miércoles, 25 de abril de 2012

Soñar

Llevaba tanto tiempo sin hacerlo que estaba convencido de que ya no iba a soñar más. Que esa oportunidad le quedaba negada, para siempre. Dormirse y despertarse, y entre medias, nada. Cerrar los ojos, perder la conciencia, recuperarla horas después sin pruebas de haber existido en ese lapso. Probablemente el mundo siguiese funcionando, pero él no participaba, él estaba dormido. Sólo dormido, cerebro en pausa, imaginación en huelga, ojos quietos, sin REM que valga.

Hace cinco años, cree, fue la última vez que vivió estando dormido. Ha pasado el tiempo y el recuerdo de lo que soñó entonces se va deformando, pero aseguraría que fue un sueño bonito, mutilado por un brusco despertar, sin alarma y sin deberes, un despertar natural, pero doloroso pues daba fin a una aventura sólo por él engendrada. Pero fue un sueño rico. Y atípico. Nada que ver con poder volar. Ni con ser perseguido y que las piernas no respondan en la carrera. Tampoco trataba sobre estar desnudo ante la multitud. Nada que ver con felaciones, ni con un trabajo que estresa tanto que se aparece de nuevo en lo onírico, donde no procede. No.

Aquella vez, casi seguro, aquella última vez, soñó que podía soñar. Que incluso él estaba dotado con ese privilegio. Y, afirmaría casi convencido, fue feliz, estuvo tranquilo, soñó incluso que podría prolongar el sueño mucho más allá de estar dormido.

Hasta que se despertó. Porque quiso. Ningún pitido, ningún ruido del exterior, ningún meneo físico, ningún sobresalto. Nada de eso fue necesario para vaciar la mente y abrir los ojos, erguirse casi de un salto, casi sudando, casi agitado, respiración acelerada y un espacio por reconocer. Allí, sentado en la cama con el pecho desnudo, el sueño se evaporó.

Han pasado cinco años y, cuando se creía en capacidad de asegurar que no le iba a volver a pasar, cuando casi lo había aceptado y asimilado, cuando se sentía conforme con ello y dispuesto a vivir así, reincidió. Dormido como estaba no todo fue negro. Alguien encendió la luz, iluminó su mente, irradió su cuerpo, puso en marcha la maquinaria, maquinaria que él daba ya por obsoleta y desvencijada, por estropeada, camino del desguace, pura chatarra inútil. Las turbinas resoplaron, las ruedas con dientes oxidados crujieron y chirriaron y empezaron a rodar, moviéndose las unas a las otras, activando palancas, haciendo correr cintas transportadoras de experiencias. Escenas, secuencias, actos, películas. Todo proyectado en su cabeza, por su cabeza, desde su cabeza. Y él protagonista de una historia que en realidad ni escribía ni dirigía.

Y qué gozo. Qué maravilloso aprendizaje. Qué viaje sin moverse del sitio.

Soñó que amaba. Y que le amaban. Como hace cinco años. Esta vez no fue él el que quiso huir del sueño. Le echaron de allí. Él quería seguir creando un mundo.

Pero sólo fue un sueño.

Ahora sabía que podía volver a soñar, aunque seguía sin poder elegir qué. Mucho menos dependía de él en qué momento aparecería el cartel de Fin, seguido de los títulos de crédito, con su nombre apareciendo en casi todos los roles. Y el de ella, claro.

1 comentario:

Carmen López dijo...

Lo presentía, sabía que aparecerías más pronto que tarde, porque te he estado pensando estos días,porque ayer, al dar a editar busqué ese final de enlaces en donde apereces abajo del todo... ¡cinco meses sin editar! Me pregunté qué sería de Julius. Y suele pasar, basta pensar en alguien que creías al otro lado del mundo, para topártelo de bruces al salir de un bar.

Y apereces, inmortal, mientras yo envejezco.

Abrazos!!