viernes, 5 de marzo de 2010

Cristo está cerrado

El segundo día en Tegu comenzó al estilo yanki. Desayuno en Dunkin Donuts, que tienen wifi, y que está situado enfrente del Hospital Escuela, por lo que la mayor parte de los clientes son estudiantes de medicina. Batas, libros, tarjetas de acreditación y tres gringos, todos rodeados de donuts multicolores y cafés en vasos de plástico. Por un momento nos da la sensación de que estamos al otro lado del Atlántico, o en cualquier lugar de los inmensos Estados Unidos. Leemos correos, le echo un vistazo a El País y volvemos a las calles de la capital de Honduras, que resulta que ya tiene un presidente reconocido por todos, Nicaragua incluida.

Volvemos a casa de Marlon justo antes de que llegue Silvia, ataviada con la camiseta del equipo de Honduras, que la quiero, la camiseta, digo. Nos montamos en su coche, automático, como todos, y vamos en busca de algún lugar en el que ver este partido que se presupone aburridísimo. Veo a mucha gente con la camiseta albiceleste del combinado nacional, incluso algunos coches llevan la bandera asomando por la ventanilla. Es sólo un partido amistoso.

En un lugar donde hacen pupusas y que queda cerca de la Casa Presidencial nos acomodamos para ver el partido. Honduras termina perdiendo 2-0 contra los turcos, que no irán al mundial, pero que son mucho mejores que los catrachos, que es como se conoce a los hondureños (y así me entero de que a los nicas, fuera de Nicaragua, les llaman mucos). Decepción en la cara de Silvia, total aburrimiento en la de Marlon. Volvemos a casa de nuestro anfitrión, habiendo comido ya y sin saber qué hacer por la tarde. Marlon nos dice que él tiene que irse a la universidad a arreglar unos papeles, tarea titánica pues están en huelga. Decidimos encontrar la manera de subir al Cristo que domina la ciudad. Marlon nos da unas explicaciones confusas, pero nos creemos auténticos viajeros y nos ponemos en marcha.

En Tegu hay unos taxis que hacen un recorrido fijo, los colectivos. Por 12 lempiras nos llevan al centro, y allí nos toca buscar el autobús que nos suba a El Picacho. Deambulamos un rato, pasamos por el Teatro Nacional en el Parque Herrera y tras preguntar un par de veces encontramos el autobús en cuestión. Está al lado de un mercado cochambroso con mucha zapatería y de un río en el que sorprendéntemente unos cuantos críos buscan oro. Creo que los españoles les despojamos de toda opción de encontrar siquiera una pepita.

El autobús es un minibús hecho a la medida de los centroamericanos, es decir, con el techo muy bajito. Corriendo el riesgo de sufrir una tortícolis, nos metemos en el barullo del tráfico de Tegu. El que más pita es el que más mola. Sorteamos coches, arañamos aceras, esquivamos peatones, frenamos en seco, aceleramos haciendo chirriar las ruedas, y algunos asientos se van quedando libres y conseguimos aposentar nuestros culos en ellos. El chavalo que recoge la plata (8.50 lempiras el trayecto, baratísimo) me promete avisarme en la parada que está más cerca del Cristo. En comparación con Nicaragua, el chavalo va gritando paradas que puedan interesar, por lo que no hay que estar tan atento.

Ascendemos por una carretera sinuosa, pasamos cerca de embajadas y casas de auténtico lujo, todas ellas con todo tipo de medidas de seguridad, y las chabolas se desperdigan por doquier. Finalmente el chavalo grita El Picacho, le miro, me asiente con la cabeza, y nos bajamos en una curva donde hay una venta y un camino de tierra que se mete hacia un parque. El Cristo está en un parque natural enorme, con un zoo, con unas vistas increíbles y con nadie en los alrededores pues son las 16.00 y cierran a las 17. Al llegar a la puerta de entrada nos informan de que el Cristo está cerrado, lo que supone un motivo de mofa para nosotros: y yo que creía que Cristo estaba en nosotros, en todos nosotros, y aquí está cerrado. Tom improvisa las primeras estrofas de una canción: "we went to see the Jesus, and the Jesus was closed". Y así vamos andando por un parque que tiene toda la pinta de ser reclamo para domingueros, con bancos y mucho espacio para hacer el cabra, barbacoas y columpios y miradores. Ascendemos hasta ellos, con el Cristo destacándose a nuestra izquierda. No podemos entrar hasta él, pero podemos verlo, porque sólo los elegidos pueden tocar a Cristo. No tiene los brazos abiertos como el del Corcovado de Río, sino que tiene los brazos un poco separados de las caderas, con las palmas mirando al frente. James dice que está en posición de decir "what the fuck?". Tiene una nariz prominente y debe medir todo él 32 metros, contando el pedestal. Es impresionante, pero no lo es tanto como las vistas. Todo Tegu a nuestros pies. Vemos el estadios nacional, el aeropuerto, las varias catedrales dispersas por la ciudad, los barrios chabolistas, los seis edificos altos que hay, los campos de fútbol de tierra en los que no juega nadie, el río, los mercados, la pobreza y algo de riqueza. Me meo sobre Tegu, literalmente, y Tom se descojona de mí. Perdemos un rato el tiempo allá arriba, entre los zopilotes y los árboles, atisbando una ciudad inmensa que sólo acoge a 1.2 millones de personas, y el sol empieza a descender, dorando una ciudad que no tiene nada de dorado, pero que nos gusta.

De vuelta en Tegu paramos en una cafetería a tomar un café e intercambiar impresiones. A Tom, con sus ojos azules, le miran muchas chicas. Aquí hay muchos blancos, muchísimos, creo que yo podría pasar por un hondureño, pero ninguno tiene los ojos azules, así que Tom es reclamo para las niñas. Hablamos sobre las diferencias entre Nicaragua y Honduras. La segunda parece algo más prospera, desde luego tiene muchos más establecimientos de cadenas extranjeras, como si la inversión de fuera estuviera mejor vista que en Nicaragua, donde sólo encuentras un McDonalds, a las afueras de Managua, y donde no ves una maldita fábrica. Como me dijo Miguel, el nica que conocí en Laguna de Perlas, a Nicaragua le falta industria para poder salir de la pobreza. Tiene un sector primario muy rico, pero el secundario directamente no existe.

Volvemos a casa de Marlon, hablando ahora sobre los EEUU. Tom se queja de que muchos voluntarios menosprecian su país sin conocerlo. Yo le informo de que está de moda ser antiamericano, que Bush nunca fue un buen publicista y que es muy fácil demonizar al país más poderoso del planeta. Pero que, como todo, seguro que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, que me encantaría conocerlo, que pase de quién diga tonterías fruto de la ignorancia y del no querer llevar la contraria. Que sí, que abogan demasiado por la educación universitaria privada, que se las ven y se las desean con la sanidad, pero que tienen la mejor carta de derechos del ciudadano hecha nunca, que hasta los franceses se fijaron en ella, que dan muchas más facilidades a los emprendedores, que la educación primaria tiene fama de ser buena (al menos la que no es de los guettos), y que no conozco a nadie que haya ido que venga hablando pestes sobre los EEUU. Nueva York, San Francisco, Seattle, Portland, Yoshemite, el gran cañón, hasta las jodidas Vegas, todo el mundo vuelve a España alucinado. Tom parece agradecer mi comprensión y me reitera que soy bienvenido a su casa si decido seguir mi viaje hacia el norte. Aún no sé que haré, si bajar de nuevo hacia Nicaragua, esta vez por el lado caribe de Honduras, o si hacerle caso, subir por el Yucatán y llegar a los EEUU, a Nueva Jersey, a un paso de Nueva York, una ciudad que sueño conocer, aunque sólo sea porque es escenario de Scorsese y Woody Allen. Pero me pierdo, que seguimos en Tegu...

Marlon se sorprende por lo bien que nos ha ido y lo barato que nos ha salido todo, se ríe por lo del Cristo fuera de horario y nos pregunta qué queremos hacer. Le decimos que no sabemos, cenar algo tal vez. Él dice que tiene un descuento en el Kentucky Fried Chicken y como nosotros no tenemos opinión en este momento, estamos demasiado cansados, le seguimos la corriente. Empezamos el día en un Dunkin Donuts, lo terminaremos en un KFC. Nos vamos en el coche de Keren, su hermana, a un centro comercial, pues resulta que ahí está el KFC. Es un centro comercial al más puro estilo estadounidense. Galerías anchas, fuentes, tiendas de ropa de marca, y todos los restaurantes de comida rápida apiñados en un mismo lugar diáfano, una sala enorme y circular, con mesas en el centro y todos los establecimientos de marcas rivales siendo vecinos, pared con pared. Keren y Marlon se van a comprar un bidón de agua y nosotros nos encargamos de ir pidiendo.

Tardan mucho en volver y Tom empieza a especular con el hecho de que nunca vuelvan, de que Marlon en realidad no se llame Marlon y la casa donde hemos dormido no sea suya. Tira de humor negro para imaginarnos en una situación en la que nos roban todo y nosotros mientras nos ponemos hasta el culo de pollo frito. Como me pasó en Rama Cay, me imagino un relato estilo Stephen King. En la tele, mientras, repiten el partido Honduras - Turquía.

Los clientes de estos restaurantes son familias enteras, bien vestidas, y parejas de jovenes que pasan la tarde de martes, o miércoles, no sé que en qué día vivimos, no me importa, en un centro comercial. Como los mallrats yankis. "Esa película se rodó en mi barrio", me dice Tom. Kevin Smith es de Nueva Jersey.

Llegan los hermanos, comemos, hablamos sobre Sin senos no hay paraíso, que lo están echando ahora en la tele y que resulta que es original de Colombia, comentamos tonterías sobre cine y nos vamos a tomar unas cervezas y a jugar al billar a un local cercano a casa de Marlon.

Hay tres mesas de billar y dos están ocupadas, una por el dueño del establecimiento y dos amigos, la otra por compañeros de trabajo encorbatados. En las dos juegan a un estilo de billar raro: todas las bolas se ponen en los laterales, en los puntos marcados, tres en los lados pequeños, seis en los largos, y la uno, la amarilla, queda en el centro. El juego consiste en ir metiendo las bolas secuencialmente: primero la número uno, y luego se va a por la dos, que hay que despegarla de los lados, y así sucesivamente. Es un juego divertido si eres un buen jugador, pero nosotros nos terminamos aburriendo y retornamos al clásico ralladas contra enteras. Antes de irnos, y habiendo trabado amistad con los lugareños que nos han explicado las reglas del juego, uno de ellos, enfundado en la camiseta de Honduras y algo borracho, se empeña en enseñarnos algunos trucos de billar. Termina con "el tiro del tonto" y nos reímos a gusto (en un extremo se ponen dos bolas juntas suspendiendo una tercera, y el truco consiste en dar con la blanca a la que no está tocando el tapete sin tocar las otras dos... al golpear el taco, la rodilla da contra la mesa, las bolas se desplazan y la que estaba en alto cae justo en el centro, que es a donde va la blanca, muy gracioso). Tres cervezas después, volvemos a la casa, a dormir pronto, que mañana queremos coger el bus hacia Copán Ruinas lo más temprano posible. Son unas ocho horas de autobús.

Duermo de nuevo demasiado apretado con Tom, con una leve lucha de codos, pero con menos fresco entrando por la ventana.

Dos días en Tegu bastante bien aprovechados, paseando mucho por el centro, viendo mucho policía armado, pero sin ningún niño pidiéndonos dinero como en Granada y sin ningún atisbo de peligrosidad, llegando hasta los pies de un Cristo que no está disponible para nosotros y jugando al billar al estilo Honduras. Y, además, visitando un centro comercial que nos vuelve a transportar al mal llamado Primer Mundo y que nos choca un poco. Un escocés, un yanki y un español estuvieron en Tegu y no les pasó nada, vieron mucho y disfrutaron más.

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