martes, 9 de diciembre de 2008

Sin motivo, un martes de noviembre

Lucas se quemó a lo bonzo el noviembre pasado, un martes, no sé en qué caía, mediados de mes o por ahí.
No quería reivindicar ninguna causa perdida, ni llevarse por delante a nadie en nombre de ningún grupo terrorista.
Sólo encendió su zippo y se lo acercó al pecho, tan empapado en gasolina super como el resto de su cuerpo, desde el flequillo hasta las uñas largas y negras de los pies.
Lo hizo en su cuarto, con la puerta cerrada, sin llamar la atención. Ni un grito se oyó ni los muebles volaron astillándose contra la pared. Nada. Como si durmiera.
Muchos se preguntan si le dolió, lo cual es absurdo. Todos nos hemos quemado con aceite, con agua, con una china de hachís que, traviesa y rebelde, se posa donde no debe y deja marca en ropa y piel. A todos nos ha dolido. Multiplicad ese dolor por mil y atisbaréis lo que le pudo doler a Lucas el cuerpo aquel martes de noviembre.
Yo lo sé no por pedante, que también, sino porque Lucas me mandó un mail antes de entrar en calor.
"Oye, mañana no voy a poder ir a la cena. Ya estoy hasta los cojones de todo y, como te dije hace tiempo, me voy a quemar a lo bonzo. No te preocupes, sabes que estaré bien, es lo que quiero hacer, ya te lo dije hace tiempo.
Riega las plantas y da de comer a Humphrey, es más, quédate con él y tira las plantas a la mierda, si quieres.
Siempre me gustó el olor de la gasolina,
Lucas."
Como es lógico, no le conteste, no fuera a ser que se arrepintiera de lo que iba a hacer cuando ya por fin había tomado una decisión.

Otros muchos aún se preguntan porqué, porqué Lucas se quemó a lo bonzo, con lo que tiene que doler, siempre es más rápido pegarse un tiro. Pero todos esos muchos no entienden nada, no saben que Lucas, simplemente, decidió arder en silencio y sin nadie mirando ni oliendo a carne chamuscada. No necesitaba motivos, o quizá los tenía todos, pero él sonreía siempre, y lloraba en sueños, cuando ni él mismo se daba cuenta.
Dice su hermana que lloró cuando se incineró, pero en realidad no lo sabe, sólo lo desea, supongo que para reafirmar ella la humanidad de su hermano. Yo no creo que Lucas llorase. Yo creo que se quedó mirando por la ventana hasta que cayó al suelo sin músculos en los que apoyarse, viendo como su vida se apagaba con el fuego.
Dice su madre que no llegó a morir, que cuando se extinguieron las llamas sedientas de oxígeno Lucas aún respiraba. Que fue en la ambulancia cuando murió, aunque ella no lo sabe, no estaba allí, fue un vecino el que llamó al 112 por el hedor y sólo los de la ambulancia vieron su cuerpo negro y resquebrajado. Yo no lo creo. Yo creo que Lucas se murió hace mucho tiempo, pero nadie se había dado cuenta, ni siquiera yo, y por eso quizá Lucas se quemó el martes aquél.
Hoy me he atrevido por fin a abrir el paquete que, con nombre de Lucas, me llegó el jueves siguiente a su cremación. En el sobre había una bolsita con cierre hermético con un puñado de cenizas, y una carta.
"Por fin estoy en todas partes. Estas cenizas son del cigarro que me fumé antes de rociarme con gasolina. No son mías, pero sí. Yo inhalé el humo que le robé al cigarro para formar estas cenizas, algo mío tiene que haber en ellas. Tíralas, como seguro que has hecho con las plantas, o échalas (las cenizas, no las plantas) en la tierra donde caga Humphrey, que seguro que te lo has quedado tú porque ni Ana ni mamá lo querían.
Y no te voy a explicar porqué he hecho esto, lo de quemarme, porque tú ya lo sabes, a ti es al único al que le sobran los comentarios. Explícalo tú, si quieres, sólo si quieres".

viernes, 24 de octubre de 2008

Helio en la Luna

Hoy, si quieres ser alguien en este planeta, tienes que mandar un cohete a la Luna. India es alguien por fin. China hace tiempo que logró ese caché. El sudeste asiático hace valer su gigantismo y escupe al espacio salivazos de última tecnología.
Hoy gentes de Europa del Este se afanan en limpiar tu parabrisas de las inclemencias del planeta. Tú no quieres, pues amas tu don para ver a través de un cristal sucio, pero el oriundo de cualquier parte menos de ese paso de peatones se empeña en que es dueño de la fórmula mágica para retornar la transparencia a tan valioso escaparate, y filántropo él, quiere hacerte partícipe de ella, y sólo por unas monedas. Tú rehusas porque piensas en la Luna.

