martes, 15 de mayo de 2018

El metro más largo

- Estoy durmiendo en la calle. Ya solo me queda pedir en el metro. Una ayuda, por favor.

Día tras día. Metro tras metro. Vagón tras vagón. La misma cantinela. Para reunir no más de cinco euros en una mañana. Una micra. Que no es suficiente. Nunca lo es.

- Una ayuda, por favor.

De tanto decirlo, ya no sé ni qué significa. Es la única vez que pido algo por favor. Y solo meto la coletilla porque esas dos palabras ocultan muchas más. O eso me creo. Solo hay que mirarme para saber que no hay favor que valga. Que o me dan sus putos céntimos que en casa tirarán en un platillo en el hall o el siguiente paso es pegar un tirón, entrar en una casa vacía, liarme a hostias con cualquier tirillas con una cartera más llena que sus tripas.

- Por favor.

Me miran con ojos de pena. Me lo imagino, porque todo lo que ven los míos es suelo. Hace tanto que no me fijo en mi iris que ya no sé de qué color tengo los ojos. O la pupila lo ocupa todo y entonces no me hacen falta espejos para verme en el paraíso, o es un punto minúsculo que solo atiende al infierno que espera. No sé qué mes es, pero sudo. Sudo siempre. Menos cuando me meto paco y entonces ya, ni sudo, ni respiro, ni nada. Durante ese ratito, siempre tan corto, no hay penuria. Ni remordimiento. Ni siquiera Marta y Carmela existen. ¿Qué edad tienen ya? Y el hijo puta de su padre… a saber dónde coño está. Ni conmigo ni sin ellas. Eso seguro.

Próxima parada, Conde de Casal.

En el bolsillo, un tintineo constante. Soy una muñeca con cascabeles. Soy la perra de alguien, el collar no lo ves, pero está. O la micra, o la cunda. Sin la segunda no hay la primera. Aún quedan vagones, pues.

Necesito sentarme. Me duelen las piernas. Me duele todo. Lo poco que ya soy.

Asomo la cabeza por la puerta del vagón, pero hay seguratas. Chorreo sudor, pero aquí no puedo pararme. Me echarán. Con empujones que me desmontan. No serán los únicos que me empujen hoy. Me he prometido no ser más machaca. Pero cada día me prometo tantas cosas que… Al menos que me follen con condón. El último aborto casi me mata. Matarme. Hoy aun no lo había pensado.

- Estoy durmiendo en la calle. Ya solo me queda pedir. Una ayuda. Por favor. Perdonen las molestias.

Molestias. Si te molesta, pijo mierda, te jodes. Quién sabe, lo mismo mañana eres tú el que arrastra los pies por los vagones de este puto metro. No hay metro más largo que este.

Tu euro no sabes ni que lo tienes. Tus céntimos se te caerán y no harás por recogerlos, total, no valen nada. Para ti. Yo no valgo nada. Para mí. Así que, me cago en Dios, dámelo. Qué más te da. Si no lo necesitas. Yo lo necesito todo. En base. En vena. Como hostias sea. Pero dame tus putos céntimos.

- Carmen.

Hielo en la espalda. Los dedos tiesos. Las pestañas inmóviles. El corazón en pausa. El pelo erizado.

- Carmen.

Trago saliva que no tengo. Me aferro a la barra como si fuera a salvarme de un naufragio. Si el barco en el que iba ya se estrelló hace tiempo contra las rocas. Rocas de jaco.

- Carmen, por favor.

Por favor. Ya no sé qué significa. ¿Cuándo fue la última vez que me hicieron un favor? ¿Cuándo lo hice yo? ¿Qué edad tienen mis hijas? ¿Qué haces aquí, mamá?

Próxima parada, Pacífico. Estación en curva. Tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén.

Nunca he visto el Pacífico. Solo he visto el mar cuando me ingresaron en Cádiz. Y lo mismo tendría que meter el puto pie y al carajo. Al puto carajo. Total, es la única vez que me tratan de usted.

Salgo del metro con el sollozo de mi madre aún perceptible. El pitido, el cierre metálico de las puertas, las ruedas arañando raíles. Me esquivan cuerpos y chanclas. Debe ser verano. Abro los ojos.

Las luces rojas del metro se pierden en esa oscuridad en la que vivo desde hace… desde hace… ¿Cuánto?

En el bolsillo, seis euros, treinta céntimos. Una micra. Pero aun no me da para la cunda. Vieja, no cojas más la línea seis, por favor te lo pido.

Por favor. Qué signif… Ya llega el siguiente metro. Una vuelta más y al poblao. Y ya mañana vemos. Se me atraganta la bilis. Trago. Entro.

- Estoy en la calle. No quiero robar más.

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