domingo, 12 de febrero de 2017

Trasnochado

Asistes a los sin sentidos que se dan entre luces que titilan, altavoces que vibran y copas que pasan de mano en mano. Como espectador de una obra moderna, te dejas llevar por esas historias que se representan ante tus ojos y que, en este momento, solo puedes etiquetar de surrealistas. Como si Dalí se follase a Cortázar intoxicados ambos de LSD. Parirían escenas semejantes.

Escenas en las que las lenguas extrañas se enrocan, sábanas sin arrugas se sudan y donde los amaneceres nunca ocurren, pues todo aconteció de noche y al parpadear ya era de día, sin transición. Es el reino epicúreo y tú eres un refugiado. Ahí fuera hay un carnaval y tú sigues de luto.

El exiliado siempre añora, le lleva un tiempo conseguir centrarse en lo que tiene delante. Con la vista vuelta siempre atrás, el espectáculo que se desarrolla enfrente suyo carece de lógica y de causa. No es ahí donde quieres estar, no es eso lo que quieres hacer, no eres actor en esa comedia. Alguna vez protagonizaste obras parecidas, tienes tablas y todo eso. Pero ahora, hoy, no te late comparar resacas en camas que no te despiertan ni curiosidad.

Cuando a la mañana siguiente llegan las crónicas de los que llegaron separados pero desaparecieron juntos, lees y relees y del asombro pasas a la incomprensión y de ahí sales disparado a la crítica, como el dramaturgo frustrado al que ya solo le queda juzgar, como si fuese alguien para hacerlo. Si no hay reglas, no las busques. Si aquí cada uno hace lo que quiere, no te preguntes qué estás haciendo tú, que no consigues lo que deseas ni provocas lo que te sacaría del marasmo en el que gobiernas desde que te convences de que es o con ella o con nadie, y que le den por culo a los juegos que se dan entre luces que titilan, altavoces que vibran y copas que pasan de mano en mano. Como nosotros, que manoseados seguimos meciéndonos en el devenir de las cosas, sin culpa ni virtud.

Tú no quieres jugar. Tú quieres que los domingos empiecen con su piel erizando la tuya bajo sábanas traslúcidas, y que los sábados terminen con un taxi en común a un solo destino. Que, por supuesto, al llegar el miércoles a casa ella quiera que le cuentes tus éxitos y tus fracasos, y tú no hagas otra cosa que preguntarle por todo lo que le ha pasado un miércoles más. Y mientras creas que es o todo o nada, pues ya basta de apuestas pequeñas, quieres hacer saltar la banca o salir con los bolsillos vueltos, mientras te obceques en que es así, cada bar será atrezzo, cada cintura que se cimbrea, un figurante, cada polvo que protagonizan tus amigos serán clichés y tú, tú no cuentas ni en la historia ni ya siquiera en la recaudación en taquilla. Demasiado ocupado leyendo sinopsis a ver si así te aclaras.

Pero sabes que nada dura, y que después de los tres actos y de los puntos de giro que se escribieron anoche, es posible que en la próxima epopeya seas tú el que reme hacia la tormenta, adelantando a las barcazas de tus amigos, sin mirar ya atrás a la isla que decidiste abandonar hace no tanto y que, imbécil, sigues ensalzando como el único puerto seguro.

En puerto aspiras el aire cargado de mar, a bocanadas, y en el océano buscas arena entre tus uñas, y así ni gozaste del salitre ni aprovechaste la hierba. Ya ni lloras viendo cómo se te escapan las horas entre los dedos. Solo niegas con la cabeza deseando que llegue el lunes y todo vuelva a empezar y ya veremos que echan en el cine, en el teatro o en la ópera. Para todos te sacaste abono, aunque no acudas a la mayoría de los estrenos. Siempre habrá una próxima temporada y para entonces quizá ya vayas a ver lo que quieras ver, te dejes sorprender por títulos que infravaloraste, y disfrutes cada uno de los diálogos, diríase recitados por y para ti.

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