jueves, 2 de agosto de 2018

No serán puntos suspensivos

Mi trabajo es cambiarte. Me pagas por hacerte otro. Tú expones, yo te propongo, te aconsejo en pos de tu único beneficio, pues mi sueldo no va a variar por mucho empeño que ponga en ofrecerte opciones. Podría obedecer de primeras sin más, o puedo abrirte nuevos horizontes desde la experiencia, el salario será el mismo y las propinas en mi trabajo no suelen existir, ni en realidad las espero, porque al final, que sonrías y asientas cuando yo termine es el único reconocimiento que puedo obtener, todo a lo que puedo aspirar.

Pasan una docena de personas por mi silla a diario. Cada una con un deseo, cada una buscando algo diferente, pidiéndome ser otra. Cada cabeza es un proyecto, y me haces arquitecto, con planos que sólo yo veo a partir de lo que quieres.

Trabajaré para ti de pie, te miraré desde arriba, estarás en mis manos. Ante mí no te queda sino rendirte, confiar, dejarme hacer. No me conoces, pero me otorgas el poder de mutarte. Así, cuando te sientas, te abandonas a mi suerte. No sé tu nombre, pero haré por saber quién eres a partir de lo que me cuentes.

Muchos pasan ante mi escaparate y sólo se percatan de mi existencia cuando entran. Desde fuera soy un trabajador manual, robótico, no llamo su atención. El mío es un oficio sencillo. Pero cuando cruzan mi puerta me transforman, me convierten en creador de su futuro cercano. Me conceden un poder inalcanzable para ellos. El mío será un oficio sencillo, pero ellos no saben practicarlo, así que acuden a mí, uno a uno. Y si todo va bien, volverán. Si lo que yo os hago os marca, repetiréis.

Estoy rodeado de herramientas que no sabéis usar con la precisión que yo les imprimo. Soy un maestro en un trabajo antiguo, que no ha cambiado tanto a pesar de las franquicias, el marketing, las ofertas, las marcas, los uniformes, las modas o la tecnología. El fin sigue siendo el mismo, aunque ahora haya más variantes. Dime qué quieres y yo te lo hago. Por muchos avances que desembarquen en mi día a día, el tiempo que te dedico suele ser el mismo. Porque mi labor requiere de tiempo, un tiempo que sólo te dedico a ti. Fabrico lo que imaginabas, lo que viste en otros, lo que en la tele coronaba a ese famoso al que admiras. Yo creo tu fama, materializo tu deseo. Te presento de nuevo ante el espejo. Te convierto, vaya, en cómo quieres ser.

Puedo incluso usurpar la sabiduría de un psicólogo. Como el camarero o el taxista. Soy conversador, porque la palabra la concibo como un utensilio más de mi trabajo, porque durante unos minutos seremos tú y yo, y ya se sabe, a un desconocido le cuentas más fácil cómo estás y lo que sientes. Qué te ha traído aquí, qué buscas, con qué o con quién quieres romper, haciendo del resultado de mi arte un símbolo de una nueva etapa. Yo te ayudo a empezar de nuevo, o a seguir, pero nunca a que seas igual. Incluso si lo que me pides es puro mantenimiento, no serás igual, te habré renovado. En tu relato, vienes a que ponga un punto y aparte, o un punto y seguido, pero nunca una coma o puntos suspensivos. Porque sí, no te engañes, a mí vienes con deseos de romper con el pasado. El pasado sólo vuelve para doler y el bálsamo del que te proveo es obviarlo cada vez que te mires al espejo o te toques la cabeza o sople el viento.

Te motivaré a abrirte a mí mientras mis manos bailan sobre ti. No soy tu confesor, y por eso mismo te liberarás y confesarás.

Te preguntaré a qué te dedicas, cuántos años tienes, cómo se te ha dado el día, si eres de aquí o de otra ciudad. Me importarán todas tus respuestas, hasta que te vayas, y hasta que vuelvas. Porque lograr tu satisfacción implicará que retornes, que me busques de nuevo en unos meses. Crearemos una relación que siempre será monetaria, pero impregnada de confianza. Podría rebanarte el gaznate, y lo sabes, pero lo descartas. Mi cara, mi título, mis manos, mi mirada, mi palabra hacen que renuncies a ese pensamiento.

Poseo la capacidad de intuir si prefieres que nos acompañe el silencio, y en ese caso, silencio tendrás, sólo oirás el traqueteo de las tijeras, el zumbido de la maquinilla, el grifo y el roce de mis manos. Tu saludo, tu mirada, tu pecho cóncavo o convexo y tu forma de contarme qué quieres que te haga me es suficiente para saber si el diálogo será parte del trabajo o si debo ausentarlo.

Al final sólo soy peluquero, y sí, mi trabajo es sencillo, pero todo el mundo necesita un corte de pelo. El tiempo que estás conmigo es tiempo de espera, tiempo muerto, nada que hacer, más que dejarte, olvidarte de todo menos de lo que de verdad importa: tú. Sólo existes tú ante mi espejo, y durante este rato sólo ocurre lo que yo te haga. Te vendo despojarte de parte de quien eres. Aligerarte. Por eso yo también voy a que me corten el pelo. Por eso yo también me dejo, me rindo, me abandono a las manos de otro, para que durante un rato yo sea lo más importante en un mundo en el que nada parece ya importar.

No hay comentarios: