lunes, 10 de julio de 2023

Cocido

Le sirven la sopa mientras sonríe al camarero como si fuera la mismísima Virgen María. Echado hacia atrás, con los ojos tan abiertos que parece un bebé viendo fuegos artificiales. Las manos en la barriga, como avisándola. Hay gente a la que comer le excita y no hace por disimularlo. Le pide un cazo más al camarero, que no sea rácano, se ríe de nada. El camarero podría estar amortajando a alguien, ni contesta ni se inmuta. Otro poco más de cocido y se retira con la fuente, arrastrando los pies.

Le mira coger la cuchara, hundirla en el caldo, removerlo, pescar algunos fideos, escrutarlos, devolverlos al fondo, sacar la cuchara, dejarla goteando sobre la servilleta. Todo sin dejar de hablar, de Laura, que no le contesta a los mensajes, del trabajo, ese que él no entiende, porque ahora hay trabajos cuyo título es en inglés y no se traduce. A él Laura le importa tan poco como ese puesto del que tanto se queja, aunque no le pagan mal, pero dice que le aburre. Laura era aburrida desde siempre, pero ahora que lo piensa, son tal para cual. Si tuviera que irse a una isla desierta con Laura y con él, se tiraría del avión sin paracaídas, cantando. Allá va la cuchara otra vez, esta vez la llena, se la lleva a la boca, sopla sobre ella, separa de nuevo las mandíbulas. Todas las muelas empastadas y un trozo de jamón entre los paletos. La cuchara desaparece entre sus labios, que ahora se cierran, como sus ojos saltones, momentáneamente. Los vuelve a abrir y traga, deja la cuchara, resopla, está caliente, dice, pero vuelve a repetir la jugada. Sorbe. Resopla otra vez. Posa la cuchara en el borde del plato, goteando sobre el cocido. Arranca un trozo de pan, como si fuera la cabeza de un muñeco. Mordisquea la corteza. 

Él ha pedido ensalada y no ha tocado los cubiertos. Con una mano remueve el vino en la copa, con la otra se tamborilea el muslo, al ritmo del pie. Nota como empieza a sudar. Se le ha quedado la garganta seca. Bebe vino. Todo el vino de la copa. Pero él no se da cuenta, perdido en su sopa y ahora en Jaime, se ríe de él, de cuando borracho como un piojo se tropezó en las escaleras del FunHouse y, desparramado sobre el suelo, decidió disimular intentando hacer break dance. No se acuerda de eso, pero él asegura que estaban todos allí. Laura también. Vuelve a Laura, que qué es eso de dejarle como leído y no responder. Que eso ya es de mala educación. Y eso lo dice mientras relame la cuchara y vuelve a cargar contra el plato hondo, como si fuera un miura y él rejoneador. Se pregunta por qué cojones ha quedado con él. Que le invitaba a comer, dijo, que hacía tiempo que no hablaban. Hablaban. Si eso es un monólogo. Ahora ha cogido ritmo. Entre cucharada y cucharada no hay pausa, abajo, cargar, arriba, sorber, abajo, cargar… Decide coger el tenedor, empuja un tomate. Se da cuenta de que aún no ha aliñado la ensalada. Deja el tenedor, otra vez en paralelo al cuchillo. Agarra la botella y se llena de nuevo la copa. A él ya casi no le queda sopa. Y todo sin dejar de hablar, de algo, ha perdido el hilo. No recuerda que se hayan hecho ninguna pregunta. 

Garbanzos, gallina, tocino, col, dos tacos de jamón, morcilla. Y él con la ventresca en la misma posición en la que llegó. Le estudia intentando pinchar algún garbanzo, que se le escapa y cae sobre la mesa y rueda un centímetro. Lo coge con los dedos, gordos, uñas sin cortar, una línea negra recorriéndolas. Se lo mete en la boca, se chupa las puntas del índice y el pulgar, y sonríe mientras rememora el instituto, cuando espiaban a Toño y a Rober liándose, descubriendo que eran gays, que qué será de ellos, que seguro que follan más que nadie. Deja el tenedor, empuña el cuchillo, levanta el tocino en equilibro sobre el filo en horizontal y lo unta sobre el mendrugo de pan desmigajado. Se relame mientras lo hace, dejándose un trozo de fideo colgando de un bigote del que parece que nadie le ha dicho que no le puede quedar peor. Se mete todo el trozo de pan en la boca, haciendo muecas y maniobras con el bocata para que le quepa de una. Hay gente que hace ruido al masticar y luego está él, que parece que tiene cuadrigas al galope entre las fauces. 

Coge el cuchillo, decidido a probar la ventresca, que total, la paga ese al que conoce de hace tanto pero eso no justifica una amistad. Y entonces le oye tragarse un eructo mientras le pregunta “bueno, y tú qué, qué no dices nada”.

Olvida el atún, hace fuerza en el mango del cuchillo y como si lo hubiera ensayado, por rápido y por certero, se inclina sobre la mesa y se lo clava en el cuello. El otro abre mucho la boca, pero esta vez no hace ruido. En la lengua reposa tocino destrozado y la sangre brota y cae sobre los garbanzos rezagados, la gallina, la morcilla, la col y los dos tacos de jamón.

Aliña al fin la ensalada, que por un momento estuvo a punto de probarla sin una gota de aceite.  

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