jueves, 15 de octubre de 2009

La velocidad del mundo

Yo, que he declamado Bocaccio en las ruinas del anfiteatro de Megalopolis habiendo comido setas psicotrópicas, que he rechazado un traductor en un juicio en Londres en el que yo era el acusado, que he ganado a la ruleta en un casino, con una mujer de rojo apoyada en mi hombro, he decidido no volver a hacer nada. Es probablemente la más grande de las gestas a las que me he enfrentado, pero voy a poner todo mi empeño en la inactividad más abrumadora jamás vista. Sólo hay una razón: porque nadie se lo ha propuesto deliberadamente y porque es inútil. Perseguir algo inútil no se ve todos los días, o sí, depende de la consideración que se le dé al dinero, que, como decía Machado, sólo el necio confunde valor y precio. Muchos dirán que mi proyecto es de locos, que es absurdo, que no supone un fin en sí mismo ni un medio para llegar a nada. Si no haces nada... pues eso, no haces nada, y no te lleva a nada, sólo a seguir igual. Pero es que entre lo que supone no hacer nada se incluye que te importe tres cojones lo que piense el personal sobre tus no actos.

En pijama. En el sofá. Sin tabaco ni hambre. Hace un momento eran las 10 de la mañana y ahora son las 5 de la tarde. Me he quedado dormido. Soy un despojo social.

Dos días después sigo sin hambre y sin tabaco. El móvil ha sonado varias veces, pero no tantas, y en el trabajo puede que ya me hayan despedido. Mi gato caga sobre sus propios excrementos, pero yo no puedo hacer nada, porque me he propuesto quedarme quieto, respirar de casualidad. Un orinal a mi vera, papel higiénico para no atraer moscas, que no podría espantarlas, y un cepillo de dientes en la mesa, que el mal aliento no lo aguanto. Ese es todo mi ajuar, y con él pienso no hacer nada.

Al tercer día han llamado a mi puerta. No he movido un dedo, por supuesto, y finalmente los pasos alejándose han ratificado el triunfo de la quietud.
El orinal, a medias de su capacidad; mi gato, dormitando a mi lado, sin una caricia en el lomo, que no voy a hacer nada, y mi móvil por fin sin batería. Diez mensajes y dieciséis llamadas perdidas. Pero está en la cocina y sólo lo he oído, no veo en su pantalla quien marcó mi número, pero he contado las veces que ha sonado. Mierda, he hecho algo, mental, pero algo.

A los cuatro días me he duchado, vestido y bajado a por tabaco. He recargado el móvil pero no he devuelto ninguna llamada ni ningún mensaje, ni siquiera los he mirado. He vuelto a trabajar como si nada y nadie me ha dicho nada, mi puesto sigue siendo mío, mi gato caga de nuevo sobre arena limpia y, después de cuatro días sin mover un musculo más allá del esfínter, concluyo que el mundo respetó mi decisión. Así que lloro como un monaguillo ateo, pues cuando decidí sumirme en el inmovilismo, el mundo se confabuló para ralentizarse también. Mi arriesgada aventura ha sido un fracaso.

A no ser que... el mundo es mío y yo lo detengo a mi antojo, por mucho que me llamen al móvil. El mundo se para si yo me paro y sólo me llaman para reactivar la vida. Yo soy el mundo, pero no me siento tan gordo, yo sólo quiero decidir ajeno al globo terráqueo, pero no me dejan, no parece posible, todo se detiene si yo me quedo en pijama, en el sofá, con un orinal rebosante y un gato famélico, cuando yo lo que quiero es no formar parte de nada, reincorporarme a la vida cuando así lo dispongan mis cojones, pero ni eso me dejan, porque el mundo es mío, aunque yo no lo quiera.

Y ahora que me muevo el mundo se acelera y esta vez decido acelerar yo más, hacer el experimento inverso, probar a ir más rápido que todo lo demás.
De momento, todo va a la misma velocidad, frenesí, caballos desbocados, sin bridas ni herraduras, y yo con una sonrisa tan grande que se me saltan los dientes queriendo dibujar una sonrisa aún mayor, aunque sea fuera de mi boca. Corro como un niño de ocho años jugando al pilla pilla, me persigue el mundo entero, que con la lengua fuera y lloviendo sudor no me alcanza, no me alcanza, y yo no conozco el cansancio, llevo tanto tiempo parado que ahora estoy renovado y que me busquen, que no me encontrarán, voy demasiado rápido, demasiado lejos, demasiado solo.

4 comentarios:

anangeliam dijo...

Cada uno toma sus propias decisiones y sólo se equivoca uno mismo, solo debe asumir las consecuencias de sus actos y solo ser convertirá en el hombre más feliz del mundo si consigue sus éxitos. Todo depende de uno mismo, y el resto opinará siempre, nos guste o no, para bien o para mal, pero siempre hablará alguien de nosotros.

Disfruta y corre si es lo que te pide el cuerpo! ;)

el patio dijo...

Luego comento, cuando lea esto más despacio. Ahora me voy a comer.

el patio dijo...

Que vas demasiado rápido? Tal vez, aminora un poquito, a ver si ahora vamos a pasar del orinal a hacer pis en marcha y te va a salpicar, que tampoco es plan. Que vas demasiado lejos? Pssss, puede ser, todo depende de la referencia del punto de partida. Nunca tan lejos ni tan cerca como uno quiera, Julito, nunca. Que vas demasiado solo? Eso sí que no, joder, pues no llevamos tiempo preparando el ánimo para mover el mundo contigo, coño. Nos has demostrado que es posible moverlo primero con imaginarlo, y después con ponerte en pie y comenzar a correr... Eso creía Forest Gum, que corría solo hasta que se dio la vuelta. Esas son las escenas que más me gustan de esa película: todos detrás, sin importar dónde estará la meta, por ciudades, por montañas, por lagos, llueva o haga sol, sin preguntarse el porqué, simplemente corren detrás del que ha decidido correr con el mundo detrás. Y de repente un día se detiene, y todos se detienen... Y ya, tan descabellado y tan absurdo, pero aquella carrera no era ni descabellada ni absurda, ni para el que corría delante ni para quienes le siguieron sin más, sin que nadie se lo pidiera y sin que el resto del mundo lo entendiera (ni puta falta).
Pues corre, niño de ocho años, corre. Y cuando te detengas, con el corazón casi a doscientos por hora, como el de un niño de ocho años, con las palabras entrecortadas por la respiración entrecortada, cuéntale al mundo, con la misma emoción que haría un niño de ocho años, qué viste mientras el mundo fue tuyo y lo hiciste girar.

Maktub dijo...

Yo soy el mundo enterooooo, la la la, que cantaba la Mala!

Ainsssssss Julito, que te me vas lejos y te voy a echar taaanto de menos..., un poco más de lo que ya lo hago sin verte cada día como antes pero... esta vez vuelvo a alegrarme también.

Estas tomando decisiones y da igual a la velocidad a la que te muevas. Lo importante es el movimiento en sí!

Disfruta la experiencia, y luego vuelve y nos la cuentas. Y mañana..., mañana brindamos a tu salud!

Besazoo