domingo, 25 de noviembre de 2018

La música que no escuchas

La mejor música de Madrid la oyes en el metro. Pero tienes que prestar atención. No ser el sonámbulo que somos todos cuando nos sumergimos sin compañía en las entrañas de la ciudad. Total, en realidad no hay nada que hacer cuando caminas con nadie por los pasillos del metro. Lo más posible es que no tengas ni que pensar por dónde tienes que ir. Tanto has andado por ahí que tus pies son brújula, tu cerebro está a otra cosa, en otro sitio, en otro tiempo. Aprovecha. Es una pausa entre de dónde vienes y a dónde vas. Quítate los auriculares. El libro ya lo leerás en el vagón. Devuelve la llamada más tarde. Juega cuando se cierren las puertas y te balancees. Camina, y escucha cuando oigas acordes. Un canto. Una melodía. Sé testigo, sé público. Sé, que en tu devenir por el laberinto centenario eres tan inerte que ni te sientes.

Tocan por dinero, claro. Han pedido un permiso. Nada es casual. Sólo tú. Y lo increíble es que sí, también tocan para ti. No es un concierto, pero sí lo es. Las escaleras mecánicas no son los tornos de entrada a un auditorio, pero hacen la misma función. Te transportan, así que déjate llevar. Y ¿sabes qué? No oirás reggaeton. No oirás pachanga. Oirás rock. Oirás clásica. Oirás ópera. Oirás pop. Porque quien toca en el metro también lo hace porque ama la música. Ámala tú también, ahora que no tienes nada que hacer, más que llegar a coger el metro. Puede que tengas prisa, pero sé consciente: cuando hay músicos en el metro es porque hay afluencia de gente. Si hay afluencia de gente es porque hay metros cada pocos minutos. Llegar unos pocos minutos antes o después no suele marcar grandes diferencias. Véncete. Date cuenta de que nada va a cambiar si por una vez aminoras, les miras, les escuchas, les sonríes, les tarareas. Lo único que cambiará serás tú, que estarás ahí, ahora sí. Y no serás más pobre si les das esa moneda que te tintinea en el bolsillo o que te abulta la cartera. Agradece, que si no están solo oirás pisadas, voces, ruido. La música puede transformarlo todo. Entraste en el metro pensando en el futuro, en la persona con la que te encontrarás y con la que hablarás, a la que besarás, a la que abrazarás, a la que regañarás, a la que pedirás perdón, a la que pagarás, a la que mentirás, a la que recogerás, a la que invitarás, a la que follarás, a la que sonreirás, a la que estudiarás, a la que presentarás, a la que creerás, a la que devolverás, a la que alejarás. Vas en el metro recordando lo que ha pasado, qué habría pasado si, cómo pudo ocurrir, qué no dije, qué quiso decir, qué me quedó por hacer, qué dejé, qué gané. Es la música la que te encierra en el presente, en ese momento en el que caminas, en el que doblas la esquina, en el que ves la guitarra y oyes el amplificador. ¿Es que hay otra cosa en la que fijarse que no sea el momento en el que estás? Es la música la que prueba que estás ahí, porque somos capaces de no darnos cuenta de dónde y cuándo estamos porque nuestras ideas y nuestras torturas nos transportan a sitios a los que aún no has llegado, tiempos que ya has vivido.

Escucha. Sé en ese momento quien le da sentido a la música, que es la que te está dando sentido a ti, mero transeúnte por un subterráneo en el que estás de paso. Dota de trascendencia a ese rincón ocupado por músicos callejeros, que lo hacen diferente al próximo rincón, ese del que no te percatarás porque no hay nada más que publicidad, baldosas y suelo de linóleo. Y tú. Y de ti no te das cuenta.

Nunca recordarás tu andar por el metro a no ser que ocurra algo. Y ocurre, solo tienes que apagarte y encenderles.

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