martes, 24 de julio de 2018

Puestos a perder, encuentras

Es justo cuando dejas de buscar al gato cuando aparece. Has contactado con la vecina porque lo que parecía más factible es que hubiera salido por la ventana, deambulado por la cornisa, y saltado a su terraza. Pero esa vecina que no conoces se declara fuera de Madrid. Tras hablar con ella te sientas, abres el ordenador, escribes de título “Puestos a perder”, pensando en un escrito lacrimógeno en el que narras que ya lo único que te quedaba por perder era el gato, y mientras sopesabas el arranque, vencido ante la evidencia de la invisibilidad del felino, asoma la cabeza y te mira sin expresión, bosteza y se relame, y se va al comedero, como si nada hubiera pasado. Porque tiene razón, nada ha pasado.

Antes habías movido los pocos muebles que tienes, abierto cómodas y armarios, espiado bajo la cama, pero nada. Motas de polvo que son restos de su pelo, pero el cuerpo no se materializaba, sus ojos no brillaban en ninguna oscuridad, su maullido agudo no desvelaba su paradero. Tu casa es pequeña y los escondites son pocos. No estaba, simplemente no estaba. Paseaste por el vecindario por si en su aventura por la ventana resbaló y aterrizó en la acera y de ahí vaya usted a saber a dónde. Y volviste a casa dos cigarros después y serio como un muerto. Y es sólo cuando te rindes, cuando entiendes que no hay nada que hacer, cuando decide desvelar su escondite, apuntarte con el hocico y deslizarse ante tus narices, meneando el rabo en señal de victoria.

La encimera de la cocina no llega al suelo, se sostiene en unas patas de unos cuatro centímetros. Y para cubrir el hueco se puso un zócalo, pero uno de los tramos sólo puede anclarse a una pata, por lo que si empujas el otro lado, ese trozo de zócalo se vence y, como si fuera una cámara secreta, da paso a los bajos de la encimera. No hace ni cinco meses terminaron las obras de remodelación del piso y ni sabías que esa parte del zócalo podía hacer de compuerta. Pero el gato, de alguna manera, sí lo sabía. Y lo que también sabía es que desde dentro puede empujar el zócalo y devolverlo a su posición original, esa que da sentido a la pieza de carpintería. Nunca habías visto el zócalo desplazado. Ni siquiera sabías que, al hacer esquina, sólo puede engancharse a una pata. Tu gato conoce tu cocina mejor que tú. Y se acaba de reír en tu cara, como el tiempo, que se mofa de tus intentos de controlarlo, de manejarlo. Tu gato es el tiempo. Tu gato es eso que crees perdido para siempre pero de repente, cuando menos te lo esperas, o mejor, cuando ya no lo esperas, cuando te has rendido, deja pasar luz a donde sólo imaginabas oscuridad, polvo y lo mismo restos de escombro olvidados porque obreros finos quedan pocos.

Tu gato te demuestra que no tienes el control. Que las cosas no van a pasar cuándo, cómo y por qué tú quieras que pasen. Tu gato, como el mundo, no gira a tu alrededor. Tu gato no se esconde de ti. Tu gato sólo vive como un gato. No como tú quieres que viva.

Tu gato tiene mucho que enseñarte, porque está claro que a un gato no le puedes educar. Pero él a ti parece ser que sí puede mostrarte cosas. Como fabricarte un escondite que no existía. Hacer de la tranquilidad una forma de vida. No entender qué es la culpa, que no sirve para nada. Tu gato hace tiempo que se ha rendido y ha entendido hasta dónde puede llegar.

Piénsalo. Sólo ha decidido abandonar el escondrijo cuando lo has dejado de buscar, cuando has puesto un título lleno de autocompasión, cuando te has sentado y te has rendido. Es entonces cuando todo vuelve a ocurrir, y tú no tienes nada que ver en ello.

Aprende de tu gato. Mátale por el susto que te ha dado, pero aprende de él. Él sabe. Tú intentas comprender. ¿Comprender el qué? Tu gato no se alimenta del pasado ni corre tras un futuro que sólo tú construyes. Tu gato se tumba en el presente. Tu gato es el presente.

La desesperación por haberlo perdido cuando nunca se hubo ido es tal lección que buscas la cámara oculta, le encuentras tal significado a la situación que te asusta. Tan reveladora es la metáfora que te da la sensación de que nada ha sido casual. Es causal, pero confundiste la causa y entonces la reacción sólo puede ser errada. Entérate: el gato se ha escondido ya cansado de verte queriéndolo todo y queriéndolo ya. Si por ti fuera, tu gato hablaría, comería con cubiertos y cagaría en el váter. Es tu resistencia al hecho de que no importa tanto lo que deseas como lo que es, a la renuncia implícita al paso de los años, a deshacerte de la culpa y el arrepentimiento que arrastras por lo dicho, por lo hecho y por lo no hecho, todo eso es lo que en realidad ha hecho que tu gato encuentre una madriguera oculta a tus ojos. Esa madriguera eres tú, y el zócalo movible es la máscara que has vestido tanto tiempo. Métete con el gato ahí abajo y entiende que en la oscuridad todo, todo, es posible. Deja de pensar en la ciudad con luces de neón que podría haber ahí, acepta lo que hay y entonces, quizá entonces, te puedas tumbar con él y regalarte el presente. Lo que has hecho está hecho, las consecuencias no son sino el asfalto por el que tienes que caminar, no la balsa de agua en la que te tienes que hundir.

Mientras tú escribes esto intentando convencerte, tu gato se lame los cuartos traseros, y cada lamido es un goce, únicamente porque está ocurriendo. Tú no tienes heridas que lamerte, pero tienes cuerpo que bañar y demasiado ruido en la cabeza que te dice: “Puestos a perder, has perdido hasta al gato”.

1 comentario:

Unknown dijo...

Grande, Julio ✨