jueves, 22 de enero de 2009

El juego, el sueño y las horas que vuelan

Aunque no me importa que me llamen Julito, es más, casi nadie me llama por mi nombre bautismal, Julio, me sorprendió que ella, perfecta desconocida, decidiese despedirse con un "Un beso, Julito".

- Pero, si no me conoces, ¿por qué me llamas en diminutivo?

Y ella respondió en el acto, sin pensar, que es cuando se contesta de verdad.
- Porque eres un niño.

Después de que se desconectara, de que termináramos una conversación que duró dos horas y demasiado, me quedé con esa frase en la cabeza, repitiéndose, como los ecos de Obama. Porque eres un niño...
Soy un caprichoso. Quiero volver a hablar con ella, de todo y de nada, sin conocerla, sólo sabiendo su nombre, Sandra, e intuyendo todo lo demás, con lo equivocado que podría estar.
Soy impulsivo, no puedo evitar llevar a cabo lo que me late en las venas tan fuerte que mi cuerpo parece envase de gaseoductos de Putin.
Deseo y lloro como sólo un niño puede hacerlo. Y río y sueño como un niño. Vivo más que el resto de los grises que me rodean. Más intenso, y las ostias que me pego son más peligrosas para mi salud mental, pero me las pego, y eso es experiencia que me llevo a donde vaya, que no lo sé, ni me importa. No es ni mejor ni peor, es la manera que conozco. Y ya no me la planteo. Ya no. Así que, sí, soy un niño, y ya es que me da igual, ya soy coherente con esa idea y todo me importa un maldito carajo. Sólo lo que le preocupa a un niño me preocupa a mí. Jugar, reír, correr, conocer, tropezar...

- Dime al menos tu nombre. Un nombre dice mucho sin decir nada - siempre fui un chulo y siempre lo seré, y no iba a ser menos con una desconocida.

- No. Ponme tú un nombre - jugaba ella.

- Estamos en desventaja. Tú sabes cómo me llamo - me plantaba yo.

- Vale. Me llamo Sandra.

- ¿Ves? Dice mucho, sin decir nada - chulo, siempre, hasta el final.

Así que se llama Sandra, pero no sé nada más de ella. Llegó a mí en forma de ventanita del Messenger, usurpando la cuenta de una amiga común a la que hace tanto que no veo que ya no sé si es común o sólo una extraña, pero es amiga, que eso no conoce de tiempos y distancias. ¿Y qué dirá la amiga común? Según me contaba mi interlocutora sin rostro, nuestra amiga estaba en el salón con más amigas mientras Sandra jugaba tecleándome. Laura no sabía nada, pero lo sabrá. Por mí, claro. Que soy un niño.
J u l i t o. Leer mi nombre en pantalla, con la mayúscula inicial, rara avis en Messenger, simplemente me pone, es como si destacara entre el resto de palabras, es como si me indicara que se toma su tiempo en escribirme, porque quiere hacerlo bien. Y eso, a mí, crío sin tapujos, ¿cómo no me iba a gustar? Sin circunloquios ni rodeos. Y si encima los dedos que teclean están manejados por una mujer que me cita a Wilde, la hemos liado.

- No sabía yo que Laura tuviera amigos tan golfos como tú - provocaba ella.

- Ni yo que Laura tuviera amigas tan lanzadas como tú - devolvía yo. Y la pelota iba y venía, sin cansancio, sin perder su novísima apariencia, sin saber dónde botaría a la siguiente, si dentro o fuera, o incluso en la línea, que es dónde el juego puede volverse loco; sin saber incluso el marcador, en qué set estamos, quién tiene la ventaja, quién cojones eres y porqué me has agregado al Messenger para luego quedarte bailando en mis sienes.

Y el caso es que sin saber de mi existencia, ella intuía mi presumida inmadurez, mi admiración a Peter Pan, mi absurdo anhelo de plantarme en estos 27, que los 28 ya están más cerca de los 30 que de los 25 y yo quiero ser Dorian Gray. Y terminamos hablando del misterio y del azar, de los juegos y las reglas, pero nunca de mí ni de ella. No sé en qué trabaja. No sabe en qué trabajo. No sé si le gusta más Nueve semanas y media o Notting Hill. No sé nada, y me encanta, porque todo está por hacer después de dos horas y demasiado en las que yo terminé siendo un niño y ella fantasma que perturbó una tarde que no prometía ninguna diferencia con la del día anterior y el siguiente. Y hoy llegaré a casa y miraré el Messenger, buscando su nick, o tal vez aparezca como Sandra y el misterio se diluya, pero... la fase siguiente al misterio no tiene porqué perder encanto. Soy un niño y así me toca pensar. ¿Pensar?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está claro, admirado golfo, que bendito tú eres entre todas las mujeres,jajajaja... Y nunca te había leído -no sabía- de tu admiración por Peter Pan (aunque sí diagnosticado su síndrome)que con mi manía de psicoanálisis te prodría elaborar una tesis sobre el cuento y sus personajes que no veas... Pero disfruta, príncipe de Nunca Jamás, sabes que las sirenas, las hadas de polvo dorado, las princesas indías y, sobre todo, Wendy te adoran... Lástima que la que regresó a la realidad fuese el cuadro de Dorian... así de cruel es la vida. Mientras creces, que crecerás, sigue volando entre nubes y escribiendo como sólo tus musas son capaces de inspirarte.
Un saludo, y perdón por la extensión, coño, mira que me hago el propósito(es que hacía que no te decía ni hazte pa´llá)

Germán Huici dijo...

Me ha gustado mucho, tienes el ritmo muy cogido a las entradas. El final genial.
Leí tu crítica a mi cuento, este se queda así, pero es posible que tengas razón en que debería ponerle forma a "la cosa".
Yo tengo una crítica también: ¿le tiene que gustar 9 Semanas y 1/2 o Notting Hill? jo, es que a mi las dos me parecen muy chungas...
Saludos!