miércoles, 11 de mayo de 2011

Camino

Dependencias. Miedo a saberme dependiente. Volví de Nicaragua por reconocer mis dependencias. No continué relaciones por temor a depender de ellas. Dejé trabajos previendo fracasos que impedí que se materializaran con mi huida.

La única dependencia que he tolerado ha sido el hachís.

Dejo la terapia escudándome en lo económico, pero sabiendo que me estaba haciendo tanto bien que habría dejado que se convirtiera en una dependencia. La dejo llorando, la dejo sin querer, la dejo con una excusa magnífica y vestida de dinero.

Puertas. He abierto tantas que tengo pomos y picaportes marcados en la mano. He ollado habitaciones en las que me he quedado el tiempo suficiente como para sorprender a los presentes con mi salida. He cruzado pasillos y antesalas con paso ligero, sin detenerme a mirar cuadros y tonos de pintura. Me he ido de allí sin darle una oportunidad al decorador, probablemente movido por la sospechosa de que podría echarle una mano y hacer valer mi opinión y con ella crear ambientes mejores pero para qué si lo que hay no me gusta y no me siento con fuerzas de cambiarlo.

Y ahora, que no estoy en ninguna habitación, que he abierto una puerta barroca que me llama la atención por su policromía y sus tallados, miro hacia atrás y veo todas esas puertas pequeñas y lloro sabiendo que tal vez debía haberle dado una oportunidad a cada uno de esos cuartos, llámese Paula, llámese oficina, llámese un pueblo de Nicaragua. Pero me giro obstinado y me enfrento a esa gran puerta que cuesta abrir y siento en mi espalda el peso de lo que dejé a medias y tal vez, sólo tal vez, podría, de haber completado algunas de esas empresas, haber llenado este inmenso vacío que ni encuentro causa ni, por lo tanto, atisbo remedio para él.

No hay explicación para la tristeza, está y poco más. Y hay que saber vivir con ella, combatirla desde otros frentes, aceptar el vacío y llenarme de otras cosas que me distraigan frente al abismo.

Antes justificaba mi frustración y desamparo en los porros.

Dos meses y pico sin fumar, sin querer hacerlo, soñando a veces con la droga y convencido de que no la quiero volver a tocar, me asusto e impaciento ante la apatía injustificada, ante la desidia que me envuelve y que no entiendo, ante el sentimiento de fracaso que me acompaña y que no espanto. Me pongo racional y busco entender causas, pero qué más darán ellas, digamos que es el proceso de desintoxicación, o digamos que soy así de serie, insatisfecho por naturaleza, ¿y qué?

Abro la puerta y la sala es deslumbrante y es como si la hubiera decorado yo. Es el sitio en el que creo que quiero estar, pero hay un tipo enorme esperándome que me quiere cobrar entrada. Y los bolsillos vacíos y la esperanza sin significado. Intento convencer al tipo, pero no depende de mí, alguien le dice algo por el pinganillo y su figura tapa lo que me pareció maravilloso y lleno de luz. Y ahí me quedo, esperando mi turno o su distracción, y sin sonreír.

Quiero depender, pero no de él.

2 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Fuerte, visceral, un relato excelente, es una reflexión sobre la sociedad, así lo interpreto yo.
Entiendo que a veces hay que depender de algunas pequeñas cosas, y uno se pasa el tiempo rompiendo esos lazos desde la caza hasta tus propios demonios guardados, pero no negaré que hay cosas que aún debo romper,
interesante, muy, besos

Mixha Zizek dijo...

Mi querido Julius,
el blogger borró también mis comentario aquí :(

Me pareció muy interesante tu entrada sobre la dependencia. Uno nunca acepta tener dependencias, la verdad no me siento dependiente de nada, pero no negaré que dependo de algunas manías y ritos que me han sido difíciles de quitar.
Me gusta la vuelta de tuerca al final de tu entrada, lo interpreté como un deminio interno, del cual no quieres escapar y salir,
besos