy en trance.

sábado, 21 de noviembre de 2009

La paranoia de una abuela, un abogado contra un chompipe, y sigo siendo el pupas

16/11/09

Me levanto con las lumbares relajadas y decido que vuelvo a la obra, pues claro, coño. La gente se despierta tarde y con cara de lunes, llegamos a la obra a las ocho menos cuarto y en dos minutos tengo un pisón en la mano. Que te lo cuenten es una cosa, hacerlo es otra. Es durísimo. No tienes que hacer fuerza para empujar abajo el pisón, hay que dejarlo caer, pero lo suyo es elevarlo hasta que tengas los brazos estirados por encima de tu cabeza. Por suerte mi lumbalgia mecánica por sobrecarga no se resiente de este esfuerzo, pues todo son hombros, pecho y brazos, y piernas si las uso para impulsarlo hacia abajo, manteniendo la espalda recta, que aunque no le hago caso al médico en cuanto al reposo, sí procuro controlar la postura. Esto es mucho mejor que el maldito y aburrido gimnasio.

Esta vez el trabajo duro sólo lo hacemos Klara y yo, que a Eider le toca cena, y Reanne y Vanessa están liadas con el desayuno y luego bajarán a Granada. Pete y los tres nicas, Alex, Mula y Pico, están ocupados haciendo los pilares centrales, colocando moldes y demás, así que los peones somos mi alemana y yo que sufrimos el nivelar el suelo, haciéndolo descender un par de pulgadas.

Cuando he llegado y he dado los buenos días individualmente a Alex, a Mula y a Pico, los tres me han contestado con una sonrisa y un gruñido, y a Pico le he preguntado cortésmente qué tal, y me ha respondido que fatal, y nos hemos reído. Para su inexpresividad habitual, esto ha sido un logro.

Apisonar es lo más agotador de todo lo que he hecho en la obra. A la hora, ya sólo haces cuatro impactos para luego descansar, con los bíceps montándose y los hombros hirviendo. Sudo como nunca, pero como nunca, con gotas fluyendo y creando arroyos por los brazos y el pecho, descamisado ya, y formando charquitos bajo mis pies.

Conseguimos hacer menos de la mitad del mismo almacén en el que ya estuvieron trabajando el viernes, pero es que Pico nos dice que no sólo hay que volver a hacerlo, que son dos tandas, sino que cuando terminemos echaremos más tierra y de nuevo dos días de apisonar, que así es como se hace para que quede un suelo duro y compacto. Me cago en la puta. O puede que nos esté vacilando...

En un momento dado aparece una furgoneta y aparca junto al proyecto. Los niños y las madres se agolpan a su alrededor y un hombre calvo y con gafas, con camiseta de Los Salesianos, empieza a repartir leche en polvo, aceite en bolsas de plástico y arroz. Veo a Franklin, jugador de los Alcones, entre el tumulto y le pido que me explique. Me dice que es un padre de los Salesianos que reparte comida entre las madres de los que juegan al fútbol, pues la liga la organiza el colegio de Los Salesianos. Aplaco mi curiosidad y de vuelta a aplastar el suelo.

A las doce y cuarto Pico nos pide - recordemos, a los voluntarios no nos ordena nada, sólo nos dice con tono de telefonista lo que toca ahora - que lo dejemos y que descarguemos unos diez cubos de agua en el cuarto, procurando darle a la pared para que el agua caiga y arrastre la arena que está pegada a la pared y que es muy difícil de llegar a apisonar. Y cargando los cubos de agua es donde mis lumbares vuelven a hacerse notar.

Regresamos Klara y yo hacia la casa hechos cisco. Yo en realidad no estaría tan jodido (obviando las manos, que son pura ampolla) si no fuera por esos últimos cuarenta minutos de cargar y descargar pesados cubos de agua. Mierda, soy un paciente penoso. Ale se apiada de mí nada más verme llegar con mi mano derecha agarrándome absurdamente las lumbares y me cambia el tratamiento. Eferalgan a la hora de la comida y por la noche. Nolotil en ampollas para cuando el dolor sea inaguantable. Diclofenaco 75 miligramos retard cada doce horas, un antiinflamatorio, y Omeoprazol para que el estomago no saque la bandera blanca. Y un Diazepam esta noche para rematar, y todos me dicen que me deje de ostias y que mañana no vaya a la obra, pero me muestro obstinado, y Ale respeta la autonomía del paciente, que para eso soy dueño de mi cuerpo. Sé que tiene razón, pero escaquearme aquí de verdad que me sabe peor que el aguarrás para desayunar. Incluso Judith me dice que es maravillosa mi disposición, pero que no sólo debería descansar, sino encontrar un cinturón de esos de obrero. Pero yo sólo respondo que si me levanto jodido me quedo en la casa, y si no, allá me tendrán con el pisón, que si no cargo peso todo va bien.

Me zampo mi gallopinto con pasta, previo duchazo a base de manguera, y me dejo caer en el banco de madera, a ver si la dureza de la superficie me hace algún bien. Y comienzo con el cóctel de drogas.

Escribo como un poseso a la hora del café, que no tengo ninguna actividad por la tarde y me siento inspirado. Tecleo sentado todo lo recto que puedo y metiendo las abdominales para adentro y sacándolas en cortos intervalos cada veinte minutos, recomendación de my personal trainer Pete.

Ale y Lau se han ido a deporte con los críos, que yo les iba a ayudar, pero seamos serios, respondamos al aviso del dolor. La semana que viene les hicieron una ginkana, pero esta semana les dejarán jugar al fútbol, que Ale tiene un límite con los críos y mejor dejarles dándole patadas a un balón y santas pascuas. Comenta fumando antes de bajar a lidiar con la horda de salvajes que le ha dicho su tía que cuando vuelva a casa ya puede ponerse a jugar con los sobrinos sin rechistar, y dice que unos cojones, que por eso él no tiene hijos. Rufio, le dice Lau, que apoya su postura sin ambagajes ante la risa sorprendida de Marta, educadora social profesional y no comprensiva con los momentos de desesperación del voluntario.

Klara me acaricia la espalda y busca entender lo que escribo, así que elijo traducirle palabra por palabra la parte de la partida de póker, haciendo esfuerzos sobrehumanos para encontrar el vocabulario, y ella está todo melosa y despreocupada, encantada con que yo sea escritor, que debe ser atractivo. Y lo es, y lo sé, ja.

Mitch llega de Managua, a donde ha ido a acompañar a una chica de La Prusia que tenía que ir a no sé qué de la universidad, y no quería ir sola, y esa ha sido su primera misión como voluntario, a la que se ha ofrecido, bien por él. Llega hambriento, que por lo que dice Jose come tanto como él, aunque está delgado, no tanto como mi padrino libra y como yo, pero delgado. Le pregunto a Klara si le parece guapo, que yo tengo la duda, que siempre he sido apto para reconocer la belleza masculina, y me dice que sí, y me vacila con que es de su edad y con que tal vez le convenga más que un español que le saca casi 10 años, y me muerde el cuello y se ríe en mi oreja. Y resulta que van a jugar al Catán de las narices él, Haley y Klara, y ésta me dice que juegue, que Mitch va a jugar y que quién sabe, la cachonda. Pero paso, a lo sumo la acompaño a dejar su ropa sucia a donde Chilo y yo recojo la mía. Finalmente Jose se une a la partida de Catan, para completar el cuarteto que hace más entretenido el juego.

Mientras ellos juegan aprovecho para hacerme con uno de los colchones de una de las camas que van a sacar de la casa azul, que sólo estaban como depósito de ropa y ya tienen uno de los armarios de Ben instalados, por lo que no hace falta tener esa cama como nido de bichos. Gaseo el colchón y lo uno al que ya tengo en mi cama. Dos colchones buenos tal vez hagan uno mejor.

Ale ya ha vuelto de jugar con los críos y está destrozado, pues como se dice mucho aquí, "qué montón", y ha quedado en la casa de voluntarios con Arantxa. Ésta, experta y trabajadora en Granada, conocedora de entresijos legales y funcionamientos nicas, le alecciona sobre cómo recuperar la caja de medicamentos que el murciano envió desde España y de la que nunca más se supo. Va a tener que liarla en MRW en España, llamando a casa para que sean ellos los que reclamen, mientras Arantxa habla con el alcalde de Granada para que certifique que las medicinas son para nuestra ONG, pues resulta que por mucho que haya pagado Ale para pasar las aduanas, necesita también un permiso firmado por el Ministerio de Salud de aquí y sellado por la embajada de España para que él pueda salir del país dejando aquí las medicinas, cosa que los de MRW no le dijeron. Y si esto no funciona, a Managua a pagar los impuestos para que permitan la entrada de los medicamentos.

Por supuesto, gana Klara al Catán, ante los gritos de Pete, que repite "I told you, Mitch, she is a fucking witch". Eider se está currando una ensalada de pasta y patatas al horno, Reanne lee en alto para Ben y Vanessa, Lau hace castillos de naipes esperando a que yo ponga punto y final por hoy, que se ha quedado retrasada en este culebrón que escribo por sus muchas tareas y Ale intenta coserse los nica-pants que finalmente se compró en el mercado de Masaya y que le dejan el jamón al aire cuando anda o se tumba, pues se atan a la cintura pero las piernas son voladas, como los pantalones tailandeses, pero abiertos. Se los compró para evitar ser mordido por los mosquitos cuando está en el porche y ha anochecido, o incluso para dormir, y consigue hacer un buen trabajo y transforma sus pantalones de pernera abierta en unos anchos y naranjas, poco propios para vestir pero que cumplirán su función protectora.

Pete escribe sus notas y me comenta que Pico no ha estado nunca en Masaya, dice que no le gusta, aunque no ha estado, y Pete entiende que no hay motivo para preguntarle porqué. "They've never been anywhere".

Haley comenta que Arantxa ha traído pantalones tejidos por las mujeres del taller de costura, que son pantalones bombachos que se atan en el tobillo y las telas son las más feas que hay en el mundo textil. Sólo hay unos negros y otros azul apagado y se los han agenciado ya Cata y Lau, mis rufias. El resto de chicas eligen entre rosa chicle, verde fosforito o amarillo chillón. Nica-pants auténticos para todas, así que Ale ya no es el único que viste hortera de cintura para abajo en casa.

Y llega la cena de Eider, sin patatas, que no le han salido bien y está un poco decepcionada, pero se la anima rápido, que lo cierto es que con la ensalada a más que cumplido. Lleva hasta huevo duro, cosa que aquí yo no he catado todavía, y motivo por el que Ben vuelve a expresar su grito "this is fucking awesome, dude". Damos buena cuenta de la cena y toca reunión, de lunes, que promete ser larga y no nos apetece a nadie.

La doña expresa su disgusto porque "Nicaragua está cambiando muy rápido, ya no es lo que era, siempre os dijimos que éste era un país seguro, en el que podías andar por el camino de La Prusia sin problema, pero eso está cambiando, se están formando bandas y el camino ya no es tan seguro, así que tener cuidado con qué taxis cogéis y no subáis solos por el camino". Es una abuelita un tanto paranoica, como la mayor parte de las abuelitas, pero supongo que tendrá su punto de razón. El otro día le sacaron un cuchillo a Eli para atracarla, justo al pasar la chanchera (el criadero de cerdos que está a la mitad del camino). Era un grupo de chavales, pero todos se quedaron a la vera del camino observando la actuación del más osado, que enfundado en un pañuelo tipo badana y apestando a guaro intentó intimidar a Eli, que tuvo la suerte de ir acompañada por Alemán, que se encaró al chaval increpándole que le conocía, que qué cojones estaba haciendo. Los amigos animaron al ladrón a que les dejara en paz, que es el Alemán, y finalmente la cosa quedó así, con un mal rato para todos y Alemán con la sangre a borbotones hirviéndole en las venas, pero sin salir de ellas. Así pues, esto se está poniendo feo.

También le han comentado a la doña que se está empezando a estilar un método de robo importado desde Colombia. Un tipo te pregunta por una dirección o lo que sea y aprovecha que está cerca de ti para soplarte polvos de burundanga, una droga que se saca de un árbol que sólo crece en Colombia y que anula la voluntad, no te deja inconsciente, pero sí totalmente inherente, momento que aprovecha el pícaro para desvalijarte, si es que se contenta con eso. Eva entra al trapo, haciendo parecer que sabe mucho de todo, cuando lleva aquí días, será que está en estado maniaco. Me pone nervioso esta mujer, que apoya a la doña sin reparos sin darse cuenta de que está alimentando su temor y haciendo parecer que somos todos tontos menos ella, que tiene una cara que si es cierto aquello de que ésta es reflejo del alma, vamos dados.

Por todos estos motivos, la doña ha decidido que no deberíamos dejar entrar a nadie de La Prusia en el recinto de las casas de voluntarios, a excepción de Mula y Pico, que son contratados de ACE y son de familia de buena reputación. Ni niños, ni nada, incluyendo al bueno de Alex, pues, dice ella, su familia no tiene buena fama. Y ahí Pete ya no puede más y se viste su toga de abogado. "You know, I haven't got an opinion, I can't say if Alex's family is bad, better or different, I don't know, but I'll be glad if you could tell me who is giving you this information, Judith", y la doña responde que su informante es la gente del comité de seguridad que se formó hace tiempo en La Prusia, cuando todo estaba tranquilo y el comité tenía poco trabajo. Pero Pete insiste: "You know Judith... 'the people says' is bullshit. Certain people know certain things, so I'll appreciate if you could tell me who is member of that committee and who is telling you all this". Judith se queda un poco atónita por el arranque de nuestro Pete, que tiene toda la razón y está hasta las narices de los rumores que se dan por verídicos y de que gente como Alex se vea afectada por comentarios que vaya a saber usted quién los suelta a los cuatro vientos. Por lo que sabemos, en ese comité está el Guayo, el ladrón reconocido por todos, así que empieza a sonar esto a que le están comiendo la oreja a la doña para que se sienta amenazada. Pero también es cierto que nunca antes le había pasado nada a nadie en el camino y a Eli el otro día la sorprendieron con el resplandor del acero. La doña le promete a Pete que el jueves tendrá un listado con los nombres de los miembros del comité. Quién sabe, que es la pregunta que funciona como respuesta que más se oye en Nicaragua (incluso los niños de las clases de apoyo responden quién sabe ante una operación aritmética).

Yo le voy traduciendo a Ben y a Klara que están sentados a fuera del porche (norma antigua, no fumar en las cenas ni en las reuniones, aunque la única a la que molestaríamos los productores de humo sería a Haley, una contra quince, y tiene que ganar ella). Ben se descojona con las cosas que ahora empieza a entender, pues si yo no hago por traducirle simplemente desconecta. Mientras le cuento, dibuja con una piedra blanca sobre la losa que cubre la fosa séptica un alien calvo en su nave espacial. Le pregunto si es Eva preparada para abducirnos a su planeta, y la carcajada del neuyorkino ya es grande.

Ben es de mi misma opinión: dejemos que la doña diga lo que quiera en la reunión, que imponga las reglas más inútiles que se le ocurran y que luego nosotros ya debatiremos por nuestra cuenta, que intentar contradecirla no lleva a ningún sitio más que a prolongar las soporíferas reuniones. Me asegura que cuando no está la doña, la vida puede ser maravillosa, que decía el calvo de pajarita que murió antes de que yo volviera a nacer en este lado del mundo, tan lejos de aquellos jugones, tan cerca de estos nuevos. Desde que yo estoy aquí la doña también habita La Prusia, pero Ben estuvo dos semanas sin jefa ni ostias y las reuniones duraban cinco minutos, pues sólo se debatía lo estrictamente necesario, que después de cenar no hay mítines que entren bien como postre.

Pete resalta que él de todas maneras ha invitado a cenar a Alex, Pico y Mula para el jueves, que va a hacer cena de Acción de Gracias, aunque no cae en ese día, faltaría una semana más, pero el jueves le toca cocinar a él (impuesto por super Haley) y es el día más próximo al de la festividad únicamente estadounidense. La doña empieza a recular y permite la invitación, y Pete ya lo deja estar, terminando su intervención con un "I know I'm hard, I haven't got a heart". Abogado yanki hasta la muerte.

Lo de la cena de Acción de Gracias le trae de cabeza a Pete (que se apellida Driscoll, como el de King Kong, porque un cinéfilo se merece un nombre peliculero). Se le ocurrió preguntarle a Alex, Pico y Mula dónde podría comprar un pavo de unas veinte libras para darnos de cenar a todos, ellos incluidos. Y ellos no podían parar de reír con las locuras de ese yanki de piel pálida, hablar trabado y fuertes brazos. En Nicaragua, un pavo es un chompipe. A lo que ellos llaman pavo a secas es el pavo real, con lo que no podían imaginarse a este hombre encontrando uno de 20 libras para matarlo y comérselo, con sus plumas arcoíris y todo. Cuando por fin Pete entendió, se unió al absurdo general. Es consciente de que es un "caballo torpe", y hace lo posible por demostrar a sus compañeros de trabajo que el primero en reírse de sí mismo es él.

Como mucho encontraría el chompipe en La Colonia, ese supermercado pijo en el que también puedes encontrar botellitas de aceite de oliva a precios desorbitados. Lo mismo se va a tener que contentar con comprar tres pollos y rellenarlos. No será ni en la fecha de Acción de Gracias, ni con el pavo de Acción de Gracias, pero el ritual lo cumplimos igual, aunque estemos lejos de la tierra de los yankis.

Terminamos la reunión y hay ambiente de póker. Nos juntamos Ale, Ben, Eider, Haley, Vanessa, Klara y yo. Mitch dice que también le da al Texas Hold'Em pero que hoy no, que está reventado, que se ha levantado a las cinco para acompañar a la chica aquella a Managua y que otra vez será. Somos siete, por lo que bote es de 140 córdobas, que seguimos dejando para el ganador. Ale termina haciendo un re-buy, Eider otro y Klara otro, por lo que el bote se pone en 200 córdobas, que ya es. Cae Haley, cae Eider, caigo yo con dos nueves en mano contra dos reyes en mano de mi alemana, cae Klara, y Vanessa y Ben se disputan el heads-up. Ben lo juega duro y bien, faroleando con estilo y clavando buenas jugadas, y se levanta la pasta, que le viene muy bien, y buenas noches que son las doce y mañana hay que hundir el suelo bajo nuestros pies.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Bisbal, siempre es un placer tenerle con nosotros

15/11/09

Nos levantamos a eso de las nueve pero salimos de la habitación a las diez y cuarto. Desayunamos donde nos descubrió Pete, que es domingo pero el local tiene su cartel de neón iluminado y anunciando manjares. Me acerco a comprar tabaco a un vendedor ambulante y me dice que el paquete de Belmont rojo es 40 córdobas. Le digo burlón que ayer eran 30, y su única reacción es una risa bobalicona que acepta mis 30. Será posible, te la intentan clavar como sea y si no lo consiguen lo único que hacen es seguir riéndose del gringo.

A las once menos diez estamos en el parque y a y diez decidimos que Cata, Ale, Marta, Haley y Edier no han confiado en nuestra palabra y se habrán pirado ya. Nos movemos y cogemos el bus a Granada, Granada, Granada al vuelo.

Antes de entrar en Granada, el autobús tiene que parar a echar gasolina, y todo suave, suave, que la prisa no se inventó para el Trópico.

Pasamos por el Pali y vemos a Terry, tan amable y preguntón como siempre, insistiendo en el plan de irnos a ver las isletas del lago Cocibolca con nuestra botellita. Le sigo diciendo lo mismo, que los fines los tenemos liados pero que yo le llamo para confirmarle, que la verdad es que el plan puede ser apetecible. Y nos vamos al ciber, a ver mails y comer algo. El camarero habitual, bajito y rechoncho, de pelo rizado y grasiento me suelta "Bisbal, siempre es un placer tenerle con nosotros". Desde que me conoció me llama el español o directamente Bisbal (en Nicaragua te robé el mote, Zurcovas), y qué bueno que el camarero te conozca y sea amiguete, todo se vuelve más acogedor.



Nos subimos en un taxi a la puerta del Hotel Colón y el conductor nos desvela que hay un proyecto para asfaltar el camino hasta la ceiba, que eso sí es terreno municipal, pero quién sabe. Nos informa de que todas las casas que están pegadas al camino están construidas sobre suelo municipal, que sólo los que están al otro lado del vallado son fincas en propiedad.

Mientras él habla por los codos, encantado de saberse más sabio que sus jóvenes pasajeros, nos cruzamos con Lenin y unos cuantos de los Alcones, que bajan uniformados como pueden a jugar su partido dominical. Lenin me sonríe y me apremia con la mano para que les acompañe, pero le pongo cara de circunstancia y cada uno continúa su camino. Me hubiera gustado unirme, pero estoy molido y necesito llegar a lo que llamamos casa, y lo es, que como dice el taxista, allí donde duermes al menos dos noches seguidas, puede convertirse en tu casa.

Allí andan algunos de los integrantes del viaje a Masaya. Lau me dice que ha dormido catorce horas del tirón y que Jose se ha ido a la laguna todo el día con un yanki que llegó el viernes, cuando no había nadie, pues le esperábamos para el día 20 pero no quiso esperar tanto. Se llama Mitch y es de Boston, de 22 años. Lleva su pelo negro en trencitas y recogido hacia atrás con una imperceptible diadema de goma negra. Viste barba de tres días, muestra un buen dominio del español y parece muy resuelto. Me da la impresión, con lo poco que valen las primeras impresiones, que es el mítico estadounidense que se cree a vuelta de todo.

Cuando llegó el viernes sólo andaba por aquí Tess, con lo que tuvo suerte. Le acomodó en la casa azul, pero va a ocupar alguna cama libre de la casa amarilla, que como no sabían dónde estaban las llaves pues no ha podido establecerse todavía. Tras alojarle se lo llevó a su casa con Endika, con lo que nos dice que sin problemas, que muy bien el fin de semana.

Klara y Haley quieren jugar al Catán, el jodido juego de estrategia, pero nadie quiere, todos amedrentados ya, así que se van a por Alex, el nica, a buscarle a su casa. Ese se apunta a cualquier juego.

Ale me cuenta la siguiente historia que le ocurrió a Lau y a Jose, muy apropiada para vivirla con la resaca sin dormir que llevaban estos: resulta que Eva no se había enterado de que habíamos cambiado de sitio el lugar para esconder las llaves de la casa amarilla, aunque se dijo en reunión, y cuando Jose y Lau llegaron arrastrándose se la encontraron en proceso de desquicie absoluto, principalmente porque estaba con el ataque de ansiedad lógico por no haber podido meterle mano a sus medicinas. Ha terminado habitando con la doña, pero sin pegar ojo esa noche por la falta de su droga dura. Y todo esto con Jose y Lau con cara de pasa y unas ojeras del tamaño de sus mejillas, aguantando el chaparrón y Carlos de fondo pegando tiros, que parece que ha habido gente husmeando por ahí, porque se nos fue la olla y dejamos las luces de los porches apagadas, cosa que no es recomendable. No puedo parar de reír con la historia, que el murciano tiene gracia de monologuista.

Llegan Klara, Haley y Alex y se unen a Eider para echar el fatídico Catán, y luego una escoba a la que se apunta Ale, y luego lo que sea menester, non stop.



Si le preguntas a Alex por una suma o una resta, te dirá tímido que no sabe, pero es el más rápido jugando a la escoba, aprendió a la primera a jugar al ajedrez y te responde de inmediato cuántas bolsas de cemento faltan, cuántas sobran, las barras de metal que necesitamos si resulta que hemos traído cinco de más del almacén, etcétera. No se le escapa nada en cuanto al conocimiento aplicado, pero conocimiento teórico no se lo reconoce a sí mismo. No es falsa modestia, es que realmente está convencido de que una resta de dieciséis menos cuatro no la sabe hacer, pero sí sabe que si suma once a su cuatro de bastos hace escoba, y no necesita ni un segundo para concluirlo. Suele ganar a los naipes.

Pete me pide una clase de español. Tiene problemas con la expresión "hace falta", cuándo se usa con el verbo auxiliar hacer y cuando no, y me doy cuenta de que son buenas dudas, de que en realidad no sé explicar cuando se usa "a esta mesa le hace falta madera" y cuando "a esta mesa le falta madera", pero me las apaño para sacarme una regla de la manga que le satisface y me agradece sobremanera con un "thanks Julio, you are the man". Y hablamos los dos con Cata sobre la obra, que está exasperada porque el otro día bajó la doña y decidió que el tejado no le gustaba como iba a ir, cuando estaba bien clarito en los planos, pero resulta que ella los ha consultado ahora, con todo casi por terminar, y ha descubierto que su gusto personal no coincide con algo que no va a ser su casa. Ese capricho conlleva nuevos materiales y más tiempo, y volver loco a Pico, y Cata no sabe por dónde canalizar su frustración. Pico, por suerte, es, aparte de un perfeccionista crónico, un hombre de pocas palabras al que todo le parece bien de primeras pero luego estudia por su cuenta, que a él le pagan por horas y le parece que todo tiene solución con meditación y trabajo duro.

Otro tema es que además el techo está ya encargado de la manera en la que los que saben habían decidido. "She is so foolish", sentencia Pete, y no existe palabra en español para traducirlo, que queda entre payaso y tonto, pero no es tan hiriente como ninguna de las dos. Tal vez inocente, bobalicona, no sé. "
You know, as we say in the States, it's not my house, I don't care", finiquita Pete.

Algo habrá que hacer de cenar y Klara y yo pensamos en una carbonara, que tenemos todavía bacón del que compró para su desayuno estupendo. Hemos compartido gastos el fin de semana y ahora planeamos juntos la cena. Conclusiones obvias para el lector.
Se nos une Ale en el plan de la pasta y nos lo curramos entre los dos, con mucha pimienta, con leche y huevos, sin nata, como me enseño Helena, la amiga italiana de mi brother, y con el maldito bacon que resulta que es de pavo, no tienen ni puta idea aquí.

Después de cenar, el médico repasa las últimas novedades de este diario y yo me meto con los números primos de Giordano. Me como los dos primeros relatos y me entusiasma cómo cierra el primero y cómo cuenta el segundo, ambos deprimentes y tremendos. Y a la cama que mañana es lunes y toca apisonar el suelo.

Buscando a Perséfone

14/11/09

A las seis de la mañana, una hora estupenda para nada, unos diez millones de gallos montan un concierto estridente al otro lado de la pared de nuestra habitación. Klara soba como siempre, es una peque y ni un terremoto la despertaría, y yo le susurro que estamos en un hotel, que es reina por un día y que si quiere llegar tarde pues llegamos tarde, qué cojones, somos tan fucking cool. Así que ahí la dejo, dormidita, y rulo por el hotel. Al fondo descubro el patio y las suites al otro lado, con aire acondicionado cada una. Me asomo por la pared en un lugar bajo y descubro gallos encerrados individualmente en jaulas pequeñas. Debe ser un criadero de gallos de pelea y esos deben ser los responsables de que yo no haya podido dormir alguna hora más, que las estoy pagando, cabrones.

