martes, 24 de diciembre de 2013

La Lola

- ¿Qué día es mañana?

- Nochebuena, yaya.

- ¿Es la última noche del año?

- No, yaya. Eso es la Nochevieja. Mañana es cuando nace el niño Jesús.

- ¿Pero nace mañana?

- En la noche de mañana, sí.

- Eso es la Nochebuena.

- Eso es, yaya.

- Eso es el 45... ¿de qué mes?

- Es el 25, yaya. El 25 de diciembre, Navidad. La noche del 24 al 25.



Y así, yo disfrutando de la paciencia que te mereces, y tú intentando darle sentido al tiempo que se le escapa a tus ancianas neuronas, hablamos sin concluir nada, ni falta que hace, porque lo que necesitas es hablar y lo que yo necesito es escucharte, responderte suave y marcando sílabas, sin querer ser condescendiente, sólo cumpliendo el papel de nieto, rol que no sabemos interpretar porque en este mundo occidental absurdo la vejez es incómoda. Una vejez que no entiende que los meses duran no más de 31 días, que no recuerda ya hábitos católicos, que hace bailar tradiciones.

- Ay, con lo que yo he sido. ¿Qué recuerdo voy a dejar? ¿El de la vieja que os dio guerra, con sus dolores y sus mareos, con una memoria que me falla? No, no quiero. Yo quiero que me recordéis por lo que he hecho, no por quién soy ahora.

Yo busco tranquilizarte, convencerte de que es imposible que el poso que dejas en nuestras vidas se limite a estos últimos años de despiadado desgaste.

- Yo, que siempre he buscado el lado positivo de las cosas, y ahora, ahora sólo doy guerra. Pero ¿esto qué es? No, hombre, no. Yo no soy así.

Tú eres todo lo demás, yaya. Tú eres esa señora entrañable, de piel arrugada de años de sonreír, incluso cuando el mundo se ponía aún más patas arriba, esa señora de risa grave y ojos que quieren seguir vivos, seguir viendo vida, ojos que sólo quieren reír un poco más, sólo un poco más.

Yo te digo que hay gente que es tan pobre, tan pobre, tan pobre que sólo tiene dinero. Que tú has tenido y tienes todo lo demás, lo que de verdad importa. Que tú has sido rica. Y te pregunto si estás contenta con la vida que has tenido.

- ¿Yo? Sí, he sido muy feliz. Con Pepe, con mis hijos, con mis nietos. Creo que he sido una buena persona, y no ha sido forzado. Es como soy.

Es como soy.

Estoy llorando mientras te escucho, pero tú no te das cuenta, tus ojos no te permiten verlo y tus oídos no oyen mis sorbos.

- Yo no soy Dolores. Yo soy la Lola. La Lola de Amaro. La Lola Briones. Así me conocen todos.

Citas sin querer a Pastora Soler, y yo te miro tan tierno que parezco mazapán. Creo que me arrepentiré toda la vida de no haberte disfrutado, de no haberte preguntado más, de no haberme dejado atrapar por tu verbo fácil y redundante, por tu sabiduría humilde, esa que no dan los estudios, sino la vida y las ganas de vivirla, de agotarla, de no pasar por ella sin más.

- Fíjate que esta casa es de la familia del abuelo, de Pepe, y cuando él se murió nunca me quisieron cobrar alquiler, porque sabían cómo he sido yo. Porque me quieren.

No quererte, yaya, es no tener conciencia, es ser más estúpido que un koala. No entiendes de contratos, de herencias, de documentos legales. Sólo entiendes de cariño, que es algo que cada vez se explica menos.

Se te escapa la vida entre tus huesos descalcificados, entre tus lagunas inmediatas, ante tus ojos con mácula degenerada, y de repente me doy cuenta de que lo único que te preocupa es que la gente olvide quien fuiste para sustituirlo por estos últimos años en los que no puedes lo que sabes, ni lo que quieres.

- Yaya, ojalá que cuando yo llegue a tu edad pueda mirar atrás y quedarme satisfecho. Deberías estar orgullosa.

- Orgullo no. Yo no tengo orgullo. Yo soy así. Siempre he sido así. Y creo que no lo he hecho mal.

Repasas tu vida conmigo, que tengo tan poca.

- He nacido y tengo que morir, eso ya lo sé yo. Pero ¿qué recuerdo voy a dejar? ¿Qué es esto de daros guerra, si yo lo único que quiero es que disfrutéis, que cada uno haga lo que quiera?

Darnos guerra. Tú que has vivido una, tú que no entiendes de economía y has superado crisis y muertes, que no lloras al abuelo porque le recuerdas y sonríes. Tú, que has sido feliz con tan poco. Con tanto.

- Yaya, mira a tus hijos. Qué bien les educasteis.

- ¿Tú sabes que tu padre fue premio de excelencia en bachiller?

Sí, lo sé, pero él no me lo ha dicho nunca. Y mi yaya, que será vieja pero aún adivina...

- Y eso no te lo van a decir nunca, le quitan importancia. Sólo lo digo yo. Él te dirá que era lo normal, que era lo que tenía que hacer. Pero bueno, lo que tenía que hacer, qué tontería.

- Es que es humilde. Y eso se lo has enseñado tú.

Y yo no sé si me escucha, si atiende lo que le digo o si simplemente sabe que tiene interlocutor y con eso le vale para decir lo que le venga en gana sin esperar respuesta. Es el privilegio ganado. Poder decir, lo que sea, las veces que sean, sin temor a no ser escuchada. Quien quiera, que escuche. Quien no quiera, pues muy bien. Aquí que cada uno haga lo que quiera.

Estás mareada y te disgusta, no por la sensación incómoda de ver el mundo ondular ante ti, si no por el hecho de molestarnos al resto. Molestarnos. Qué egoístas seríamos, y tú no eres así, tú no educaste así, de ti no se aprende así. Tú no enseñas, yaya. De ti se aprende si se tienen ojos y corazón. Corazón tenemos todos, dirías, seguro, quitándole importancia a la maldad del resto, restándote mérito.

"Yo soy la Lola de Amaro, en Chinchilla he nacido y en Chinchilla quiero morir. Soy la Lola de Amaro, y bailo y canto y cuando muera quiero un entierro lucido".

Eso lo dijiste el otro día en una comida en la que tu familia te grababa en vídeo, porque si tú te quejas de memoria traidora, nosotros no la cultivamos apoyándonos en vídeos y fotos y chats y estupideces que nos quitan la humanidad que tú desbordas.

Celia recoge la casa mientras tú recoges recuerdos conmigo. La llamas "Celina querida, que te quiero mucho", y yo me pregunto cuándo fue la última vez que a esta chica peruana le dijeron te quiero de verdad. Se lo dices tú, sin que nadie te lo pida, sólo porque lo sientes así, porque Celia es ya parte de tu vida, porque sabes lo que te ayuda y se lo reconoces como mejor se reconocen las cosas, como sólo sabes reconocer y agradecer: con amor.

- ¿Dónde comemos hoy, Celina?

- En la playa.

- Ah... en la playa. Bueno, yo hago lo que tú me digas.

Le concedes el poder de decidir, confiando en ella, una mujer que nació en otra época, en otro mundo. Una mujer que viajó un océano en busca de una vida que no es vida, que cruzó millas náuticas para juntarse con un marido que años después la abandonaría a su suerte en un país extraño y caníbal. Pero tuvo la suerte de encontrarse contigo, porque seguro que ella sabe que tú, con tus defectos, como remarcas, eres merecedora de sus cuidados. Ellos, los de ese mal llamado tercer mundo, son infinitamente más conscientes que nosotros de lo que significa ser anciano. Ser anciano es estar más cerca de Dios. Y ellos son creyentes, creyentes de tu reino.

- Ay, qué mareada estoy... ¿has desayunado? ¿Quieres algo? Dile a Celina que te traiga algo.

Vences el mareo con ganas de complacer. Me quedo sin palabras y escribo en círculos, como ella habla.

La Lola de Amaro. La Lola Briones. Mi abuela. Soy un tipo afortunado. Soy quien soy, en parte, gracias a ti, y eso es un mérito que no te vas a conceder. Eso es un logro que yo te aplico. Porque mi lucidez va en la dirección opuesta a la tuya, y ahora, superados los 30, me veo en mi abuela y me enorgullezco. No es cuestión de orgullo, es cuestión de que es la única forma en que has sabido vivir. Y ahora que naturalizas tu muerte, yo quiero aprender tu vida, hacerte sentir responsable de la felicidad de los que te rodean. Porque qué egoístas seríamos si nos negáramos la felicidad. Y tú nunca enseñaste egoísmo.

- ¿Qué día es mañana, querido?

Mañana es el día que tú quieras, yaya. Y nosotros siempre estaremos ahí, porque el mundo sigue girando y tú bien lo sabes y estás preparada para bajarte cuando te toque. Ese día, nos echarás la bronca por llorarte, porque la impronta que deseas dejar será la risa, el optimismo, tus clases de yoga y de pintura, tus ganas de ser mejor persona y de hacer llevadera la existencia del resto. La mía, yaya, hoy, contigo, es la existencia del nieto que te admira.

La Lola, La Lola de Amaro, La Lola Briones, de Chinchilla, Albacete, valenciana de adopción, abuela profesional, mujer devota y madre sin cátedra pero con tanto que enseñar.

1 comentario:

Mamen dijo...

De nuevo los pelos de punta y lágrimas en los ojos...

Disfrútala, ahora que puedes.