Apoyando el talón del pie derecho en un poyete metálico, de esos que están ahí al borde de la acera para amoratar espinillas y abollar chapa, el chico de piel tostada y pelo negro, sucio y revuelto, espera a que el semáforo le dé luz verde para abalanzarse sobre cualquier coche. Vestido con una sudadera roñosa, Nike para más señas, y con unos vaqueros roídos, cubriendo sus pies con unas Adidas negras sin cordones, el chico mueve la cabeza, siguiendo el ritmo de una música que sólo suena en su cabeza. Los coches pasan a su lado, el ámbar indica que todos han de acelerar, ahora o nunca, y el rojo los detiene, rabiando, mordisqueando el paso de cebra. El chico salta a un Ford Focus gris y fumiga su luna mientras despliega a través de ella todo su poder de convencimiento: una sonrisa y un meneo de cejas. El conductor, cuarenta y pocos, de traje pero con la chaqueta descansando en el asiento trasero, pelo corto y bigote espeso, agita sus brazos. Se comunican cual chimpancés, uno con muecas, el otro con aspavientos. Gana el gorila nervioso enjaulado, y el mono taimado se aleja a otra rama con su Glassex y su estropajo.
En la India han llegado a la Luna así que a mí qué coño me importa si mi coche está sucio, no lo toques, me cago en la puta, que no me sale de los cojones. Y punto. Mi luna sigue sucia y aquella ya no tiene misterio... o sí. Los hindúes se han ido tan lejos en busca de helio, que va a ser muy importante cuando terminemos de arrasar con lo que fue importante antes, y nosotros, él y yo, sólo conocemos el gas para transformar la voz en otra más aguda e hilarante. El helio ahora es lo más, la luna la vimos hace cuarenta años en la tele, este es un gran paso y todo eso, el chaval de pelo grasiento sólo quiere comer algo, hace cuarenta años y ahora también, y yo soy el del coche, no me limpies, coño, que no me sale de los cojones, que Wall Street se va al carajo y sólo el helio puede salvarnos.
Si Armstrong se hubiese comprado una parcela en el satélite, que habría cuidado gustoso Collins, hoy su familia podría salvar al mundo y enriquecerse con el comercio espacial de helio, y la de Collins podría continuar allá. Y el limpiacristales y yo seguiríamos hablando como los simios que somos a través de un cristal polvoriento.

domingo, 19 de octubre de 2008

Un domingo cualquiera

Un domingo más, en la larga y aburrida historia de los domingos, antesala de los lunes, final de una semana más, marca temporal donde las haya, día de fútbol y de paseos lacónicos, día en honor al sol, aunque éste no salga, perezoso, y se esconda porque no está de humor, y eso que ayer no salió tampoco.

Mi domingo empezó ayer a las doce y dos minutos, dos minutos inaugurales de domingo, con un mensaje en el móvil. Una gallega de ojos verdes, tan parecida a la famosa foto de portada del National Geographic pero con expresión más halagüeña, me anunció el nuevo día con un "Espero ser la primera". Joder, se adelantó hasta a mi conciencia temporal.

Esta mañana, café y cigarrito pa'l pecho, mi compañera de piso buceando en la tele para superar su resaca, y mi compañero indagando en Internet para ponerse al día del Gran Premio. Yo me conecto y en mi buzón de entrada un mensaje comercial, pero de felicitaciones. Malditas bases de datos en las que no sé que soy celda y fila y registro. Soy electrónicamente más popular de lo que cabía esperar. Un ente comercial ha sido el segundo, un mensaje fue el primero, no he oído nada todavía pero no dejo hueco ni a la melancolía ni a la depresión por las relaciones devaluadas, en las que acordarse de una fecha como hoy es siempre más difícil que controlar el gasto hipotecario o que marcar en el calendario el comienzo de las ansiadas vacaciones.

Hoy es mi cumpleaños y no me importa ni a mí (miento, claro). Ya son 27 palos dando tumbos y oye, no estoy magullado. Estoy de buen humor y soy invisible.

En el Messenger, otra felicitación. Si tuviera Facebook... pero yo sigo confiando demasiado en las relaciones de verdad, con tacto y esas cosas, más allá de ventanitas y webs y redes sociales que son redes sin malla pero sólo artificialmente sociales. Confiamos tanto en la facilidad que nos ofrecen las tecnologías que nos olvidamos del contacto que ha existido siempre. Estamos pervertidos, proxenetas de amistades reales y vendedores de agendas de contactos, y nos acomodamos en un mar de teclas y bits. Soy talibán con la web 2.0, aunque supongo que acabaré cayendo. Que a todos nos gusta que nos feliciten por nuestro cumpleaños, aunque sea con un mensaje virtual.
¿Quién será el primero en llamarme o en decirme a la cara 'felicidades'? ¿Quién recuperará el tirón de orejas y la tarta y esas tradiciones del pleistoceno, tan poco de moda?
Cumplir años en domingo es como ser mudo en un coro. Nadie se da cuenta de que no cantas porque mueves la boca abierta, sólo los que saben que no articulas palabra son conscientes del falsete, y son los únicos que te felicitan cómplices porque saliste airoso del concierto. El resto del público se congratula contigo por lo bien que has entonado.

Y mi abuela, que no sabe de los Internets estos, tira de teléfono y es la primera en cantarme en la distancia. Y mis compañeros de piso lo oyen y recuperan el hábito perdido y me abrazan y ríen su despiste.
Y es un domingo más en el que yo hago 27 y no lo pongo en el Messenger como "mensaje personal" ni lo anuncio en comunidades internautas por lo que freno posibles muestras de afecto electrónicas. Y no las echo de menos.

jueves, 16 de octubre de 2008

Día 3 - Se acabó contar los días

Cuando no obtienes respuesta, cuando el silencio quiere ser tu mejor amigo y tú sólo quieres cogerlo por el cuello y apretar y apretar, te sientes inútil, porque cuando abres las manos ves que no hay nada y que lo único que has hecho es clavarte las uñas.
Cuando haces de tripas corazón y te armas con todo lo que tienes a tu alrededor y te lanzas a matar al dragón del silencio, sin ser tú caballero andante, sabes que te arriesgas a recibir una paliza del gigantesco lagarto. Pidiendo una respuesta te arriesgas a oír algo que no quieres ni imaginar.
Pero como vivimos en el siglo XXI, mis armas son las tecnologías de las comunicaciones, y escribir, claro, que eso puede con cualquier Hiroshima.
Así que mandé el mensaje que tenía que mandar, después de haberla vuelto a llamar y de que, otra vez, optara por dejar sonar el móvil, imperando el silencio de nuevo. Miraría la pantalla, vería mi nombre insistiendo, y hundiría el teléfono en el bolso. Así que le mandé el mensaje, tensando un poco más el hilo: "Peque, no quiero rallarte. ¿Prefieres que no te llame? No sé, tía, dime algo, lo que sea, pero algo".
Y lo hizo, inmediatamente.
"Lo siento, tío... No puedo... Ya te llamo pronto... Lo siento".

