sábado, 6 de febrero de 2010

El canciller que soñaba con un cerdo

A los 14 años Bismark se ganó el apodo que le acompañaría el resto de su vida. Empezó a dedicarse a la venta de pan dulce, llamados picos. Ir por el camino de La Prusia voceando "¡Picos!" hizo que a partir de entonces fueran más los que le llamaban Pico que los que respetaban su nombre bautismal. Cargó con esos panes triangulares y rellenos de almendra y miel durante tres años, pues a los 17 cambió de profesión y se puso a ayudar a un albañil que hoy día ya no vive para ver los progresos de aquel alumno suyo. Antes de cumplir la mayoría de edad, pero siendo ya muy mayor para un país como Nicaragua, donde a los 17 puedes ser padre sin que nadie se sorprenda, se metió en el mundo del cemento, vigas y mortero. Tres años después paso de ayudante a primer albañil, y cuenta que le llevó tanto tiempo porque trabajaba dos meses y lo dejaba uno, luego volvía otros tres, y luego lo volvía a dejar. Si hubiera mantenido una constancia que en un país como Nicaragua casi no existe, habría ascendido de categoría mucho antes. A los 20 años ya era lo que es ahora.

Pico me contaba esto apoyado en el alfeizar de la ventana de la casa que estamos a punto de terminar de construir. Mientras el resto de voluntarios hacía mezcla para rellenar la parrilla del suelo, diez centímetros de mezcla en vertical, a lo largo de ocho por siete metros, yo me acomodaba y buscaba sacarle palabras al hombre de lengua vaga y mente rápida. Después de tres meses y medio aquí, más de 100 días, más de lo que he estado nunca fuera de España, me carcomía la cabeza la impresión de que todavía no conozco a la gente nica con la que convivo. Me he emborrachado con ellos y compartido carcajadas duraderas; he trabajado codo con codo con ellos levantando edificios de una planta, yo que rara vez había levantado el culo de una silla y apartado la vista del ordenador; he jugado a las cartas con ellos, picándoles al ganar, defendiéndome al perder; me he ido a una isleta del Lago Cocibolca con ellos, a vivir durante un día como los piratas, a base de pescado y ron; me he fijado en ellos cuando bailaban para intentar aprender... pero nunca hasta esa mañana, los dos relajados y cobijados del sol entre los cimientos de aquella casa, había conseguido meterle en una conversación seria, alejada de vergas, resacas, bromas homosexuales, el mero trabajo y mujeres, temas propios de la vida del obrero, parece ser. Hasta hace poco creía que lo estaba haciendo mal yo, que no estaba profundizando en estas vidas tan diferentes a la mía. Ahora me doy cuenta de que tal vez gente como Pico necesita un tanteo de más de un trimestre para poder tener una charla no banal. O tal vez yo soy de fácil adaptación a entornos radicalmente opuestos al mío urbanita, pero me cuesta ganarme la confianza de estos trabajadores manuales, que supongo me verían como un bicho raro, igual que yo a ellos. Pico ha visto pasar a más de cien voluntarios, y debe estar cansado ya de verles irse, verles flaquear en la obra, verles abandonarla, dejar de verles, olvidarles, y llega uno nuevo, y pasa lo mismo, y ya no hace esfuerzos por conocerles. Y conmigo puede que ocurriera eso, puede que no diera un peso por mí, puede que pensara que iba a ser un caballo más. O quién sabe. El caso es que un cuarto de año después de haberle estrechado la mano estoy empezando a enterarme de quién es este hombre de ojos pequeños, perilla poco poblada, piel tostada, manos hábiles y cálculo veloz. Así que, por fin, sin hacer nada pero enterándome de tanto mientras el resto trabajaba y se interesaba tan poco en nosotros, Pico me contaba quién era, que creo que es el trabajo que yo he venido a hacer.

