lunes, 3 de septiembre de 2018

Solo despertar en septiembre solo

Te despiertas después de dormir mucho y soñar algo que no entiendes y no haces por grabar en la memoria. Te despiertas queriendo escribir, pero no sabes el qué. Te despiertas melancólico, sin motivo, o cargado de razones, ni lo sabes ni te esfuerzas por entenderlo. Te despiertas, sin más, el primer lunes de septiembre, el primer día del fin del verano, el primer día del resto de tu vida, que ya nunca será igual porque no vivimos en bucle y que lo tenga que venir, que venga, pero que no me avise, porque no estaré preparado de todas formas.

El café no sabe y el zumo te lo han servido templado. En el estómago han colgado el cartel de “vuelvo en una hora” y en la cabeza circulan vespinos con el tubo de escape trucado, haciendo más ruido del que en realidad deberían poder hacer. Hace tanto que no follas que ya no lo echas en falta, aunque te apetecería cambiar las tornas. Hace tanto que no la ves que hablar con ella por teléfono es jugar a la ruleta rusa, inventar la máquina del tiempo, estrenar viajes intergalácticos, sucumbir a tu pasado, circunvalar tu presente y huir del futuro. Colgar es un respiro, pero estás buceando y tragas agua y el reflejo del sol en la superficie lo ves muy lejos y a punto estás de entrar en apnea. Tal vez esa conversación de noventa minutos fue lo que provocó que te fueras a la cama recordando y que te levantes ahora agotado y sin ganas, como si hubieras corrido una maratón en la que no llegaste el primero por lo que el puesto te da igual.

También te llamó tu amigo para contarte que su matrimonio ya no es, que doce años no son nada. Que the show must go on pero que empiece ya, que el público se va. Que 2018 más raro. Será porque este año, ahora sí, vives en la bisagra, miras por el retrovisor a una postadolescencia de alta resistencia y enfrente se despliega la carretera mal asfaltada y con baches, pero con menos curvas, que te lleva a ser adulto, un lugar que creías la Atlántida pero que solo es las Antípodas. Existen, pero están lejos y antes andabas en círculos. Sigues sin estar seguro de casi nada, hasta hace poco tildabas el adverbio solo y ahora decides no hacerlo, pero nada es en firme, pero ahora aceptas y reconoces y no te da miedo estar solo porque solamente solo no asolas una vida con solera.

Este finde estuviste en una boda y fuiste testigo del amor. Pero llega el primer lunes de septiembre y el cronómetro vuelve a cero. Hace un par de semanas hubierais celebrado vuestro primer aniversario, follando como entonces, riendo como aún sabéis, mirándoos como ya no podéis, escuchando como no supiste. Pero ahora ese día de agosto solo es una fecha en un calendario con pocos días marcados, y ya lo has asimilado, y ya te has perdonado, en ello estás, pero la pena embadurnó un mes que debió ser festivo y así lo construiste, pero llega septiembre y toca ponerle tejado y agosto solo es el octavo mes, en el que nada reseñable pasó más allá de que lo viviste y te reíste y eso ya es suficiente, porque todo lo demás son regalos y sin ellos puedes levantarte cada mañana y mirar por la ventana y sonreír si quieres, motivos nunca faltan. Como esta mañana, en la que amaneciste tarde, comprendiendo poco, y escribiendo esto que no sirve, pero te ayuda a que el primer lunes de septiembre sea el primer lunes de lo que está por venir, que siempre será bueno aunque sea solo porque no lo sabes. Como lo que ibas a escribir, esto que relees ahora sin haber hecho una mísera pausa en el tecleo y ves que hay escritura automática que no debe ser corregida. Porque en la vida no hay opción de corregir, no hay tippex ni botón de borrado ni editor que supervise ni fe de erratas que publicar esperando comprensión. Lo hecho, queda, y el retrovisor solo muestra, eres tú el que interpretas y te vanaglorias o te castigas, así que manos al volante y el teléfono del mecánico a mano.

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