Pete está también despierto y con la puerta entreabierta, con su libro de español, su cuaderno y su diccionario en la cama. Ha dormido estupendo y ha aprovechado la mañana que yo empiezo a vivir para buscar un ciber, que hay muchos, pero ninguno con Skype, que es lo que quería, para charlar de verdad con su mujer. Me dice que se ha pedido un café en un sitio y que ha flipado de lo malo que estaba, que eso debería ser delito en Nicaragua.

Andamos hasta el Parque Central en una mañana de mucho calor y nos sentamos en una de las terrazas, muy cuca, con sillas y mesas hechas de ramas peladas de madera, muy monas e irregulares. Pero son mormones y no sirven café, aunque yo no lo sea que soy el que me lo voy a tomar, que los mormones no pueden tomar nada que les afecte al estado de ánimo, y aun así nos recomienda un zumo de naranja con piña, menta y jengibre, que no sólo va bien para el riñón, dice, sino que además nos da energía para todo el día. En qué quedamos, mormón. Lo cierto es que el zumo está increíble, muy ácido pero muy rico. Pero queremos café, coño, tan sabroso pero aguado como siempre, que ya me he acostumbrado. Pete ha descubierto un sitio para desayunar antes, en su búsqueda de tecnología, y nos dirigimos para allá. Pasamos por delante de la comisaría, cochambrosa y de la que salen policías de dos en dos en bici. El sitio de los desayunos es como muy yanki, con un gran ventanal por fachada, mostradores con la bollería, cafetera de bar, y un cartel de neón que reza abierto, cada letra de un color y enmarcada en un tubo iluminado de verde. Tiene un agente de seguridad que se aburre tanto que sólo se dedica a abrir y cerrar la puerta para los clientes, con lo poco que me gusta que me hagan eso si no va a ser como cortesía para pasar después de mí. Me decanto por un croissant relleno de jamon york y café solo, y ambos cumplen con creces.

Volvemos al hotel y recogemos a Klara, que ya es persona y la ducha le ha quitado algo de la resaca. De vuelta al parque nos encontramos con Vanessa, Reanne, Alba y Eli en una de las terrazas del parque. Están todas moribundas y Alba y Eli se van para Granada, que hay fiesta en La Prusia, organizada por una asociación de allí que se dedica a recaudar fondos para diferentes actividades, y el domingo inician una semanita de vacaciones en la isla de Ometepe, en el Lago Cocibolca.
En cuanto a la fiesta de esta noche en La Prusia, la doña no quiere que vayan voluntarios, que se va a beber, y no hay cosa más hipócrita. Decirle a alguien que te invita que no vas porque no quieres participar en su borrachera es poco más o menos insultarle. Si quieres formar de verdad parte de una comunidad, cómo no ir.

Por su parte, Vanessa y Reanne se van a ver la casa que van a alquilar los padres de Vanessa cuando vengan el 22 de diciembre, que está lejos, en Pochomil, en la playa, pasando por Managua y luego otra hora y media de bus. Con un par.

Eli se ha desayunado dos hamburguesas con queso, el resto una sola y limonada para todos. Nos cuentan sus mejores momentos de anoche, la locura de entrar en su hotel totalmente borrachas y que Jose y Lau se han ido de vuelta a Granada prontito por la mañana, que tenían tal resaca que no se planteaban otra cosa que morir en la hamaca. Así pues sólo quedarán en la ciudad Ale, Cata, Marta, Eider y Haley, que por cierto nos están esperando en el otro extremo del parque desde las once, y faltan veinte minutos para el mediodía. Les busco y no les veo, así que deben haberse ido al volcán por su cuenta. Nos zampamos nosotros también una hamburguesa, pieza angular de todo desayuno nutritivo, que sentenció Jules Winnfield antes de reventarles los sesos a tiros a un par de negros, y un zumito de naranja. Todo el mundo se empieza a mover a sus respectivos destinos, y Pete, Klara y yo tiramos para el mercado viejo, el pijo y amurallado, antes de subir al volcán, que hace un sol poderoso y Pete se ve en la necesidad de un sombrero. Klara además quiere un bolsito pequeño, mítico de artesanía.



Al tercer puesto donde preguntamos por precios nos convencemos de que este mercado es demasiado caro, pero aun así le damos la vuelta completa, que es muy bonito, con su escenario para conciertos y todo. Pete termina comprándose una camiseta negra en la que pone en blanco Me vale verga todo.

En el mercado nuevo, el de verdad, encontramos finalmente el sombrero que buscaba Pete, que es como el que le robaron a Jose, de pita, muy moldeable y ligero. Se me ocurre que sería un gran detalle comprarle uno también a Jose. Así que regateamos el precio, que son dos sombreros al fin y al cabo los que nos llevamos del mismo puesto, pero sólo conseguimos reducir el precio en 20 córdobas. Pete se cachondea con los vendedores de sombreros, diciéndoles "cabeza mía muy grande, pero no listo, sólo piedras en cabeza", y a ellos les encanta, se cercioran de que los gringos somos estúpidos y payasos. Finalmente encuentra uno que le cabe, y lo transforma convirtiendo un sombrero de campesino en una suerte de sombrero de cowboy, con las alas plegadas y juntándose en punta sobre la frente, y hundido en la cabeza. Klara encuentra por fin un bolsito pequeño que le mola, y regateamos y nos hacemos con él por 150 córdobas, 50 menos de lo que pedía el vendedor al principio. Contentos con las compras, nos montamos raudos en el autobús que va a Managua, y le digo al chico que vamos al volcán, que paré a la entrada del parque natural, que está en la misma carretera. Y salimos, con el chaval gritando Managua, Managua, Managua. El trayecto hasta la entrada del parque natural debe ser corto, y llegamos a ver el volcán, que se acerca, que se acerca, y que nos lo pasamos. Mierda. Qué importante es saber silbar fuerte en este país. Es una forma de comunicación en toda regla. Nos levantamos rápido, despertando a Klara, por supuesto, y le recrimino al chico que íbamos al volcán, y sin cambiar de expresión hace parar el bus un kilómetro más allá y me pide la misma pasta. Le importa tres cojones, sólo somos unos gringos inútiles que tendríamos que haberle avisado antes, que decírselo al principio del trayecto es absurdo porque es obvio que no va a hacer el esfuerzo de recordar donde se baja cada uno. Nicaragua es así. Desandamos un kilómetro por la carretera, dos carriles por sentido y una jardinera separando ambas direcciones, y la tenemos que cruzar en un momento de locura, pero lo conseguimos.

En la entrada al parque natural el de recepción nos pone al día de los precios. 80 córdobas por persona para acceder al recinto, de cincuenta y cuatro kilómetros cuadrados y con una carretera empinada para llegar al volcán. 35 córdobas en total si queremos que nos suba una camioneta o jeep, y otros 35 si lo queremos para que nos traiga de vuelta también. Y 150 córdobas entre los tres si también queremos visitar las cuevas. Por supuesto, pillamos el lote completo, que además para lo de las cuevas te acompaña un guía, y podemos elegir el idioma en que hablará. Pagamos la entrada y me hacen firmar en un listado con el que llevan el control de los visitantes. Tengo que rellenar con mi nombre, el número de personas del grupo, la hora que es, la firma y mi nacionalidad. Echo un vistazo al listado de turistas anteriores y veo que sería posible hacer un mundial, hay de todo. Se me ocurre preguntar por un grupo de cuatro españoles y una canadiense y me confirman que ya salieron hará como una hora.

Saltamos a nuestra camioneta y se nos unen un ex trabajador del parque que va con sus dos hijos, él de ocho años, ella de unos cinco. Ahora es bombero y como sabe inglés, nos va haciendo de guía improvisado y gratuito hasta el volcán. Nos muestra una senda por la que se pueden ver fumarolas, nos relata el incendio que hubo el año pasado y en el que él estuvo trabajando en la extinción. Les llevó doce días, trabajando de seis a seis y subiendo el agua a sitios inaccesibles simplemente amarrándose cubos a la espalda y andando todo el camino para arriba.

Una vez en la explanada donde nos deja la camioneta nos dicen que nuestro guía contratado y bilingüe aún no ha llegado, así que hacemos tiempo admirando el cráter Santiago, uno de los tres del volcán Nindirí, que está a unos doscientos metros del volcán Masaya. Nos cuentan que sí, que en principio era un solo volcán, pero hace un millón de años estalló de tal manera que se partió en dos, formando cinco cráteres. Santiago es el único activo y el que tiene más tirón claro. Una intensa columna de humo oliendo a azufre sale de las profundidades del cráter, que se va estrechando a medida que va hacia abajo, dejando para el final un agujero que a esta altura parece pequeño pero debe ser de unos veinte metros de diámetro. Paredes amarillas y negras descendiendo hasta el infierno.





Al lado de la muralla que evita que te creas Teseo en busca de Perséfone hay un cartel avisando de los peligros de visitar un cráter activo. Recomiendan no quedarse más de veinte minutos, y que ante cambios bruscos de viento te cubras la boca y la nariz, que son gases tóxicos lo que sale de las profundidades. Pero el aviso más impactante reza: "Si el volcán empieza a expulsar rocas, refúgiese bajo los coches".

Es espectacular, es el poder de la tierra ante tus narices. Subimos los 170 escalones hasta el mirador y la cruz de Bobadilla, "erigida por el Padre Francisco de Bobadilla a inicios de la conquista", leo en la información panfletaria, que tiene un pararrayos en la punta. Subimos también con el bombero y sus hijos y las vistas son espectaculares. Puedes ver los tres cráteres de Nindirí y más allá nuestro familiar Mombacho.



Al otro lado, el lago Managua y el volcán más alto de Nicaragua, el Momotombo, flanqueado por su hermano menor, el Momotombito. Desde lo alto vemos que hay un nuevo guarda bosques hablando con el conductor que nos ha subido e intuimos que es nuestro guía, así que allá que vamos. El bombero y sus dos hijos también van a las cuevas.

Es un guía realmente competente y con un perfecto inglés, pero sigo teniendo una alta incapacidad para quedarme con los nombres nicas. Nos da un casco y una linterna que nos hace parecer más gilipollas y allá que vamos.



Ascendemos por el camino que va por entre los dos volcanes, dejando el Nindirí a la derecha y el más aburrido Masaya a la izquierda, en dirección a las cuevas, encarando lo que yo diría es dirección norte y con un buen tramo en bajada. El camino de grava desemboca en un bosque de árboles bajos con ramas fuertes, desarrollados así, explica el guía, como hermanos mayores de los bonsáis, para evitar los vientos que cargan azufre. A la entrada del bosque están las cuevas. La gente que vive cerca de ese paisaje brillante y verdoso que se erige sobre roca agujereada, marrón y amarilla, tuvo que dejar de plantar arroz y legumbres porque la acidez del suelo lo envenenaba, y ahora sólo se dedican al cultivo del cactus de pitaya (rica fruta con la que se hace el fresco más popular) y piña, que saben aprovechar el suelo ácido para crecer monstruosas.

Resulta que en realidad hay 15 cuevas transitables, pero solo permiten el acceso a una pues es la única que no usan los murciélagos para anidar y salir, que son especie protegida. Puede haber alguno, pero es murciélago común. Los vampiros y otras especies están en las otras cuevas. El guía nos pone los dientes largos contando que de cuatro y media a cinco salen unos 20.000 murciélagos a la vez de una cueva que acabamos de dejar atrás, y las serpientes se quedan colgando de las ramas próximas para ver si cazan alguno al vuelo. Vale, volveremos para hacer la ruta nocturna, le prometemos.

La cueva Tzinacanostoc tiene unos 250 metros de largo, pero solo los primeros 170 metros son accesibles. Por el guano, abono excepcional donde los haya, y que no es otra cosa que mierda de murciélago, las raíces del chilamate blanco, un árbol descomunal y multitudinariamente ramificado, llegan hasta el suelo de la cueva, desperdigándose por paredes y suelo resbaladizo como una medusa dormida.

Haciendo espeleología por primera vez en mi vida, me sitúo junto al guía, los dos abriendo el paso, y por eso soy el único que ve algunos murciélagos colgados bocabajo y abrigados con las alas plegadas. En cuanto nos acercamos o les hiere la luz, se alejan a la profundidad.

El trecho visitable termina en un círculo ancho y de techo elevado, que la lava es caprichosa cuando le da por hacer de ingeniero de túneles y caminos. El resto de la cueva queda sepultado por rocas desprendidas.
En este mismo círculo, donde estamos un yanki, una alemana, un español y cuatro nicaragüenses, todos con casco amarillo y linterna mala, los incas seleccionaban a los niños que serían ofrecidos en sacrificio al dios del volcán, para aplacar su ira. Y era un honor para la familia que su hijo fuera escogido, pues suponía años de cosecha y fertilidad.
Mucho tiempo después, ya no hace tanto, con la guerra contra Somoza, el ejercito del dictador bombardeó Masaya, y muchos de sus habitantes se refugiaron en el interior de esa misma cueva, y que fueron las bombas las que desprendieron la pared de rocas que tenemos delante.

Y eso es todo, que es bastante. Media vuelta, que sólo se puede salir por donde se ha entrado. Pete se mofa de mí porque, siendo un único camino, me las apaño para meterme por donde no debo y terminar con la nariz pegada a la pared. "Your orientation is so bad that you can even get lost in a cave with just one way in and one way out".
Salimos y ascendemos de nuevo, para luego bajar hasta la explanada donde nos espera la camioneta de vuelta.

Cogemos el bus a Masaya, Masaya, Masaya. El único asiento que queda libre para mí es el de la primera fila, al lado de la puerta de la que cuelga el muchacho, así que estudio su trabajo. Es educado, ayuda a madres y a niños, reclama que se ocupe el centro que va vacio, y Masaya, Masaya, Masaya, y mercado, mercado, mercado.
Nos apeamos, vamos al hotel, dejamos las cosas, duchita, y a comer algo. En otro mesón que hace esquina con el Parque Central pedimos pescado y hablamos de cine y le confieso a Pete que me sorprende muchísimo que viese Los lunes al sol, que probablemente sean él y otro tipo raro el único público estadounidense que ha tenido Santa. Pete le cuenta a Klara la escena de cuando Bardem le lee al niño pijo el cuento de la cigarra y la hormiga, que esa escena le llegó al alma, que flipó con la peli, y me pregunta que quién es el director, que tiene que ver más pelis suyas. Le digo que es Fernando León de Aranoa, un Ken Loach español, que hay quien le critica que no sabe hacer otra cosa que cine social o político. Pete frunce el ceño y me responde con sonrisa soberbia que qué cine no lo es, que hasta las pelis de Bourne lo son. Termina reconociendo que su problema es que le gusta tanto el cine que no ha visto suficiente cine malo.

Hacemos desaparecer el pescado, empanado, servido con ensalada, arroz, puré de patata y plátano frito, y nos vamos al mesón donde ya nos encontramos con el resto ayer, y a los que nos volvemos a encontrar a los diez minutos de sentarnos. Hay combate de boxeo en la tele y el otro bar que queríamos conocer está atestado de aficionados, así que nos vale con lo malo conocido.

Aparte de Klara, Pete y yo ya sólo quedan Ale, Cata, Marta y Eider, y también Haley, pero ésta se ha quedado en el hostal, tirada y viendo la apasionante programación nica en la tele, que ellos no tienen satélite y se tendrá que tragar lo que la echen. Cuentan que la canadiense les ha vuelto un poco locos, que se ha tirado todo el día que si esto no lo quiero hacer, quiero esto, quiero aquello, vámonos ya que no me gusta...

Nos cuentan que el volcán no les ha gustado, que han subido a la cima directamente en un taxi cogido desde Masaya, 40 córdobas por cabeza, muy barato, y que han subido, se han asomado al volcán y poco más, que no les ha impresionado, pero que probablemente fuese porque tampoco estaban con todas las ganas, resacosos ellos. Han invertido veinte minutos en el parque, y teniendo en cuenta que cinco son de ida en coche y cinco de vuelta (los ha recogido un pick up de turistas para evitarles el penoso descenso), con diez minutos de mirar, un par de fotos, pues muy bien y para abajo, es difícil que algo te llame la atención. Nosotros le contamos lo nuestro y concluimos que sí, que la diferencia de pareceres se debe a la falta de guía y de sueño.

Nos metemos entre pecho y espalda una Victoria de litro y nos movemos afuera a que estos cenen algo. Se decantan por la misma pizza que nosotros, pero en otra pizzería, y aunque esta vez lo que se piden es una botella de un litro y medio de Pepsi, el precio es 170, que debe ser el precio real. Y volvemos al mismo mesón a por más birra, pero la gente está cansada y no habrá fiesta. Sólo Klara se muestra algo decepcionada por la falta de ritmo en nuestros huesos.

Eider sigue triunfando con los autóctonos. Se le acerca un nica de unos cuarenta y proveniente del jukebox y le susurra "this song is for you", que si somos gringos se nos habla en inglés. Me pregunto si por su pelo negro y sus ojos verdes Eider es el modelo ideal de mujer para un nica, pero al español medio probablemente no le gustase, demasiado grande y anchas las fosas nasales y las cejas en exceso tupidas.

Pete dice que él se irá prontito por la mañana, que no contemos con él, y Klara y yo quedamos con Ale and company a las 11 en el parque, pero sin prometerles nada, que ya saben cómo soba la pequeña alemana.

La mayor parte concluimos que Masaya nos gusta más que Granada, que nos resulta más auténtico, abierto por los cuatro costados y más representativo de lo que debe ser Nicaragua, aunque ninguno de los que estamos somos veteranos.

Nos retiramos pues al hotel, donde mantengo una charla tremenda con Klara, desnudos y felices, intimando y conociéndonos más, y aquí lo dejo, que lo que ocurre entre dos entre sábanas de hotel, se queda en el campo de juego. No porque yo quiera, que ya saben mis asiduos que raudo cuento lo que sea en el blog, sin dejarme detalle.

jueves, 19 de noviembre de 2009

A muerte con los escorpiones, la maza del bárbaro, y por fin Masaya

13/11/09

Hoy tampoco voy a ir a la obra, así que aprovecho para hacer la limpieza de la casa, que esta semana me tocaba y no he hecho nada en absoluto, aunque nadie me ha criticado mi incumplimiento del cuadro de limpieza. Antes me siento con Ale que hasta las ocho y media no baja a la consulta, y me confiesa que Eva está en tratamiento psiquiátrico, que tiene Tranquimazines y más ostias contundentes. Ahora me lo explico todo.

Me meto a saco con la casa amarilla, como no se ha metido ningún voluntario en mucho tiempo. Tanto es así que encuentro dos escorpiones, lucha a muerte entre ellos y yo, y sólo está Cata conmigo, que se mantiene a tres metros descojonada de la risa. La arquitecta me reconoce que se siente desaprovechada, que la doña y Eva se meten sin reparos en su campo y que no encuentra otras actividades en las que involucrarse. Le digo lo que me dijo Lau hace ya una docena de días, que paciencia, que estamos empezando, y que sutilmente, como ella no sabe, les diga a las dos viejas que seis años de carrera le dan más autoridad a ella en cuanto a decisiones urbanísticas.

Dejo el salón como no lo he visto desde que llegué. Me encuentro donaciones cogiendo polvo, pantalones de fútbol y conos para entrenar que ya tienen dueño, yo, entrenador de los Alcones y los Tiburones, ropa de niño, material escolar, ropa de voluntarios olvidada o dejada sin más, mierda por un tubo, y lo damos todo Cata y yo y cumplo mi cometido con creces. Duchita y empieza a llegar la gente de la obra y de las clases.

Eli me adula por cómo he dejado la casa, Alba descubre que puede oler bien con simplemente fregar el suelo y los estantes, sí, he fregado los estantes, no se lo pueden creer, y mientras lo escribo pienso que quién me ha visto y quién me ve, tan aplicado en el arte de limpiar. Bueno, dejémoslo en que me tocaba, y en que no aprovechar el día para hacer cualquier cosa, aquí, en Nicaragua, se me antoja un crimen, cuando allí, en Madrid, era el pan nuestro de cada día, que es complicado realmente no hacer nada, pero hay muchas cosas que en verdad no vale de nada hacer, y aquí lo poco o mucho que haces sí vale, para los voluntarios, para la gente de La Prusia, para mí.

Y luego la misma Eli me recrimina el asesinato de los escorpiones, que en un arranque de bucólico activismo pro vida de alacranes sugiere que con echarles de casa habría bastado. Claro, coño, y que le pises - que andamos mucho descalzos, nena - y ya verás qué risa. Qué tontería, oye, que escorpiones habrá como diez millones en La Prusia, nosotros somos menos y son ellos los que nos invaden, como para andarme con remilgos. Claro que los echo de la casa, pero eso es sólo para que su viscosa sangre no manche el suelo que acabo de limpiar. Luego, a pedradas, a palazos, a lo que sea, que no veas cómo corren y cómo levantan el aguijón y abren las pinzas y seguro que están pensando "ven, ven". Con unas pinzas de cocina los recojo machacados, que el veneno sigue ahí, y los meto en una botella vacía de agua, que va a la basura de fuera. Y que se jodan en su tumba de mierda, que son bonitos y espectaculares, y no te atacan si no se ven amenazados, pero yo estoy por delante en la cadena alimenticia y no permito una victoria suya por un descuido mío. Y al carajo con las tonterías.

Mis compis obreros han empezado hoy a apisonar el suelo. Y como todo en Nicaragua se hace manual, pues apisonar no va a ser una excepción. Se coge una buena estaca de madera, de unos 130 centímetros (a ojo de Pete), con el mango pulido y redondeado y que va ensanchándose hacía la punta cuadrada, como un mazo, como un bate. Y en el extremo se le clavan unos diez clavos, dejándolos sobresalientes. Sí, hermano, es un arma prehistórica de estimulantes posibilidades para destrozar cráneos. En manos de Conan sería lo más.

Esa maza asesina se inserta en un cubo de pintura, de los medianos, ni un buen cubo ni una mísera lata. De unos diez centímetros de diámetro y quince de largo, los míticos de Titanlux, pero no están rellenos de pintura, sino de cemento. Y el resto es de imaginar. Se seca el cemento y la maza queda fija. Hermano, ahora ya no es un palo con clavos para extraer cuencas oculares, ahora es un martillo mandoble para desfigurar rostros y romper rodillas, y para reventar columnas de mármol, como en Conan, otra vez.

Coges la empuñadura, levantas el invento tirando de brazos y hombros, e impactas contra el suelo, y así apisonas. Pesará unos siete kilos el pisón, que es su nombre nica.

Teniendo en cuenta que el edificio que estamos haciendo debe tener una planta de (todo lo relativo a medidas y pesos es consultado con Pete y con los planos de Cata) 140 metros cuadrados, y que ahí no se termina el tema, que también está la tercera dimensión, el esfuerzo es cúbico. Con tu arma, aporreas una y otra vez el mismo punto del suelo, una y otra vez, una y otra vez. Y te mueves en círculo, cambiando el objetivo, avanzando de manera casi imperceptible, machacando la tierra bajo tus pies. Por lo que me contó Klara, entre Vanessa, Eider y ella, y con ayudas puntuales de Mula y Pete, hicieron en todo el día una de las habitaciones pequeñas, lo que serán los almacenes para guardar el material de las clases de soldadura y electricidad, de unos 16 metros cuadrados. Dice la alemana que al final sí te das cuentas de que el suelo está como una pulgada más baja, más compacto. El lunes me tocará hacer de apisonadora, que no es que sea una maquina cara de alquilar, que también, es que a ver cómo ostias llega hasta el proyecto. Y qué narices, mentalidad nica, si lo puedes hacer a mano, ni te planteas gastar dinero, aunque tardes más, aunque te dejes la piel.

Mientras comemos, Ben me confirma que se va a la playa de San Juan con un colega yanki de Granada. No sé si asociarlo a que sabe que en Masaya dormiré en el hotel que me salga de los cojones en la misma habitación de Klara, o a que, cómo me dice él, pasa de estar los siete días de la semana con "the whole fucking bunch of volunteers", que resulta que el resto nos vamos todos a Masaya, en manada gringa. Todos menos Ben y Eva, que se queda con la doña, a partirla por la noche granadina, menudo dúo. Se hacen compañía la una a la otra y eso les place a ellas y nos place a nosotros, claro.

Entre tenedor y tenedor de gallopinto, Ale me relata su día en la consulta, dónde ha compartido curro con el médico que en teoría viene todos los viernes, pero éste es el primer día que ha ido desde que yo habito este lugar. Doctor Bismarck, para servirle, recién licenciado por la Universidad de Managua. Es que no me puedo creer que en La Prusia nicaragüense, tan lejana a la del canciller Otto de aquél Reich, el nombre de Bismarck sea común, esto es la risa. Le pregunto a nuestro doctor Ortín, de Murcia, para servirle también, cómo ha ido el compartir conocimientos. El médico vive en Granada y trabaja donde le manden. Supongo que ACE le pagará por consulta, o lo mismo, para explicar el hecho de que no haya aparecido en los dos viernes anteriores que yo he estado aquí, trabaja donde se le necesita.

Ale se muestra entusiasmado por haber trabajado codo con codo con un médico local, del que, en un alarde de europeísmo, podrías pensar que no aprenderías nada, que en todo caso le enseñarías tú, pero y unos santos cojones, que unos medios diferentes te dan una sabiduría diferente, y no hay nada más aleccionador que una conversación productiva para ambos. Y así se ha tirado Ale la mañana, viendo las comunes parasitosis intestinales, debatiendo con el compañero nica el hecho de que el único remedio para la candidiasis vaginal de Leyla está en Granada, y que o lo traes o que se joda y se rasque, hablando con el doctor Bismarck sobre que en España, si te viene a urgencias un crío con fiebre y algo de tos, toca placas de tórax y hematología para detectar una posible neumonía, que ahora se estila la medicina defensiva, no vaya a ser que el exigente paciente occidental reclame falta de atención, mientras que aquí en La Prusia Ale diagnosticó una neumonía por la tos, la fiebre, los esputos verdosos y las crepitaciones en la zona del pulmón, que es el diagnóstico de toda la vida, que no se necesita de maquinaría ni tecnología. Que nada más ver al chaval se dijo "este sí está malo", de entre todos los que van a la consulta sólo a hacer botiquín para las épocas en las que no hay médico.

