En la pared, un póster de una
exposición a la que no te acompañé.
En el armario donde guardo el café,
el té que yo no bebo.
En el cuarto de baño, lociones y
cremas que yo no uso.
En el despacho, amarradas a la
pizarra de corcho, notas agradecidas que me dejaste para que leyera cuando te
habías ido.
Al lado de éstas, recuerdos de un
viaje que hice a ti.
En la terraza, una orquídea que me
dio por regalarte, sin motivo, con todos ellos.
Pegada a la nevera, una receta que
me dictaste.
En la estantería, un libro que me
enviaste y un manual que me enseñaste. A medias, los dos.
Y ni tiro el póster, ni regalo el
té, ni vacio tu presencia en mi baño, ni arranco notas ni recuerdos del corcho,
ni dejaré de regar la flor, cocinaré lo que me enseñaste, y me terminaré los
dos libros.
Porque todo me duele, pero todo me
gusta. Porque no quiero olvidar, aunque esté todo perdido, yo jugué, hasta el
último minuto, forcé la prórroga, fallé el último penalti, pero allí estaba yo
para tirarlo cuando el resto se amilanaba. Así que no le daré la espalda a
nuestra hemeroteca si las noticias que la adornan las motivamos los dos,
conscientes. Ni añorar lo pasado ni descreer el futuro, sólo sentirme a gusto
con el presente sabiendo que lo hice bien. Lo hice bien. Lo hice bien.
Vuelvo a escribir cuando tú no me
lees. La melancolía espolea mi creatividad, como los poetas malditos. Ni soy
poeta ni estoy maldito, pero ahora que ni me oyes ni me ves es cuando aprovecho
para hablarte. Lástima que no puedo mirarte. Mientras te vistes. Mientras te
desvistes. Mientras te enfadas. Mientras duermes. Mientras te ríes. Porque te
he hecho reír tantas veces que tu frase "pero qué tonto eres" es una melodía
que, como los olores, te traerán de vuelta cuando me tope con ella.
Música, letras y tú.
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