miércoles, 27 de enero de 2010

Paso a paso, haciendo camino

En la última semana me han ocurrido dos cosas que me han dado que pensar sobre mi nivel de integración en este lugar. Las dos acontecieron andando, que estando parado te pasan menos cosas.

Sábado, once de la mañana, la peor hora que existe para bajar por el camino a Granada, con el sol riéndose cruel allá arriba y nuestras nucas implorando perdón acá abajo. Con un escocés, dos yankis y una canadiense, con la camiseta guardada en la mochila y las rastas apartadas de mi frente por un pañuelo enrollado en la sien, andamos hacia la civilización. Cinco blancos en país de mestizos. Cinco signos de dólar hollando un camino de chabolas, perros tísicos, niños sonrientes, mujeres ocupadas, y vagos que saludan desde su silla o hamaca. De repente, el ruido de un motor a nuestra espalda. Tenemos suerte, una pick up va en la misma dirección que nosotros y, como tantas otras veces, la paro y pregunto si nos llevan a Granada. Aparte del conductor, dos nicas van en la parte trasera de la pick up, gritándonos Granada, Granada, Granada como hacen los voceros de los autobuses que anuncian su destino a cada grupo de gente que, parada a la vera de la carretera, bien puede estar esperando ese grito para trepar al bus. Les respondo con el mismo grito, nos reímos y nos encaramamos a la pick up. Tras la cabina del conductor hay una tabla de madera cruzada que sirve como banco. La canadiense y un americano la ocupan, mientras que el escocés y el que es de New Jersey preferimos ir de pie.

Soy el único que habla español de entre los gringos que hemos sido recogidos a tan calurosa hora en tan polvoriento camino. Entablo conversación con los dos hombres, hablamos de los toros que hubo en Nandaime, sacándoles de dudas aclarándoles que no venimos de la Laguna, que vivimos en La Prusia, en la casa de voluntarios que queda una milla más arriba de donde nos han recogido. Les pregunto que a dónde se dirigen, van al mercado, un destino perfecto para nosotros. Todo es como siempre que he cogido raid (hacer autostop) en el camino de La Prusia, aunque esta pick up Toyota, como casi todas, roja y cochambrosa no la había visto nunca. Cuando llegamos y el motor se alivia con el giro de la llave, parados frente a la gasolinera que está pasado el mercado de Granada, me apeo de un salto. Tras de mí y con la ayuda de los dos nicas, bajan mis compañeros. Los dos nicas se quedan en la pick up, apoyados en la cabina del conductor con los brazos cruzados y mirándonos divertidos. Me despido de ellos y del conductor, que sale justo cuando paso a su lado. Le doy las gracias y hasta la próxima, justo a la vez que Tom, el de New Jersey, pregunta con acento '¿Cuánto?'. Me río y le digo que no es nada, hombre, que nos han traído a raid, que eso no se paga. Pero el conductor entonces me mira raro y extiende la mano con la palma, callosa y con dedos gordos como penes flácidos, hacia arriba. Mis cejas suben hasta límites insospechados, le sonrío cuando me pregunta quién paga y, creyendo que está de broma, porque qué otra cosa vas a creer sino, le digo que nada, hombre, que el raid no se paga. En ese momento un borracho que tengo el disgusto de conocer se mete en la conversación anunciando solemne, con la poca solemnidad que dan sus ojos perdidos y su mandíbula bailonga, que en Nicaragua los raids sí se pagan. Deduzco pues que no están de guasa, que de verdad pretenden que les paguemos. Contesto, porque soy el único que puedo hacerlo, es como si estuviera viajando con cuatro gatos en tierra de perros, que no, mae, que he cogido muchos raids ya en Nicaragua y nunca he pagado ninguno, nunca siquiera habían hecho el amago de cobrarme. Sigo escondiéndome detrás de una sonrisa que me niego a borrar porque sigo esperando que estén intentando tomarnos el pelo, porque siempre pensaré que la gente no se aprovecha de la gente, aunque la vida me haya demostrado tantas veces lo contrario. El borracho decide seguir llevando la palabra, con los dos nicas del pick up asomados y riéndose y con el conductor serio y con la misma pose de un taquillero en un espectáculo circense de tres al cuarto. Me dice el tipo sucio y ebrio que entonces ésta será la primera vez que pagaré por un raid en Nicaragua. Me carcajeo a gusto de semejante imbecilidad y le digo que no, que los raids no se pagan, que ya llevo rato acá, en su país, y jamás se pagó un raid, mae, dejemos la guasa ya. El conductor decide bajar de los cinco pesos iniciales por cabeza a un total de 20. Entonces es cuando ya borro la sonrisa, las cejas bajan y me achinan los ojos, arrugo la frente, cambio el tono, y sigo en mis trece. Si tengo que estar discutiendo hasta el atardecer, así sea, pero a mí no me la dais que he cagado tantas veces ya en este país que bien podría tener que pagar un impuesto para la limpieza de alcantarillas, tengamos la fiesta en paz. Respondo de nuevo lo mismo que ya he dicho, que no pago, que a cuento de qué. El conductor balbucea y encuentra una excusa. La gasolina es cara, mae, me dice, en un tono menos áspero que el del borracho que se ha metido donde no le llaman, pero que se está ganando a pulso que bordeé la camioneta y le estampe sus inútiles sesos en la acera de la que ha levantado su estúpido culo. Vuelvo a carcajearme mientras doy un paso al frente, poniéndome más cerca del conductor, pues puede que sea sordo y no me haya oído, o puede que sea ciego y crea que ha llevado a raid a niños de cinco años. Suelto la obviedad más grande que se ha dicho en este país desde que Sandino mandó a la mierda a los yankis. El viaje lo ibais a hacer igual, con nosotros o sin nosotros, nos habéis recogido porque habéis querido, que si no hubiéramos caminado y simplemente sudado un poco más, la gasolina que habéis empleado es exactamente la misma que gastaríais si hubierais venido sin cinco gringos en vuestra pick up de mierda que como me ponga chulo os la malcompro, tontos del culo. El conductor se calla, supongo que porque para qué hablar si lo único que va a salir de tu boca son sandeces, una detrás de otra. Pero no el borracho, que ha decidido que esta guerra también es suya, y sin otra cosa mejor que hacer, decide seguir inflándome los cojones, porque los cuatro que me acompañan lo único que hacen es adivinar alguna palabra y mirarme ora a mí, ora al borracho, como si estuvieran en un partido de ping pong. Así que el alcohólico que podría ser anónimo pero que a partir de ese momento tiene cara y voz para mí y siempre que le vea tendré ganas de meterle semejante ostia que no iba a tener garganta para tragar el guaro que desayuna, incide una vez más en que en Nicaragua se paga el raid, que si la gasolina es cara y que así funcionan las cosas acá, mae. Cuando voy a repetirle por enésima vez, porque no me importa, porque no tengo prisa, porque no te voy a pagar, que somos gringos pero no gilipollas, Tom saca un billete de 20 córdobas y se los da al conductor. Miro lo que ha hecho, veo que el conductor se da la vuelta con el billete desaparecido en su bolsillo, y me arranco diciendo que eso está muy feo, que el raid no se paga y que no me vengan con tonterías. El borracho intenta tomar la palabra de nuevo pero le interrumpo, porque se merece no sólo que le interrumpa sino que le arranque la lengua a mordiscos, y le digo algo que no había dicho en mi vida, y mucho menos usando el acento nica: Vos sos loco, que bien sé yo que el raid no se paga, ni acá ni en ningún sitio, mae, así que callate de una vez y vete a la verga, vos! (voseando, cambiando el acento de las esdrújulas y arrastrando las eses, como si hubiera nacido en Managua, por ejemplo). Me giro y empiezo a andar calmo, meneando los hombros, para escuchar como el borracho me devuelve el improperio: A la verga se va vos, perro! Decido que es suficiente y me alejo, sorprendido por el hecho de que he insultado en nica a un nica. Los cuatro perritos falderos me siguen, vistiendo incomprensión en sus caras.

Por primera vez en tres meses he mandado a alguien a la verga de tal modo que lo único que ha podido hacer el interpelado es devolverme el insulto repetido, con el mismo acento que le he robado. Me he sentido tan nica que miraría mal al próximo español que se me presente, colonizadores de mierda. Tom se me acerca y me pregunta si he dicho lo que he dicho, le digo que sí riéndome y él se queda rumiando la frase, como intentando guardársela, pero sabiendo que nunca, porque no habla castellano y nunca podrá desprenderse de sus pecas y sus ojos claros y su acento de yanki, podrá imitar el hablar de esta gente. Yo sí puedo, y lo he hecho casi sin darme cuenta, y estoy orgulloso, tanto de eso como del hecho de que, aun sabiendo que 20 pesos no son ni un euro, me escocía pagárselos a estos ladrones, no por avaricia, sino porque ya pienso en pesos y sé lo que se pueden hacer con 20. Comerte dos enchiladas, comprar un paquete de tabaco, pagar un taxi para dos, media hora de Internet, una cerveza, una docena de donuts, un paquete de pan de molde en la panadería. No me suponen nada 20 míseros córdobas, pero estoy cada vez más cansado de que crean que por ser español soy, no sólo rico, sino tonto. Pues mira, no sólo no lo soy, sino que te insulto como me insultarías tú luego. Porque el avaro en realidad fue el conductor, porque malicioso fue el borracho, porque los cuatro con los que yo iba, de haber ido solos, no habrían dudado en pagar como si aquello fuera normal, y no lo es. Nadie paga por un raid, gringo o no gringo, tonto o listo, niño o viejo, mujer u hombre. Y no me las doy de extranjero experimentado en las triquiñuelas de este país, que sólo llevo tres meses y eso es menos de lo que tarda un niño en destetarse, no quiero parecer el listo de turno, pero lo que no pienso aparentar es que soy ciego. He visto y aprendido, que es a lo que vine, y lo que es mejor, he dicho, por fin, como ellos, sólo como ellos.

La otra cosa que me pasó no tiene nada que ver con malos tragos, con acentos, con insultos nacionales, es más, en realidad no me pasó nada, fue sólo una sensación que tuve y que no había experimentado en los tres meses largos que llevo en este país que nunca antes habría pensado que visitaría. ¿Quién carajo cruza el Atlántico para ir a Nicaragua?

De nuevo por el camino de La Prusia, de nuevo hacia la colonial y falsa Granada, de nuevo paseando por este hermoso lugar que no tiene nada digno de ver pero a tanta gente que conocer y que ya conozco, de nuevo con dos voluntarios que cuentan por días su estancia aquí cuando yo ya he tenido que ir a renovar el visado, esta vez los dos españoles, de Madrid, como yo, o cada vez menos como yo, eso es lo que quiero pensar, andamos. Ellos van hablando sobre Argentina, que los dos estuvieron visitándola. El perito Moreno, Iguazú, la carne a la parrilla de los domingos, la hospitalidad, el vino de Mendoza, lo avispados que son los bonaerenses, los viajes de 20 horas en autobús, el acento, las mujeres, Argentina. Departen sobre la nieve que ha caído en Madrid y que los nicas sólo ven la tele, sobre lo peligroso que es Managua, o eso dicen, sobre la impresión que les dio el camino cuando lo cruzaron la primera noche que llegaron, montados en un taxi o en la camioneta de Hugo, sensación que casi no recuerdo. Ríen sobre cómo es hacer escala en Estados Unidos, se asombran de la fuerza de los enjutos nicas y de lo pronto que las mujeres empiezan a tener hijos que terminarán contando por docenas y teniendo que inventarse sus nombres. Discuten sobre el valor del euro en estos países, analizan forzados el precio de la gasolina y comentan en chascarrillo los parásitos que han leído pueden colársete por entre los dedos de los pies y anidar dentro de tu piel, tan blanca y poco preparada. Y mientras ellos entrenan la fuerza de su lengua, yo saludo a izquierdas, luego a derechas; me detengo con el pequeño Erik a decirle que mañana tenemos práctica de fútbol, que no me falte y que entrene con su balón mientras; respondo al vacile de Junior que me sigue llamando Shakira por las rastas y que sigue queriendo enseñarme a jugar al beisbol, incitándome a apostarnos 10 dólares en un partido nicas contra voluntarios, 10 dólares que no ha visto en su vida y yo aconsejándole que, ya puestos, mejor 100; le grito qué paso, cochón, a un chavalo cuyo nombre no termino de retener y que me llama Julio Voltio, tengo que averiguar qué es eso; le sonrío a Julia que nos adelanta en su bici y sonriendo ella con una fila de dientes blancos y apetecibles si no fuera porque sólo tiene 17 años; respondiendo todo bien a la pregunta de qué pasó, Julio, que me lanza Lenin cuando pasa con su moto hacia casa de su cuñada.

No fue hasta que me senté en el cibercafé de Granada cuando me di cuenta de lo poco que me interesaba la charla de los que nacieron en la misma ciudad que yo, prefiriendo diez mil veces más todo lo que me pasó en el camino, que no fue nada, porque ya no es nada, porque he andado por ese camino tantas veces haciendo exactamente lo mismo que ya no es nada, cuando en realidad lo es todo en este viaje. Soy alguien cuando bajo por el camino de La Prusia, los gringos son los que iban hablando sin darse cuenta de por dónde andaban y de quién les miraba. Todo es cosa de tiempo, supongo, y yo he necesitado tres meses para que el camino La Prusia-Granada se convierta en un racimo de conversaciones entrecortadas con quien me cruzo por el trayecto. Cuando llegué, bajaba igual que mis dos compañeros madrileños, tardaba cuarenta minutos en alcanzar al cementerio. Ahora, si quisiera, no llegaría nunca.

Esas dos cosas tan nimias me pasaron, y en la poca importancia que tienen me he quedado nadando, sin ahogarme, respirando tranquilo y haciéndome el muerto, sopesándolas hasta concluir que son los pequeños detalles los que te demuestran las más grandes de las cosas. Un insulto y un paseo para darme cuenta de que sí, por fin, tengo nombre en este lugar, ya no soy un bicho raro, o al menos ya no lo soy tanto. Tres meses, un visado, la vida de un ratón sin suerte, mi tiempo, el de ellos, noventa días para ser Willie Fog sin moverme del sitio, sin cogerme un globo, sólo andando, siempre andando.

1 comentario:

El patio dijo...

Seguro que el la medida de la energía y del potencial eléctrico, aseguro que lo está estudiando en la escuela. ¡Es que a mí me pasaba de pequeña! Ay Julito, lo que me he reído con la anécdot, que igual no tiene nada que ver, pero es una asociación de ideas, nombraba julio e inmediatamente aparecía el voltio.
Me ha encantado ese paseo, esa segunda cosa que te ha pasado que no es nada, pero que es tanto.
En la primera has estado tú muy gallito, eh! Ya no sé si es aquella chulería del madrileño más chulo que un ocho que yo recuerdo, o el arrogante nica que empiezas a llevar dentro jajajja, en todo caso, valiente el niño, y testarudo.
Saludos, genio, y sigue contándonos.