Y terminamos de comer, y duchita de la peña, escribir lo que me dé tiempo y a Granada a por el bus a Masaya. Pete llega el último del curro, como siempre, cuando ya se han bajado unos cuantos y sólo quedamos Jose, Lau, Klara y yo. Jose y Lau se ponen en camino y Klara y yo esperamos a Pete, y yo gritándole en el último momento a Jose que nos vemos directamente en la estación de autobuses, que con el resto ellos se juntan en el cibercafé a eso de las tres y media. Que a menos cuarto allí, en lo que llamamos estación de autobuses y sólo es un solar de arena, rodeado con vallas de uralita y puestos de chapa o bambú ofreciendo fruta empaquetada, o fresco en bolsitas, o bollería dulce y salada; carteles anuncio roídos y de eslóganes malos y modelos nacionales; perros cojos y esqueléticos que van en parejas; niños con bigote de mocos y saliva seca, pelo sucio y revuelto y ropa hecha jirones, husmeando por ahí o vendiendo refresco, tabaco, cerillas y caramelos; voceros anunciando el destino de los autobuses, Managua, Managua, Managua, Masaya, Masaya, Masaya, y gritando suave, suave cuando llega un pasajero corriendo y ale, ale, cuando éste ya se ha subido y el bus puede continuar; y furgonetas viejas, minibuses con "Expreso" escrito sobre la luna delantera y que resaltan entre tan demacrados medios de transporte colectivos, y autobuses escolares yankis de los sesenta pintarrajeados y decorados con grandes frases religiosas tipo "Bendice este autobús y sus pasajeros", "No necesito nada más que a Cristo", "Yo manejo, Cristo me guía", y con escaleras trepando hasta el techo por la parte trasera para que los trabajadores coloquen la mercancía de los pasajeros con más bultos.

Llegamos y no hay nadie de los nuestros. Pete nos comenta a Klara y a mí que no se encuentra del todo bien, que el día en la obra le ha dejado un tanto roto y que le duele la garganta, que o partimos ya o se retira a La Prusia, que a él no le importa tomar decisiones o apoyar las que tomen los otros, pero que lo que no soporta es esperar a que se decidan, cosa que comparto a la totalidad. Así que a menos cinco concluimos que o se han ido ya, o que cuando lleguen y nos esperen un rato corto y vean que no aparecemos, tomarán la iniciativa de coger el bus, que al fin y al cabo sale cada veinte minutos. Así que nos metemos en uno, nos hacemos con un sitio Klara y yo, y Pete en el asiento de atrás, y a en punto salimos, sin meter segunda hasta habernos alejado un buen trecho de la estación, con gente subiéndose casi en marcha por la puerta de adelante o la de atrás, que van abiertas y con los voceros haciendo su trabajo, anunciando a gritos el destino ante cada grupo de gente que encuentran en las aceras, que puede que sólo estén ahí por estar, o quién sabe si treparán al autobús al reconocer su destino en el grito del chaval intrépido que salta y vuelve al bus siempre en marcha, sin trastabillarse nunca. Y ya en la carretera principal, donde está el único semáforo que he visto en Granada, el conductor mete segunda, y tercera, y hasta cuarta, reduciendo sólo ante los silbidos de los pasajeros que quieren bajar o ante los grupos que van apareciendo en la carretera, a los que se les avisa con la bocina, de las de cuerda atada por los dos extremos sobre la puerta del conductor, como las de los grandes camiones, y con la poderosa voz de los muchachos revisores, que ayudan a los pasajeros a subir o a bajar y que van haciendo ronda de cobro de cuando en cuando, diferente precio según destino, nueve pesos (ningún nica dice córdobas) hasta Masaya.

Para qué se requieren paradas de autobús, que las hay, habitualmente vacías, cuando el bus en realidad puede hacer parada donde sea, y por eso nunca adelanta por el carril izquierdo, los coches lo saben y nunca se sitúan cerca del culo del bus pesado y amarillo, y la gente lo sabe y puede estar esperando en cualquier parte. Silbidos y gritos y brazos agitándose sustituyendo a marquesinas fijas cada tantos kilómetros.

Dejamos a nuestra derecha el lago de Managua, vemos trabajadores repintando de rojo y negro farolas y quitamiedos, que el patriotismo también se desgasta y hay que renovarlo a base de brochazos y FSLN escrito por doquier en letras grandes y blancas sobre fondos rojinegros, y algunos negocios de reparación y ventas y un colegio van quedando atrás. Colegiales de pantalón o falda azul y camisa blanca, repartidos por la vera de la carretera, que es hora de salir de clase. En un banco de un parque cercano a la autovía una chica acariciando el pelo de un chico tumbado en sus rodillas, y amigas en corrillo, y amigos hacia la venta a comprar algo o yéndose a casa, y no veo a ninguno fumando. Pasamos por fincas con casas lujosas, casonas de campo para los ricos de la ciudad de Granada o Masaya o vaya usted a saber, que yo soy gringo y nada sé. Y la gente se va apeando y pasamos por un cartel que da la bienvenida a Masaya y Cristo está con los Masayas, y pienso en el parecido a masai, en que suena a muy tribal, los masayas, y llegamos a una glorieta de tres carriles coronada por un cartel electoral de Ortega con una sonrisa suya y un terrorífico eslogan que reza "40 años cumpliendo al pueblo, cumpliendo a Dios", y la cara del corrupto manchada con las pinturas lanzadas por los que no gustan de su gestión y no ven otra manera de hacer valer su opinión, pues lo cierto es que aquí la legitimidad del voto no debe ser tal. Y nos adentramos en la ciudad, que parece más desperdigada que Granada, con un estilo menos colonial a excepción de la avenida de entrada, amplia y con jardines descuidados y con fuentes muertas, mucho cartel utópico de "Mantengamos limpia Masaya", más negocios de todo tipo bordeando la avenida, desde ventas de raspados de hielo (bloques de hielo duchados en fresca más viscosa, con sabor a helado de vainilla y fresa) hasta reparación de móviles, piezas para bici, restaurantes de ceviche (un marisco muy fresco) y al final llegamos al mercado, dónde está la explanada que sirve de estación de autobuses, ésta sin vallar, totalmente integrada en el mercado, que aún tiene más bullicio que el de Granada, es más espectacular y auténtico y caótico, sabiendo, como bien me enseñó Saramago en El hombre duplicado, que el caos es un orden por descifrar. Es más largo y con más entresijos, con los puestos más abarrotados y con productos mucho más variados, muy pródigos en artesanía, y el camino en medio, encerrado entre puestos y comercios fijos y vendedores improvisados.



Klara y yo reconocemos la bici que le robaron a Jose, es idéntica, y tiene mucho más sentido robarla en Granada, transportarla en la baca de un autobús hasta Masaya y venderla en el mismo mercado que deshacerse de ella en la propia Granada. Pero qué vamos a hacer si el chaval que la lleva entre sus piernas, esquivando gente y vendedores, la habrá comprado por un precio justo de un ladrón hijo de puta.

Somos los únicos gringos que vemos en todo el buen rato que nos lleva salir del mercado en busca del centro, en donde suponemos estarán los hoteles, que nos hemos juntado los tres que queremos un hotel bueno y no cualquier hostal, y que cueste lo que tenga que costar, que como dice Pete con mucho acento y abriendo al máximo los ojos y separando los brazos estirados hasta formar una cruz: "no es importante", y yo pago lo que haga falta por un poco de privacidad, que eso sí que es un bien escaso.

Conseguimos llegar al Parque Central, centro neurálgico de Masaya, y pasamos antes por el mercado viejo de Masaya, que está ubicado en lo que parece una antigua fortaleza española, de muralla vieja pero restaurada. Todo es mucho más caro que en el mercado nuevo, que burlonamente es la selva de puestos donde hemos desembarcado. En este lujoso mercado viejo todo está más organizado, no hay venta ambulante y los puestos son como los que ves en cualquier feria de artesanía en España. Es muy bonito, pero sólo tiene encanto para el turista más turista. Y seguimos preguntando por hoteles buenos, y nadie acierta a indicarnos bien, pues inquirimos a la gente por el Hotel Masaya, que hemos visto un cartel en el mercado viejo y tiene una pinta tremenda, en plan sólo once habitaciones, con camas coloniales y una piscina en un patio central. Pero tras mucho preguntar y deambular terminamos en la Casa de Huespedes Masayita por las indicaciones que nos han ido dando, sito en un barrio que no da muy buena espina y en el otro extremo del lujo que queremos. Así que retrocedemos hacia el Parque Central, y esta vez le pregunto a un policía que está apoyado en un busto de un parquecito, y muy solícito él me dice que el Hotel Masaya queda lejos, que habría que ir en taxi, pero que un hotel bueno es El Costeño, que está cerca del Parque Central, pasado el semáforo que funciona, una cuadra en dirección este y cuatro en dirección sur, que aquí las direcciones funcionan así, ni siquiera va por izquierda o derecha, y a mí me han jodido, que sólo sé dónde está el oeste cuando anochece. Además de que esté más cerca del centro de la ciudad, el policía nos dice que El Costeño está en un sitio "libre de criminales, allá no van".

Resulta que nos orientamos estupendamente y nos hacemos maestros en los puntos cardinales, que la orientación de Klara es tan penosa como la mía y Pete se muestra dubitativo, pero lo conseguimos a la primera y llegamos a un hotelito de dos plantas, alargado, con unas quince habitaciones y un patio al fondo, y está todo pintado y decorado con motivos africanos y reggae, y Bob Marley en retratos y pósters por doquier.

