domingo, 16 de diciembre de 2018

Caballo de carreras

Un kilómetro más. Puedo llegar. Puedo hacerlo. Por primera vez, me lo creo.

Las luces largas como aviso, el chirriar de las ruedas con cada volantazo para esquivar, salvarme a cada poco, salvarles a ellos. Un kilómetro más y cumplir los veinte, llegar a los 60.000 euros. Adelantar pagos de la hipoteca, darle a Raúl y Tere regalos por Navidad después de tantas Navidades sombrías. Incluso saldar deudas con Marta, que no sabrá cómo conseguí el dinero pero me mirará con esos ojos verdes tan abiertos y tan inquisidores, sin atreverse, sin querer saber, contentándose. Responderla con media sonrisa y sin querer sudar. Guardarme quizá algo para mí, para lo que venga. Ya nadie contrata porteros de discoteca de más de cincuenta años. Ya no les valgo, dicen. Así que soy perro de pelea, títere con el que apostar. Un kilómetro más.

¿Y si sigo?

“Estás a punto de hacer 60.000. Y aquí un par están a punto de forrarse. ¡Dale, hostia, dale!”.

El aparato de radiofrecuencia como único interlocutor. ¿Qué será forrarse para ellos? ¿Cuánto dinero habrán movido esa docena de cabrones? ¿Cuánto dinero tienes que tener para ya no saber qué hacer con él y buscarte actividades que te hagan generar algo de adrenalina? ¿Cuánto les latirá el corazón por minuto? No desconcentrarse. Parpadear con las luces largas. Volver a esquivar. Rozar el quitamiedos. Perder el espejo retrovisor de la izquierda, la chapa echando chispas.

¿Y si sigo?

Creo que Raúl quiere la PS4. Tere no me ha dicho nada. Hace mucho que no hablo con Tere. Marta dice que no quiere hablar conmigo, que no insista. Yo no sé si es verdad o si es solo Marta la que me ve nocivo. Nunca les hice nada. Solo fracasar. Pero hoy no. Hoy gano yo.

Ahí está la salida, mi escapatoria. Mi dinero. Pero no tengo hueco. Tal vez ahora. No, mierda. Volantazo. Un camión ocupando el carril. Tengo que seguir. No sé dónde está la siguiente salida.

“¿Vas a por más, eh? ¡Qué cabrón! Tienes la siguiente salida a dos kilómetros. 66.000, cabrón. Nos estás haciendo sudar. No la jodas ahora”.

Se oyen risas de fondo, aullidos. ¿Cuántos habrán apostado a que no llego? ¿A que termino dando vueltas de campana? Palmarla se paga 2 a 1. ¿Contra quién me chocaré? ¿Será una familia? No pienses en eso. Vas a conseguirlo.

“La policía va en camino, pero deberías llegar a tiempo. ¡Písale, hijo de puta!”

¿Y si sigo?

Marta leerá mañana los periódicos y se sorprenderá de la noticia durante diez minutos, el tiempo para que Tere y Raúl terminen de desayunar y les lleve al cole. Luego tal vez lo comente en la peluquería con Begoña. Y a la tarde la noticia será historia, nada más se sabrá. Los conductores con los que me encuentro tardarán algo más en olvidarse del susto, de mis luces largas, de esta carretera AP6 por la noche. Yo no lo contaré jamás, es parte del trato, por lo que no seré capaz de olvidar. Los secretos no se olvidan. Contar algo en voz alta reduce el tiempo de condena en la memoria. Secretos que te llevas a la tumba, dicen. Son ellos los que te llevan a la tumba. Te entierran con tus secretos, que permanecen contigo hasta ese último aliento, cuando los quieres contar pero ya es tarde. Como un te quiero a quien no lo imagina.

¿Y si sigo?

Una madrugada de un miércoles soy kamikaze en una autopista, circulando 22 kilómetros en dirección contraria en un coche que no conozco y que tengo que abandonar y quemar a la mínima oportunidad. Cobrar en metálico en un chalet donde doce personas se entretienen con juegos de muerte, donde ellos solo arriesgan dinero y nosotros somos los caballos de carreras.

No, no sigo. Suficiente. Ya he tentado. Por una vez, voy a ganar yo.

Tomo la salida derrapando, en la glorieta recupero el sentido correcto justo cuando en la autopista se distinguen sirenas azules. Reduzco la velocidad y me encamino por una carretera secundaria oscura. Me quito el sudor de la frente, respiro fuerte. Suelto una bocanada de aire, bajo la ventanilla. Hace frío y por radio me dicen que he ganado el dinero que antes ganaba en tres años, también por la noche, también pasando frío.

Hasta la próxima. Porque nadie quiere ya a un portero de discoteca de más de cincuenta años. Ya no valgo. Solo valgo para Tere y para Raúl. Y no lo saben. No se lo cuentan. No se lo contaré.

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