viernes, 7 de septiembre de 2018

Coge altura

Volad, les digo.

Volad, que no hace falta saber cómo. No se hacen cursos de pilotos para volar como os digo. No pilota nadie en un vuelo que no sabes a dónde va, pero que coge altura a cada sílaba suspirada en un email o por teléfono, porque esto va de la distancia, de no veros, de no verte a ti mismo, de olvidarte de quién eres, de saber qué quieres hacer, ser, parecer, estar. Volad sin mirar al suelo. Volad sin huir a ningún sitio. Volad para encontraros a vosotros mismos en un cielo de misterio. Porque nadie sabe qué pasará. Por eso mismo, porque el destino es incierto, volad. Porque lo que quedará será el vuelo, el trayecto recorrido, las turbulencias y los cócteles a 30.000 pies. La comida insípida y las películas brillantes. Los sueños sobre hombro ajeno y los amaneceres de tú a tú, porque ahí arriba no levantas la vista para ver el sol, lo tienes enfrente, a tu lado, por todas partes, infiltrándose por la ventana para regalarte una alfombra de nubes por la que no caminas porque te elevas sobre ella, porque no hay nada debajo, solo aire sobre el que flotar.

Y si caes en picado, sobrevivirás. Serás el milagro de las noticias de las nueve. Y al tiempo mirarás hacia arriba y recordarás con una sonrisa el vuelo que emprendiste, sabiendo que hay mucha gente que no se atreve a dejarse llevar. A dejarse volar. Merece la alegría volar.

Solo los que no vuelan no pueden mirar hacia abajo. De donde partieron y lo recorrido. Por qué despegaron. Despegar. Despegarse. De sí mismos. Porque la cura al egoísmo es el amor, que es volar. No amas por y para alguien. Amas para ti mismo. Por ti mismo. Amar te hace. El miedo te deshace. El miedo a volar te hace ir en coche, sin distancia entre dónde estás y la tierra. El miedo te encadena y te hace esperar. Si sabes amar, no esperas nada, das tanto porque recibes, sin necesidad de respuestas. Importa solo tu acción, la reacción no la controlas, no la aguardes, déjala, que pase, tú haz. Tú vuela.

Hay que ser valiente para volar. Para seguir cogiendo vuelos después de tantos aterrizajes forzosos o accidentes por falta de combustible, por entrar en barrena o por perder el rumbo. Volver a embarcar con la piel con rasguños y cicatrices. Que te piten los oídos al elevarte, que se te seque la garganta, que se te entumezcan las piernas. Que sea siempre como la primera vez, porque dan igual las millas que sumes en tu tarjeta de pasajero frecuente, cada despegue es una locura física que no entiendes, aires calientes.

Suelta lastre. Aligera, como cuando eras niño. Sé niño. Cuando volabas solo. Vuela para nadie. Vuela por ti. Sé tu viaje. Quien se queda en el sitio es el espectador de aventuras ajenas.

Viaja y emociónate hasta reventar. Emocionarse es el verbo reflexivo más irreflexivo que hay. Por eso es tan de verdad. Como saber amar. Amar en rama, como las bombas de racimo, bah, ahora cojo y lo rimo porque el amor deja limo, brama la trama que te cuentas al irte a la cama, caballeros y damas, ahuyentar famas, vivir en llamas, para qué quieres más. No son soflamas. Son solo ansias de volar.

Vuela, me digo. Qué más da. Qué más das. Qué menos. Da.

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