Él, su imagen, su recuerdo, sus manos, su polla, su sonrisa, su lengua y su sentido del humor, invadiendo tus conexiones cerebrales, protagonizándolas, echando al sueño, que huye plácido, sin miedo, sin prisa. Te enciendes otro cigarro, uno cuya colilla ya no cabrá en un cenicero que siempre será demasiado pequeño. Pronuncias su nombre bajito, como se dicen las cosas que deseas cuando no las tienes delante ni nadie que lo escuche. Como si invocaras un sortilegio. Bajito. En un susurro que se desliza entre tus dientes para retumbar en las paredes de tu boca, esa que le echa en falta, que se relame con el recuerdo de unos besos oxidados, que saliva como si fueras el perro y Paulov hubiese tocado una campana. No le echas de menos, ya pasó demasiado tiempo como para echar de menos. Han pasado otros, escogiste otros sentidos del humor, otras manos, otras pollas, otros lunares por descubrir. Pero aquí estás, de madrugada, con una camiseta larga que te cubre hasta las rodillas, las bragas un poco húmedas, el pelo en un moño atravesado por un lápiz que ya no usas porque ya nadie escribe a mano, y menos a lápiz. Ahora que todo es efímero, los lápices curiosamente no gastan punta, las gomas ya no se venden, a no ser que seas dibujante, y tú siempre fuiste de garabatos que terminaban arrugados en la papelera. Aquí estás, produciendo ceniza y traición, con las uñas de los pies sin pintar porque no hace tiempo de sandalias y hace noches que no reparan en tus dedos para besarlos. El cigarro que se consume, como la noche, y la brasa que creas, también en tu cabeza, por retrotraerte al tiempo en el que le manejaste y te manejó, como si fuerais peleles voluntarios, que es lo que eráis entonces, cuando os dejasteis llevar porque en aquel entonces dejarse llevar era el único imperativo que merecía la pena seguir, a grandes zancadas, nunca a pies juntillas. Aplastas el filtro contra el resto de filtros, el olor es desagradable, pero tú inhalas el vaho de su boca, el aliento de sus mordiscos, el semen que te daba. Tragas.
Y cuando tu novio se despierta para ver qué coño haces levantada a estas horas, tú le sonríes, estiras tu camiseta en un afán de cubrirte, y respondes la verdad. Nada, ya voy. Apagas la luz y dejas el salón, donde ya sólo quedará el humo gris de un cigarro mal fumado y la soledad de una noche que precede a un mañana que te han recordado que sí, existe.
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