Y yo sólo puedo odiar los puntos suspensivos y dejar de contar los días porque ya se acabó. He tirado del hilo y se ha roto. Y no sé coser.
Se acabó el silencio, me quedé contento, y todo se fue a la mierda. Ya no espero nada, y me precipito al tedio. Joder, Anita... no puedes. Pero no lo sientas. Ya no.

martes, 14 de octubre de 2008

Día 2: Ligera recaída

Ayer, antes de acostarme y deleitarme con la Música para Camaleones del gran Truman Capote, decidí llamarla, qué cojones. Me apetecía hablar con ella y reírme con ella después de haberla llorado por el móvil hace un par de días. No me lo cogió. A las doce de la noche... mierda.
Es lo que hay, y está bien, no pasa nada. Cuelgo, te mando un mensaje de risas y me zambullo a resolver ese auténtico crimen americano que narra el genio histriónico en Ataúdes tallados a mano.
Al apagar la luz, compruebo que mi móvil funciona y que tal vez sea yo el que deba de dejar de funcionar así.
Me duermo al rato, y mi móvil sólo suena para despertarme seis horas después.

Hoy, después de la comida en el trabajo, le he dado dos caladas a un porro.

Hoy sonrió otra vez, porque poco a poco parece que puedo con todo. Poco a poco. Sólo han pasado dos días, pero no me acuerdo de la última vez que pasé dos días sólo catando un peta y no hincándomelo yo en algún momento de estas larguísimas 48 horas.
Imagino que si un veterano del caballo o de la farlopa leyera esto le darían ganas de matarme, por creerme que realmente estoy logrando algo. Pero es que ellos son veteranos, yo sólo soy novato en esta guerra, soldado de reemplazo que sustituye a los caídos en combate. Y no quiero ascender ni ser condecorado, sólo quiero llegar al final de esta batalla de mierda, herido o no, pero vivo al fin y al cabo. Sin pesadillas ni recuerdos infames, sólo un mundo por delante sin humo saliendo de mis ansiosas fauces.

Hoy sonrió otra vez porque no recuerdo la última vez que me perturbó lo más mínimo el que mi móvil se callase en vez de darme una respuesta a una pregunta lanzada vía SMS. Y eso está bien, porque sólo cuando tu orgullo es herido eres consciente de que lo tienes y de que sangra y de que la hemorragia sólo se para con una buena dosis de cojones y de tragar saliva.

Hoy sonrío, porque donde hay una ligera recaída quiero pensar que hay un atisbo. He empezado a andar un camino que tendría que haber recorrido hace tanto tiempo, y me voy tropezando, pero no dejo de avanzar. Y eso, claro, está bien, aunque mi puto móvil no vibre ni su nombre aparezca en la pantalla.

Capote escribió: "Soy alcohólico, soy homosexual, soy drogadicto. Soy un genio". Yo me conformo con sólo ser lo primero... es broma, claro, pues supongo que lo segundo no está mal tampoco...

lunes, 13 de octubre de 2008

Día uno, aguantando el tirón

Hoy he aguantado el tirón. Se han fumado un petardo en mi cara, en un descanso travieso en el trabajo, y yo me he dedicado a la pura nicotina, sin pedir esa calada que mi diablito quería y mi angelito no se atrevía a rechazar. Y al final he decidido yo, dándome un sopapo en los hombros y espantando a monigotes que aconsejan u ordenan. Que ya es hora, coño.
De momento, claro, no noto nada, ni para bien ni para mal, más allá de las putas ganas de darle un tiro al peta y saborear el hachís. Pero no. No debo. Si quiero volver a conquistar montañas y hollar océanos, no debo. Yo no.

Hoy he aguantado el tirón. No la he llamado, ni la he puesto un mensaje, ni he llenado su bandeja de entrada. Pero sigo pensándola igual. Sigo teniendo las mismas, sino más, putas ganas de darle mil besos y saborear su cuerpo. Pero no. No me dejan. Por mí, quiero, debo y puedo, pero no me dejan. En realidad, no quiero aguantar el tirón, así que terminaré poniéndome en contacto con ella, pero con un Fortuna en los labios, nada más.

Hoy he aguantado el tirón y me he puesto a trabajar como si fuera cualquier otro día, como si no fuera lunes, como si tuviera ganas de trabajar. Como si sirviera para algo, como si me aportara algo más allá de una mierda de sueldo y un mes de vacaciones que aún no he agotado. Pero no me lo creo ni yo, así que hasta que me dure, y luego, ya rellenaré el tiempo escribiendo, como ahora.

Estoy aguantando el tirón y no estoy convencido del motivo, pero me esperanzan los resultados. Seguiré tirando, y quizá mañana vuelva a escribir de ficción, dejar de mirarme el ombligo, dejar de sufrirme por tanto pensarme. Quizá mañana cree un alter ego y le ponga en una situación extraña. Quizá el personaje logre salir airoso de un fusilamiento trivial, o quizá se suicide ahorcándose con su propia corbata en el ascensor después de haber pillado a su mujer follándose a un mulato. Al menos no seré yo, otra vez.

domingo, 12 de octubre de 2008

Nada más que declarar

Las 12 del mediodía de un domingo cualquiera, pero primer domingo otoñal, frío y nublado, pero con luz blanca e hiriente. Ayer fue un sábado cualquiera. El viernes fue un viernes más. La semana podría encajarse en cualquier mes del año.

