jueves, 29 de diciembre de 2016

Un presente de Navidad

Como es Navidad, busca su contacto en el móvil. Resulta menos laborioso que encontrar la conversación más reciente y así ir directamente al chat. No tienen nada reciente, hace mucho que no conjugan en presente. Por mucho que sea Navidad.

Como es Navidad, empieza a teclear un mensaje, que empieza con un hola y termina con un muchos besos y lo del medio es peor todavía. Borra.

Bebe otro trago de vino y le quita el sonido a la tele.

Como es Navidad, en la tele John McLane sangra y fuma, y fuera en la calle el reflejo de las luces de colores llegan hasta la ventana.

Vuelve a empezar.

Como es Navidad, recuerda. Le brota el impulso de escribir, de contactar. Porque es Navidad, parece ser. Que no es excusa para mucha gente, pero para otra tanta es el momento para reblandecerse y hacerse esponjoso como pan en el horno.

Como es Navidad, está en soledad en casa, mintiéndose con que no son fechas señaladas, y mitificando tiempos pasados que tal vez no fueron mejores, porque no lo fueron, pero que al ser pasados y como es Navidad…

Vuelve a empezar.

Imagina que, al ser Navidad, no le va a contestar al mensaje de todos modos porque estará con sus padres. Y con su hermana y el novio pijo, porque seguro que siguen juntos, puta pareja perfecta, concluye. Y probablemente luego se irá de fiesta.

Para qué escribir.

Resopla y sale de la aplicación y apaga la pantalla del móvil. Lo deja en la mesa. Bebe otro trago de vino, se enciende un cigarro y recupera el volumen de la tele.

John McLane está provocando otra explosión cuando suena el móvil.

Como es Navidad, su madre quiere mandarle muchos besos, aunque no haya querido ir al pueblo, que mira que eres, con lo que a mí me gusta que estemos juntos en Navidad, pero bueno, que te queremos mucho y que te portes bien esta noche y que en Nochevieja no te escapas, que además viene Óscar con las niñas. Que muchos besos de todos. Que feliz Navidad.

Al colgar, sin casi haber hablado, tiene un mensaje.

No debería escribirte, no sé muy bien para qué, pero qué coño, como es Navidad… ¿cómo estás?

Tres parpadeos y una calada después, reacciona.

Pues bien, aquí en casa. ¿Tú? Me alegro de que me hayas escrito, aunque sea solo porque es Navidad…

Mira el móvil como si fuera un fuego en una chimenea. Escribiendo…

¿Quieres que me acerque y nos tomamos un vino?

Y John McLane ha desaparecido y una mujer se convierte en amapola en un anuncio de perfume. Y fuera las luces de colores parpadean y ya no queda vino en la copa, pero en la cocina hay tres botellas. Mientras relee el mensaje, el cigarro se ha consumido y le calienta el índice y el corazón. Lo aplasta contra el cenicero.

Pero ¿sabes que si vienes vamos a terminar follando, Marta? Tengo tres botellas de vino.

A tomar por saco todo, dice en voz alta.

Posiblemente. Andrea.

No puntúa sin querer. Ese punto antes del nombre propio es el signo gramatical más sexual que ha escrito nadie. El índice y el corazón que antes se abrasaban ahora se esconden bajo las bragas y se hunden en un pantano.

¿Es buena idea?

No.

¿Vienes?

Voy.

Suena música en la casa y ya hay vino de nuevo en la copa. Y no es porque sea Navidad, se convence.

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