martes, 9 de diciembre de 2008

Sin motivo, un martes de noviembre

Lucas se quemó a lo bonzo el noviembre pasado, un martes, no sé en qué caía, mediados de mes o por ahí.
No quería reivindicar ninguna causa perdida, ni llevarse por delante a nadie en nombre de ningún grupo terrorista.
Sólo encendió su zippo y se lo acercó al pecho, tan empapado en gasolina super como el resto de su cuerpo, desde el flequillo hasta las uñas largas y negras de los pies.
Lo hizo en su cuarto, con la puerta cerrada, sin llamar la atención. Ni un grito se oyó ni los muebles volaron astillándose contra la pared. Nada. Como si durmiera.
Muchos se preguntan si le dolió, lo cual es absurdo. Todos nos hemos quemado con aceite, con agua, con una china de hachís que, traviesa y rebelde, se posa donde no debe y deja marca en ropa y piel. A todos nos ha dolido. Multiplicad ese dolor por mil y atisbaréis lo que le pudo doler a Lucas el cuerpo aquel martes de noviembre.
Yo lo sé no por pedante, que también, sino porque Lucas me mandó un mail antes de entrar en calor.
"Oye, mañana no voy a poder ir a la cena. Ya estoy hasta los cojones de todo y, como te dije hace tiempo, me voy a quemar a lo bonzo. No te preocupes, sabes que estaré bien, es lo que quiero hacer, ya te lo dije hace tiempo.
Riega las plantas y da de comer a Humphrey, es más, quédate con él y tira las plantas a la mierda, si quieres.
Siempre me gustó el olor de la gasolina,
Lucas."
Como es lógico, no le conteste, no fuera a ser que se arrepintiera de lo que iba a hacer cuando ya por fin había tomado una decisión.

Otros muchos aún se preguntan porqué, porqué Lucas se quemó a lo bonzo, con lo que tiene que doler, siempre es más rápido pegarse un tiro. Pero todos esos muchos no entienden nada, no saben que Lucas, simplemente, decidió arder en silencio y sin nadie mirando ni oliendo a carne chamuscada. No necesitaba motivos, o quizá los tenía todos, pero él sonreía siempre, y lloraba en sueños, cuando ni él mismo se daba cuenta.
Dice su hermana que lloró cuando se incineró, pero en realidad no lo sabe, sólo lo desea, supongo que para reafirmar ella la humanidad de su hermano. Yo no creo que Lucas llorase. Yo creo que se quedó mirando por la ventana hasta que cayó al suelo sin músculos en los que apoyarse, viendo como su vida se apagaba con el fuego.
Dice su madre que no llegó a morir, que cuando se extinguieron las llamas sedientas de oxígeno Lucas aún respiraba. Que fue en la ambulancia cuando murió, aunque ella no lo sabe, no estaba allí, fue un vecino el que llamó al 112 por el hedor y sólo los de la ambulancia vieron su cuerpo negro y resquebrajado. Yo no lo creo. Yo creo que Lucas se murió hace mucho tiempo, pero nadie se había dado cuenta, ni siquiera yo, y por eso quizá Lucas se quemó el martes aquél.
Hoy me he atrevido por fin a abrir el paquete que, con nombre de Lucas, me llegó el jueves siguiente a su cremación. En el sobre había una bolsita con cierre hermético con un puñado de cenizas, y una carta.
"Por fin estoy en todas partes. Estas cenizas son del cigarro que me fumé antes de rociarme con gasolina. No son mías, pero sí. Yo inhalé el humo que le robé al cigarro para formar estas cenizas, algo mío tiene que haber en ellas. Tíralas, como seguro que has hecho con las plantas, o échalas (las cenizas, no las plantas) en la tierra donde caga Humphrey, que seguro que te lo has quedado tú porque ni Ana ni mamá lo querían.
Y no te voy a explicar porqué he hecho esto, lo de quemarme, porque tú ya lo sabes, a ti es al único al que le sobran los comentarios. Explícalo tú, si quieres, sólo si quieres".