lunes, 5 de diciembre de 2016

Inventio

Si ya lo sabes. Para qué preguntar. La intuición la mantienes afilada.

Que sólo seas tú el que ha reparado en los detalles que te empujan a concluir sin testimonios ni pruebas no te hace un paranoico ni catastrofista, te convences. Te hace simplemente protagonista de un pasado cercano. El resto no eran ni secundarios. Y qué, te achacas en voz alta, burlón. Porque eres motivo de burla. Convertiste ese pasado en pasado y ahora te escuecen presentes provocados. Sí, ríete, porque otra cosa...

Por supuesto, tampoco ha lugar a inquirir nada. Estaría bueno. Como si aquí alguien le debiera algo a alguien.

No ibas a conseguir nada. Si confirma ¿qué? Nada que reprochar. Y por su parte, ningún motivo para explicar. Si niega, ya has preguntado, cualquier atisbo de naturalidad habría quedado hecho pedazos, la conversación se llenaría de silencios y la hora de irse se adelantaría. No deberías haberlo hecho, te reprocharías, porque hace mucho que dejasteis de preguntaros y lo único conseguido sería desconfianza y hastío. Además, claro, de ratificar una verdad que ya atisbabas y que te pica como si te hubieran enterrado el ego en un hormiguero.

Que te mienta si finalmente interrogas no lo contemplas como opción. Tal vez callaría, evitando así verbalizar lo obvio o falsear lo que no merece ser ocultado, porque ni es malo ni feo ni traicionero ni por supuesto avergüenza.

Aquí lo único que da vergüenza es lo egoísta que eres. Pero sigues.

La falta de certezas no implica que estés equivocado, pero sí provoca que aún estés aquí, consultándote sobre lo apropiado de cuestionar, tratando de amaestrar a un perro de teatro.

Si todo fuera matemático y pudiéramos ponerle porcentajes, digamos que ochenta por ciento seguro de la respuesta y los resultados, y un veinte por ciento sería el espacio reservado a la sorpresa de errar en la premonición.

Llaman a la puerta. No sabes cuánto rato llevas en el servicio.

No le preguntes.

No vas a conseguir nada.

Si ya lo sabes. Para qué preguntar.

- Oye, y el otro día, con Teo ¿qué?

Como si alguna vez te hicieras caso.

Al chasquido de su lengua le persiguen silencios que se reproducen como conejos y ya ningún tema vale, los has enfangado todos. Los relojes se adelantan y tan poco tiempo después te vas maldiciendo a ritmo de taxímetro. Poco más o menos como intuías.

1 comentario:

Carmen López dijo...

"La falta de certezas no implica que estés equivocado". Menudo acierto!!

Un beso, Julio! Qué bueno seguir batallando con las palabras por aquí.