Pete, que ni me ha preguntado, es educado, discreto y observador, se acerca a recepción y pide "dos habitaciones, por favor", aunque somos tres. Él se lleva la dos, nosotros la tres, y resulta que son iguales, camas grandes, tele con satélite (zapeo y descubro Antena 3, qué yuyu), baño particular y un ventilador silencioso. La cama tiene la misma madera que las de La Prusia a modo de somier, pero el colchón es de otra división, de otra categoría no rompe espaldas, y a mí me viene estupendo que las lumbares aún están en pie de guerra.

Me doy una ducha y no tiene agua caliente, y la presión no es mucha, parece que alguien se está duchando también. Esto no vale diez dólares, pero me importa tres cojones si tengo una cama que compartir con una alemana sin preocuparme de que entre alguien o algo, y sin mosquitera, que aquí no hay motivo.

Nos vamos a cenar al Parque Central, donde hay muchos chiringitos con terraza rodeando una fuente con un lago pequeño que bordea una isleta de mármol accesible por una rampa y en las que los chicos hacen breakdance, esta vez sin pedir un peso, como en la Calzada de Granada, esta vez sólo por bailar. Toda la estructura de la fuente ornamentada está rodeada de columnas y techada con una bóveda sobre la que descansa una mujer desnuda y en pie.

Nos ventilamos una pizza, mitad hawaina, mitad pepperoni, y unas pepsis, que no sirven alcohol en los chiringuitos pero permiten que te acerques al Pali junto al parque para que te compres unas birras y las consumas en la terraza. Y seguimos sin ver a un gringo, y la camarera nos pregunta que en cuántos trozos queremos la pizza, si en ocho o en nueve, por eso de que somos tres, y Pete y yo nos quedamos asombrados porque somos conscientes de que, miles de pizzas después, es la primera vez que nos lo han preguntado, y es útil y lógico de cojones. Antes de que llegue la pizza nos tomamos las pepsis, así que Pete se acerca al Pali y vuelve con latas de cerveza Victoria. Nos atosigan muchísimo menos que en Granada, venden hamacas de calidad, se ve, y tabaco, y alguno nos pide un peso, pero no es ni de lejos el acoso de la turística y colonial y costera Granada. Charlamos sobre que los ingleses no pueden hacer la doble r, y de repente me acuerdo de que cuando yo era pequeño tampoco podía, debía de tener unos cinco años o menos, y entonces mis padres me llevaron a un logopeda, y el secreto era llevar la lengua al paladar y chasquearla, haciendo la a y la o. Tlac, tloc, tlac, tloc, y así durante mucho rato, y Pete lo encuentra razonable, pues es una forma de fortalecer la lengua, y se pone a hacerlo y me descojono de la risa viendo a un cincuentón yanki haciendo los ejercicios que a mí me recomendaron cuando era un mocoso y que no sé porqué recuerdo, pues nunca me volvió a parecer útil, hasta este momento, que le he dado un buen remedio a Pete para que mengue su acento.

Nos soplan doscientos córdobas por la pizza familiar y por las tres pepsis, me resulta caro de cojones, más que las hamacas buenas, y qué curioso que sea exactamente doscientos córdobas, diez dólares clavados. Pero bueno, sólo son diez dólares, unos siete euros, ya ves tú. Sigo cometiendo el error de hacer el cambio mental, pero ya voy reconociendo los palos que me dan los avispados comerciantes.

Nos metemos en un mesón con paredes abiertas al exterior, que debe ser el mismo en el que estuvo Jose bebiendo cerveza en solitario en su primer viaje a Masaya por la descripción que me dio. Y acertamos, porque medio litro de Flor de Caña, esta vez con zumo de naranja, y un litro de Victoria después, aparece el resto de la comitiva de voluntarios. Nos estuvieron esperando en el ciber, porque a Jose se le olvidó que con nosotros habían quedado directamente en la estación de buses y lo recordó tarde. Así que qué empiece la fiesta. Son las nueve, la hora de Pete, que se retira a la cama a descansar los brazos y la garganta.

El mesón tiene mesas de madera, unos baños cutres al fondo (de beige la mitad de la pared que ocupa el servicio de ellos, de turquesa la de ellas, que son los mismos colores que compraron Vanessa y Reanne para pintar los armarios que construye Ben, y se descojonan por la coincidencia porque es que resulta que no encontraron otros colores, y eso que ambas odian esa estridente combinación). Sobre la pared bicolor donde están los retretes tapiados, una tele retransmitiendo lo que sea. Al otro lado de la barra, un jukebox moderno con todo tipo de canciones. Ponemos Pimpinella y los Hombres G y nos lo pasamos en grande rememorando míticas letras españolas, que estamos hasta los cojones de tanta bachata y tanta ostia, y que además luego tiraremos para una discoteca muy nica que nos han recomendado y allí ya no hay quien nos salve de los bailongos ritmos latinos.

Tres Flores de Caña después tiramos hacia la discoteca con otros dos yankis residentes en Granada amigos de Haley, que son los que nos han contado lo de la fiesta en esta ciudad con tan poca pinta de festivalera.
Hacemos una parada en una venta a mitad de camino para comprar guaro. Y una botella de Fanta, y el cubata se hace en la boca como nos enseñó a algunos Torrente, y así trago a trago damos buena cuenta del licor repugnante y barato.

Hay dos discotecas, una pegada a la otra. La primera se llama Coco Jamboo, es alargada y con muchas luces decorando el interior. Pero nos decidimos por la otra discoteca, de nombre olvidado, con la misma pinta que la anterior, techo alargado de uralita y poco más. A la puerta, enrejada y cerrada con una cadena, debatimos precio de grupo y me dedico a recaudar la pasta. Nos dan tres entradas de menos diciendo que no importa, pues vale, y un ticket para el sorteo de regalos que van a hacer en media hora.

Sólo hay nicas en el local, y son muchos. Es básicamente una carpa de suelo de tierra, como las que montan en los pueblos españoles cuando llegan las fiestas patronales, con muchas mesas y sillas alrededor de la pista, una barra en una esquina, un proyector y la mesa del DJ en el lado opuesto a la puerta, y los baños en la esquina contraria a la barra. Algunos ocupan una mesa alargada y otros nos quedamos en la pista, bailando directamente. Un par de canciones después me acerco a la mesa, pero veo a Jose y a Ale con el codo en la barra, haciendo el cliente español. Me uno y nos echamos unas risas sabiendo que somos los únicos que se quedan en la barra algo más de tiempo que el necesario para pedir.

Reanne, Vanessa y Klara compiten a ver quién es la que menos veces es requerida por nicas para bailar. Termina ganando Reanne con once, Klara pierde con quince. Lo rubísima que es Reanne seguro que les impone a los nicas, acostumbrados a lo azabache. Algunas de mis compis aceptan invitaciones a bailar y la mayoría llevan un pedo gringo muy majo. Eli vuelve desconcertada de un bailoteo contando tronchada de la risa que se sentó en una mesa equivocada y que le ha costado sangre encontrarnos, y que está convencida de que nos hemos movido de sitio.

Se me adoba Yilbert, un chaval de unos veintipocos muy pesado, de padre "famoso" por el beisbol. Me dice que por ser quién es su padre, él es respetado, que la gente le conoce y no le hace nada malo, que nos acompaña hasta el hotel si hace falta, porque anuncia que daría su credencial por mí, que lo jura por su madre, que es lo más sagrado, aunque yo le diga que no sea exagerado. Me pregunta que qué opinan mis amigos de él, parece preocupado por su fama, y yo le digo que no lo sé y que le debería importar poco, que parece un chaval majo y eso es lo que cuenta. Me inquiere por donde vivo y me insiste en quedar en Granada para salir. De repente se confiesa enamorado de Eider, que lo cierto es que triunfa mucho en tierra nica.

A las dos cierran, y el Coco Jamboo también. Y la gente se muestra decepcionada porque están demasiado pedo como para irse a la cama. A mí me vale, que todavía no me he conseguido emborrachar de verdad en este país y retirarme me parece una opción estupenda. Volvemos andando de vuelta al Parque Central, yo con Yilbert a menos de quince centímetros de mi cara contándome su vida en verso y lo mucho que quiere quedar con nosotros mañana. Yo le digo que hemos quedado todos a las once de la mañana en el parque para ir al volcán, pero que no prometo aparecer, que estoy con una chica que duerme mucho y a mí no me importa quedarme a mirarla soñar. Me dice que él trabaja a las diez, pero que en realidad son horas extras y que si es por mí, no va. Le digo que el trabajo es lo primero, que se deje de bobadas, pero él insiste, incluso quiere acompañarnos a Klara y a mí al hotel para que no nos pase nada. Le digo que quiero ir solito con ella, que muchas gracias pero que nos apañamos. Mañana a las once, que sí, hombre que sí.

Y al hotel, con Klara borrachísima y desnucándose en la cama nada más llegar, y yo lavándome los dientes.