domingo, 1 de noviembre de 2009

Halloween, bachata y perroflautas

29/10/09 (continuación)

Ben y Klara se nos unen en el Tres Mundos, la obra ha sido dura y Ben tiene casi terminado el armarito para la casa azul de los voluntarios, que no tiene un mísero mueble. Ben es un manitas en toda regla. Vivió en Escocia en una casa que alquiló sin amueblar y se construyó los muebles con palés de obra. Un superviviente. Nos comemos una hamburguesa de pollo acompañada de una Victoria, que me resulta menos aguada que la jodida Toña y tiramos para el supermercado Pali, a por el helado para el postre y alguna conserva para la vinagreta. Mientras Lau pilla lo dicho y la alemana y el neuyorkino lo que sea que tengan que pillar me quedo fuera fumándome un cigarro y cuidando de las mochilas. Allí charlo con Terry, un nica que curra de aparcacoches en el Pali y que ya entabló charla con nosotros cuando fuimos de compras con Judith. Conoce a una de las voluntarias, es muy majo y servicial, se ofrece para buscarnos un taxi y me cuenta que este finde es Halloween en Granada, que es un fiestón, que la gente se disfraza (él fue Dos Caras el año pasado) y que no hay hora de fin de fiesta. Le digo que ya tenemos plan para este finde, que nos vamos a Masaya que son las fiestas de San Jerónimo y que queremos ver el volcán, activo y desde el que se ve Costa Rica. Nos dice que allí la fiesta está muy bien pero que termina antes, que qué pena que no nos juntemos este finde por la noche. Y es cierto, qué pena, tiene toda la pinta de querer agradar, buscando lo que sea que busque o sin buscar nada más que ser amable. Nos volvemos en taxi, menos Ben, que bajo en bici "chineando" a Klara (ella montada en el cuadro, él pedaleando). Se despide de nosotros con un "que te folle un pez polla" que acaba de aprenderse.

Y para la casa y a descansar. Echamos un Uno, gano a Klara al ajedrez y se desespera y me pide la revancha una y otra vez porque no puede parar de competir. Tiene un gran perder, pero es ambiciosa en todo lo que hace. Me cae genial, y qué cojones, me pone. Es guapa, interesante, tiene un tipazo y me mira con ojitos de alemana de 19 años, que no hace falta describir para cualquiera que tenga sangre mezclada con testosterona recorriendo su cuerpo.

Me toca limpiar la mesa y fregar los cacharros de la cena, así que me salto la mayor parte de la reunión, que son un coñazo inútil a diario cuando podrían ser una charla provechosa de dos veces a la semana. No todos los días ocurre algo que justifique una reunión, pero Judith así lo quiere y así se hace.

Estrenamos las cartas de poker al terminar de cenar. Ben, Lau, Klara - por supuesto, imparable, con cuenta en pokerstars.com - y yo. En la primera partida Klara llega a hacer tres rebuys, y finalmente me gana Ben en el cara a cara con una jodida Anna Kournikova contra mi As Reina. Agh. Pero Klara no ha ganado y no nos deja irnos a la cama. Echamos otra, sin rebuys, y por fin gana y nos acostamos a eso de las doce menos cuarto, lo cual es como acostarse a las tres de la mañana en el mundo civilizado. Al menos mañana no tengo obra porque me voy con Pato (pedagoga madrileña que lleva nueve meses aquí y se vuelve en breve un mes de vacaciones a España, aunque luego regresa a este rincón alejado no sólo de la mano de Dios sino de todas las manos poderosas), con Lau y con Jose a llevar a críos del camino al malecón, donde hay unos columpios muy chulos. Me lo propusieron y acepté, claro, que me gusta la obra, le estoy cogiendo el punto, pero un día con los críos también es apetecible. Igual o más agotador, pero apetecible.

30/10/09

Vamos recogiendo niños por el camino. Van todos de punta en blanco, que aquí la imagen importa cuando hacen algo fuera de lo normal. Irse a los columpios es algo fuera de lo normal, pues sus columpios habituales se componen de barro, gallinas, perros famélicos y mucha, mucha imaginación y fuerza.

Muchos me conocen por el fútbol, y a mí no me suena ni su cara. Me asignan a Erik y Ángel, dos enanos pelones. Guillermo rápidamente dice que también quiere venir conmigo. No hay nada como el fútbol para ser el más requerido por los chicos. Bryan, un chico de unos catorce, nos ayuda a controlar a los críos, también es de Los Halcones e insiste en que vayamos a ver si encontramos un balón de fútbol.

El camino hasta el malecón es cuesta abajo, y nuestra jauría de mocosos va sobreexcitada. Veo que Ángel, con sus piernas en miniatura y su cabeza de melón, se agota, así que me lo subo a hombros. Error absoluto. Todos quieren ser él. Por suerte ya llegamos y se desperdigan por los columpios después de tomarse un desayuno frugal a base de galletas y fresco de chocolate (sucedáneo del ColaCao, pero muy sucedáneo).

Lau y su pie aguantan, Jose tiene mano con los niños, y Pato es esa profesora de párvulos que todos hemos tenido, encantadora pero de mano firme. Una voz suya es ley, mientras que una voz mía es sólo motivo de pitorreo, como debe ser, que a mí los niños siempre se me subieron a la chepa, y más estos umpalumpas cabrones inagotables. Se caen, se retuercen los brazos, se tiran por cuestas... y siempre, siempre, siempre recuperan la verticalidad partidos de la risa. Son mucho más espabilados, imaginativos y pillos que cualquier niño que haya conocido yo en España. Es lo que tiene la falta de PlayStation... es lo que tiene la falta de todo, que les potencia la voluntad y el querer pasarlo bien con lo mínimo. Aprovechamos Lau y yo que están todos en los columpios bajo la atenta mirada de Pato para irnos a una terracilla a tomarnos algo. Yo me pido una Victoria y un plato de nombre impronunciable que finalmente se basa en pinchos de plátano frito con queso frito. ¡Con queso frito! ¡Como en la puta Mancha! Le digo a Lau que cada vez que tengo un momento, que cada vez que puedo oírme pensar en un lugar en el que estar diez minutos solo es un privilegio, soy consciente de que estoy en el trópico. Momentos de lucidez. Y se me hace todavía el culo gaseosa cuando me doy cuenta de que sí, de que estoy tan cerca del Caribe y tan lejos de todo lo demás. Y mi gente en Madrid y Madrid me queda tan cerca en la memoria que necesitaré un mes para concluir que no echo de menos la ciudad que perdió las olimpiadas. Ahora sólo concluyo, cada vez que puedo concluir algo, que estoy donde quiero estar. Se me antoja precipitado pensar así llevando tan poco tiempo, pero carajo, siempre fui inocente. Lau está conmigo. Uña y carne, santanderina y madrileño bajo un toldo de chiringito para gringos a la vera del lago Cochibolca, o Cosibolca, o algo así, el lago de agua dulce más grande de Centroamérica. Es un desperdicio de lago. Está lleno de mierda, es enorme y no se ve Ometepe, la isla volcánica que está en el centro.

Todo producto hecho en esta zona del mundo lo lleva especificado en el envase. "Producto centroamericano distribuido por...". Están orgullosos de producir ajenos a yankis y europeos. Y el tabaco Belmont tiene fecha de caducidad, lo cual me hace pensar que tal vez todo tabaco caduque y nadie lo reconoce, o simplemente que estos nicas piensan que su tabaco es tan cojonudo que tiene que tener fecha de consumición preferente.

El camino de vuelta lo hago primero con Ángel a hombros, luego le toca a Erik, luego a Chepe, luego a Lupe, luego a Junior, luego a Guillermo y mi espalda ya no es mía. No sé decir que no, como le pasa al prota de Mad Men con las mujeres.

Llegamos a la Casa de Voluntarios a las dos y pico, todos han comido y nos han dejado algo de gallopinto y muslitos de pollo. La vida en forma de guiso. Lau y yo fallecemos en la hamaca y ella deshecha la idea de unirse a una partida de softball a la que le han invitado (beisbol para mujeres, puto beisbol).

A las 7 nos bajamos para Granada a la fiesta de despedida de Bea, que este finde se va a la playa de San Juan y la semana que viene se vuelve a la añorada España, o sea que es hoy o nunca. Pete, Bea, Klara, Ben, Haley, Lau, Laura Catalina (la arquitecta nueva, que ya tiene nombre para diferenciarla de Lau, Cata, de catalufa, pero Catalina suena mejor), Vanessa, Reanne, Alex (nica que curra en la obra, amiguete de Pete) y yo. Por el camino, a la vera de Klara, me paran niños y se cogen de mi camiseta y me llaman por mi nombre. Klara alucina con que me conozca tanta gente. Yo le digo que me acuerdo de la mitad, que es todo cosa del fútbol y de la excursión mañanera.

