lunes, 18 de enero de 2010

Empezar con Anna y terminar conmigo

Anna vivió en Lleida con Judio, y follaron. Judio y Anna compartieron piso en Tapachula, y follaron. Judio vino a visitar a Anna a Granada, a la Gran Sultana de Nicaragua, no la de España, y follaron. Y cuando Judio se fue, Anna lloró, porque no sólo habían follado, ni en Lleida, ni en Tapachula, ni en Granada. Cuando le pregunté qué tal llevaba la marcha de ese chico vasco de apodo semita al que se follaba, ella lloró, al principio intentando retener lágrimas rebeldes, luego dejándose llevar, por fin, que llorar en público no es muestra de debilidad sino todo lo contrario. Yo no sabía, en mi cruel ignorancia creía que eran amigos y que, de vez en cuando, follaban, y mi pregunta era más una broma, tipo "te quedaste sin polvo, jódete y únete al club". Pero no. Follaban porque eran mucho más que amigos, porque follar por follar está muy bien, pero cuando hay algo más se llora cuando te separan. Compañeros que sin querer se habían habituado a quererse. Y al irse él, siguiendo su ruta, cogiendo su vuelo, ella comprobó lo pesada que puede ser la carga de la ausencia, porque cuando te falta algo que en realidad es alguien, todo parece pesar más, aunque debiera ser al revés, que quitar es aliviar, pero no en el terreno humano, donde quitar es símil de arrancar, de privar, de borrar y anular.

Anna dice que nunca dejaría de hacer nada por un tío, pero yo pienso que yo sólo lo dejaría todo por una mujer, sólo con una mujer me creo capaz de merendarme el mundo, sin sal. Ni por dinero, ni por trabajo, ni siquiera por amistad. El amor que todo lo puede, dicen, el amor que todo lo pervierte y deforma, el amor del que tanto se ha escrito y del que parece que cada vez sabemos menos. Porque en juventud creemos que el amor no puede limitarnos, y en vejez nos convencemos de que lo único que merece la pena es el amor, y la salud, pero el amor nos puede quitar la salud. Hay gente que muere por amor, aunque ningún médico sea capaz de diagnosticarlo, porque hay cosas que no se estudian en la facultad ni en escuelas ni en libros ni en materias regladas. Hay cosas, como el dichoso amor, que no se aprenden nunca.

Conozco poco a Anna, dos meses de convivencia como voluntarios en una ONG de la que nadie ha oído hablar, una noche de perversión borracha pero consciente, y poco más. Ni siquiera charlas profundas y duraderas, de esas que hacen que todo cobre otro color, porque debatir durante horas es uno de esos placeres que no reconocemos como tal hasta que, pasado un tiempo, recordamos la conversación y lo que aprendimos de ella, porque no hay debate sano si no se aprende algo de él. Pero de esos minutos compartidos con Anna he podido sacar cosas en claro. Que es fuerte o se lo cree, que quiere vivir y no quiere que nadie le dirija un camino todavía no marcado, que le queda mucho por hacer como para seguir sendas que otros le indican. Que sin plan se viaja mejor, porque el viaje es lo que cuenta. Que se puede reír de nada, que es el mejor motivo para romper en carcajadas. Que es capaz de renunciar a un hombre por el que llora sin querer para que su vida en solitaria paz no se resquebraje. Escribir esto es dármelas de listo, pues no conozco en profundidad a esta Anna que es tantas cosas que su nombre repite la n. Esto es sólo lo que percibo, que soy de naturaleza observadora y reflexiva, pero qué carajo, escribo lo que quiero porque quiero y que no me chiste ni Anna ni Dios porque esta hoja en blanco es mía y la mancho como quiero. Tenía que escribirlo, Anna, porque me llamó poderosamente la atención verte oculta entre tus delgados brazos, llorando en silencio, como sólo lloran los que no saben que quieren llorar. Luego reconociste que lo necesitabas, claro, mujer, llorar es como correr, que sólo cuando terminas te das cuenta de lo bien que te ha venido. Andar está bien, pero correr de vez en cuando libera, y no hay nada como liberarse de congojas imprevistas, si es que éstas existen, porque seguro que antes de que Judio se fuera sabías que llorarías, sin motivo, pensabas, pero con todos ellos. Lo bueno de escribir es que el que pulsa las teclas es amo y señor del nuevo documento de Word, así que no me recrimines las faltas osadas que cometa intentando narrarte, entiende las licencias de escritor, que no son otra cosa que dárselas de deidad ante la hoja terrenal.

Tal vez un día, Anna, un día querrás un hombre a tu lado que te acompañe en tu camino, pero si ese día todavía no ha llegado, si ese día no amanece hasta el 2020 y bien entrado, que le den por culo al mundo que solita te lo comes bien.

Te debía un relato y en vez de eso escribo lo que pensé cuando te vi llorar allí sentada, con tus ojos pequeños, de colores imposibles, acuosos por primera vez para los que somos novatos en ti. Perdóneme usted por la libertad tomada por el que firma, o no, qué coño, no me perdone, que al fin y al cabo eso da igual, el perdón en este caso no vale de nada porque, de nuevo, escribo lo que me sale escopetado de la punta de los dedos, que estaban con el mono de apretar teclas, aunque en este caso sea para ti. Y para el autor, claro, que el escritor vomita primero para él y luego para el resto, hasta la bilis.

Con 22 te sabes joven como para que nadie te envejezca, pero a mi entender, una de las virtudes del amor es que nos hace niños. Sólo cuando estás enamorado eres capaz de hacer las tonterías más grandes, como hablar con voz de niño impostada y con un acento que no es tuyo, como soñar mucho más despierto que dormido, como proponerte metas antes inalcanzables, ahora factibles, porque el que está a tu lado te hace medir diez metros, y tan alto, tan alto, todo queda al alcance de la mano, una casa, una aventura, un viaje, niños, cuadros, novelas, un terreno, una vida a dúo, que los mejores solistas siempre acaban buscando otra voz para rematar un tema inolvidable. Despertarte por la mañana y hacer cosquillas, llamaros por motes sin sentido pero con todo el del mundo para vosotros, irte a dormir besando en la frente, ver series absurdas o pasear a la perra sin hablar porque para qué verbalizar lo que os decís por los ojos, o comer bocatas simples en parques donde los hay que se besan por primera vez, y donde correréis el uno detrás del otro y ella te llevará a caballito a ti y luego a la inversa y os caeréis al suelo y reiréis sabiéndoos observados por lo que no tienen nada mejor que hacer que criticar el placer ajeno. Escribir notas llenas de ternura cuando te vas de casa tú primero para que ella, al despertar y quitarse las legañas, mientras se toma el café que le has dejado humeando, la lea y sonría sabiéndose la mujer con más suerte del mundo, pero sólo porque tú eres el hombre más afortunado de un planeta en el que escasea la fortuna, porque es obvio que no hablo de dinero, mancilla de todo lo puro. Y harás todo eso sin pensarlo, harás todo eso y luego vendrá alguien, mayor que tú, y te recriminará, porque se le habrá olvidado que el que está enamorado olvida reglas sociales, porque el que está enamorado vive en otro nivel, ni por encima ni por debajo del resto, en un nivel en el que no existe nada más que lo que tienes delante y lo que podréis hacer juntos. Porque juntos, sólo juntos, se hacen cosas imposibles, como amar. Y por supuesto hace tiempo que estoy hablando de mí, ya no de ti, y ahora soy yo el que con los ojos humedecidos por el recuerdo no puede por más que sentir envidia de ti, porque prefiero tener a alguien por el que llorar que no llorar por nadie, que no tener a nadie más allá del recuerdo, de donde es difícil rescatar nada, porque lo pasado allá se queda y el futuro toca montárselo con alguien que no ha aparecido, o si lo ha hecho no me he dado cuenta, o si lo he hecho la he dejado escapar como tantas veces antes y ahora no sé cómo recuperar un tesoro como aquél, aunque tenga el mapa en la mano con la X marcada, pero me quedé sin carabela y, sobre todo, sin capitana. Sigo siendo grumete, y lo que me queda.

2 comentarios:

Mamen-mela dijo...

Supongo que todos hemos sido "Anna" alguna vez...
A mí también se me humedecieron los ojos.
Muuuuuaaaaaaa!!!!

Fernando dijo...

Macho, que van a pensar los del curro que me escuecen los ojos de tanto currar! Un abrazo!