lunes, 2 de junio de 2014

Yo prometo

Me miras, yo sé que me miras. No me engañes, no te engañes. Veo cómo me estás mirando, fijo, cuesta decir que pestañeas. No hay excusas, el disimulo no funciona, te delata el ansia de tus ojos. Sé que quieres lo que te ofrezco, y no entiendo porque no te acercas. Te sonrío y te reclamo, pero no funciona. Otra vez, no funciona.

Pasas junto a mí, me rozas, incluso puedes llegar a chocar conmigo. Pero parece que no me ves. Y soy grande, mucho más grande que tú. Deambulas a mi alrededor, te interpones en mi camino, o tal vez soy yo el que interrumpe tu andar, o tu correr. Cuando busco llamar tu atención, haces por obviarme, por refugiarte en la pantalla de tu móvil, por girar la cabeza al lado contrario, por intentar recuperar el hilo de una conversación que no te interesa pero que ahora, sólo porque yo estoy señalándote, se convierte en excusa para hacerme invisible. Pero sigo ahí, y lo sabes, y que me ignores empieza a darme igual, aunque el único motivo por el que estoy aquí es para atraerte. Fracaso en mi misión, pero empieza a importarme poco. Si me importase, no podría hacer lo que hago.

Tú ves el cartón de mi armadura, te quedas en eso, no quieres atender a lo que hay debajo, a lo que soy, al hombre que te busca y te llama y al que niegas. Me niegas, una y otra vez, y a mí a veces no me queda sino insistir. Aunque sea para nada. Es lo que tengo que hacer, todos los días, aunque tú pretendas que no existo y que mi cometido es en vano.

Te prometo el oro que no posees, el reloj que no llevas, el piso que no te comprarás nunca. Te digo que compro lo que tú desechas, que quiero lo que nadie más de tus supuestos amigos ambiciona de ti. Quiero darte y que me des, de tal manera que tu pareja debería sentir celos, pues nunca podrá ponerse a mi altura, ofrecerte lo que yo te anuncio, y que tú rechazas, aunque lo quieres. Sé que lo quieres. En lo más profundo de tus sienes moran los deseos que nadie te colma y que yo, yo, conozco. Quiero satisfacerlos, todos, tus deseos, tus querencias, tus antojos y tus necesidades. Busco liberarte de tus cargas, de lo que te frena, de lo que ocupa espacios que prefieres vacíos, de lo que te ancla cuando tú quieres soltarte. Librarte del lastre que no te permite volar. Pero no me dejas, no me concedes oportunidad.

Tal vez sea que no me crees. ¡Ven y pregúntame, averigua si acaso te miento! Debajo de mi armadura de cartón estoy yo, dispuesto a explicártelo, a contarte cómo funciona la tienda de compra-venta que anuncio por las calles del centro de Madrid. Soy un hombre anuncio y tú no le das crédito ni al hombre, ni al anuncio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizás ella también lleva una armadura y espera a que tú te quites la tuya, ¿por qué no te acercas tú? Puede que en su distracción espera a que te acerques tú a preguntar...