Anoche en la cama, mientras sorbía mocos y retenía las últimas lágrimas, concluí que soy un frustrado.

Quiero escribir y me conformo con un blog y con un trabajo en el que redacto.
Quiero escribir y me doy cuenta de que nada tiene que ver con montar en bici. Hace mucho que no leo y mucho que no escribo, y ya no es lo mismo, ya no me sale lo mismo, ya no escribo ficción, con tantos relatos guardados en algún sitio. Me tambaleo en la bicicleta escribiendo sobre mí, y siento vértigo ante lo poco que tengo que contar.

Andreu me comenta que en tiempos de crisis y zozobra, quien se queja del trabajo no tiene perdón. Y le doy parte de razón. Soy premio Nobel en el arte de quejarme, pero por lo bajini, para mis adentros, y claro, me carcome.
No sé qué quiero hacer con mi vida laboral, y de momento me conformo con mi trabajo tanto como me quejo de él. Bueno, Andreu, si vieras lo que cobro... pero sí, algo es algo.
Pero me quejo, porque soy un frustrado.
Porque no quiero vivir en Madrid ni llevar esta vida de aborregado. Pero no hago nada más allá de proclamarlo.
Y un día aparece ella y se me antoja motivo para salir de esta espiral embriagadora y suicida. Me vuelve el color a la cara y la sonrisa es natural, y por fin hay algo de lo que hago que me gusta y aligera de repente los lastres que tanto engordo, y vuelvo a sentirme tan alto.
Pero no, no vale y no vuelo. El cielo se abre, pero es sólo durante unos minutos, luego se repiten las nubes. Puedo declarar que quiero tenerla, otra vez, que me hará tanto bien tenerla, y me dice que ahora no. Que ella también me echa de menos, pero que ahora no, que no puede ser, que necesita tiempo para volver a reconocerse después de nuestra locura de verano, que fue mucho más que una locura de verano.

Soy gilipollas. Me he aferrado a una novedad en mi vida que me ha entusiasmado. He querido que fuera la chispa que hiciera explotar toda mi mierda. Pero sólo yo puedo prender la mecha, sin eventualidades externas(puta mierda, ella no puede ser una eventualidad). Sólo yo puedo.
Sólo a mí me compete volver a escribir, sin musas, sacarle jugo a las naranjas de mi trabajo, hacer lo que tenga que hacer para sonreír y jugar más... dejar de fumar porros. Se me va la vida en ellos. Con ellos mis días son páginas en blanco y me supone demasiado esfuerzo ponerme a escribir.
Llevo diez años fumando porros y no sé como soy yo sin fumar.

Mi vida en volutas de humo. Apuro la chusta del primero de hoy, y no me siento mal. La cabeza abotargada, el cuerpo pesado, la mente en nebulosa. Sé lo que hay. Y en diez minutos tendré que dejar de escribir y dedicar el tiempo a perderlo. La consola como refugio del colocón. Y cuando me recupere un poco, me fumaré otro que me hará decaer de nuevo. Y así llegará la noche, y habrá sido un domingo más, de una semana más. Y mañana a trabajar, y vuelta a empezar. Y pasaré de puntillas por la semana, por el mes, por el año, y miraré atrás, y volveré a llorar en la cama. Y gritaré que se acabó, que no estoy dispuesto a no acordarme de qué hice mal.
Pero me fumaré el primero de la mañana despotricando contra todo, reconociéndome frustrado, hasta que las letras bailen y mis dedos no aprieten las teclas, y me vaya a echarme un vicio a cualquier juego de tiros y pasen las horas...

Estoy hasta la polla de armaduras, de olvidarme de libros leídos y pelis aborrecidas, de perder contacto y ganar tan pocos, de levantarme contento, comer triste y dormirme enfadado, de la ansiedad ante el tiempo que se dilata cuando no hay porros, de no saber sobre qué escribir, de que me guste tanto el hachís, de ser un yonki...
Tengo que decir se acabo, y creérmelo, tanto como me creo un frustrado y un yonki, que manda huevos.
Me llama Memphis para salir por ahí, salir de casa, salir... bienvenido sea.

jueves, 9 de octubre de 2008

En las alturas sólo hay nada

Dice Juan Diego Botto cuando es Martín H que de Buenos Aires echa en falta, por extraño que parezca, los tejados. Con sus depósitos de agua. Con sus suelos encalados.

En Madrid nadie piensa en la existencia de los tan obvios tejados. Porque los de Madrid son anodinos y cuadrados, y no tienen depósitos de agua. Los tejados de Madrid suelen estar cubiertos de moqueta rígida alquitranada o de chapa grapada, excepciones son los que sólo están encalados, o con tejas, o con esculturas magníficas que todo lo ven y lo controlan. Los hay, pero son los bichos raros, marginales y escandalosos.

En lo alto de Madrid las antenas parabólicas son girasoles inválidos, mirando siempre al mismo sitio, tan parecidas las unas a las otras, recogiendo más o menos canales, albergando más o menos pipas.
Las chimeneas sólo son granos que le salen a los áticos abiertos. Protuberancias de aluminio o de cemento que permiten escapar las impurezas de las casas.

No hay ladrones saltando de tejado de tejado, ni los gatos dejan verse en tan civilizadas altitudes. Como mucho rompe la quietud un limpiaventanas, trepamuros de cristal, que además es probable que no quiera estar ahí, aunque ahí es único.

Madrid recorta sus tejados cuando atardece, y sólo dibuja aburridas simetrías, no ha lugar redondeces absurdas ni escorzos imposibles. Gaudí no era madrileño, ni falta que le hacía. A él, a Madrid siempre.

Ropa tendida en los tejados, intimidades a vista de pájaro. Poleas que quieren ser enredaderas, grúas que quieren ser secuoyas, y antenas emulando hojas de olivo, todas escapando de lo alto de las casas, huyendo hasta mucho más alto, pero congeladas en la acción. Así nadie las presta atención, no se la merecen.

No quiero ver más y saborear tan poco, pero aun así no puedo dejar de mirar por la ventana.

Vivo en un décimo, y cuando salgo de casa quiero seguir en un décimo, porque a ras de suelo no estudio estos tejados que yo nunca echaría de menos, aunque siempre ando mirando arriba, a los tejados de Madrid.

Madrid, coño, Madrid, siempre igual...

martes, 7 de octubre de 2008

Naufragando en tu entorno

- Tengo que concienciarme.

Mierda.
Conciencia: del latín (pedanterías came to me) conscientia: propiedad del espíritu de reconocerse como sujeto de sus atributos. El conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno.

Me estás diciendo que quieres tener conocimiento de ti, en tu globalidad, toma zapatilla. Ardua tarea. Y yo que quiero subirme en ese globo tuyo...

Y me lo susurras por el móvil, en una llamada maravillosa por inesperada. Tengo que concienciarme... tienes que explicarte y creerte la incoveniencia del reencuentro. Y a mí que se me antoja tan inexplicable y conveniente. Nos ha jodido... yo no tengo que mirar a los lados evitando dañar sólo con ser visto. Hace tan poco que se lo dijiste... si yo lo entiendo, claro que lo entiendo.

Vuelvo a desgranar tu frase: tienes que concienciarte: tienes que estar segura de que en este momento no puedo estar más en tu entorno, de que no soy atributo (nota: jamás me vi como tal, pero oye, que es una acepción). Tienes que proponértelo, tienes, tienes, tienes...

Pues mira, ¡me vale! Te desconoces y te empeñas en estudiarte, y va a resultar que si es esfuerzo, ya es bálsamo para mí. No es aprenderte lo que te nace, es lo que sientes que debes hacer. Y esa obligación impuesta, claro, es la baza que yo juego, hasta que triunfe con un órdago o me quede sin cartas. Pero juego, y con eso ya soy mucho más grande que el resto de los grises que me rodean, tan educados y completos. Y si la caída es jodida, siempre podré decir que volé, que por un momento volé, putos incoloros.

Que se conciencie quien quiera, que yo en mi inconsciencia vivo con moratones pero sonriendo más a menudo... y los daños colaterales no los evitas nunca cuando se entra a saco en un sitio, en un entorno de esos, que es como más nos gusta entrar a los que somos como tú y yo. Ego, coño, ego escrito que es donde vomito.
Vuélvete loca, no te busques y piérdete conmigo, cooooño!

viernes, 3 de octubre de 2008

Más Ego que nunca, y sólo da para unas risas

Yo es que me descojono. Pues no llego hoy al cubil donde malgasto buena parte de mi vida y resulta, oh, acontecimiento, que la empresa cumple dos años instalada en España, y por lo tanto todo es naranja y hay globos y comedor solidario y somos corporativos hasta en el dedo gordo. No te jode. Ahora no sólo le debo mi tiempo a un tipo que no conozco, sino que también he de aportar mi dosis de felicidad por tan esplendida eventualidad. Venga, coño, mi felicidad es mía y ya sólo falta que te homenajeé por comerte el mundo sin cubiertos, a lo vikingo, pero con traje y muchos idiomas.
Y nos quieren llevar a un parque temático para que celebremos en armonía y diversión el aniversario de algo, algo, que no es ni siquiera inanimado. No estaría mal que se personificara la empresa, tirarle de las orejas, uno y dos, como a un bebé cabrón de padres ricos, y no sólo limpiarle la caquita y darle de comer nuestro culo y nuestras cabezas en forma de papillas.

Y bueno, que el sarao lo monte la empresa pues lo veo lógico, asqueroso, pero lógico. Pan y circo, que demostrado está que funciona.
Pero que le siga el juego la tontalculo que hasta ayer despotricaba como la que más de los absurdos y las tropelías que vemos a diario, ocho horas y media al día, menos los viernes que son seis, yiiiija, es que es para descojonarse. Quien no llora, no mama, y ella lloró sus miserias y sus mierdas y ahora mama hasta reventar.
Y que se apunten al cumpleaños feliz, qué bonito todo, aquellos que se quejan bajito de sus condiciones laborales y de cómo se hacen las cosas, justificándose en que "total, nos lo pasaremos bien entre nosotros y a la empresa que le den por culo", pues hace que me descojone. Porque vuelve a ganar la empresa, y me parece alucinante que no lo vean, que con sólo aparecer le das la razón, que todo es una mierda pero si me llevas a la noria todo se ve mejor, espera ahora no que estamos abajo, ahora sí que veo Madrid.

Y yo, que estoy en el punto en el que me río de todo, que nada tiene sentido y parece que sólo yo me doy cuenta, enlatado entre paredes de cristal viendo que afuera se está mejor aunque dentro haya aire acondicionado, pues ya me callo y miro hacia mis pelotas y pienso en depilármelas al cero. Y me mofo, sin disimulo ya, de que haya que mandar quince mails para que te cambien el ratón, o de que cobre 6.000 euros menos que una que firmó el otro día y tiene mi misma categoría, o de que se lo diga al jefe y me diga que "lo vamos viendo" y salga relinchando y trotando porque ya está llegando tarde a algún sitio, o de que me digan que ponga en marcha un proyecto con unos ingleses y a medias no se acuerden y los ingleses se queden con cara de eso, de ingleses, y tenga que ser yo el que justifique el irrisorio comportamiento de esta nuestra querida multinacional. Ya me descojono, porque qué hacer sino, hasta que me salga algo que al final será lo mismo.
Con humor aprendo a levitar buscando la pista de aterrizaje, mientras tanto sobrevuelo mi PC, inventariado hace dos días y vuelto a inventariar esta mañana, esperando no quedarme sin gasolina mientras oteo por un destino más cabal.

