miércoles, 16 de agosto de 2017

Niñas. Niños. Barras

Codo en la barra, ron en proceso, y la mirada paseando entre bombillas de colores, banderolas inquietas, acordes mal tocados y caras conocidas. Llevas ahí veinte años. Y no te quieres ir. Cuatro euros, refresco para edulcorar, saludos en la distancia, alguna estrella fugaz, gente con la que has crecido, con la que has cambiado, con la que aún ríes, con la que lloraste en plena borrachera de hace siglos. La camarera que te vacila, pero el ingenio en el pueblo siempre es agudo y la respuesta provoca carcajada. Primas que ya no son pequeñas, primos que siempre serán amigos, amigos que podrían ser primos. Y la orquesta siempre es mala, pero nunca importó tanto.

Ya no eres ni tan joven ni tan viejo. Deambulas por tierra de nadie, se te escapan vistazos a la espalda, a ver cómo era aquello, y al frente se te mezcla el vértigo con el ansia. Un trago, rebajar el cubata, que en los pueblos las copas son hasta donde quieras, y siempre quisiste más de lo que tu estómago se puede permitir, y te alejas de la barra con paso poco firme pero la decisión tomada: hay que bailar. Y, por supuesto, bailas. El contoneo persiguiendo un ritmo repetido desde mediados de junio, y aun así le dejas escapar. Y otro trago, y regar el asfalto como si con el alcohol fuera a crecer algo que no sea tu niñez. Y una mano que te agarra y otra que te suelta, y una boca que te habla y otra que se cierra, y pupilas que se dilatan y luces que titilan, y cantantes a los que nadie tuvo los arrestos de decir que no lo son. Niñas que hace tiempo dejaron de serlo, cuarentones que recuperan historias de hace tanto que ya da igual que no sean del todo ciertas, tíos que se emborrachan delante de sobrinos, sobrinos que vomitan escondiéndose de sus padres, un camino donde se mea, otro donde se folla y tú ni tienes ganas de lo primero ni… Ni nada.

Y a la siguiente copa te invitan, lo cual implica una tercera porque el quid pro quo no se entiende pero se vive. Cambiemos de barra, diversifiquemos el consumo, hagámonos un porro después de hace tanto, fumémonoslo con esas que no fuman a partir de octubre, retemos a los viejos amigos a juegos que no podremos olvidar, elucubremos con ellos sobre los próximos cinco años, repasemos los últimos veinte, recuperemos antiguas tradiciones vestidas de chupitos imbebibles, no mirar el reloj, nunca. Hablar con caras sin nombre pero con las que compartiste adolescencia. Vislumbrar a un testigo de tus felices dieciséis y llamarle a gritos para que se ponga siempre a boquear cuando te ve, como si le faltara el aire. Iniciar el relato de una épica suya para que la termine él, destrozado de la risa porque has recuperado su pasado ante terceros que no conocían esa faceta suya y que tú estás dispuesto a desvelar, por mor de repasar de donde venís. Aguantar la bronca por no avisar de que estás, explicar que no hacen falta explicaciones, siempre os encontraréis, codo en la barra o bailando música infame que solo aceptas dos meses al año, abrazar hasta que te crujan las costillas, palmear espaldas que no recordabas tan anchas, sorprenderte ante retoños que no conoces, ante esposas que no existían hace tan poco y que, al presentarte, preguntan “ah, tú eres el de…” y luego viene una anécdota que te avergüenza pero también te enorgullece, porque ser protagonista de historias de pueblo solo significa que exprimiste tanto la infancia que aún saboreas la pulpa.

Bajar a la verbena. Subir al cielo. Caer a la mañana siguiente de una hostia a mano abierta. Ibuprofeno con el café. Baños en agua de garganta, tan fría como todos los años, pero digámoslo un verano más: está buena… para beber. Tiritar y a tumbarte en esa piedra que parece que se formó para servirte de tostadora, mirar a la derecha y enfrentarte con sus ojeras. Mirar a la izquierda y recibir la merecida broma de tus tíos, que te vieron ayer hablando con ella y no cejarán hasta que desembuches. Antes tenías cosas que contar. Este verano, aún no sabes por qué, ya no. Será que ya no eres tan joven. Será que ya no eres novedad. Será que eres más feo. Será que ellas saben lo que otras les contaron y nada es cierto, pero no se pone en duda porque la distorsión de lo que pasó tiene más poso que lo que sí pasó. Será que ahora hay consecuencias, ya no solo vale querer hacer algo y hacerlo sin reparos. Será que…

Niños que salen del armario. Chicos que no piensan entrar. Niñas con las que jugabas al calientamanos ahora te miran con deseo y sabes que cuando ellas nacieron tú ya deseabas mujeres. Tengo un coche más viejo que tú, y a mí, con tu edad, nunca se me ocurriría vacilar a chicas que ya trabajaban mientras yo superaba terceros y cuartos de una carrera que ya no recuerdo los años que duró. Ole tú por tu desparpajo, tu saber estar, tu futuro agarrado por las pelotas, tu pasado tan corto, tu presente que es esta noche y yo al mirarte las tetas aun no entiendo qué coño ha pasado en estos últimos tres años en los que dejaste de venir para aparecer ahora en mitad de las putas Perseidas. Y cuando al fin de un manotazo destruyes una muralla que nadie se creía y decides que, mira, que le follen a la edad, recibes una risa por respuesta y entiendes que hay juegos de los que olvidaste las reglas y solo eres presa de otra historia de pueblo que contará ella a sus amigas de ciudad y que tú harás lo posible por olvidar. Y fracasarás.

Y cuando a las 7 de la mañana el cielo clarea, la música se muere y las botellas ruedan por el suelo, piensas que de los que quedan, eres de los mayores. Para casa, solo. Para levantarte solo. Para recordarte solo al repasar la noche, aunque siempre estuviste con alguien. Para reírte al cruzarte a tus compinches de la noche anterior y ver en sus caras la misma tortura que soportas tú.

Será la resaca.

Serán los años.

Será que ya no es lo mismo por mucho que te empeñes.

Pero esta noche, otra vez. Llevarle la contraria al tiempo es la proeza de todos los veranos. Así pasen los años.

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