sábado, 6 de junio de 2015

Hacerte el muerto

Tumbado boca arriba, a merced de la corriente, meciéndote a cada atisbo de ola, con los ojos cerrados, para que todo sea rojo como las brasas, lo único que puedes hacer es pensar. Eliges lo que pensar, mientras tus manos acarician el agua y tu espalda te mantiene a flote. Y piensas, eliges pensar, en ella, claro, en dónde estará, en qué hará ahora que tú no le puedes hacer nada. Te preguntas si estará en un mar parecido haciendo lo mismo, con los dedos de los pies y los pezones apuntando al cielo. Eliges pensar que te está pensando también, que su agua estará cálida como la que ahora es tu colchón, en que en la playa no le espera nadie, como a ti. La boca te sabe a sal, el agua te encharca los oídos y el sol llena de ascuas tus párpados, y ella nubla tu cabeza, porque así lo eliges. Haces por recordar cuando vinisteis a esta misma playa juntos, cuando hacíais viajes llenos de improvisación y follabais en el agua donde aún hacíais pie, y jugabais en la orilla a ver quién llevaba a caballito a quién hasta el agua, si tú con sus tetas amasando tu espalda, si ella con tu polla frotando su coxis y las risas tapando el ruido de las olas que os invitaban a vivir la eternidad. Nunca fuisteis de jugar a las palas ni de clavar sombrillas. Bebíais vino en copas caras y fumabais marihuana en casas alquiladas que nunca decoraríais así.

Y cuando te asustas porque esos pensamientos que elegiste te traicionan y te encaminan a echarla de menos, abres de golpe los ojos y todo es blanco y eres ciego unos segundos y parpadeas rápido para recuperar el azul que es tu techo. Te giras y empiezas a nadar, mar adentro, como si fueras a algún sitio. Y un velero que pasa al fondo, y una nube que tapa el sol que te juzga, y de repente notas que hay resaca y percibes que te va a costar salir de ese agua que te ha manteado hasta hace no tanto. Das media vuelta y nadas, con brío, intentando volver a la playa que dejaste atrás para pensar, en lo que elegiste pensar. Las yemas de tus dedos son ya pasas y te pican los ojos llenos de sal y nostalgia, y el mar se ríe de tu esfuerzo. Te cansas y ya no comandas el ejército que son tus pensamientos, y ahora ya sí te vences y la echas de menos mientras flaqueas y ves que no has avanzado apenas, que el velero está muy lejos y que no hay nadie a quien gritarle en la playa, y mucho menos ella, que no sabes dónde está desde que decidiste que era hora de decirle “ya no te quiero”.

Dices su nombre en voz alta y se te llena la boca de agua, que escupes en un chorro que resbala por tu barbilla. Nadas a braza, luego a espalda, intentando recuperar algo de fuerzas, y vuelves al crol. Y en todo ese rato habrás avanzado diez metros que saben a poco, como todo lo que has avanzado desde que verbalizaste “ya no te quiero”. Empieza a dolerte la cabeza y notas el corazón bombeando sangre como cuando te corrías con ella.

Te ahoga el pasado justo cuando vuelve a salir el sol y un perro con collar te ladra desde la orilla.

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