Y en esas estamos y llego hoy con mi sonrisa de "a ver qué tontería aparece" y me encuentro a una perfecta azafata de negro, con su sonrisa de "ésta es mi mejor sonrisa falsa de un magnífico repertorio de sonrisas falsas", plantada en la puerta giratoria y agarrando un racimo de globos con sus deditos de manicura francesa. Con bondad le he susurrado a su dulce carita alquitranada: "ni de coña me das un globo naranja". La sonrisa de tebeo ha seguido intacta, pero sus ojos han delatado la incomprensión, ojos de "¿pero éste no es el baño de chicas?". He apurado el cigarro y me he metido a la jaula, a ver a los loros, y también y sobre todo a los cuatro pajarracos que me hacen la existencia laboral mucho más divertida.

Anda y que le follen, que soy más chulo que nadie. Yeah.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sin asunto

Lo siento, tía. Soy gilipollas. Soy un niño que se cree demasiadas cosas y comprende muy pocas.
Acabo de hablar con A. y estoy llorando y escribíéndote... ¡a ti! Qué sin sentido.
No puedo tenerte un poquito el viernes. Así no. Me cago en todo. No me conozco, y tú me conoces menos.

Se me ha cruzado una chica de la que parece que debo olvidarme y no puedo, no quiero, y pienso que no debo. Hacía tanto tiempo... y me consume la rabia y quiero tirar abajo mi casa y arrancarme los dedos y no escribir más pensándola. Pensándola, coño, me paso el día pensándola, mirando el móvil esperando encontrarme un motivo para sonreir como sólo sonrien los tontos, escrutando el messenger para verla siempre en gris, y cuando me llama por fin, después de una semana, no sé qué decirle. Ya ves. Así que espero que sea ella la que me diga, al fin y al cabo está claro mi deseo: verla, ya, mañana, muy tarde. Y ella me dice que eso también es lo que ella quiere, pero que no puede, que se va a volver más loca, que lo ha pasado muy mal esta semana y que todo debe ser otra vez de colores para actuar, y yo le digo que tal vez lo suyo sea que no me llame más y que yo no la escriba más, y entonces me doy cuenta de que no, que eso tampoco, coño, que me la suda todo, que yo lo único que quiero es volver a mirarle a los ojos mientras se corre y entender que eso es un fin donde los haya, pero no puedo tenerlo, y me hierve la sangre y escupo lágrimas que ahogan quejidos. De repente siento una tremenda tristeza. Lo que pudo ser, lo que podría ser... y tenemos que echar el freno de mano porque el mundo es cuadrado y no nos hemos dado cuenta queriendo darle la vuelta y hemos llegado al borde.

Así que no quiero negarme las ganas de mirarme muy dentro y de llorar, coño, al final soy un puto llorón.
Qué coño hago escribiéndote, tía. ¿O me estoy escribiendo a mí?

Quiero echarte un polvo y descojonarme contigo. Pero así no. Tengo la cabeza a más de 400 kilómetros al sur, y follarte debería concentrar todos los puntos cardinales. Asiente con la cabeza, porque sabes que es así...

Lo siento, J. No soy nadie para venderte la moto y decirte vente a mi casa y te tengo muchas ganas y luego contarte semejante película. Pero después de habértela contado, de encenderme otro cigarro, ya no lloro.

Soy imbécil. Casi sin querer he provocado contigo una situación que me gusta y me divierte, y ahora descubro que las cortinas de humo se deshacen con un soplido liviano, aunque venga de tan lejos. Y me jode infinito. Niégame la posibilidad de seducirte cuando el suelo se esté quieto de una puta vez y chasquearé la lengua y maldeciré haber hollado este cruce de caminos, pero lo entenderé. Para qué dar una segunda oportunidad cuando el que provocó la primera se retira malherido sin que le hayan disparado. El orgullo y el tiempo que pasa sin que pase nada son armas poderosas. Mándame a la mierda, que es lo suyo, y mófate de mí con un "tú te lo pierdes, chulo".
Es lo suyo... y yo agacharé la cabeza, seguiré pensando en A. hasta que no recuerde su cara, y seguiré queriendo follarte como nos merecemos.

Un besazo, un tercer lo siento, y un "soy lo peor" dicho en bajito y con sonrisa de niño bueno. Luego te lo susurro...

Julius Desperate, levantándome.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Abrirse paso

El conductor de la ambulancia deja caer la mano sobre el volante, y el claxón se une al ruido callejero. La furgoneta que le impide el paso se aburre esperando a que un pequeño Polo salga de una vez y así ocupar ella el hueco libre. Pero el de la ambulancia no lo ve, o le da igual, y vuelve exigir celeridad lamentándose con su bocina. El de la furgoneta asoma la cabeza y mira hacia atrás justo cuando el Polo huye del lugar. Pide el muchacho, ojos entornados y la voz más, que se esté tranquilo el de la ambulancia, que ya va. Acto seguido deja que la furgoneta ocupe suavemente, arrastrándose casi por el empedrado, el sitio dejado por el Polo, permitiendo el paso del exigente y ya doblemente amarillo vehículo de emergencias. Al pasar a su lado, el de la ambulancia grita hacia su izquierda que tranquilo él no, que él lleva a un enfermo y que no puede ir tranquilo. Y que se vaya por ahí el de la furgoneta, hombre ya. Al arrancar no ha podido apagar la respuesta del interpelado. Pues pon la sirena y no toques el claxón.

