domingo, 19 de abril de 2009

De ganar y perder

Cada vez que me dan un premio me acuerdo de aquel profesor de la universidad que me decía que escribiendo así no publicaría ni anuncios por palabras. Ahora él estará muerto y olvidado por la mayoría, y yo protagonizo noticias en los periódicos nacionales. Pero como decían en aquella película que echaron el otro día y que no contaba nada nuevo: el regodeo es una perdida de tiempo. Así que me miro una vez más al espejo, me ajusto el nudo de la corbata, me quito una espinilla anacrónica del lateral de la nariz y suspiro ante la cantidad de arrugas que pueblan mi frente. Creo que no me acostumbraré nunca a ser un jodido viejo. En cambio a que te den un premio es fácil acostumbrarse. Creo que éste es el séptimo. No lo creo, lo sé, pero parece que el ego va creciendo y no hago nada por frenarlo. Siete premios. No está mal para sólo tres novelas escritas. Y una en realidad no lo es, es sólo un compendio de relatos con un hilo común sutil, de esos que valen para cualquier cosa. Tres relatos que tocan el tema de la vejez bien pueden formar una novela corta que se titule Los árboles perennes también pierden hojas. Y a tomar por saco, y dos premios a ese título, ja.

Así que dos novelas y unos cuentos y todo premiado, para pasárselos por las narices a aquél profesor mentecato. Pero no, que el regodeo no sirve para nada, aunque dé tanto gustito.

Hoy me reconocen La suerte de tu nombre, que lo escribí hace más de veinte años y que sólo ahora jubilado me atrevo a publicar. Y mira tú que resulta que era una historia buena. Tan buena como los 80.000 euros que me voy a embolsar por este Premio Dálmata. Y cuando el mes que viene me lo publiquen, un 5% de las ventas también servirán para vivir una jubilación ostentosa.
Hay que joderse. Más de cuarenta años en la misma oficina, ocho horas al día, cinco días a la semana, 22 días laborales de vacaciones al año, cuando resulta que si hubiese probado suerte con las majaderías que escribía lo mismo podría haber vivido de ello. Los pocos huevos que le echamos a la vida, Señor. No hay nada como un contrato indefinido para aletargar el afán de cumplir sueños.

Carmencita siempre me lo dijo, qué buena era. Siempre creyó en mis posibilidades de autor y yo siempre lo tomé como delirios de enamorada. Es para ahorcarme que sólo decidiera presentar algunas de las cosas que escribí a certámenes y concursos una vez ella murió. Cuarenta y tres años compartiéndolo todo y se quedó sin conocer el triunfo que ella tan fácil pronosticaba.

Me sonrío al acordarme de Ana, dejándome llevar por un hilo de pensamientos de faldas y pupitres. Ana, mi primera novia, con la que llegué a vivir y de la que me separé por los horrores de una convivencia prematura. Ella no soportaba mi desorden. Sólo cuando nos separamos me descubrí un hombre atento al cuidado de mi casa, con la cocina siempre reluciente y las motas de polvo exiliadas.

Es como si sólo cambiáramos nuestros defectos cuando no nos los recuerdan, como si quisiéramos demostrarnos que podemos ser como queramos, machos que somos, sin que nadie tenga que estar recriminando nuestras faltas. Dejé de temer el fracaso sólo cuando desapareció la persona que me regañaba por dejar que el miedo ejerciera de amarre. Como para entenderlo.

Creo que acabo de cambiar completamente el discurso de agradecimiento que tengo que proclamar en menos de veinte minutos. Antes empezaba por "Una vez me dijo un profesor...". Pero creo que lo más justo es arrancarme con "Carmencita ya sabía lo que hoy dan a conocer ustedes". Porque ella, que a parte de enfermera era adicta a las novelas policíacas, y no una crítica resabiada sin nada digno que escribir por sí misma, confiaba tanto en mí que fue guardando todo lo que yo escribía, por si algún día me daba el pronto de poner en movimiento aquellos papeles en los que yo no me atrevía a depositar esperanza alguna.

Dos años viudo, dos años ganando premios, y un par de carpetas más repletas de manuscritos que, quién sabe, lo mismo me llevan al Nóbel. Me río por primera vez en todo el día ante lo osado de mi pensamiento. Si Carmencita estuviera aquí, en vez de reírse simplemente me habría sonreído y habría murmurado "y por qué no, cariño".

Mierda, quedan menos de quince minutos para la gala y estoy llorando. Soy un viejo chocho, carajo. Me seco los ojos con el pañuelo, me sueno los mocos en el lavabo, y me atuso el pelo, que para algo que tengo aún vigoroso mantengámoslo en su sitio. Me miro por última vez al espejo y repaso el principio del discurso. "Carmencita ya sabía lo que hoy dan a conocer ustedes". Otro premio que no compartiré con nadie, cuando hace años podría haberlo compartido con el mundo entero, empezando por mi mujer.

4 comentarios:

El patio dijo...

Hay que joderse, esperar a hacerte viejo para que te den un premio y para que ¡al fin! te llegue "El día en que te des (nos dimos) cuenta de todo" (como buena seguidora de insigne autor, no tengo por menos que conocer bibliografía). Este país de mierda, ensalzando mediocres y dejando en la sombra a sus genios, que diría Reverte.
"La suerte de tu nombre"... una pena no poder leerlo, saborearlo, seguro será propio de un nobel y tú sin saberlo. Yo, al igual que Carmencita y de aquel profesor ya fallecido, que no muerto, sé que por encima de los premios hay una manera de contar única, excepcional... ¿Y dices que todo esto te haya llegado cuando ahora que ya somos viejos? ¿Y para qué cojones quieres tú ahora 80.000 € si al cuerpo ya no pide farlopa en qué gastar?
Y yo, no lo dudes, con mi bastón de conferencia en conferencia, como Manolo y su bombo con la selección, a ver si consigo el tan anhelado autógrafo... Vaya por dios!!!

Un fuerte abrazo, admiradísimo genio.

Anónimo dijo...

Y tú, tan tonto (o tan inconsciente), nunca supiste dónde residía el secreto, un secreto que tu ego no se cansaba de dejarlo por escrito: tu propia extimidad (ya que te has apropiado de la palabraja porque a nadie como a tí le va al pelo). Ahora, después de tantos años, tu reconocimiento por el resto del mundo sabe amargo... Pobre Carmencita, ella que siempre lo vio tan claro y y los demás tan ciegos, incluso tú... Ahora, viejo y cansado, te ves junto a aquel lago donde te dijo que esparcieses sus cenizas... y seguro que sonríe y lo dice "lo ves, cariño, lo ves".
Un beso, príncipe.
Profético post. Precioso.

Mixha Zizek dijo...

Me encantó, al onicio pensé que eras tú el de la historia después esa ficción cobró vida para mi para decirme que hay mucho de la realidad en ella, muchos besos

Germán Huici dijo...

Me gustó mucho, como siempre.
Saludos.