martes, 18 de diciembre de 2018

Ahora que corro

Cuando corro busco tonificar, busco descubrir sitios nuevos, busco sudar, busco ser. Busco la ducha de después, las endorfinas liberadas que me tatúan la sonrisa. Busco que mañana me cueste menos. Busco ser más rápida. Busco ser más ligera. Busco ser, y busco estar. Porque cuando corro, estoy corriendo, nada más. Corro pensando en correr, pero se me cruzan todos esos pensamientos que duermen mientras hago otras actividades que requieren concentración. Pienso en él. Pienso en mamá. Pienso en el nuevo curro. Pienso en volver. Pienso en las vacaciones. Pienso en el coche nuevo. Pienso en buscar otra casa algo más grande. Pienso en mi clase, en cómo me recibirán. En no estar nerviosa el primer día. Pienso en hacerlo bien. Pienso en ser capaz de enseñarles. De que aprendan, más bien. Y pienso en correr, en el ritmo, en la postura, en la siguiente pendiente, en el bosque de mi izquierda, en la granja de la derecha, en el mar no tan lejos. En el trago largo de agua al volver. En el jabón formando regueros blancos y llevándose todo menos a mí. En el pelo limpio. Pienso sin pensar. Porque solo corro.

Antes de salir no me apetece. Tengo que desvirgar mi voluntad, forzarme a salir a correr. Ponerme las mallas, ajustarme las zapatillas, meter el iPod en la funda del antebrazo. Elegir la música. Una lista con Rosalía y con Led Zeppelin y aquel tema del verano pasado con el que él me bailó hasta caernos muertos de la risa.

Antes de salir, miro la hora, calculo cuándo estaré de vuelta, pongo la lavadora, le doy de comer a Morgan, le cambio el agua, riego el ginkgo, que se me volverá a morir, como siempre. Antes de salir me ajusto la coleta, resoplo ante el espejo, me miro las cartucheras, me froto los ojos. Me gusto. Le gusto. Me encanta. Joder, a ver si baja pronto a verme porque un mes sin follármelo se me hace un imposible que me dan ganas de correr hacia el norte. Un maratón tras otro para correrme sobre él. Como este verano, cuando aún no sabíamos si habría futuro.

Cierro con llave, suspiro, espanto la pereza, ya no hay marcha atrás. Hacia adelante. Siempre hacia adelante. Bajo las escaleras al trote, abro la puerta del portal, qué puto frío, coño. En Andalucía siempre hace bueno, ya, y qué más. ¿Dónde voy? ¿Izquierda, derecha? El gusto de correr por donde no sabes, que cada zancada sea un descubrimiento y cada pisada la primera. Auriculares bien ajustados, darle al play, empezar. Todo es empezar. El resto viene solo. Viene. Solo. Soy sola.

No conozco a nadie, a ese tampoco. Me mira y no me gusta cómo. No le miro. Sigo. Todo está bien. No pasa nada. Es solo un madrugador, un jornalero será. No seas malpensada. Nunca fuiste víctima. El mar está tan cerca. El resto de mi vida ahí delante. Ser profesora, al fin. Encontrarle a él justo ahora, qué cosas, lo que es la vida, cuando estaba centrada en cualquier cosa menos en un tío, zas, aparece. Y me atrapa y me envuelve y me apoya y me sostiene y me hace reír y me cuenta y me escucha y me aguanta y le aguanto y podemos, claro que podemos.

Y ahora que corro, por nada y por todo, porque quiero, porque me hace bien, porque me purifica, porque me conformo y me forma, ahora que corro, sin meta y sin apuro, solo como forma de ser animal y darle a mi cuerpo después de tanto darle a la mente, ahora que corro… todo se borra, un golpe en la cabeza, una bocanada y Stairway to Heaven en los auriculares, que se desprenden de mis orejas y todo se nubla y todo me duele. Y ya. Ni clases en el colegio. Ni él esperándome allá o reservando un vuelo para acá. Ni coche viejo ni coche nuevo. Ni correr ni lavadora ni gato ni gingko que se volverá a morir, como siempre. Ni agua. Ni jabón. Ni pelo limpio. Ni ser.

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