Dos horas antes, en el trabajo, M. ha cogido el móvil y una voz chillona se ha dejado oír más allá del aparato. M. se ha levantado a la vez que pedía un minuto a su estruendoso interlocutor para salir de la oficina, y que hablará más bajo que la iba a dejar sorda.
Ha vuelto a los trece minutos, con los ojos rojos y la palma de la mano sujetándose la frente, como si los sesos fueran a salírsele desbordados si ella no contenía la presión. Se ha sentado y todos le hemos preguntado sin abrir la boca, así que ella ha balbuceado que sabía que iba a pasar, que tenía que terminar pasando, que a una amiga suya del pueblo, de la infancia, con la que M. había jugado a juegos que ya no existen, la había matado su novio, para luego suicidarse él, dejando de existir los dos, como los juegos a los que M. jugaba con su amiga.
Y se ha quedado trabajando, esperando que su cabeza volviese a las cifras y las mediciones y el posicionamiento en Google y tácticas de SEO y mira a ver qué pasa que no estamos contando en el Analytics.
A lo largo de lo que quedaba de tarde ha recibido dos llamadas y las dos las ha llorado.
Y luego ha vuelto a ver qué pasaba con el portal ese que no estaba contando debidamente, a solucionar lo de la nueva alianza con los ingleses esos, a olvidarse de su nombre y de su pueblo, y de su amiga que ya no está porque un inadaptado así lo quiso, y se veía venir.
Se veía venir.

El conductor de la ambulancia se inventó las prisas, creyéndose rey del mundo cuando debería de ser su lacayo, asesino de tiempos que se le agotan a los moribundos. El de la furgoneta lo vio venir y descubrió a un conductor egoísta y ansioso y no a un heroico velocista de la supervivencia. Las prisas no le sirvieron al funcionario y el mal humor sí que le llegó antes. El de la furgoneta se olvidó de la anécdota a los siete segundos.

M. veía venir lo que pasaría. M. y más gente del entorno. Así que M. siguió trabajando después de que, efectivamente pasara. Siguió a su tarea, como si tal cosa, tal vez asimilando que si lo había visto venir, había que seguir como hasta entonces. Como si tal cosa. Y es normal y comprensible, qué vas a hacer tú, niñato, en ese caso, a ver... Pues está claro, tocar el claxón para abrirme paso y dejar atrás lo que me impedía el paso hacia vete tú a saber dónde. Y cagarme en la puta porque esto está podrido.

martes, 30 de septiembre de 2008

Las reglas del juego (pero... ¿¡qué juego!?)

Oye, qué curioso esto. Resulta que ahora que estoy desatado con las mujeres, en una de esas rachas en las que te crees imparable (que es lo único que necesitas para serlo: creértelo), y ahora que parece que se me pone una a tiro, una que nunca pensé que fuera a entrar en el ámbito de las posibilidades, no daba un duro yo... pues ahora resulta, cuando puedo ligarme a una que me entró por los ojos pero no me creí capaz de catar, ahora resulta que tengo la puta cabeza a 400 putos kilómetros.

A este nuevo fichaje me lo quiero follar, claro. Me pone. Me vacila y me pica y esconde la mano y la vuelve a enseñar y anda en zigzags y me mira de reojo y pone reglas a un juego que nos estamos inventando.
Pero lo cierto es que no estoy al cien por cien. Que sí, que me apetece, que un polvo con esta chica tiene que ser divertido, pero parece que la última mujer que engrosó mi lista de triunfos, mi última muesca en la culata de mi pistola, soy más chulo que un ocho, gato hasta la muerte, me ha dejado algo marcado. Es como si aún me durará una resaca mortal del mejor de los pedos.
Me acuerdo de ella mucho más de lo que creería. Me acuesto pensándola y murmurando "yo no quería enamorarme". Buaj, me empalago... pero es así.
Y de momento no puedo, porque ella me pidió tiempo, quedarme en stand by mientras solucionaba su vida y sus flecos, y también algunas aristas puntiagudas que no la dejaban tumbarse tranquila. Y mientras tanto, yo sólo espero. Pero yo no sé esperar futuros, soy experto en ansiar presentes.

Me diste a probar de ti, granaina, y nunca pensé que me fuera a gustar tanto, sin conocerte apenas.
Y ahora que te conozco más quiero ser chef de tu salsa. Pero me toca hacerme a un lado y ver pasar a los miuras, cuando lo que quiero es correr delante de ellos, con dos cojones, pudiendo ser corneado, o tal vez llegando a la plaza vestido con una sonrisa. Me da igual, yo lo que quiero es correr y probarme.
Pero no puedo.

Y mientras me intento hacer a la idea de que he de ser paciente (que no, coño, que no sé), de que tengo que dejar de mirar el móvil y de buscarla en el Messenger, de que es ilusión aplaudir cada mail nuevo, porque luego nunca es suyo, ahora va esta otra y me da bola. Y para eso, de repente, yo, que venía de matar quince pájaros de un tiro, de cazar jabalíes a bocados, de matar mamuts a pedradas, no estaba preparado.
Pero si la vida quiere sonreírme no voy a ser yo tan imbécil de darle dos ostias, así que le sigo el juego a esta inesperada rival. Y quiero ganar, yo cuando juego siempre quiero ganar. Pero en realidad quiero jugar en otro tablero y con otra ficha. Y las reglas dicen que me joda, no me dejan. Y porque no me dejan tengo más ganas de jugar hasta echar un órdago a grande, con cerdo caballo y la mejor de las poses. Ya lo dije, soy un niño. Dime que no y buscaré doblemente que me digas sí.

Cuando no ligo, porque no ligo. Cuando ligo, porque quiero ligar con otra. Cuando ligo con la otra... eso ya veremos. De momento, espero. Y juego, que tampoco soy gilipollas.