Fumando de mi tabaco, Pico me explicaba que para ser maestro de obra, el siguiente escalafón, hay que estudiar, que eso le llevaría mucho tiempo, que lo ha descartado. Di por buena esa excusa, y cuando fui a hacerle una nueva pregunta vestido de periodista pero en realidad sólo hundiéndome en un mar de curiosidad, él mató mi signo de interrogación, contándome que empezó a estudiar pero que no es bueno para eso, que es torpe con los estudios. Con sorpresa sincera le insté a que no se menospreciara, que él, sin esos estudios que dice que tanto le cuestan, es capaz de levantar una casa de cincuenta metros cuadrados fijándose en un plano hecho por arquitectos solidarios de Harvard, que en donde más filantropía se encuentra parece ser que es en las universidades donde sólo estudian los más inteligentes, los más ricos o los más prometedores jugadores de fútbol americano, qué paradoja. A Pico, que no sabe lo que es ser rico, desconoce las reglas del fútbol americano y no se considera inteligente, le dan el plano de la casa, se lo lleva a su chabola donde su mujer habla poco y su hijo juega con cualquier cosa y con los pies descalzos a la vera del camino, y al día siguiente, en su cabeza, sólo en su cabeza, sabe lo que tiene que hacer para que el resultado final coincida a la perfección con lo que dibujaron en un papel tirando de calculadora, reglas, escuadras y seis años de aprendizaje universitario. Eso debería demostrarle a cualquiera que este hombre de nombre de canciller y apodo de panadero podría ser protagonista de una novela de Pío Baroja, o ser uno de los encuentros del Lazarillo, o simplemente un tipo listo. Cuando le recriminé esa lesión a su autoestima con la que él mismo se incapacita, Pico dio una calada larga al cigarro, se asomó a esa ventana que habría que pintar y cerrar para que por fin sea una ventana, miró lo que ha visto tantas veces que con los ojos cerrados reconocería el campo que se extiende delante, y suspiró. Repitió que él es muy caballo, que le demoraría mucho tiempo, que no tiene más que la primaria y que necesitaría hacer secundaria y luego estudiar para maestro de obra, que además el maestro de obra lo que hace es pasarse por el lugar de construcción, echar un vistazo y dar un par de órdenes, y hasta luego, y que a él lo que le gusta es estar ahí, construir él, sentirse útil. Más a mi favor, le dije yo, que en este proyecto de construir casas no tenemos maestro de obra y él, sin darse cuenta, está ejerciendo como tal. Que los albañiles normales tienen un ayudante, pero no la potestad de cambiar cosas, porque en los planos todo es muy bonito y en la realidad no tanto. Porque los despachos de Harvard quedan muy lejos y el que dibujó concienzudamente aquellos planos no tiene ni idea de para qué terreno son, para dónde está en este lugar el norte, para qué habitantes va a ser, cuáles son las costumbres de esta gente... pero Pico sí lo sabe y, basándose en el conocimiento que le da la experiencia y el interés, modifica los planos ajustándolos a lo tangible, respetándolos, pero dándoles sentido completo. Aun así, él cree que no es listo, que no tiene capacidad de estudiar, que sería perder el tiempo intentar ser algo más en su profesión. Ocho años después de haber alcanzado el rango de albañil, sigue siendo lo mismo, sin aspiraciones a superarse en el campo que tan intuitivamente domina.

También me descubrió, en el interior de una casa que no será suya, que uno de sus ocho hermanos, menor que él, está estudiando Arquitectura en la universidad de Granada, que está en cuarto curso y que cuando termine sería muy lindo que trabajaran juntos, el hermano universitario consiguiendo obras, Pico haciéndolas, pero que su problema es que, por esas dificultades que sólo existen en su dura cabeza y que le convencen de que no puede estudiar más allá de primaria, no puede construir casas de dos pisos o más, que levantar una construcción de una planta se le hace fácil, pero de más no. La altura es el límite de su conocimiento.

A lo largo de esos minutos encontró tiempo para despotricar contra su ayudante de obra, Danny, al que llaman La Mula por ser de complexión bajita pero fuerte y resistente, que cuenta con 21 años y un espíritu tan infantil como sus bromas. Pico criticaba que, después de tres años como su ayudante de obra, no haya hecho La Mula el menor esfuerzo por aprender lo que sabe Pico para ser albañil, para estar a su mismo nivel. Mascullaba Pico que por mucho que le aconseja que se fije en cómo toma medidas, en cómo sabe hasta dónde levantar la pared y dónde hacer la viga de soporte, La Mula pasa de todo. "Podríamos construir todas estas casas entre él y yo, con dos cuadrillas, él con su ayudante, yo con el mío, pero siempre que se lo digo me dice que le vale verga, al necio". Bismark, Pico, el que dice que estudiar es mucho para él, sí sabe reconocer en sus congéneres la falta de iniciativa y orgullo para superarse. Será por eso que cuando me hace partícipe de esas pocas dotes para el estudio que sólo él cree lo hace con los ojos, negros y enanos como escarabajos, puestos en ningún sitio, con melancolía en la mirada y con las palabras resbalándosele de la boca y asfixiándole al dejarlas ir: con vergüenza. Nunca será maestro de obra, ha tirado la toalla, pero quiere que La Mula, su amigo, sea algo más, que es aún joven y puede hacerlo, si quiere. Pero en cambio Pico no quiere ni plantearse que podría sacarse secundaria por las tardes tras el trabajo. Es cierto que tiene una familia, pero no lo es menos que tiene más cosas que hacer que beber guaro por las tardes.

El otro día, el primero que decidí colarme en sus entrañas armado de utilería de explorador, empecé con una pregunta fácil: "Pico, ¿vas a optar a una de estas casas que estamos construyendo?". Que un nica te conteste con concreción es esperar a que se abra el cielo y llueva dinero, o flores, o jabón, cualquier cosa imposible. Así que tras algún suspiro y tras varios inicios quebrados de oraciones subordinadas, se arrancó con el ya mítico quién sabe, yo no sé, no lo tengo claro. Me pusé los guantes y el salacot, saqué el machete y empecé a despejar la maleza que me impedía el paso hacia su verdad, repitiendo la pregunta, insistiendo. Le pregunté pues si las dudas le vienen por lo que cuestan las casas o por su ubicación, que son los dos motivos principales por los que algunas familias rechazan entrar en el sorteo. Pero me respondió que no, que lo que le tira para atrás es que no se podrán tener animales de granja en esas casas que son de cemento y no de restos de tabla, cartón y bolsa de basura. Esas casas con agua potable, baño en el interior, suelo embaldosado, techo de zinc, un buen trozo de jardín y un porche donde colgar la hamaca. Con la perplejidad aupándome las cejas hice memoria, visualicé su casuta y su trozo de parcela y no vi ningún animal más allá de su único hijo. Pero por si acaso pregunté al aire si tiene animales, y él me confirmó que no, pero, adelantándose a mi siguiente pregunta, porque tiene un máster en intuición, musitó que "quién sabe si algún día podré tener un chancho". Y así, sin querer, que es como mejor se descubren las cosas, me enteré de que una de las aspiraciones del albañil con mote de niño repartidor de pan dulce es tener un cerdo. El albañil que soñaba con cerdos. Algo que no tiene es lo que le impide afirmar que sí, que quiere una de esas casas baratas, sólidas, humildes y dignas que estamos construyendo aquí; algo que quiere tener, algo que, entiendo, le hará más feliz, le hará ganar en tranquilidad y seguridad, que al fin y al cabo es lo que queremos la mayoría, vengamos de donde vengamos, cuando rozamos la treintena: un cerdo.

El muchacho que empezó como panadero ambulante tuvo un hijo a los 22 al que todo el mundo llama Chepe. Ahora, con 28 y siendo un albañil respetado en su comunidad, un manitas capaz de arreglar cualquier cosa tirando de imaginación y energía, no tiene más hijos, cosa rara en este país donde las mujeres se deforman de tanto parir. Me aventuro a que puede ser debido a que dejó embarazada sin querer a esa mujer a la que no hace mucho caso, pero que fue responsable y se hizo cargo de ella, sin amarla, sin querer ese hijo, pero resignándose a él. Será por eso que seis años después sigue siendo padre de un solo chaval y amante de cuanta mujer se deje llevar por el atractivo de su caminar, de su silencio pensativo y de su madurez forzada por un hijo que no esperaba crear cuando empujó dentro de aquella mujer con tan solo 22 años y un trabajo que sería ya el de toda su vida.

Pico tiene mi misma edad y no nos parecemos en nada, pero nos respetamos y un lazo de cariño invisible se está empezando a desmadejar entre nosotros. Yo estudié para ser algo que todavía no sé qué quiere decir; Pico decidió hace tiempo, tal vez cuando cogió a Chepe en brazos por primera vez, que moriría siendo albañil, algo que sabe demasiado bien lo que quiere decir. Pico sabe quién soy sin preguntármelo, y yo estoy por fin interrogándole para aprender ya no sólo de él sino de mí, viéndome reflejado en otro chaval que nació en el 81, pero a 11.000 kilómetros de distancia, robándole el nombre a los inmigrantes alemanes y sabiendo que la vida no le depararía mucho más de lo que vio al nacer y ya no recuerda, pero qué más da si es lo mismo que ve cuando se levanta cada mañana, cuando bebe en soledad las tardes de domingo o cuando se decide a llevar a Chepe a dar una vuelta por Granada, los dos en la bici de Pico, los dos pareciéndose tanto, tan callados y tan feos así de primeras, los dos siendo tan iguales que si vuelvo dentro de quince años será a Chepe al que tenga que buscar en las obras que haya en torno al camino de La Prusia, ese camino largo que tiene tantas cosas que contar que no sé ni por dónde empezar. Tal vez por Pico...

4 comentarios:

Mamen dijo...

Yo soy una cerda, que sueña con un canciller...

drip dijo...

Bien hecho. Soy un campesinos también. Un día le pregunté si Pico había estado en Masaya. Dijo que "no." Le pregunté por qué? Pico dijo: "No me gusta." Perdí tú dirección de correo electrónico. Escríbeme.Te veré en la casa roja.

Pete

Unknown dijo...

Ego:
Me gusta tu manera de contar tu experiencia, admiro tu honestidad. Me recuerda a muchos extranjeros que conocí, incluyendo a españoles. Me dió mucha risa tu historia del rai que no fué un raid! no te enojes! pero el que la cagó ,fuistes vos, por que la camioneta es de "acarreo" la reconozco por que la pintas "malmatada" y con una tabla en la parte de atras , y los gritos tambien , si te dijeron ! Granada! Granada! era suficiente para que entendieras que no era gratis el asunto. pero bueno fue una experiencia interesante!!! seguime contando sobre tu vida en la Prusia.

Unknown dijo...

Julio, te vamos a echar de menos en La Prusia. Gracias por todo, y no te olvides de esta gente.