viernes, 6 de noviembre de 2009

La obra

En ACE 1 hay 36 casas construidas para las familias. La estructura es simple. Planta cuadrada, un porche con una sola columna, en forma de esquina, y dos habitaciones separadas del salón de entrada. En estas casas viven familias de entre tres y seis personas. En Nicaragua la vida se hace fuera de las casas. La colada se hace fuera. Sólo se cocina y se duerme en el interior, y los niños en cuanto despiertan están en la calle o en el colegio si tienen unos padres responsables, o simplemente si tienen padres cuyos nombres reconocen.

Una de esas casas sirve de consulta para cuando hay médico. En teoría un médico viene una vez a la semana, pero eso es mucho suponer. En Nicaragua la teoría, lo que esperas que ocurra, simplemente no tiene porqué materializarse. Es en esa consulta donde Ale se pasa cinco horas al día, atendiendo gripes, ronchas, erupciones, picaduras y lo que sea menester. Me dice que, como en España, aunque alguien no tenga nada malo, irá al médico simplemente porque puede. Así que tiene una caja entera llena de píldoras de placebo hechas a base de sacarina, porque el paciente que se va con las manos vacios considera que no se le ha tratado bien.

En ACE 2 están ubicadas actualmente las Casas de Voluntarios, que son cuatro. Una está deshabitada, cerrada a cal y canto. Otra es la casa de Judith y Ángel, que cuando no están pueden ser ocupadas por voluntarios. Y luego están las dos casas donde vivimos todos los demás.
La casa azul, la que parece la primera casa de voluntarios que se levantó, es de planta rectangular y diáfana, sin tabiques. Tiene techo de bambú que sostiene tejas, lo cual es un privilegio porque la lluvia no es un martirio. También la casa de Judith y Ángel tiene ese tejado, pero sí tiene tabiques separando habitaciones. En esta casa azul hay un total de nueve camas, en literas, pegadas a las paredes y dejando una esquina libre para la cocina y otra para el baño. Un único baño, diminuto, con una ducha sin alcachofa y suelo de cemento. Al váter no se puede tirar papel higiénico porque se atasca, así que va a la papelera, dobladito para que no se vea, pero los mosquitos, miles, anuncian lo que hay.
La casa azul tiene un porche maravilloso, en forma de ele, alargado y espacioso, con hamacas colgadas de las columnas de madera. Un voluntario construyó las típicas mesas de camping, con los bancos de madera clavados, y es aquí donde se hacen las cenas y las reuniones, únicas actividades de verdad comunales.

La casa amarilla sí tiene tabiques, hasta cuatro habitaciones, y tres baños, iguales que el de la casa azul. Un salón-cocina donde están las dos neveras y el horno y un techo de uralita, que es lo único malo que tiene, no por el sol, no recalienta demasiado, sino por el repicar de la lluvia.

Tras la casa amarilla está la casa de Carlos y Estebana, el cuidador y su mujer. Tienen un carro, bicis, caballos y perros (Tyson y Capi) e hijos que no conozco. Carlos es un hombre ancho, de cara poco amable y el orgullo del ignorante. Sólo hay que saber cómo tratarle para que haga las cosas. Es fácil, todo el rato reconocer lo bueno y listo que es, dorarle la píldora, vaya, para que se sienta imprescindible. Hoy me ha enseñado la nueva puerta que ha hecho de entrada a la finca, tan simple como dos palos clavados paralelos y alambre de espino tendido de uno a otro. Levantando el alambre y volviéndolo a poner cumples las tareas de abrir y cerrar la puerta. El problema hasta entonces es que había que poner algo porque se colaban vacas, así que le digo que qué gran idea, que qué gran trabajo, que me enseñe a abrirla que yo soy caballo y él muy manitas, que muchas gracias.

Y al lado de la casa de Carlos se está levantando el almacén para maquinaría pesada y una escuela taller. El almacén tiene la estructura hecha y Cata se está encargando de poner el toldo encima, plástico puro y duro, sobre anchas ramas de bambú. La construcción de la escuela taller tiene un problema: las paredes interiores son más altas que las exteriores. El topógrafo la ha cagado.

En ACE 1 está la obra en la que yo estoy involucrado, justo al lado del edificio donde se dan las clases de apoyo y manualidades, y junto al mango que sirve como plaza de reunión para la comunidad.
Estamos levantando una escuela de carpintería y de electricistas, con tres pequeñas habitaciones que servirán de almacén y un gran espacio central donde se impartirán las clases. Las paredes están levantadas y ahora estamos rellenando las vigas con cemento para luego poner el tejado. También queda encementar el suelo, que hemos tenido que rellenar a golpe de pala hasta nivelarlo, siempre contando con que la lluvia irá aplastando la tierra que hemos echado. Ahora mismo el trabajo se basa en hacer lo que ellos llaman mezcla, y que es cemento con tierra y piedras y agua, y subir cubos y más cubos a lo alto del andamio donde Pico, el capataz, los agarra y los vacía sobre el encofrado. Es un trabajo duro y repetitivo, pero ves los resultados, cosa que en tantos trabajos donde te dicen que formas parte de algo no llegas ni a vislumbrar.

Todo se hace a mano. El andamio es de madera, sobre todo porque así es más fácil moverlo. En España los andamios rodean el edificio, aquí se usa uno para todo, y cuando se termina de hacer lo que se esté haciendo en un punto de la construcción, se mueve el andamio hasta donde vayamos a continuar. No hay poleas para subir los cubos de cemento, ni hormigonera para hacerlo. No hay suficiente madera para rodear los encofrados y así echar el cemento, así que se hace por partes. Cata dice que la viga que hace de travesaño que va sobre lo que será la puerta necesitaría estar 20 días con el molde puesto, una vez que se ha vertido en él el cemento, para que éste se seque bien. Eso se haría así si hubiesen suficientes tablas de madera como para bordear todos los encofrados, pero como no las hay no podemos esperar 20 días, la obra simplemente se detendría esperando a cumplir los pronósticos.

También los encofrados se hacen a mano. Varas largas de metal que cortas con cizallas, apoyando todo tu cuerpo para conseguirlo, yo no soy capaz todavía, y luego, de cuatro en cuatro, las subes a lo alto de la pared. Una vez allí, con escuadras de metal y alambre, formas la viga que habrá que rellenar con cemento. En España, la ferralla se compra, te viene un camión con esas varas y esas escuadras ya soldadas y a correr. Aquí ni se suelda ni se compra. Las escuadras se atan con alambre, dando un giro perfecto al alambre y rematándolo con alicate. Escuadra a escuadra. Construimos como hace cien años.

En la obra estamos Klara, Ben (cuando no está con los armarios), Pete y yo. Los nicas contratados son Pico, el capataz, que tiene mi edad pero aparenta cuarenta años, resacoso todas las mañanas y con fundas de plata en muchos dientes, y Dani, Mula para los amigos, un tipo de 21 años bajito y fuerte. También ayuda muy a menudo Alex, un chico de 19 años de gran talante y educación. Busca trabajo y de momento curra para demostrar que puede. Es tan voluntario como nosotros.

A Pico se le ve venir de lejos. Sabes si tiene un buen día o si la resaca le va a tener cabreado toda la jornada. Alex es un cielo, amabilísimo y comprensivo. Probablemente Mula es el más difícil de tratar, simplemente porque cambia de actitud con la misma facilidad que un niño. Si está de buenas canta, vacila, ríe, te tira mezcla y anima el cotarro. Si está de malas te podrá dar contestaciones que te dejarán en el suelo.

Pete es el único voluntario, con Alex, que se queda a comer allí con Pico y Mula para seguir un par de horas más por la tarde. Está fuerte como un toro para sus 57 años y chapurrea pocas palabras en español, aunque se esfuerza como el que más por aprender. Se levanta a las cinco de la mañana para estudiar el idioma. Le llaman caballo muy a menudo, y él responde diciéndoles "sí, soy caballo, por la verga que tengo", o llamando "y tú mi yegua" a quién le dice caballo, pero se nota que le respetan muchísimo y que les sorprende, ahora ya no, claro, que aguante tanto, siempre dispuesto a ocuparse de cualquier tarea por dura que sea. Endika también estaba en la obra, y tras tanto tiempo era un nica más, haciendo el trabajo que ellos hacen, poniendo bloques y construyendo las vigas. Los peones somos nosotros, haciendo mezcla y llevando barreños y dándole a la pala. El primer día de la obra levantar un cubo de cemento era complicado. Ahora lo cargo al hombro. Y ya me subo al andamio para que me pasen los cubos de cemento (cuando no les da por lanzarlo) y yo pasárselo al jefe para que los descargue. Formo parte de la cadena.

Pico puede hacer cualquiera de las cosas que hacemos el resto mucho mejor y más rápido, pero no lo hace porque es el jefe. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando coja la pala para hacer mezcla y dejarnos asombrados con su habilidad. Como me dice Pete, es una mezcla de orgullo y miedo a perder su posición. Puedes ser bueno con la pala, pero él se las apañará para alguna vez demostrarte que es mejor que tú. Puedes ser hábil con el martillo, pero nadie tiene su precisión. Pero es el capataz, así que su posición es de respetar y se hace respetar. Las ordenes, como tal, sólo se las da a Alex y a Mula, a nosotros nos pide las cosas, con autoridad, pero sin ordenar. Son listos, no tan inteligentes, y saben que los únicos necesarios en la obra son ellos.

Son pacientes con nosotros, gringos estúpidos que trabajamos para comer, y no tienen problema en repetir las cosas 15 veces si es realmente importante que lo entendamos. Nos piden que les llevemos herramientas del almacén, pero éstas tienen nombre nica y muchas veces fallamos. Y nos llaman caballo y se ríen de nosotros. Ellos cobran, nosotros no. Ellos son más que nosotros, y no a la inversa.

Tienen las espaldas más duras que he visto nunca. Ni el puto Michael Phelps. No son musculosos, son fibrosos y rocosos. Para el beisbol, la obra es el mejor entrenamiento. La estrella del equipo es Alex, pitcher zurdo, capaz de lanzar todo tipo de bolas, curvas, rectas, tenedor, con efecto, como sea.

Los niños van y vienen por las clases de apoyo y nos conocen y saludan y vacilan. Y Pete les hace repetir una y otra vez del uno al diez en inglés, con su español forzado pero generoso para lo que sabe.

En Nicaragua, soy albañil. En Nicaragua, en la obra, soy. En España, en Orange, sólo estaba. Los angloparlantes tienen el mismo verbo para ser y estar. Pero saben que hay diferencia.

2 comentarios:

El patio67 dijo...

Alguien me invitó una vez a visitar una afamada finca de un afamado empresario español. Así que durante un par de horas me apropié de los espacios y las intimidades de un millonario. Leía los colores de vuestras casa y recordaba los colores de las habitaciones que vi entonces: la habitación azul, recubierta de moqueta en tomos azules, cama con caída de seda en tonos azulados, paredes cubiertas con decoración azul. La habitación rosa, idem, la dorada, idem. Cada una parecía un pequeño apartamento, con su pequeña entrada, una salita, su enorme dormitorio y su cuarto de baño de mármoles y griferias bañadas en oro o de la más delicada cerámica. Por otra parte había varios salones, inmensos salones, cada uno decorado en un estilo diferente. Recuerdo unss enormes columnas que "la señora había mandado traer desde no sé dónde", muebles exquisitos tallados a mano, piscina cubierta, bodega en un sótano, piscina en un enorme jardín estilo Versalles... En fin, Julio, una mierda comparado con ese porque que es tu delicia.
PD: Y en España también se le llama mezcla, ha existido siempre, yo recuerdo a los albañiles que construyeron la casa de mis padres haciéndola, "¡chico!" instaban los oficiales al peón, "ve preparando más mezcla" y era eso: cemento, tierra o arena, agua y gijarros... so caballo, que eres un caballo (urbanita ignorante).
Un fortísimo abrazo, y qué bien te veo.

el patio dijo...

con ese porque no, con ese porche con hamacas, se entiende.