Paradita en el Tres Mundos, la gente se conecta y aprovecho, usando la cuenta de la generosa Klara, para mirar el correo. Francisco de Asis, el poeta amigo de Marcos, ha contestado gustoso a mi mail de propuesta de mantener una charla para que me cuente sobre este país que tan poco conozco. Me entusiasma su disposición tanto como a Lau, fotógrafa empedernida. El sábado siete de noviembre, a las cinco de la tarde, en su casa museo, a tres cuadras del ayuntamiento andando hacia el lago. Marcos, cuando leas esto sé que se te escapará una sonrisa. Mil gracias, señor, contacto donde los haya para empaparme bien de lo que pasa aquí, de lo que pasó en los últimos 20 años y de lo que probablemente pase en los próximos tiempos. Si no hubiera estudiado periodismo me sentiría igual de satisfecho, con lo que confirmo que el periodismo no se estudia.

Judith está en el Tres Mundos. Se nos acopla, claro, y la cara de la gente es un poema. A un mejicano a cenar. Putos mariachis pesados, y en el asfalto nicas bailando break. Un carruaje engalanado como coche fúnebre anunciando la fiesta de Halloween, y fajitas, enchiladas y burritos en la mesa.

Lau habla con un niño del pegamento, de los que duermen en la calle, esnifan en la calle y venden manualidades en la calle. Me dice que les va a hacer un reportaje, y le digo, por supuesto, que cuente conmigo. El niño es mono y sonriente, pero ha nacido en el lugar equivocado, con el dinero equivocado, en la calle equivocada.

Tras la cena, Pete se retira. Una vez a la semana, habitualmente la noche del viernes al sábado, se queda a dormir en un hostal de Granada, en busca de una ducha de agua caliente y una cama que te haga pensar en cualquier cosa menos en qué te picará esta noche. Yo tengo unos puntos rojos en la rodilla derecha y en el codo derecho, y debatimos sobre pulgas o mosquitos, hasta que me dicen que he heredado la cama de Pochi, perroflauta donde los haya. Así que entre risas todos concluyen, primero, que son pulgas bien alimentadas, y segundo, que queme el jodido colchón. Resignación.

La que no se retira es Judith, que se viene con nosotros a La Nuit. Me parto. En la calle Orense, tan cerca de donde viví tanto tiempo y a tantos miles de kilómetros de donde escribo esto, hay un La Nuit. Ésta es una discoteca al aire libre, con un par de toldos en el patio y mesas y bancos de piedra circulares. Dentro, más mesas, los baños y en medio, uniendo exterior e interior, la barra y la pista. Una banda tocando en directo, de vez en cuando sustituidos por un DJ, y los ritmos latinos doblegando cinturas. Como Halloween es este finde, toca fiesta ídem, que se resume únicamente en unos globos y cartulinas colgadas y recortadas en forma de calabaza. Y por esa decoración absurda el precio de entrada ha pasado de los 10 córdobas habituales a los 30. Es absurdo: entras, te cobra un tipo y al metro y medio te recoge el mismo ticket que te han dado un segundo portero. No hay copa con la entrada y la entrada dura en tu mano tres segundos. Ni Klara ni yo lo entendemos, pero EEN.

Charlo con Ben a la luz del Flor de Caña añejo de siete años, qué cosa más rica, señor. Nos hemos ido Ben y yo a la barra a por el kit completo de ron. Nos cobran 310 córdobas (unos 15 dólares, unos 12 euros, lo que vienen a ser dos copas en España y aquí nos dan una botella de litro, una cocacola, un refresco de limón, rodajas de lima y una cubitera). "OK then, let's do this shit", ordena Ben.

Me cuenta sus locuras en Nueva York, donde con 15 años transformó un coche tipo el de El Coche Fantástico para ir al colegio, sin carné ni ostias. Le cambió el motor por el de otro Corvette y eran los amos de la carretera. Flipo con el sociólogo-psicólogo-manitas.

