miércoles, 23 de agosto de 2017

No compitas

La vida no es una competición, no hay rivales extraños, ni meta, ni premio. El único rival eres tú. La meta solo es llegar, a ser posible no exhausta, necesitarás el último aliento aunque sea para suspirar que bien está lo que no quisiste que acabara. El premio es arrancarte diez sonrisas diarias, pero sonrisas de las que ni puedes ni quieres evitar. Aun así, un rechazo te menea, dos te inquietan, tres pueden noquearte. Terminar besando la lona al perseguir su boca después de haber seguido sus ojos.

Nos reponemos, no hay nada demoledor, ni siquiera un cuello que se gira y unos pasos que se alejan. Los metros que se crean entre donde tú estás y a donde él se va, y que vas contando mientras buscas entender por qué pensaste que la única respuesta iba a ser sí. Qué fábula creaste en tu cabeza para creer que solo cabía un silencio, una sonrisa, un mordisco y la ilusión del territorio conquistado. Como los que cruzaron un océano yendo de cabeza a lo desconocido y resulta que les esperaban lanzas y hondas, a pesar de las plumas en los codos y tobillos.

Cada vez que te dicen que no te hundes un poco en tu propio fango. La autoestima sangra y crees que no hay torniquete. La autoestima es la vena cava, te convences. La cabeza baja hasta la altura de los hombros, la vista estudia las baldosas y los pies te llevan a la cama, a rumiar. Tú, que querías pastar en su campo. Cada vez que te dicen que no, eres la juez más cruel y menos empática que se ha subido a un estrado. El martillo que dicta sentencia es el martillo de Thor.

Cada vez que te dicen que no, te vuelves fea en tu espejo. Te vuelves muda en la conferencia que encabezas. Se te olvidan historias que contar y tu coeficiente intelectual pasa a ser el de un oso panda, que solo come bambú y se niega el goce de hibernar por tan absurda dieta. Es decirte que no y te ves vieja, pierdes estilo, te robas la clase, crees que eres incapaz de construir coordinadas y subordinadas que despierten interés. Tú, que querías despertar con onomatopeyas y vuestros nombres entremezclados.

Cada vez que te dicen que no, el refugio lo puebla quien te conoce, que hace tambalear la sentencia que te impones. Los que allí moran y que construyeron el resguardo con abrazos te recuerdan quién eres, cómo eres, lo que eres. Aplauden la valentía de buscar la respuesta, cuando hay gente que opta por no saber y, por tanto, no arriesgarse a la gloria. Porque no, la vida no es una competición, pero un sí te saca el corazón por la boca y te lo deja ensangrentado en la mano mientras profanas la boca que acaba de responder con el monosílabo ansiado.

Cada vez que te dicen que no lo único que ocurre es que no ocurre lo que no debía ocurrir. Y lo gracioso es darse cuenta de que tal vez el sí que habías buscado no se corresponderá luego con lo que elucubrabas. Quién sabe. Pasos que se alejan como premonición a que bien está lo que no pasa. No pasa no por inacción, sino como resultado de tu paso al frente. La vida no es una competición, solo es caminar. Tropezarte sin correr, costras en las rodillas y esa sonrisa que ni puedes ni quieres evitar. No compitas. No compares. No corras. No te pares. Cuando llegue el no, acuérdate de los síes, que venían igual de justificados. Cada no cuenta tanto como cualquier triunfo. Aunque la vida no es una competición. Es concatenar preguntas y respuestas y saber que todas, todas, tenían que darse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito Julio. El rechazo. Que dificil comprenderlo.

Anónimo dijo...

Con respecto al ego yo opino que...ni opino.