viernes, 20 de mayo de 2011

No es fracaso

- No sé muy bien qué decirte, pero te diría tantas cosas.

- Escríbelas.

- Lo haré. Ya lo sabes. Es lo único que sé hacer.

- No sé, hoy no estoy bien. Y no es la primavera, eso ya no me vale. Hoy... no he podido abrir un bote.

Voy a responder, pero no tengo opción.

- No he sido capaz de colocar bien el edredón.

Y yo lo visualizo y entiendo que es una escena que dice tantas cosas que bien valdría para una película, esa que no termino de guionizar.

- Si es que hasta he hecho comida para dos.

Te imagino mirando la cantidad de eso que hayas preparado y sintiéndote tonta, frustrada, inocente. La cacerola en la mano, de pie, ante la mesa puesta, la boca entreabierta, parpadeando rápido para darte cuenta de que no es un mal sueño, sino un recuerdo traicionero, tal vez un deseo travieso.

- Así que hoy no puedo hablar, no sé si mañana quiero quedar. A veces me apetece, otras veces creo que no.

- No pasa nada. No te preocupes.

No respondes, tal vez te tiemble el labio, puede que busques palabras, es posible que estés con los ojos cerrados, que esta conversación no te esté ayudando y que no sepas cómo terminarla antes de entender que, simplemente, mejor cortar por lo sano antes que reconocer más desgana. Y yo de repente noto como se me escapan palabras que no me paré a pensar.

- Yo, ya lo sabes, sí quiero quedar, quería haberlo hecho hoy, ayer, mañana, pasado. Porque soy un ansioso, soy un niño pequeño, estoy ilusionado e inspirado y te perseguiría descalzo. Pero me espero.

Y sigues sin demostrarme que sigues ahí, y entonces soy consciente de que tal vez me haya excedido, que no es eso lo que quieres oír. Así que soy yo el que se frustra e incluso se arrepiente, porque lo único que no busco es presionarte. Busco todo lo demás. En realidad lo único cierto que persigo es arrancarte una sonrisa que yo pueda intuir.

- Vete a la cama, Lucía. Descansa. Sueña si quieres. Levántate con música. Yo me espero, porque me place, porque me compensa.

- Un beso, guapo.

Dejo que te despidas con ese susurro, te me cuelas entre los dedos y yo me quedo mirándome la mano, pero me descubro sonriendo.

Sonrío porque se me había olvidado traducir una despedida como fracaso, hacía demasiado tiempo que no me dejaban mirando una silueta que se aleja y yo quedándome, como en las películas que no escribo, anhelando que se dé la vuelta. Ha sido una enfermiza eternidad desde que ansié de veras que alguien se quedara conmigo. Así que, qué incongruencia, estoy contento porque un siglo ha terminado, por fin, y compruebo de nuevo que sigo siendo capaz de desear sin dobleces.

(PD: hay que joderse con los Google AdSense estos... intuyen que para este blog puede ser rentable meter un anuncio de una consulta psicológica. Cuánto saben, carajo)

1 comentario:

Mixha Zizek dijo...

Me gusta tu entrada aunque se quiere usted hacerse el duro, lo siento tiernísimo, le dejo un beso inmenso