viernes, 8 de mayo de 2015

Un beso en el espejo

Cierra la puerta. Cierra las ventanas. Cierra las piernas. Cierra los ojos. Así no te duele. No te duele el alma, ni la cabeza, ni las entrañas. No te amarga lo que piensas, no te endulza lo que sueñas, no te atormenta lo que recuerdas, no te asusta lo que imaginas. Ciérralo todo. Para abrirlo de par en par cuando estés tranquila y preparada. Si no sabes qué hacer, no hagas nada. Cuando lo tengas claro, camina. Sé guía de tus pasos y de tu tiempo. Llegarás sabiendo a dónde, mirando poco atrás, mucho al frente, convencida. Confiada.

Así pasan los días y por fin sales a la calle, hacia su casa, prefiriendo pasear antes que un autobús. El verano asoma y es tiempo de sandalias y camisas de tirantes, y así, ligera y con el pelo suelto, avanzas, sabiendo lo que quieres, cuándo lo quieres, qué tienes que hacer. Te adelantan peatones, no aprovechas semáforos intermitentes, ni cruzas donde no hay un paso de cebra. No te preocupa el tiempo, no tienes ansia, ahora ya no.

Llamas a su telefonillo, él te abre sorprendido cuando reconoce tu voz que menta su nombre y no dice nada más, sólo un nombre. Subes en ascensor sin mirarte en el espejo, en el rellano él te espera. Entráis juntos en su casa, esa que te acogió tanto tiempo, esa cuyas paredes golpeaste con la cabeza, esa que contiene quicios de puertas contra los que has estampado tus mejillas, esa que guarda un espejo roto con algún pelo tuyo todavía atrapado. Esa que te ha oído llorar y gemir. Esa de la que te irás hoy dejando un reguero de sangre que no es tuya.

Él sólo entiende cuando ve el cuchillo clavado en su garganta. Cuando se asfixia en su propia sangre y con los ojos muy abiertos te ve mirándole, estudiando como expira. El verano asoma y el calor ya se deja notar en ese piso sin aire acondicionado.

Te vas de allí como viniste, andando despacio, mirando al frente, dejándote sobrepasar por otros que pasean y te doblan la edad. Llegas al río, te sientas en el césped, te quitas las sandalias, hundes los pies en la hierba y te dejas espiar por un chico menor que tú tumbado cerca. Sacas el móvil y te tiras una foto, sonriendo, con una gota de sangre bajo el labio, que te quitas cuando la descubres en la instantánea que precede al resto de tu vida. El chico te sonríe. Tú miras al agua, a un pato que hunde la cabeza, a las ondas que crea cuando nada, a la mierda que sortea. Sacas del bolso el auto del juez que le absolvía de todo mal porque no había quedado probado que te violara, ni que te pegara, porque no denunciaste en su momento. Lo tiras al río hecho una pelota. El chico te sonríe, y tú te levantas, te calzas las sandalias, guardas el móvil, y te vas, sin regalarle motivos para que sonría.

Diez meses sin verle, sin moratones en los brazos ni marcas en las muñecas. Diez meses en casa, con la puerta cerrada, las ventanas cerradas, las piernas cerradas, los ojos cerrados. Hasta hoy. Cuando llegas, limpias, aireas, riegas la única planta que sobrevive y te sirves una copa de vino. Te entra un ataque de risa y te desasosiega. Nunca fuiste cruel y siempre pensaste en los remordimientos que tendrías. Pero no los tienes. Te cuesta reconocerte, así que vas al baño, te echas agua en la cara y te miras, te miras fijo, sin pestañear, como si te vieras por primera vez y quisieras recordarte. Te lanzas un beso.

En la cama, sueñas con el invierno que viene. No sale nadie en el sueño, sólo tú, y es un sueño en color.

Al despertar, te sirves un té, te cepillas los dientes, te duchas con agua muy caliente, te lavas el pelo y te vas a trabajar, como todo lunes. Y en el espejo de tu ascensor te reconoces como siempre. En el trabajo María te dice que estás muy guapa y te regala una taza de tu serie favorita, para que te sirvas ahí todos los tés que te quedan por tomar. Te reúnes con un cliente, tecleas presupuestos y dossiers, propones una acción para redes sociales, comes en la oficina, te ríes de un chiste malo y no entiendes uno que parece bueno, te tiras un pedo en el servicio y repartes besos entre los que se acuerdan que hoy cumples años. Sólo María te ha hecho un regalo, pero te da igual. No te importan los regalos. Te importa que ya es casi verano, por fin, y que en tu casa corre el aire.

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