Tal vez ella vuelva a darle al play y la peli continúe. Pero mientras tanto no me voy a quedar congelado en la pantalla. Voy a ver si hago otras pelis, aunque está claro que el Goya me lo darían por la otra, por la que está a 400 kilómetros pero también tatuada en mi hemisferio derecho, y aún me duelen los pinchazos.

Nunca quise tatuarme. No esperaba jugar a este nuevo vicio. Y ahora estoy tatuado y jugando sin parar. Lo que quiero y lo que hago están empeñados en ser amargos amigos.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Huele a podrido

¿Qué coño es esto? Pero... ¿qué cojones es esto? Algo no funciona...
Cada vez me cuesta más encontrarle sentido alguno a esta existencia urbanita que es de todo menos existencia. Vamos a ver, deshagamos la madeja a ver si me aclaro.
Curro ocho horas y pico en algo que ni me va ni me viene, estoy cómodo y mal pagado, y ya no le saco más provecho que mi mierda sueldo y mi mes de vacaciones.
Ocho horas y pico que en Madrid, sumando idas y venidas, la horita de comer, se alargan, eso lo saben hasta las palomas.
Y llegas a casa, y si tienes vagancia crónica y heredada como es el caso, el día se va difuminando y tú, para cuando quieres darte cuenta, eres mero espectador del final, títulos de crédito incluidos.
Y... ¿para qué? ¿Para un sueldo de mierda y un mes de vacaciones? ¿Plantear once meses de cada año de mi vida para el disfrute verdadero de uno solo? Algo me falla.
Yo no tengo vocación de ser alguien en esta vida, que le diría Don Pantuflo a sus gemelos bicolores. Yo, como le dije a mi padre el otro día en un arranque de extrema lucidez, lo mismo soy más feliz viendo mi nombre en la puerta de un bar que en la de una biblioteca. Quién sabe.
Soy inocente hasta la extenuación, pero comprendo y acepto que de algo hay que vivir, y que sea de lo menos malo, de lo que realmente te deje vivir.
Correcto. Lo encajo y me lo trago con mínimo esfuerzo, sin carraspeo.
Pero si eso es así, que al menos mi vida no gire en torno a un sueldo, a un mes de vacaciones, a un trabajo de mierda. Me niego a que el trabajo sea el vértice. Primero hay otras cosas, tan oníricas y estúpidas como el amor o la escritura, y luego ya vendrá el curro. Si me tengo que ir a Barcelona, que sea por una catalana y no por un trabajo.
Y cambiar de trabajo sólo sería pan para hoy...
Cambiar radicalmente. Irme de esta ciudad deshumanizada, donde la gente no anda sino que trota, y donde todo está a mucho más de veinte minutos, aunque te digan lo contrario, siempre, y por supuesto no yendo andando.
Irme a una ciudad a la que cueste llamarle ciudad, pero que ni de lejos es un pueblo.
Vivir de verdad, salir de trabajar y saber que todo está aquí al lado, sin tener que echarle ganas, encontrándote con la gente en vez de quedar con ella con dos días de antelación. Y trabajar en algo que me aporte más que un sueldo y un mes de fuga.
Pero todo esto es un sueño de un niño que se enamoró de Granada y volvió cantando "en Madrid somos gilipollas, yo quiero ser hippy de palo". Somos muchos en el mundo para que tantos hagamos una vida tan parecida. Yo no quiero eso. Dame una playa y un perro y llámame lo que quieras.
Y durante una semana me desquicié, y luego lo reposé, y ahora, de nuevo en mi rutina de asfalto, kilómetros ingeridos, risas con un cigarro a la intemperie, ordenador rebelde e informes que no sirven para nada pero que hacen bonito, me voy tomando mi revelación con más calma. Sabiendo que sigue taladrándome, que tengo que irme de aquí, pero intentando madurarlo, sin saber todavía qué significa madurar. A mí siempre me gustaron las frutas verdes, ácidas, aunque luego me machaquen el estómago.
Así que, sueño... y me relamo despierto. No he inventado la pólvora para nadie con esta sarta de majaderías, pero he engrasado mi revolver y ahora ya afino mejor la puntería.
Tengo que hacer algo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Las primeras arcadas

Ego porque esto es mío. Es mi sitio, mi reino, mis dominios inquebrantables e inconquistables. Amurallado con una simple contraseña y erigido sobre mi imaginación. Esa que sigue escondida en la nebulosa del hachís, pero que se empeña en seguir gritando. Cada vez me cuesta más oirla, por eso, tal vez por eso, vuelvo al mundo blogero, a dejar constancia de sus berridos, no para que lo lea nadie, sólo para liberarla y liberarme.

Porque aquí soy yo lo que importa, y lo digo sin tapujos, porque así es como debería ser.

A veces pienso que todos los que me rodean son gilipollas, sin darme cuenta de que no soy ningún iluminado y que ellos pensarán lo mismo.

Por eso ego.
Por eso y porque quiero.

Vuelvo con ganas de escribir, ganas impostadas porque no han nacido ni de mis pelotas ni de mis entrañas ni de mi cabeza. Sino de ella. Nueva musa que aparece y me empuja irremediablemente a escribir. Pues gracias, porque sin saberlo, lo necesitaba, como el cagar.

Vengo a escribir de mi mundo. Soy niño inocente en Madrid que quiso ser culpable en muchas partes, tal vez al sur, donde está ella y no estoy yo y quisiera que estuvieramos los dos. Y no quiero crecer porque no entiendo para qué si jugar me gusta tanto.

Pero esto no es melancolía. Esto es un vómito de palabras alucinadas y desesperadas.

Vamos allá, poco a poco, tal vez termine gustándome. A mí, que es lo que importa. Yo pongo las reglas de este juego al que creo que no sé jugar, y menos ganar, si es que se gana.

Entrad si quereis, contemplad lo que se os antoje, y vomitad conmigo si os place. Juguemos...