En Nueva York se ha debido de juntar con lo peorcito, tanto es así que no puede volver a su país natal. Empezó el peligroso negocio de la venta de cocaína, con 20 añitos, aunque no hay edad para hacer eso, pero con 20 añitos el mundo es tuyo y con droga al por mayor te crees que más todavía, supongo. Pero claro, sólo lo crees. Le pillaron y estuvo en busca y captura. Si huyes del país en ese momento, me explica, no puedes volver en cinco años, que es lo que tarda en prescribir el crimen. Pero si huyes una vez que te han encontrado y han ido a por ti, ya no puedes volver. Que se lo digan a Polanski. Ben se fue a Escocia a terminar de estudiar lo que empezó y no terminó en los Estates, psicología y sociología. Joder. Camello, sociologo, psicólogo y exiliado forzoso. Estoy boquiabierto. Tiene 23 años y me está contando una experiencia que no creo vuelva a oír. No quiero preguntar de más, le digo incluso que siento ser tan curioso y haberle hecho hablar, y me dice que no, que no sea gilipollas, que me lo cuenta porque quiere pero que no lo suelte por ahí. Espero que este blog no sea parte de por ahí. Yo, que soy impresionable a más no poder, rumio y rumio la historia, alucino cuando me dice que todos sus colegas le quisieron robar cuando la adicción ya fue total, y que gracias a Dios salió de aquello. A mí estas cosas me dejan loco. El mundo tiene tantas cosas que no conozco que una batería de preguntas me asalta la cabeza, pero chitón, que ya ha hablado demasiado y Klara está pegando la oreja y él no quiere que nadie más sepa. No sé porqué cojones inspiro yo la confianza para que me cuente semejante salvajada, pero lo cierto es que me enorgullece. A ver si es que voy a ser periodista de verdad.

He bailado salsa. He bailado merengue. He bailado reggaetón. Excepto este último, que obviamente se basa en arrimar cebolleta y hacer el lascivo, el resto tiene pasos, y me los voy aprendiendo. Dos atrás, uno adelante. Primero con Klara, descojonados de la risa, una alemana arrítmica y un madrileño flipado. Luego con Eli, que me enseña algunos pasos, avergonzada porque me está llevando ella en vez de cómo debe ser. Y cuando me voy de nuevo a la mesa a por un lingotazo de Flor de Caña, Bea me intercepta para bailar merengue. No se me da mal. Sudo como un cosaco y alucino con como bailan los nicas. Menudo juego de caderas.

Alba y Bea bailan muy bien. Eli también está iniciada. Y de repente Alba le está comiendo la boca a un fornido mulato. Me explica Klara que están liados desde hace tiempo, que es panameño. Enorme Alba. Menea el culo que da gusto y tiene un juego de pies que ya quisiera yo. Comento con Lau el hecho de que esté liada con uno de aquí, qué jefa Alba. Y Lau me mira condescendiente y me suelta "Sí, tío, está bien mientras ella sepa que aquí ni Dios, ni patria, ni condición".

Voy con Lau a por otra botella y nos cobran 290 córdobas. En fin... a saber lo que cuesta de verdad. Gringos somos, gringos seremos. Por cierto, nadie dice córdobas, sólo los gringos. Aquí se les llama pesos, aunque no lo sean.

A Cata le saca a bailar El Indio, amigo del panameño y un hombre que no podía haber recibido un apodo mejor. Alto, fuerte, pelo largo en coleta, pendientes y un tatuaje de un apache en el pecho derecho. Los dientes, como muchos nicas, enmarcados en plata. Cata, haciendo honor a su patria, se muestra recelosa y fría con él, soltándole unas borderías de tres pares que él encaja bien y rebate con chistes y repitiendo una y otra vez "ostia tía joder", imitando los exabruptos españoles. Yo medio, le doy charla, alucino con la provocación de Cata y con el temple de él, Lau pinchando más a Cata y haciendo de madre de cara a El Indio, o eso dice él, que yo llegué a medias y me entero de la mitad. Pero nos echamos unas risas él y yo, entiendo que el ambiente está más templado, me enseña a chocar la mano en nica (el brazo desde atrás cayendo sobre el del otro, chocando fuertes las manos y separándolas para juntar de nuevo los puños, cual rapero yanki) y me dice que mañana sábado hará un espectáculo de fuego en la Calzada, la calle de los garitos para gringos y donde hemos cenado.

