lunes, 24 de septiembre de 2018

De qué hablan cuando esperan

Queda tan poco. Y te miro. Y me miras. Y te sonrío en lo que seguro es una mueca absurda, puro nervio en cada labio, como hacía tanto que no lo hacíamos. Como hace ocho años, cuando por primera vez nos pusimos tan cerca como lo estamos ahora. Aquella noche empezó todo y no lo sabíamos. Aquella noche nos ha traído aquí, menudo viaje. Y no sabíamos lo que hacíamos. No sé si lo sabemos aún.

Y te repaso. El peinado único, los ojos brillantes, los labios bailando sobre tus dientes perfectos. Y me estudias y espero que me aprendas, aunque sé que ya me sabes. El collar de tu madre. Aunque no te lo dio para casarte conmigo. Si estuviera viva le habría costado aceptarlo. Pero eres feliz, te diría, así que el resto da igual. Me pierdo en tus hombros huesudos, en tus manos finas y tus uñas tan rojas que podría ser sangre lo que corona tus dedos. Las mejillas rosadas como las de un bebé. Tus pupilas buscando las mías, repasando mi cara, bajando por mi pecho. No te muerdas la lengua, aguántate, como me aguanto yo.

Queda tan poco. Unos minutos. Para que todo ocurra.

- Si vieras cómo te está mirando tu padre.

Por instinto vas a girarte, pero te frenas.

- Lo mismo te está mirando a ti.
- ¿Por qué?
- No sé. Lo mismo te está mirando amenazante no la vayas a liar.

No dejes de hacerme reír nunca. De provocarme.

- ¿Cómo sabe que la voy a liar? Si no le he dicho nada…

Frunces el ceño y tu sonrisa se transforma y se te encoje la boca y te intuyo las ganas de darme un tortazo en el hombro.

- Porque te conoce ya, gilipollas.
- Pero no me insultes aquí, justo ahora… Tanto protocolo y hala, “gilipollas” así tranquilamente.

Nos retamos incluso en este momento tan preparado, con tan poco lugar a la improvisación. No dejes de improvisar conmigo nunca.

- Es que eres muy gilipollas. Pero con cierto encanto.

El día que no me vaciles se acabará todo. Dejará de soplar el viento.

- Si yo sé que en realidad te molo. Bastante. ¿Tú has visto el chaleco? Flipas. Si yo lo sé.
- ¿Se lo has robado a un mariachi?

Ahogo una carcajada, la dejo encerrada en la garganta, meto los labios para adentro. Percibes mi esfuerzo. Me guiñas un ojo. Me atrapas.

- Y tú pareces un algodón de azúcar.
- ¿Porque soy dulce?
- Porque me engordas.
- ¿Más?

Queda tan poco y nos seguimos haciendo bromas que solo nos hacen gracia a ti y a mí. Porque hoy solo somos tú y yo. Toda la vida seremos tú y yo, o eso prometemos. Prometeremos. Nos diremos. Quiero decírtelo. Quieres decírmelo.

- Oye, sabes que esta noche de follar, nada.
- ¿Porque te vas a poner hasta el culo y no vas a poder quitarte ni los zapatos?
- Me gustará verte intentando desabrocharte el vestido.
- Lo mismo no follamos ni mañana.
- ¿Por qué?
- Porque lo digo yo.

Arrugo la nariz. Arrugas la tuya. Hay ruido ahí detrás, sillas que se mueven, toses, cuchicheos. Pero yo hace tiempo que no oigo nada, que no veo nada. Todo eres tú. Todo soy yo. Todo es hoy.

- ¿Nos vamos?
- Va.
- ¿Y la cena?
- Que se la paguen. Que son unas gorronas.
- Pues también es verdad. Pero ¿y los regalos?
- Ah, no. Los regalos que los dejen. Que total, ya los han comprado.
- Vale.
- Tú primera.
- A la de tres.
- Una…
- Dos…

Queda tan poco. Hace algo más de un año decidimos hacerlo. Hoy en realidad no cambiará nada. Pero lo cambiará todo.

- Oye, hay una cosa que quiero decirte.
- ¿Ahora?
- Sí.
- ¿El qué? Pero que empezamos ya, tía.
- Que…

Y te callas, llenando el aire que nos separa de un silencio que me ensordece. Me miras tan fuerte que tengo que parpadear.

- ¿Qué?
- Que…

Arqueo las cejas, perfiladas como si las hubiera pintado Velázquez.

- Pero serás…
- Que estoy cachonda perdida, niña.
- No me llames niña…
- Niña.
- Esta noche follamos.
- Claro.

Hoy nos hacemos una oferta para montar una empresa cuyos beneficios seremos nosotras. Casémonos de una vez, joder.

No hay comentarios: