sábado, 13 de abril de 2019

Lo que pasa cuando no pasa nada

Me fui pensando que algo había pasado, aun no habiendo pasado nada. Dos charlas, tres risas, unas miradas, eso fue todo, que parece tan poco pero algo me decía que era mucho. Que lo que no se dijo podría ocupar páginas, que nos veíamos cuando nos mirábamos, que nos reíamos porque lo sabíamos. Nada empírico en lo que basarse, ni un roce, ni una despedida nerviosa y prolongada. Nada. Pero ahí estaba, cargando el aire. Y al llegar a casa, salir de una asfixia en la que de repente reparaba. Solo cuando te vas a la montaña eres consciente del ruido que hace en la calle en la que vives.

Fumando y repasando me vi naufragando en esos ojos redondos llenos de miel, en esa nariz pequeña coronando una boca de labios que parece solo saben sonreír, rememorando tu figura liviana, tu pelo amarrado en coleta, tus dedos finos, tu voz tan madrileña.

Llegué a la cama seguro, aunque sin motivos, de que tú también lo habías notado. El tiempo no suele pararse para uno solo. Y me dormí urdiendo cómo conseguir tu teléfono.

Anoche nos volvimos a ver. Esta vez fue premeditado. Ya sabiendo nuestros nombres, ya habiendo establecido hora y lugar. Y vimos anochecer y cerramos bares y mezclamos distintas cervezas y cenamos con menos hambre de la que creíamos, y nos aprendimos. Que tú pintas en acuarela, donde no hay correcciones. Que yo escribo escenas como esa. Que tú nadas y has crecido deprisa. Que yo he tropezado mucho y ya no corro. Y nos reímos y cada ronda era una promesa de la siguiente. Llegué a dudar de que aquello que se me pasaba por la cabeza desde que apareciste fuera a suceder. Besarte despacio, recorriendo tu boca, largo y tierno. Al fin y al cabo, nada ni nadie podía asegurarme que tú pensaras lo mismo. Porque alimento inseguridades simplemente porque me gustas tanto que me parecería inexplicable que todo fuera tan sencillo. Pero no todo se explica con palabras y números. No hay fórmulas ni ecuaciones que demuestren eso que llamaste feeling cuando te pregunté si te había sorprendido que hubiese buscado los nueve números que me llevasen a ti. “No tanto, hubo feeling”, confesaste. Y aun aprendiendo eso, dudé, porque cuando te miraba en silencio diciéndotelo todo con los ojos, apartabas la mirada y te reías nerviosa. Podía ser solo vergüenza, o podía ser que para ti no era lo mismo que mis ganas y mi imaginación me decía.

(Feeling, que viene de un verbo en gerundio, sintiendo. Estás sintiendo algo, con alguien, porque el feeling, para que sea, es recíproco. Intuyes que a la otra persona le ocurre lo mismo, siente algo que no puede justificarse. Ahí se queda, surcando el aire que os separa, invisible para todos, menos para vosotros dos).

Hasta que en el último bar, cinco horas después, mi boca y la tuya se hicieron fuertes en la barra, y tus manos me pusieron marco a mi cara y las mías te sujetaban la cintura y te cubrían una mejilla. Porque los besos que se recuerdan son aquellos en los que se usaron también las manos. Y las lenguas bailaron salsa y las salivas fueron una y los ojos cerrados y las mentes apagadas. Y no querías pasar lo que quedaba de noche bajo techo y entre sábanas conmigo, y nos despedimos en una glorieta diplomática y me fui a casa tan de noche y tan contento que dormí sin problemas y desperté con ganas de ti, pero diciéndome que despacio todo sabe mejor. Como tu boca.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha encantado Julio. Un abrazo