De ahí yo me retiro con Judith, Eli y Haley, que mañana hemos quedado con Jose en Masaya (él se fue directo desde la excursión con los niños, en plan avanzadilla, y hemos quedado con él en una iglesia de la ciudad, pasa de fiestas y ostias) y a mí no me entra más alcohol, no estoy pedo, pero estoy como empachado. No es mi noche, pero sí la del resto, así que hacerse a un lado es lo que toca. El resto se va al César, otra discoteca que abre hasta el amanecer. El Flor de Caña hace de líder, pero yo me mantengo y digo que no, confiando en que los planes de mañana se mantengan y Jose no tenga que odiarnos por no aparecer. Ahora que escribo, a la mañana siguiente, a las 10.30 de la mañana, con solo Ben despierto, entiendo que sigo siendo un inocente y que Jose se las tendrá que apañar solo.

Conseguimos un taxi que nos acerque a La Prusia por 40 córdobas por cabeza. Haley, que con esa mirada de superioridad se cree que puede conseguir algo, intenta decirle que es el doble de lo habitual. Francisco, el taxista, le conozco de algún otro viaje, le dice con una sonrisa que son las dos de la mañana, que ha llovido y el camino está jodido, y que es lo que hay. Dirigiéndose a mí me dice "Hermano, por menos dinero no os puedo subir". Le devuelvo la sonrisa, sin plata la mía, claro, y le digo que lo entiendo, que por mí bien, gringo soy. Así que allá vamos. De camino Judith nos confiesa que está molesta porque Alex estuviese con nosotros, que en La Prusia el problema con el guaro (una especie de aguardiente) es demencial, que lo será, y que no hacemos bien en llevarnos a un nica de pedo. Yo, ver, oír y callar, porque entiendo su punto de vista, pero ella no hace por entender el nuestro. Alex es un tío tranqui, se ha tomado sólo dos Flor de Caña que le hemos puesto nosotros, él no se ha servido nunca, no es un alcohólico y, además, es amigo de Pete, que le invitó a cenar porque le salió de sus santas canas. Que luego Alex se uniera a la disco no debería ser un problema, pero para Judith lo es. Y Haley lo discute, en el taxi, mientras Eli y yo simplemente callamos y asentimos. Judith tiene la brillante idea de pedirle la opinión a Francisco que, lógicamente, le da la razón a la doña. En fin.

Al llegar a la ceiba que marca una división en el camino, a unos diez minutos de casa, Francisco nos dice que no puede ir más allá, que no está convencido de poder sacar el coche del barrizal. Pues lo que nos faltaba para que el viaje en taxi se haya terminado de convertir en algo surrealista. Pero ¿qué cojones hacía una mujer de 68 años con nosotros en una discoteca? Estaba claro que no quería retirarse sola, y yo me he equivocado de taxi porque menudo viajecito. El camino que nos toca a pata lo hacemos envueltos en ladridos de perros guardianes. Haley se pone nerviosa y Eli me susurra que el único truco es no tener miedo y seguir andando. No nos pasa absolutamente nada, por mucho que Haley le dijera a Francisco sobre el horror que nos iba a esperar si nos abandonaba allí. Yo, que soy así de estupendo, bromeo y le digo "Haley, no te preocupes, yo os protejo de los perros". Y ella, fría y con mirada asesina me suelta "Julio, en la oscuridad, tú no vales nada". Corazón, ya lo sé, y si nos atacaran los perros lo único que podría hacer yo es sacar la patita para que me la muerda a mí en vez de la tuya, tan canadiense, pálida y poco apetecible, no por no ser bonitas, que lo son, sino por de quién son. Niña, estás buena, pero eres imbécil, así que fóllate al hippy Endika que no pega ni con cola contigo y deja de creerte tan estupenda, porque no sólo tienes 23 añitos, sino que te doy mil putas patadas a cualquier cosa que me proponga. Inclusive defenderte de perros que bien dejaría yo que te devoraran esa actitud tuya.

31/10/09

Ni Masaya ni más allá. Estos cabrones volvieron a eso de las cinco o las seis, con el sol haciéndoles más fácil la vuelta, o sea que a las ocho yo estoy en pie, escribiendo y esperando, comprendiendo que el plan se va a abortar y que Jose se queda solo en Masaya. No me va la vida en ir hoy, no me molesta, pero me incomoda dejar a Jose tirado, aunque menos mal que es Jose, al que probablemente no le importe una mierda que no aparezcamos. Carajo, si quedamos, quedamos, y más en un lugar en el que la comunicación es imposible... la comunicación es imposible, creo que eso no me había pasado desde que un móvil se hizo un hueco perenne en mis bolsillos.

Endika ha decidido que se va a vivir con Tess, deja la Casa de Voluntarios. Yo le digo que mucho ha aguantado y Pete, que ya ha vuelto de su estancia hotelera, le dice que le entiende perfectamente, que si él necesita huir una noche cada seis días, como para no querer irse del Big Brother tras tanto tiempo. Deduzco también que ha tenido movida con Haley. Endika se quedó ayer en La Prusia de pedo, en la misma casa de Tess, mientras que la rancia de su novia se vino con nosotros.
Me dice a ver si me puedo encargar yo de recoger los 30 dólares que pone cada voluntario al llegar para gastos comunes (butano, sal, azúcar, vasos...). Le digo que la responsabilidad no me abruma, pero que no tengo ni idea de dónde se consigue el butano y demás. Me dice que no me preocupe, que es simplemente hablarlo con Carlos, el cuidador de la finca, y que el resto él me lo explica. Bueno, vale, que diría Pete.

Aparece Pochi, que se ha rapado el pelo, exterminio de una colonia posiblemente numerosa de piojos. Ahora más que nunca es Donald Sutherland en Los doce del patíbulo. Le digo que por el corte de pelo y los ojos, pero me callo que en realidad es por la dentadura y la cara de loco.

Ben amanece para tomarse un bol de cereales y volver a la cama. "I think some alien took part of my soul", dice con melancolía. Me parto con este tío.

Me curro unos huevos revueltos con jamón para Pete y para mí y le enseño donde llevar la ropa sucia para que se la lave María Auxiliadora, y que le den por culo a la mierda de lavadora que tenemos. Le encanta la idea. Creo que le caigo muy bien a este tío, lo cual me place sobremanera. Ya ha adoptado a Ben y a Klara y quiero mi parte en esa familia atípica.

Bea, Vanessa, Haley y Reanne se han ido a la playa de San José, y Cata se ha ido a Granada con Eli, o sea que sólo quedamos por aquí Pete y algún ente viviente.

Lau hace acto de presencia y nos cuenta sus peripecias bailables en el César, donde no había casi nadie y eran mayoría. Le cuento lo de Judith y Haley en el taxi y alucina.

Ben vuelve a la vida habiendo recuperado parte de ese alma que unos extraterrestres le habían robado. Por consenso decidimos abortar misión a Masaya, que a mí ya a estas alturas me la suda y por Jose ya poco podemos hacer. Planteamos la posibilidad de comer aquí y acercarnos luego a la laguna, que hace un día algo encapotado, lo que facilita la subida al cráter pero no empaña el disfrute del baño, pues el agua está templada, me dicen. Lau decide hacer espaguetis, Ben le echa un cable, Klara, la última en despertar, se deja caer de la casa de voluntarios amarilla a la azul a eso de las 12 y 10, sorprendida por lo mucho que ha dormido. Está convencida de que ayer consiguió aprenderse algún paso de baile. Pero es alemana, así que dudémoslo, pues un alemán bailando bachata es algo que cuesta imaginar. Pero esta chica se atreve con todo.

Hoy he soñado que me liaba con Klara. Al despertar me ha costado un rato entender que sólo había sido un sueño y que para Freud es síntoma de deseo. No soy nadie para poner en duda a Freud.
Hacía mucho que no soñaba, o mejor, que no recordaba lo que había soñado. Por supuesto, mí líbido agradece el recuerdo.

Mientras algunos cocinan y Klara y yo nos dejamos balancear en sendas hamacas, dos gallos pelean probablemente por una gallina que no vemos. Se miran fijamente, a menos de dos centímetros de distancia, pica contra pico, las plumas del cuello erizadas. De vez en cuando uno intenta saltar sobre el otro, que se aparta. Finalmente el más grande domina la situación y el otro se va, seguido de cerca por el vencedor. Ha sido una demostración de fuerza en la que no ha sido necesario sacarle los ojos a nadie.

Cata y Eli vuelven de hacer sus compritas en Granada y se nos unen. Nos zampamos unos espaguetis estupendos de Lau y el día nos quita de la cabeza la idea de la laguna. Está nublado y chispeando, así que me da a mí que poco vamos a hacer hoy. Klara ya ha ido a por las cartas. Es insaciable, con su cara de resaca incluida.

Nos invaden los perroflautas. El lunes es el cumple de Chapu, el de las frutas y las verduras, y hoy hacen fiesta en su casa, así que han venido a preparar la cena. Le encargo para el lunes, que me toca cena, tomates, pimientos de ambos colores, cebollas, una piña y naranjas. Todo por 130 córdobas, unos seis dólares, cuatro euros. Muy rico. Fajitas para todos, a mi cuenta.

Ben le pregunta por el tatuaje de la pierna a Chapu, una palabra escrita en algo que parece hindú o cualquier lengua asiática. "Dice La Prusia", responde Chapu. "Todo queda en casa", le digo yo, pero pensando realmente que no tiene mucho sentido escribírselo en un idioma que no es el propio de La Prusia. Es como si visitas Madrid y te lo tatuas en coreano. Guay que nadie te lo va a entender, sólo tú que sabes lo que dice, pero entonces, qué lógica tiene.
Lau y yo nos miramos y nos descojonamos, no hace falta ni que nos susurremos "perroflautas habemus", los dos lo pensamos. En cuanto me ve coger de nuevo el portátil, se descojona. Me cago en la puta, esta mujer y yo en breve dejaremos de hablar para comunicarnos. Los ojos hablan cuando se saben leer.

Changelin, el perro de Chapu, es un cachorro con cara de cabrón con una empedernida afición por los tobillos ajenos.

La paz y la tranquilidad que teníamos Cata, Lau, Pete, Ben, Klara y yo se ve mermada por el desembarco de rastas, camisetas de tirantes y pulseras de cuero. Un par de mujeres nicas les ayudan con las verduras y demás para la cena cumpleañera. De los que habíamos aquí no creo que vayamos a ir ninguno, algunos porque intuimos que no estamos invitados, lo cual es lógico, a Chapu le conozco de un hola, soy Julio, y del trato verdulero que acabamos de sellar, otros porque simplemente tuvieron suficiente ayer y ahora sufren la goma, resaca en nica.

Llueve y bajo el porche, tumbado en la hamaca, con el portátil en las rodillas, no se me ocurre un sitio mejor en el que estar. Jose, tronco, I'm so sorry. Camarón de fondo, el picar de las verduras y las bromas de Pochi, que acaba de llegar a unirse a sus congéneres, y la lluvia cayendo sobre la maleza. Ben y Klara juegan a las cartas, Pete hornea un par de pollos para la cena, y las dos Lauras, perdón, Lau y Cata hacen de la hamaca una segunda piel.



Nos echamos un poker Klara, como no, Ben, Lau y yo. A pesar de que tengo que hacer un rebuy porque el jodido Ben me lo ve todo, y me destroza un farol maravilloso, al final gano la partida. Klara me mira con odio.

Los de la fiesta se van. Nos quedamos los mejores, es decir, Ben, Pete, Klara, Lau, Cata y yo. Se nos une Judith para cenar. Pete y Cata preparan pollo al curry y Lau y yo nos marcamos unas papas fritas e improvisamos una pasta con verdura pochada y estilo carbonara, pero sin nata (viva el invento de las yemas de huevo, amigo Manolo, sabio cocinero).

Tras la cena, charlita en la que ponemos al día a Pete sobre historia medieval española (más bien Judith le pone al día). Y nos vamos retirando a acostar. Tanto tiempo tumbado y sin hacer nada, lo cual es estupendo un día a la semana, no nos engañemos, que no hacer nada a veces puede ser mucho, nos ha convertido en despojos agotados.

Llueve durante toda la noche. Y cuando digo durante toda la noche me refiero a que a las 22 nos fuimos a la cama y que ahora son las nueve de la mañana del domingo y sigue lloviendo. Llegó noviembre, mes de lluvias. Y que llueva, que llueva, que en diciembre se acabó y llega la época seca. Me cago en el techo de uralita de mi casa de voluntarios, pues cuando llueve parece que estoy durmiendo en las entrañas de un tambor.

01/11/09

Sigue lloviendo y bajo el porche algunos juegan a la brisca mientras Endika and company van apareciendo con su cara de resaca. Por lo visto los nicas de la obra, Pico y La Mula, se la agarraron buena ayer.

Tampoco hoy ha venido el topógrafo que esperaba Cata para hacer no sé qué en un almacén que están construyendo junto a las casas de voluntarios. Pobre Cata. Dos días seguidos en la que la han dejado tirada. Nicaragua freestyle.

Teníamos pensado ir hoy a la laguna, que todo el mundo dice que es increíble, pero la lluvia no cesa. Así que optamos por bajarnos a Granada, a comer en el mercado, que dicen que es barato y hacen una sopa de marisco muy rica. Pero antes, Klara y yo nos echamos un ajedrez. Tengo que tumbar mi rey ante la imposibilidad de ganar a la maldita alemana adicta a cualquier cosa que implique juego. Pete se descojona. "Klara, you look sweet, but you are mean".

Tiramos para Granada, dejando a los hippies rememorando los mejores momentos de la fiesta que tuvieron anoche. Y dejamos los frigoríficos descongelándose porque lo estaban pidiendo a gritos. Me juego lo que sea a que cuando vuelva a la Casa de Voluntarios sigue estando todo exactamente igual, pero encharcado, porque ninguno de esos cabrones han hecho nada.

Vamos Klara, Lau, Cata y yo y nos adentramos a las dos de la tarde en el mercado, que siendo domingo está mortecino. Es tarde para comer en Nicaragua, así que nos conformamos con un plato de arroz y guiso de carne que tiene toda la pinta de ser de las sobras. Nos meten un buen palo (una miseria en Europa, pero caro aquí) y encima a Lau no le termina de sentar bien la comida. Nos vamos a por un café a la Calzada, donde nos meten otro clavo y donde se me antoja una pulsera de cuero para que los hippies me reconozcan como amigo, que hoy día no hay nadie más elitista que un hippie. Y clavazo por la pulsera, claro. "Bueno, te pago 50 córdobas porque soy gringo y es lo que me toca", le suelto a la vendedora, que se troncha de la risa. Soy gringo, pero al menos quédate con la copla de que no soy gilipollas. Y nos acercamos, con Lau ya recuperada, a Tres Mundos, donde ya nos conocen, claro, y nos tratan estupendo.

Aparece Jose mientras escribo, con un sombrero de paja en la mano. Sonrisa sincera, y le pregunto si nos esperó mucho tiempo, y me suelta que no, que intuyo que nos habríamos cogido el pedo de rigor que impedía toda excursión. Me dice que le ha encantado Masaya, que está derruida, pero que tiene mucho rollo. Este tipo es un crack, no se ha molestado para nada y nos vacila encima con el tema.

Mañana es el Día de los Muertos y no se trabaja. Lau tirará para el cementerio a hacer fotos. Ya tiene perrito faldero, o sea yo. Visitar una cárcel, hacer un reportaje de los niños de la pega, del Día de los Muertos, y de las familias de La Prusia. Ah, y lo de los misquitos, cuando sea que vayamos. Nunca antes había tenido tantas ganas de trabajar de lo mío. Porque está claro, cojones, que esto es lo mío. Padre, esto está funcionando. En la obra o escribiendo, pero en algún sitio, y cómodo, por fin.

2 comentarios:

nydianinoche dijo...

Estaba claro que te iba a sentar genial largarte, pero en la narración se te oye mucho mas genial de lo que pensaba.

Con pulgas o sin ellas me sigues dando envidia, de la sana por supuesto.

Trato de visualizar lo que describes y me pregunto si con todo ello te resultará fácil volver al Madrid de curro, metro y cañas...
(apuesto sonriente a que no)

Lo de el docu-reportage tiene muy buena pinta, se me ocurría al leerlo que si necesitais productora para pedir ayudas desde aqui, podeis hacerlo con la mía. Aunque no sé si pensais grabarlo.

Me alegro de que te sientas bien. Ya tocaba.

No dejes de escribir.
Abrazo fuerte.

Elferfer dijo...

Me encanta que nos sigas contando todo lo que te acontece. Es como estar alli, pero descafeinado. Dan ganas de irse alli.

"Chachi que si" a "chachi que no": No te dejes ganar al poker ni al ajedrez. Que la tedesca no pierda interés.

Gracias por tu comentario. No escribo mucho, pero lo hago cuando no puedo evitarlo.

Esperando próximas entradas en tú blog me quedo.

Un abrazo!!!