jueves, 10 de diciembre de 2009

Un médico murciano cantando a Sergio Dalma en un karaoke nicaraguense

24/11/09

Hoy me toca hacer la cena y voy a repetir las fajitas. Bajo prontito a Granada, a conectarme un rato y escribir. De ahí tiro hacia el Pali a comprar lo necesario para la única cena que he hecho aquí. De camino veo el primer atasco serio con el que me he encontrado en Granada. En la calle Atravesada, donde está el mercado y que es calle principal de esta ciudad colonial, un pick up que lleva un ataúd ocupado va en dirección contraria, con toda la comitiva del funeral tras él. Me quedo a mirar y escucho a uno de los transeúntes quejarse por el tráfico: "¡están haciendo esperar al muerto!". Lo dice en serio, no hay broma en la voz y nadie así lo interpreta. Me parece increíble que de verdad piensen que un muerto puede perder la paciencia por no llegar a tiempo a sepultura.

Hago la compra en un pis pas, ya soy amo y señor de este supermercado, y a la salida me encuentro con Terry, con el que charlo un rato, le digo que no hay nada que hacer con Lau, que no quiere novios, que yo tengo suerte con la alemana y que cómo va su tatuaje de La Parca. Él me llama pícaro por lo primero y me cuenta que justo mañana le colorean lo segundo. Me encuentra un taxi, cuyo conductor me dice que si no tengo prisa adelante, pues tiene que pasar antes por el Hospital Japón a dejar al hombre que ocupa el asiento del copiloto. Le digo que no hay problema, pero que no le pago más de 40 córdobas. Acepta el trato sin discutir y allá que nos vamos. Dejamos al hombre en el hospital y continuamos hasta La Prusia.

No hay nadie en casa excepto Klara, que de nuevo se ha vuelto pronto de la obra porque se encuentra débil, probablemente necesite reposo, sin más.

Al rato llega Jose, que vuelve de hacer su ronda ministerial. Esta vez se ha ido al Ministerio de Agricultura a ver si hay subvenciones para los agricultores sin recursos y a enterarse de qué hay que hacer para montar una cooperativa. Está motivado el antropólogo, que si ya de por sí es un gran tipo ahora se me descubre como un hombre con algo útil que poner en marcha en este lugar que necesita de cosas tangibles. El antropólogo que nunca fue inocente.

Las canadienses llegan de su viaje por León y las playas cercanas, que querían estar en la despedida de Ale y él las iba a poner falta si no llegaban a tiempo. Son la alegría de la huerta, y son canadienses, lo cual no sé si es que es común en ese nórdico país o simplemente es que son dos maravillosas personas, y Ale piensa lo mismo y sabe de lo necesarias que son para que una fiesta pase de ser divertida a ser la maldita bomba. Vienen solas, sin Haley, que es la canadiense que sería excepción si todas las canadienses son tan estupendas como Vane y Reanne. Nos cuentan que ha decidido seguir viaje sola hasta Chinandega, y todos estamos tan contentos de que esté lejos. De entre las anécdotas que cuentan de su viaje destaca que durmieron en un hotel rosoño donde ni siquiera los dueños podían creerse que se fueran a quedar una noche más, con murciélagos sobrevolando almohadas y todo tipo de bichos compartiendo colchón. Pero tenían unas vistas estupendas y les compensó, dejando boquiabiertos incluso a los regentes del lugar, que debían no haber tenido un solo huésped desde que construyeron ese estercolero.

Vanessa, sin saber lo que hace, nos cuenta que fueron al cine a ver 2012, la típica y penosa peli catastrofista, mala como el futuro que vaticina. Y Ben y Mitch se arrancan y mantienen la conversación más friki imaginable sobre el fin del mundo, que entusiastas intentan resolver problemas que ni Stephen Hawkins se atrevería a formular.

Porque hoy me visto de cocinero decido no bajar a la práctica de fútbol, que las fajitas son el alimento de 20 personas para esta noche, y además decidimos cenar antes pues hoy despedimos a Ale y vamos a salir por Granada, por mucho martes que sea.

Alba le saca el horóscopo maya a Cata, Lau y Ale, y Lau matiza el destino y la forma de ser que le descubre Alba, y tienen una conversación tipo qué piensas de mí y por qué crees que el horóscopo dice eso. Lau es serpiente autoexistente y Alba guerrero activo, y por las explicaciones de la bruja granadina, ha dado en el clavo: a las autoexistentes se les ve venir, no ocultan sentimientos, son transparentes para las emociones, y Lau es así, cuando algo le sienta mal, se le nota, y cuando se cree feliz, también. Alba es más como yo, reflexiva e insatisfecha, buscando respuestas sin saber las preguntas y dejándose llevar demasiado.

Llegan Pete y Eider de la obra, que se ha quedado a comer allí, jabata y comprometida con lo del tejado. La cosa ha estado movida. El Gato decía que con dos voluntarios le bastaba, y el muy iluso creía que eso era suficiente para colocar las vigas sobre el techo. Teniendo en cuenta que las vigas recorren longitudinalmente el edificio, es físicamente imposible que la suban hasta allá dos personas, así que han terminado todos los de la obra implicados (Pico incluido, eso es lo que pasa por elegir presupuestos bajos sin considerar porqué son bajos). La obra se ha quedado parada mientras todos hacían un trabajo que no les corresponde, y para más inri el Gato ha desaparecido dejándoles el marrón a ellos. Pete viene realmente cabreado por semejante eventualidad y Eider, que es un primor, se siente mal por haber dicho que sí a algo con lo que no puede, mira que es vasca, y mira que está dispuesta y predispuesta y es tan sol que se autoculpabiliza cuando el único culpable es El Gato.

Alba, viendo la tortura a la que me someten las lumbares se compadece y me da un masaje cojonudo. Me tiro todo lo largo que soy sobre la mesa y ella se sitúa en el banco. En un momento localiza el nudo que me limita y hace magia con las manos, provocando que yo vea las estrellas, pero es uno de esos dolores que sabes que te conducirán al placer, como cuando te quitan una muela picada. Después me enseña estiramientos que he de hacer antes y después de la obra y que por supuesto dejaré de practicar a los cuatro días, porque mi memoria es nula y mi vagancia extrema.

Soportando un dolor legítimo me pongo con la cena, siempre buscando los consejos de Monsieur Ortín, que recopila fotos para su marcha. Aparece Lau, que se había ido a dar clase de apoyo. Viene acompañada de una chica y unos niños y me anuncia a través del enrejado de la ventana, pues yo estoy dentro con los fogones y ella está fuera con todo lo demás, que la han invitado a un velatorio, y aunque cree que no podrá tirar fotos, ha aceptado en un momento de curiosidad antropológica (¿será el mismo muerto que viajaba en una pick up por Granada esta mañana?). Me ruega que le guarde una fajita, y cómo no, que fue ella que siempre mejor rehogar las verduras que dejarlas freirse. La chica que le ha invitado al velatorio me informa de que el muerto contaba en vida 20 años y se ahorco por un tema de faldas, porque la novia le dejó. Eso pasa en todas partes, pero en La Prusia me resulta curioso. Es como en España hace cincuenta años, cuando se casaba la gente más por atadura y compromiso y formar una familia que por el poco rentable para el matrimonio amor. Pero aquí también son románticos y son capaces de quitarse la vida por despecho. Como en cualquier parte del tercer mundo, los prusianos no son depresivos ni saben qué es el estrés, enfermedades occidentales donde las haya, aquí no conocen oportunidades y no tienen motivos para añorar ningún tipo de éxito, así que sí sorprende saber que son capaces de buscar la asfixia porque no les dejaban respirar al lado de quien compartió almohada durante más de una noche. Pienso que si el suicida era el mismo que iba en la pick up esta mañana es una grotesca paradoja que algunos pensaran que le estaban haciendo esperar para ser enterrado cuando en verdad tuvo prisa por matarse.

Fajitas para la peña y reunión en la que Eider y Pete sacan el tema del tejado y Judith reconoce que se ha equivocado, que efectivamente habría que contratar mano de obra en exclusiva para El Gato. Ben me suelta en un aparte que contratar el presupuesto más barato para una construcción es siempre un error. Y poco más que decir en la reunión, que las cenas se adelantan a las siete que para entonces ya estamos hambrientos y que mañana vendrá definitivamente el policía que pertenece al famoso comité de La Prusia que gestiona cosas como la seguridad y rifas y colectas de dinero para diferentes actividades. Tenía que haber venido hoy pero Scarlett, la mujer de Eduardo, el Guayo, el ladrón hipócrita, le preguntó a Marta cuando subía de sus últimas tareas de la tarde si había llamado al policía. Y Marta como si le hablara en japonés pues no sabía nada. Scarlett y el Guayo parece que están en el comité, manda huevos, es como meter un zorro a cuidar un gallinero. Así que el comité representado por un hombre de uniforme llegará mañana. Ni de lejos Pete tendrá la lista con los nombres de los integrantes del comité, por mucho que la doña se la prometiera.

Ben, Alba, Klara (jodida de la garganta pero resistiéndose a quedarse en casa) y Mitch tiramos millas andandito por el camino hacia Granada, en busca de la fiesta de despedida de un médico que ha llegado a ser mucho más que una bata y un fonendo. El resto de voluntarios bajan en taxi. A medio camino recogemos a Lau del velatorio, pues se ha hecho en la casa de la madre del suicida. Por ahí anda Alex, pero es que está toda La Prusia, con camisas negras y más sonrisas de las que cabría esperar en tan lúgubre ambiente. Noche sin luna y sin novio abandonado.

Lau nos relata que no sabía si tirar fotos hasta que vio a varios nicas empleando el móvil como cámara para inmortalizar la muerte. Nos dice que había muchísima gente, muchísimo jaleo, café y picos (pan dulce) y poco respeto a la parca. Incluso se ridiculizaba al muerto por la debilidad mostrada. El orgullo que crece de la testosterona impide sentir compasión por el enamorado ahorcado.

Cenamos en la Calzada, donde Ale tiene una urgencia, pues el que es médico lo es a todas horas y más en este país. Arantxa ha venido a buscarle pues Maikol tiene varicela.

En el Centralito vuelan las toñas y los flores de caña, Ale reaparece resoplando. Han dejado en un taxi a Maikol rumbo a casa del samaritano Chapu, que pasó la varicela y se quedará a cuidarle, pues nadie en este mundo cuidaría a un niño de la pega. Si se ahorcara como el otro, nadie acudiría a un velatorio por su alma.


Alba y Ale dejándose mútuamente con la boca abierta, pues ambos provocan esa reacción a menudo.


Me pongo mano a mano con Ben en el arte de ingerir alcohol. El ron le suelta la lengua y empieza a contarme más de esas historias truculentas que me vuelven loco. Resulta que en su carrera de músico llegó a ser parte de un grupo conocido en Escocia, a donde huyó de los Estados Unidos para estudiar la carrera y vivir una vida que le habían negado. Pero su éxito musical llegó sobre todo en Polonia, pues el guitarrista era polaco, hijo de un mítico guitarra del país. Se llamaban Dark Past y hacían hard rock, y podían decir que de verdad vivían de la música. Me explica que en un país como Polonia es posible triunfar con la música, pues sus habitantes son grandes melómanos y respetan el ritmo. Pero el guitarrista se creyó Dios y si en septiembre iban a firmar con una productora alemana (tenían bolo de despedida en Escocia, la productora les iba a pagar el billete y el traslado de todo a Polonia), en mayo se fue al carajo, y el grupo se disolvió y Ben dejó de ganar dinero con la música y tuvo que vender la mejor batería que ha olido para venirse hasta aquí. Ha tardado dos meses en comerse y beberse su instrumento. "Man, talking about this I just realiced I'm drinking again as a musician". Este chaval tiene 24 años y cuenta historias de un hombre de cuarenta, pero me dice que es que los grandes músicos reventaron el listón del triunfo con 20 y pocos. Que estuvo cerca del sueño, y que ya fue la segunda vez, que en los Estates con Rusted Crowns (psicobilly and swing) también llegaron a ser alguien, teloneando al grupo de ska The Toasters, a los Murders Yankees, llegando a tocar con uno de los Ramones y con The kings of nothing, muy grandes en Boston. Besó el cielo dos veces, y las dos cayó en picado como las aves de presa, pero esta vez sin presa.

Se nos une Luis, un amigo nica de Ben, de los tiempos en los que el neuyorkino trabajaba para los sandinistas (cuando llegó Ben a Granada, la doña le dijo que no había hueco en la casa de voluntarios, así que durante un mes estuvo trabajando de albañil para otros hasta que por fin encontró una cama que ocupar en la casa azul).
Luis me cuenta melancólico que la novia le ha echado de casa, que la bolsa de plástico que lleva son sus pocas pertenencias y que acaba de llegar de Masaya donde ha estado recogiendo la naranja, pero la cosecha, por la sequía, no da para mucho y ya ha terminado. Vivía en Granada pero su novia le acusó de infiel y le ha echó. Es guapo y parece sincero, realmente afectado pero sonriendo, y se lleva muy bien con Ben, así que acepto pagarle un hostal para que no tenga que dormir en la calle con la posibilidad de que le roben lo poco que tiene. No tiene familia en esta ciudad ni donde caerse vivo para despertarse quién sabe si muerto. Le presto 40 córdobas que no son nada, me ha dado buen feeling y me fío de las amistades granadinas del bueno de Ben.

Nos vamos del Centralito sin pagar, pues Ale se ha hecho cargo de la cuenta. Vale, señor, pero el resto de la noche queda a nuestra cuenta, y el resto de la noche va a ser inolvidable.

Nos encaminos a Mi Tierra, donde terminamos agarrándonos todos, sin excepción, un pedo estupendo. Ale engancha el micrófono cuando el DJ anuncia que empieza el karaoke. Ale se desmarca como un enorme cantante, entonando perfecto Bailar pegados es bailar y Seré tu amante bandido, esta última acompañada de imágenes de Madrid en el proyector, la plaza de Colón de noche y una nostalgia que no esperaba recorriéndome las venas.


De izq. a dcha.: Cata, Marta, Reanne y Vanessa... de derecha a izquierda, dos canadienses borrachas, una murciana haciendo por no estarlo y una catalana maravillosamente pedo.


Ben y yo nos situamos en la barra para intentar convencer al camarero que semejante actuación de Ale se merece, por lo menos, por lo menos, una ronda gratis. No cuela, por supuesto, y cuando le digo a Ben que "no fucking way", una tía morena acomodada a nuestro lado nos pregunta si somos de los EEUU, por el "fucking", claro. Entabla conversación con nosotros y nos cuenta que es de Alaska, por muy morena que tenga la piel. A Ben se le hacen los ojos chiribitas hasta que ella menciona algo de su novio, que de la nada aparece para situarse detrás de ella y hacerla suya con los brazos, mirándonos suspicaz. Al segundo y medio pasamos de ellos y volvemos con los nuestros, con Ben despotricando que no hay peor idea que viajar con un novio que no te deja hacer amigos, carajo, que se va a perder lo mejor de un viaje por hacerlo acompañada de un cromañón. Mi amigo neuyorkino lleva un pedo en exceso gracioso y habría sido capaz de cualquier cosa por arrancarle un muerdo a la de Alaska, y sus planes se han ido al garete y me ofrece chupitos de ron para superar el absurdo.

Mitch vuelve a quedarse dormido como el finde en el que nos quedamos Klara y yo en el hotel, y éstos vuelven a hacerse las míticas fotos con él.



Los nicas que le toman el relevo a Ale con el micrófono no saben cantar, así que mejor que no canten que están espantando hasta a los mosquitos. El karaoke se termina y vuelve el bailoteo. Ocupamos la pista más borrachos que otra cosa, bailando lo que queremos aunque no tenga nada que ver con lo que sale de los bafles. Estamos etílicos y contentos, despidiendo a nuestro médico showman y llenando Mi Tierra, pues es martes y nunca se esperaron los dueños que pudieran hacer negocio un día como hoy. Ben y yo nos prometemos que mañana estaremos en la obra dándolo todo, sabiendo que nos estamos mintiendo.

El indio y sus colegas molones artesanos andan por ahí, con el mismo de siempre tirándole a Klara, otro consiguiendo el objetivo con Alba y otro más allá con, oh la la, Cata, que está que se sale y no quiere dormir sola una noche de martes que es cualquier cosa menos una noche de martes. Nos retiramos a las cuatro, borrachos como cubas y soportando un sablazo considerable en el Mi Tierra, pues estamos convencidos de que sí, las botellas de Flor de Caña que aparecen en la manoseada cuenta son las que nos hemos pimplado, pero que ni de lejos han caído las 15 Toñas que anuncia la dolorosa, pues a cervezas sólo estaban Alba, Jose y Cata. Salimos a trompicones y sin descalabrarnos por las escaleras de milagro.


Jose con una camiseta mía, Ben intentando peinarse unos pelos inamovibles, Klara mirando sin mirar, Vanessa pidiendo más, y Alba enseñándole algunos pasos al somnoliento Mitch.


Los seis más avezados nos apretamos en el primer taxi que encontramos, con Mitch despierto por fin, Klara durmiéndose en el acto sobre mi hombro, Alba parlanchina, Marta moribunda y Reanne haciendo de la ventana un escaparate. El resto vendrán detrás en más taxis, o eso creemos. Bueno, todos menos Cata, que se aleja calle abajo de la mano de un nica que va a probar el sabor de la pequeña catalana.

Alcanzamos nuestro objetivo, pagamos al taxista que no puede haberse cachondeado más de nuestra borrachera de entre semana y caemos cada uno en su cama, menos yo que ocupo una que no es mía, sólo para dormir, o para intentarlo, aunque si por mí fuera seguiría sudando, esta vez no por bailar.

1 comentario:

Fernando dijo...

Después de unos dias de desconexión, he vuelto a reengancharme. Joder tío, me recuerdas tanto a mí con tanta reflexión y duda, que parece que soy yo el que está ahí! Para animar el tema, te voy a contar un chiste que me contó mi profe de Miami, y que debes contar a Ben: (Suponte que "Ana" es una amiga tuya un poco promiscua).
-What's the difference between a rooster and Ana? Ummm... a rooster goes "cock-a-doodle-doo" (pronuncialo como el ruido de un gallo) and Ana goes "any cock'll do" jajaja. Verás como Ben lo conoce, que parese ser más viejo que Calín! Un abrazo