miércoles, 17 de febrero de 2010

Celta, dos países después

Celta insiste en cambiar su destino, hace malabares con él, qué bola será ahora la que caiga en su mano derecha, la que rija su futuro próximo, la que marque el aeropuerto en el que aterrizar y el cielo que cruzar. Resulta que Celta reconoce que la mejor razón para mover el culo de repente, sin antelación, sin avisos ni excusas ni tiempo ni ganas de tenerlo, es una mujer. El sitio en el que quieres quedarte es una mujer. El lugar en el que quieres que la peonza se tumbe en el suelo, asfixiada y mareada de tanto girar por el impulso que le has dado a la cuerda, que es la misma cuerda en la que tú te tambaleas mientras intentas vivir, es una mujer. Y una mujer, esa mujer, ha aparecido de la nada y lo ha provocado todo en Celta: un nuevo motivo para desviarse de lo previsto, no hay cosa más emocionante que dejar de lado lo previsto, el ansia de cruzar dos países o los que hagan falta, el atractivo de querer jugar esta mano sin haber visto todas las cartas, el misterio de sentirse conectados habiendo hablado sólo una vez, de noche, con más gente pero todos ellos menguados porque sólo existía ella, y él, y soñaban que se habían encontrado, quién sabe, puede ser, por fin.

Después de aquella noche de miradas furtivas, conversaciones en las que el que escuchaba negaba todo sonido que no saliera de la boca que tenía delante y que tanto le hipnotizaba, después de coincidencias impregnadas de sentido, tragos compartidos y experiencias relatadas, después de esas horas que fueron demasiado cortas, cada uno siguió su camino, ese que ahora se empeñan en reconducir hacia quién sabe.
Celta había encontrado con qué ocupar su excitado cerebro, algo más allá de Elia, qué difícil parecía. Sólo otra mujer tiene el poder de desdibujarnos al resto, de aniquilar el recuerdo de aquella a la que no olvidarás nunca, de hacer que Elia, sí, Elia, pueda flotar en la memoria de Celta sin que ya le duela.

Tras aquel encuentro, se escribieron y se desnudaron el alma, teclearon lo que les atormentaba, dejar pasar ese tren del que tanto se habla y en el que tan pocos viajan. Revelaron a través del milagro de Internet la locura de querer verse en cualquier parte, cuanto antes, que el deseo nos vuelve caprichosos. Descubrieron que ambos estaban en la misma página de un libro que no eran conscientes de estar leyendo.

Celta se abrirá paso hasta Colombia, con su macuto colgado al hombro y cara de despistado encontrará en el aeropuerto a esa chica que lleva ahora tatuada en el hipotálamo, y ambos satisfarán la tentación que les ha llevado a buscarse. Pueden decepcionarse, pueden amarse el resto de sus vidas, pueden sólo compartir un mes de locura juvenil en país extraño. Y eso es lo mejor de todo, el no saberlo, el no estar seguro, el notar que tienen que hacerlo o desaprovecharán el regalo que es hallar lo que habías casi negado que existiera, porque el amor es como el diablo, su mayor poder reside en que se deja de creer en él. Y de repente, porqué no, coño, porqué no, la vida se burla y te enseña que todo es posible, que en el portal de una calle prostituida por el reguero de turistas tal vez bebas cerveza con la mujer que vino al mundo para ti, sólo para ti. Y esto le ocurre a Celta en Nicaragua, a donde nunca pensó en ir pero marcó como punto de partida para su fuga de España. En un escenario improvisado, Celta la ha encontrado, y ella le ha encontrado a él, y ninguno lo podía siquiera intuir, y sin pedirlo los dioses se tornan bondadosos y les han concedido la oportunidad de morir juntos tras una vida de despertares con besos. O tal vez no. Quién sabe, claro.

Y yo me quedaré aquí, envidiando a Celta, ansiando cariño, sabiendo que soy como él y que en esta búsqueda de Mi Lugar sólo me daré por satisfecho cuando ocurra algo parecido, algo que no puedo esperar ni provocar, algo que llega sin explicación, o que simplemente no aparece nunca, porque todo es posible, pero misma verdad es que no todo llega, y esa es la diferencia que hay entre los conformistas con suerte y los ambiciosos mediocres, a unos les cae del cielo sin buscarlo, los otros rastrean en lugares equivocados. Celta no es conformista ni ambicioso, Celta diría que él sólo es Celta. Celta es inquieto y osado, y se las apañaría para hacer que el mundo girase al revés si la mujer de su vida se lo pidiera. Así que se va a lanzar a una aventura peligrosa, y yo le despediré y lloraré, porque se me va un hermano que nunca me dijeron que tenía y porque me desespero viendo lo que sucede a mi alrededor pero no a mí. Porque la envidia sana sólo es la que le tienes a un amigo al que le deseas lo mejor, por supuesto, pero esa misma envidia es el tipificado como pecado capital, y lo es, pero sólo para ti, pues no te despierta sentimientos negativos hacia tu amigo, pero sí hacia ti mismo: frustración. Me alegro por Celta, pero me carcome creer en el amor y que el hijo puta se me esconda, como los niños que quieren jugar. Pero el niño soy yo, el juego no es tal y ella está en algún sitio, seguro, lo difícil es coincidir. Lo difícil es que una persona que no conoces sea capaz de hacerte pronunciar su nombre tantas veces al día que la noche echa de menos que la mentes.

Te vas a Colombia, Celta, sólo porque el estómago te ejerce de brújula, y ella es el norte, y tú no eres dueño ni de lo que te ordenan tus tripas: ve, arriésgate, juega esta mano sin mirar las cartas, apuesta duro, gana, pierde, revienta la mesa, arruina al Casino, quédate sin blanca.

Te vas a Colombia, te vas, sigues, evolucionas, te pierdes, te encuentras, llegas. Colombia es el destino ahora, ella te dirá cuál es el siguiente paso, esa cuyo nombre no escribo, hermano, porque a ti te dejo la suerte de repetírtelo en silencio. Nos vemos en el futuro.

1 comentario:

ALE dijo...

Claro que te llegará, nene!
Simplemente no es tu momento... y alégrate por ello. Porque esto te está permitiendo vivir toda esa vaina que estás viviendo en La Prusia y que estas contando a un mundo lejano que te leemos con la misma envidia que sientes tú ahora.
Los pecados al fin y al cabo estan para cometerlos...