domingo, 28 de febrero de 2010

Tres días de penosa despedida

(Nunca sé despedirme, por eso supongo que no sé escribirlo con sentido, por eso este texto intenta recoger lo mejor y más significativo de mis últimos días, y voy dando saltos en el texto, y por eso pido perdón, porque no lo voy a reescribir... releerlo ya es suficientemente doloroso).

Decidido. Me voy, me alejo, me hago un lado. Después de algo más de cuatro meses tengo la sensación de que tengo que salir de aquí. Tengo demasiadas dudas, me he desmotivado sin saber porqué, desubicado es el participio que más me acompaña en los últimos días. No estoy satisfecho, me levanto sin ganas, como he estado amaneciendo en Madrid en los cuatro años pasados en los que era la mitad de lo que puedo ser.

Creo que si siguiera aquí sería únicamente porque estoy aquí. Necesito un motivo real para quedarme. No puedo permanecer en un sitio como éste sin confiar, sin saber qué preguntas hacerme y por lo tanto sin llegar a atisbar una respuesta. No quiero ayudar a levantar unas casas en las que cada vez creo menos, porque una comunidad no se forma sólo con cemento y bloques. No quiero involucrarme en algo en lo que estoy dejando de creer. Por eso, me voy. Con unos cientos de kilómetros de separación tal vez la perspectiva me ayude, tal vez vuelva a ver el bosque ahora que los árboles agitan sus ramas, violentadas por el torbellino que nace en mi cabeza, sólo en mi cabeza, haciendo que las espinas se me metan en los ojos. Cuanto antes me vaya, mejor, porque cuanto más tiempo me quede en estas condiciones, más tortura, más decepción, más inútil me voy a sentir en un lugar en el que eso no puede ser, porque aquí nadie es inútil. Una semana levantándome con dolor de cabeza, porque duermo mal y poco, porque sueño de nuevo sin colores y sin imaginación, porque apago el despertador esperando que cuando por fin me levante la sonrisa sea lo primero que me saque de la cama. Pero no sonrío. Sólo por las noches encuentro motivos para quedarme, pero por el día me dan ganas de hacer el macuto mal y pronto y salir corriendo. Unos dicen que es una huida, otros que sólo es un descanso que necesito ahora que estoy agotado y consumido. Yo creo que es una terapia para despejarme la mente, esa que truena en una tormenta sin lluvia. Sea lo que sea, me hará bien, y siempre tendré tiempo para concluir que estaba equivocado y volver, aunque no creo que ocurra.

Ayer se lo dije a los niños del fútbol, esos que ahora mismo son los únicos con el poder para hacerme dejar de pensar y sacarme carcajadas. Niños, tengo que deciros una cosa... el viernes me voy, hacia Honduras, hacia Guatemala, hacia ningún sitio, hacia mí mismo. Sorpresa y tristeza en esas caras que muchos podrían pensar que son inmutables, porque estos niños dan siempre la impresión de que pasan de todo. Dayson me miró con los ojos caídos, la gorra calada y los colmillos luchando por salir de sus rosadas encías: "Pero Julio, tú tienes que hacer como Pato, como Óscar, como Arantxa... quedarte aquí, para siempre". Mudo, le miré y le sonreí, le atusé el pelo, quise llorar y me reprimí. Kevin, que es el mayor, que es el que no duda en burlarse de todo y de todos, me respondió "y yo también, Julio, claro" cuando le confesé que les iba a echar mucho de menos. Antony parecía enfadado, y Franklin se quejó diciendo que yo era el mejor entrenador que podían tener. Todos tienen ahora unas botas nuevas que conseguimos con empeño, todos ahora saben que en la práctica el que se porta mal hace flexiones. Y eso es lo que les recordará siempre que yo pasé por aquí y quise hacer de los Alcones y los Tiburones dos equipos de fútbol de verdad, pero no en el sentido de campeones, sino en el sentido de espíritu de equipo, donde unos se apoyan en los otros. Seis niños de 7 a 13 años me decían sin hablarlo que no querían que me fuera. Yo les había comprado CocaCola para aquel entrenamiento que no lo iba a ser, porque sólo quería hablar con ellos, sólo quería que me prometieran que iban a seguir jugando. Parece ser que lo que marca la diferencia entre unos voluntarios y otros es el grado de implicación, o al menos la sensación que tienen los nicas de que te has implicado. Y estos niños cabrones tienen la certeza de que, si les entrenaba y si era capaz de aguantar una misa los domingos por la mañana para luego estar ahí a pie de campo dándoles voces, sería porque me estaba implicando. Mierda, y ahora me voy, y ellos se quedan, siempre se quedan.

Y en eso pasó Pato por ahí y Dayson se alejó en silencio para interceptarla: "Pato, que quería pedirte perdón por lo de antes". Pato le miró tierna, le acarició el collar y le dijo que vale, que no pasaba nada. Yo, sin saber qué es lo que había hecho este niño travieso pero consciente, esperé a que volviera. "Muy bien, Dayson, muy bien. Lo que has hecho, lo que le has dicho a Pato, es maravilloso. Estoy muy orgulloso de vos". Su pecho se infló, una media sonrisa se le escapó, y me estrechó la mano como no me la han estrechado nunca, con tantas dosis de fuerza como de satisfacción, pues yo le estaba reconociendo una proeza, porque pedirle perdón a un adulto sin que nadie te empuje a hacerlo es algo tan difícil como elogiable.

Cuando empecé a entrenar a estos chavales tenía que ir casa por casa a recordarles que había práctica, que se dieran prisa. Ayer, que yo no quería hacer práctica porque ya no quiero hacer nada, ellos me estaban esperando, enfadados porque no llegaba. Todos con sus zapatillas nuevas, todos insistiendo en que fuera a por un balón o que me pusiera yo a hacer flexiones. Ni Lenin confiaba en que fueran a venir todos los martes y los jueves a la práctica. Y ahora yo me voy y ellos quieren seguir aprendiendo, ejercitando su pequeño físico, sintiéndose equipo, importante y vencedor.

A Pico se lo dije antes, amigo mío, me voy el viernes, necesito alejarme de aquí. Y Pico se me quedó mirando, que es un gran orador pero sólo a través de los ojos. En silencio me demostraba pena, con sus ojos negros detenidos en los míos, fijos, fumando pausado, sin pestañear, sin hablar, ni falta que hace. Le invité a un café, le expliqué porqué me iba, le pregunté qué le parecía. "Creo que tienes que irte para aclararte la mente, Julio". Atontado por su facilidad para leerme, porque mis explicaciones resultaban inconexas, como las de ese niño que no sabe justificar una travesura, quise saber si él era feliz, y sonriendo me dijo que no, y yo ahondé inquiriendo qué le falta para serlo, y me dio una respuesta del Primer Mundo: "No lo sé, pero sé que no soy feliz". Aprovechando una conversación que me estaba encantando tener, porque nunca es demasiado tarde para conocer a un amigo, metí más el dedo en la llaga: "¿Qué quieres hacer tú, Pico, con tu vida?". Sólo una palabra, un verbo en infinitivo, me recordó que cuando colonizamos los estúpidos y prepotentes españoles este lugar les robamos lo que eran: "Trabajar, trabajar y trabajar". Les estamos convirtiendo al modelo de vida del que yo he salido corriendo, allá en Europa, la que no es metrópolis ya pero ya es demasiado tarde para arreglarlo.

Sin dejar escapar la oportunidad, empecé a meterme en las entrañas de este hombre con el que comparto edad y con el que tengo una relación especial, de respeto ganado a base de compartir tiempo en la obra, de no cuestionarle nunca, de hablarle cada vez con más acento nica, de quererle a mi manera. "¿No quieres tener más hijos, Pico?". Me miró sin ver nada y respondió "No, ahorita mismo no, no tengo plata suficiente, y Chepe es lo suficientemente animal como para querer tener más", rió. Es el único nica al que he conocido que piensa como nosotros, los gilipollas europeos. No confía tampoco en estudiar, que conoce a muchos que estudiaron y están como él de albañil. Y me confesó que para él la única diferencia que existe entre ellos y nosotros - qué mierda que haya que hacer la distinción - es que nosotros podemos viajar, que él, sin pasaporte, sólo con la cédula, sólo podría llegar hasta Honduras. Yo le dije que algo es algo, que vaya a ver cómo es el país vecino. Él me dijo que para ello tendría que estar trabajando siete meses sin gastar un peso.

A los dos días, al terminar la jornada en la obra, Pico se acomodó en la hamaca, a mi lado. Yo, en plan de coña, le pregunté si me iba a echar de menos. Él, respondiendo sin un atisbo de broma, dejó escapar un lacónico "sí". Me quedé helado, había otros voluntarios alrededor y no le importó que vieran lo que algún imbécil tomaría como una señal de debilidad, y en realidad es todo lo contrario, porque exponerse como se expuso él sólo es muestra de fortaleza y de indiferencia hacia lo que piensen los cortos de mente. Yo me repuse pronto y le di la razón, "y yo a vos, cabrón, y yo a vos", y chocamos la mano y el puño y el abrazo quedó para otro día.

La última noche, en la que acabamos todos borrachos como cubas, hablé con él sobre su infancia y sobre la de Chepe. Me contó, y creo que no se lo ha contado a muchos voluntarios, que su padre le pegaba, y que les abandonó pronto. Quería saber qué hacer, si, aun así, ir a visitar a su padre para mostrarle sus respetos, o no. Le martirizaba pensar que un día su padre se moriría sin que él hubiera sido capaz de hablar con él, y que luego si se arrepintiera ya sería demasiado tarde. Yo, que de esto, como de tantas cosas, nada sé, le reconocí que si fuera a hablar con él, sería mucho más hombre de lo que ese padre que nunca lo fue ha sido nunca. Pero que en realidad sólo depende de él. Pico me miraba con ojos vidriosos y enrojecidos por el ron, fumando compulsivo, realmente pensando en lo que yo le decía desde mi brutal inexperiencia, porque yo tengo la suerte de tener unos padres que siempre están ahí, siempre, incondicionalmente, que es como deben estar los padres si se consideran tal. Finalmente le aconsejé que, haga lo que haga con respecto a su padre, que no permita que eso le pase a Chepe. Pico soltó humo y musitó que eso nunca, que Chepe siempre tendrá lo que necesite, aunque a él le cueste romperse la espalda. Que por eso no quiere tener más hijos, para no caer en la tentación de huir abrumado por la responsabilidad y la falta de recursos. Pico quiere ser un buen padre, pero no sabe cómo se hace. Ningún padre sabe, pero al final lo es o no lo es, es así de sencillo, así de complicado.

Unos días antes de esa borrachera tierna, le comenté también a Mula que me iba de La Prusia, y él me contestó con sus comentarios infantiles y homófobos habituales, no podría esperar yo otra cosa. Alex recibió la noticia a la vez, pero él estaba a lomos de un caballo que dominaba con una sola mano, sin silla y con una brida hecha de cuerda. Sin decirme nada, dio la vuelta a su montura y se alejó al medio galope. La noche siguiente, cuando despedíamos a Eider, fue él el que le explicó a Cruz y a Yader, al que llaman Pelón, porqué me iba. "Que no lo entienden, caballos. Julio se tiene que ir porque necesita pensar, y aquí no va a poder hacerlo. Lo mismo después de pensar y despejarse entiende que quiere volver aquí, o lo mismo no, por eso se tiene que ir, para ver qué quiere hacer". Me quedé tan sorprendido como satisfecho, le pregunté en un aparte quién le había contado, porque yo no había sido, y encogiéndose de hombros y dando una calada al cigarro me dijo "No necesito que me digan, creo que le conozco para saber porqué se va de repente". Le di un toque en el bíceps, queriendo en realidad abrazarle, y le di las gracias por entenderlo. Él no entendió esas gracias y se río.

Pero lo más duro iba a ser decírselo a Alemán, que es mi amigo, de verdad, un amigo hecho en cuatro meses, un tipo que me confiesa cómo se está enamorando de Sandra, que me cuenta su sueño de ser beisbolista profesional, cosa que está a punto de conseguir, que me agradece siempre que haya peleado yo para darle el trabajo de basurero de los voluntarios, que se ríe conmigo en cuánto tiene ocasión y que se pone serio cuando la situación lo requiere, sin temor a que sus congéneres le vacilen y le llamen amigo de los gringos, y que me dio un abrazo en cuanto apareció ayer noche, después de un día entero trabajando en el camión. "¿Es cierto eso que me han dicho de que te vas el viernes?". Sí, amigo mío, lo es, quería hablar con vos, pero no te miré en todo el día. Y me dio otro abrazo, y no sabía mirarme a la cara, y creo que no quería entender mis motivos. Le dije que le iba a echar de menos, que decírselo a él era lo que más me costaba. Él me atravesó con la mirada, con esos ojos enormes que tiene, y me dijo que él sí que me iba a echar de menos, que ya sólo le quedaba Mitch como amigo entre los voluntarios, pero que él sabía que yo tal vez volvería. Yo le frené en seco: "no sé si volveré Alemán, quién sabe, pero no lo quiero decir para no decepcionarte". "Ya, ya lo sé", me interrumpió él.

Ahora que me voy es cuando me doy cuenta de lo mucho que pueden comprendernos esta gente que tanto se nos escapa a nosotros, los leídos del primer mundo, los que en realidad no tenemos ni puta idea del mundo, ese que catalogamos en tres categorías sin saber que éstas solo existen en nuestra cabeza y en la del FMI, que no tiene. Y decidimos volver a hablar como cualquier otra noche, de todo y de nada. Llevaba una gorra con una S, por su equipo de beisbol, y me dijo en broma "Es la S de Sandra", y yo le contesté que a mí la gorra que me gusta es esa naranja que lleva muchas veces y que me hace reconocerlo a kilómetros de distancia, con una P de La Prusia en la frente. Sin darme tiempo a coger aire de nuevo, soltó "Pues esa te la regalo, para que tengas un recuerdo mío". Yo, imbécil, creo que no puedo aceptarlo, y le espetó que no se lo decía esperando que me la regalará, que sólo le estaba diciendo que es una gorra tuani, que cómo me la va a regalar. Poniendo cara de enfadado me hizo callar con un "no, esa gorra es para ti". Y me dio otro abrazo, y conseguí no llorar, y cuando sea que me ponga esa gorra pensaré en ese loco que se llama Luís Fernando Corea y al que todos llaman Alemán, sin saber nadie porqué.

Y la voz se ha ido corriendo por La Prusia, y gente como Cruz, como Yader, como Isaías, como Chilo la de la venta, como Ernesto el taxista, como Álvaro el artesano de Granada, como el tocayo que me llama Yulio Baptista me paran y me preguntan si es cierto y les digo que sí, y ponen cara rara y me dicen cosas como que no se lo esperaban o que "mañana será la última paliza que te demos al fútbol". Y yo tengo ganas de contestarles que mañana será el último día de la mejor parte de mi vida, esa que se desmorona sin motivo y en la que ellos son los únicos que siguen creándome dudas. Porque estando con ellos pienso que sólo por ellos me quedaría, pero no son el motivo por el que vine, aunque son el motivo que me empuja a llorar ahora.

Intentando consolar a Alex, que no necesita que le consuelen, le adelanté que estaba a punto de llegar un nuevo voluntario. "Pues que venga... esto ya no va a ser lo mismo", respondió él, sin saber en realidad lo que suponía que me confesara eso. Nunca me sentí imprescindible, ni quiero serlo, nadie lo es, nunca, en ningún sitio, pero con esa frase Alex me confirmo algo en lo que no quiero pensar: voy a dejar amigos aquí, y probablemente no vuelva a verlos, porque ellos no viajarán a España, y algo en mi fuero interno me dice que yo no volveré a Nicaragua. Quién sabe, tal vez un día lo haga, y ande por el camino de La Prusia, y cuando me vean llegar soltarán el aullido de La Prusia, darán palmas, reirán, y me sentiré de nuevo Julio Flaco, o Julio Boltio, o "Juliana, qué mala eres", cualquiera de los motes con los que me han bautizado y que me diferencian del resto de voluntarios, porque después de algo más de cuatro meses, ya no soy uno más, soy yo, y ellos lo saben. Porque ellos saben más de lo que yo puedo saber. Porque ellos son yo, pero yo no soy ellos.

Y escribiendo esto, queriendo poner punto y final por fin porque si no me voy a deshidratar de tanto llorar, me llama Chalé y me dice "ven y ve", y yo voy, sorbiendo mocos y limpiándome la cara. Están sentados él y Tom, encaramados a una pila de bloques, esperando material, queriendo trabajar pero sin poder. Tom es de esos que no necesitan cuatro meses para ganarse la confianza de esta gente, es uno más desde que llegó. Hablando les digo que me voy el viernes con ese mismo Tom, y Jimmy y Chalé se quedan sorprendidos y me preguntan por qué, y les intento contar pero se me traban las palabras, les digo que no sé como contarlo. Chalé me suelta desde lo alto, desde su trono de bloques de cemento "Contámelo como querás, pero contámelo, que seguro que sabés". Creo que me está vacilando, y le miro, pero está serio, realmente le interesa. Me arranco con un "tengo dudas", que ya no confío en mí, que me he acostumbrado demasiado al ir y venir de voluntarios y yo siempre sigo aquí, que aquí si se está es al cien por cien, que no se puede estar como estoy yo, sin confianza y sin motivos. Y Chalé termina mi explicación. "A muchos voluntarios les ha pasado, pierden la ilusión, viven anomalías. Y si además te gusta este país, como creo que le gusta a vos, entonces es más difícil, porque aquí somos libres. Y va a dejar amigos, y eso es muy duro". Y me enternece la capacidad que tiene esta gente a la que sin querer infravaloramos. Y por fin suspira y me dice "Siempre pasa lo mismo, siempre os vais los mejores, los que más trabajáis", y yo quiero que esté bromeando pero no es así, lo está diciendo de verdad, y el mundo se abre a mis pies. Gente que nunca pensé que fueran a sentir nada porque yo me fuera me está contando cómo va a cambiar esto sólo porque mis mierderos 65 kilos vayan a desaparecer en tan solo dos días. Dentro de dos días no estaré, ellos seguirán, llegarán más voluntarios, pero empiezo a darme cuenta de que hablarán de mí un rato más. Y yo hablaré de ellos el resto de mi vida. Pero tengo que irme, aunque cada vez me cuesta más. Ésta es la experiencia de mi vida, y se acaba, y me acabo, y me agoto, y me muero tranquilo en la vida de esta gente que se sabe libre, que me aprecia y que ya no hace por ocultarlo.

Pero no puedo quedarme porque tenga amigos, ni porque añore la felicidad vivida, porque crea que sólo aquí pueda aprender tanto como he aprendido en los últimos meses. No puedo obviar el hecho de que esto es una ONG, y de que o estas al cien por cien y a gusto, o simplemente no estás. Podría aceptar el curro que me ofreció Óscar, ganando dinerito y consiguiendo trabajo para los nicas de La Prusia, con el camión y con las maquinas para la obra, haciendo de comercial en cualquier sitio, comiendo, bebiendo, cenando, jugando al fútbol, paseando, consiguiendo clientes en cualquiera de esas banales y divertidas actividades. Es un trabajo cómodo, una vida sencilla y relajada, ya no sería voluntario, sería diferente, podría seguir viendo a mis amigos, vivir aquí... pero ni siquiera sé si quiero eso. Que me lo haya ofrecido es increíble, a ningún voluntario le han mentado siquiera la opción de ser parte de esa empresilla que es motor de la ONG, y me siento honrado y orgulloso, pero no puedo decir que sí para luego irme dentro de un mes. Si le digo que sí es con todas las consecuencias, y ya no sé si me compensan esas consecuencias. De borrachera, Óscar - que nunca ha estado en ninguna fiesta de despedida desde que yo ando por aquí, pero sí estuvo en la mía, hasta el final, eso quiere decir algo, coño - me deseó buen viaje y me tranquilizó diciendo que, volviera cuando volviera, el trabajo seguiría estando ahí, esperándome. De verdad que sigo sin saber qué he hecho para merecer ese trato. Me deshice en gratitud y Óscar me estrechó la mano con fuerza, tal vez queriendo retenerme, o tal vez sabiendo que esa sería la última vez que lo iba a hacer.

Puede que me vaya y a las dos semanas concluya que este es un sitio estupendo en el que pasar un año, trabajando, haciendo una labor mucho más efectiva que la del mero voluntario.

Tal vez me aleje y me dé cuenta de que me tendría que haber ido hace tiempo.

Quién sabe si llegaré a algo viajando hacia el norte.

Quién sabe si pararé por aquí si al final decido ir a Colombia a ver a Moni, a juntarme con el loco Celta.

Quién sabe...

Porque al final no sé nada, y para saber, creo que tengo que poner pies en polvorosa, recorrer el norte de este país, cruzar una frontera, dudar sobre dónde dormir la siguiente noche, pasar miedo, ver mundo.

Necesito mirarme al espejo y no tener el deseo de apartar la mirada.

Necesito gustarme como me he gustado estos meses, en los que yo solo, yo solo, yo, me, mi, conmigo, me he deleitado con mi propia manera de ser. Ahora mismo aborrezco mis putas dudas existenciales que me empujan a mover el culo hacia quién sabe qué.

Escribo compulsivo intentando aclararme, y no me entiendo ni yo. Soy complicado porque no sé ser de otra manera.

Lo fácil sería quedarme, dejarme llevar por la inercia, pagar 120 dólares de mierda al mes para vivir como me salga de los cojones en la casa roja, que al fin y al cabo por eso pago y no hago como el resto de los voluntarios, que deben justificar una cama y una comida. Yo ya no tengo que justificar nada, y aun así siento que tengo que demostrarme algo. Que tengo que estar satisfecho. Y no lo estoy, y no sé porqué.

Me voy en busca de respuestas a preguntas que no sé formularme. Una vez Juan, el Canario, me dijo que las respuestas sólo se encuentran haciéndose las preguntas correctas. Yo ya no sé siquiera dónde empezar a poner el signo de interrogación.

Tengo que ser egoísta en el reino de la solidaridad, mirarme el ombligo, despejarlo de roña y adivinar en su limpieza qué carajo quiero. España me queda lejos, pero yo sigo estando cerca. Mi lobo me acompañará allá a donde vaya, pero tal vez andando lo amaestre. Quedándome me da la sensación de que el cabrón se alimenta de mi miedo, que es el mejor combustible que va a encontrar.

3 comentarios:

Anangeliam dijo...

Llevaba días mirando desde mi blog si habías actualizado y lo he visto esta tarde, desde el otro lado del mundo, desde el "mundo acomodado". Sigue caminando, y siéntete orgulloso de tu andadura te lo has ganado a pulso.

Un besito y suerte

Anónimo dijo...

Ahora lo entiendo todo mucho mejor. No dejes de escribir, por favor.

Javier Muñiz dijo...

hola, me llamo javier, me dio tu direccion de blogg, angel de la ong de casa de prusia en nicaragua, me dijo que habias estado alli,y me gustaria saber como es aquello,voy a ir con ellos por alli, estamos mirando las fechas y me dio tu blogg, me gusta, si te gusta la poesía o necesitas culaquier cosa este e smi blogg, es
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
muchas gracias y perdona las molestias