jueves, 21 de noviembre de 2013

Sólo aquí, sólo ahora

- Tranquila. Ya no soy tan dramático. Ya no me dejo llevar sin más, sin importarme consecuencias. Ahora a la pasión le pongo un poquito de razón. Supongo que he madurado. Supongo que he aprendido a enamorarme.

Ella me mira, sentada frente a mí, en el mismo sofá, bebiendo el mismo vino, tapada con la misma manta.

- Entonces lo que has aprendido es a desenamorarte.



Llevamos así un buen rato, escupiendo frases enormes y reflexiones inmortales. No las pensamos, salen así. Será el vino. Será ella, que sigue hablando.

- Y eso lo has aprendido conmigo.

No es verdad.

- No, eso lo aprendí antes, con N. Contigo lo que pasa es que lo estoy estrenando. Es la primera vez que freno mi dramatismo. Un 20% de mí me pide ser dramático, llorarte, echarte de casa. El 80% restante me dice que qué coño me importa que te folles a otro, si yo estoy bien aquí, ahora, contigo. Si no estoy enamorado de ti.

No sé si es verdad. Pero me lo creo.

Ella suelta sus rodillas, olvida el vino, se abalanza sobre mí y me besa con esa pasión que yo digo desechar.


A la mañana siguiente me duele la espalda. No he debido dormir en una buena postura. Ella se ha levantado un par de veces entre la noche, primero molesta por el zumbido de un ordenador que no ventila bien, luego simplemente a mear. Dice que ha cogido frío, que no debería dormir desnuda. Yo sigo con la cabeza hundida en la almohada. No me ve la cara, pero sonrío. Aunque me duele la espalda.

Cuando se va a trabajar, que es el paréntesis que hacemos en esta historia que decimos no es pasional cuando luego nos cuesta separarnos, yo desayuno rememorando esas sentencias brutales que dijimos hace unas horas con una botella de vino que ahora está más vacía que mis gónadas.

No recuerdo casi ninguna. Pero qué más da si esto no tiene ni pasado ni futuro, si sólo existimos cuando estamos bajo mismo techo, bajo mismas sábanas.

No sé si es verdad, pero me lo creo. Me lo quiero creer.

No hay comentarios: