miércoles, 13 de abril de 2011

El príncipe mediocre

Nació hijo de monarca, pero se dijo que no quería ser como él. Tal vez, y en todo caso, como su madre, plebeya que con la fuerza de la belleza y la virtud le descubrió al rey que casarse por reglas protocolarias, negándose el amor, sería quizá el error más grande que le quedaba por cometer. El soberano cambió la costumbre y la ley y contrajo matrimonio con aquella mujer poco digna del trono y tan digna de todo lo demás. Y así nació él, fruto del cariño y de la transgresión de normas establecidas.

El rey, ocupado en labores de Estado y diplomacia, dejó a su reina el cuidado del retoño. Pronto nació otro, que sin ser primogénito recibió las mismas atenciones que el mayor. La diferencia de edad era tan minúscula que también la madre se decantó por obligaciones sociales, confiando en que los dos hermanos se entretendrían juntos, sin la necesidad de unos padres infantilizados por el nacimiento de la prole. La nana hizo su trabajo, que no consiste en jugar, sino en cuidar, educar y ver crecer. Así que los dos infantes descubrieron el mundo a la par, en juegos y bromas y pruebas que no necesitaban más que de dos participantes.

El primogénito creyó que no quería ser como el padre. Se veía más en el rostro y las formas de su madre, se reconocía más sensible que cabal, con los años su discurso versaba más sobre el corazón que sobre la razón. Incluso rechazó la vestimenta propia de un príncipe heredero, decantándose más por ropas de lacayo. El hermano menor, en cambio, ni pensó en como quería ser ni se propuso alcanzar unas u otras cotas. Sin saberlo, aceptaba su condición, se engalanaba sin problemas, acudía a las fiestas en otros palacios y hablaba y se movía como se esperaba de alguien de su linaje. Y no se lo proponía.

El hijo mayor viajó, ocultando su cuna. Conoció mujeres, a las que contaba que él tenía talento para pintar, pero que no exponía, ni se lo planteaba, el éxito le daba igual, estaba por encima del reconocimiento. Entabló grandes charlas con gentes de toda edad y procedencia, se decía amante de la vida, perseguidor de amores ciertos y un absoluto despreocupado por la imagen y el protocolo.

El menor aprendió lo que de él se esperaba desde que sólo era feto. Asumió su papel sin plantearse otro, alcanzó las metas que le marcaba su destino, se casó con la mujer que entendió que amaba y le correspondía e hizo crecer la familia en una nueva generación. Decían que se parecía en todo, genotipo y fenotipo de la mano, a su padre. Él no le daba importancia, realizaba sus labores diplomáticas lo mejor que sabía y comprobando que era ducho en ello. Él, simplemente, era.

El mayor regresó de sus viajes, se mudó a barrios pobres, convivió con gentes que le atraían por ser tan diferentes a él y, a la vez, tan prósperos. Pintaba poco, pero aquellos que veían sus cuadros sabían reconocer su talento. Pero seguía sin exponer. Y seguía sin encontrar el amor y sin saber muy bien cómo vivir esa vida que él encontraba tan apasionante y llena de aventuras, de dichas y desdichas, de encontronazos y descubrimientos.

Cuando el menor se disponía a heredar el trono, el mayor se encontraba en el Perú visitando chamanes.

Fue entonces cuando uno le dijo "has de ser mediocre, has de dejar de formular lo bonito del amor y del talento. Lo único que tienes que hacer es amar y pintar, sin hablar de ello, sin vivir por ello, sin creerte bueno en ello. Porque tal vez no lo seas, tal vez seas uno más, y eso, mi buen amigo extranjero, debería darte igual. Debes ser como el profeta, que para serlo tuvo que encontrar a un sabio que le negase su condición de profeta. Sólo cuando creyó que no era el elegido, realizó las labores propias de un visionario".

Volvió a la corte, lleno de dudas, sumido en una depresión incomprensible, él que lo tenía todo y que siempre se había creído superior a lo material, él que despreciaba el intelectualismo puro y abogaba por el más romántico proceder, él no era feliz.

Peleó sin saberlo con lo heredado de su padre y lo añorado de su madre, dos polos en una sola cabeza. Cuando dejó las armas y buscó la reconciliación de sus dos fuentes de genes, se conoció, se aceptó y olvidó el significado de la palabra frustración, que no había pronunciado en su vida porque se creía incapaz de serlo, con tantas dotes que tenía. Cuando se vio mediocre, sólo pudo escalar. Hoy, en la más alta de las cumbres, mira abajo y reconoce sus huellas en la trocha. Antes, miraba desde arriba sin saber cómo había subido hasta allí, porque en realidad no había ascendido, se había plantado sin más en una altura donde la falta de oxigeno le hacía irrespirable su existencia.

Empezó a ponerse ropas que antes denigraba, cuando se creía ajeno a las modas y en realidad era representante de una. Pintó ocho horas al día, algunas obras eran buenas, otras no tanto, pero buscó y bregó con exhibidores. Quiso, y le costó tiempo, cumplir con sus funciones de hijo y hermano de monarca. Sólo cuando pudo comprobar que ni era el mejor pintor ni falta que le hacía, sólo cuando se dio de bruces contra la realidad y se vio reflejado en un espejo de mundanidad, descubrió que había sido toda la vida un insatisfecho, embobado como estaba en la consecución de altas cotas que sólo él se había propuesto en un intento de idealizarse.

Y, por supuesto, cuando dejó de imaginarse el amor como el mayor de los triunfos a los que un hombre puede aspirar, la encontró a ella.

Cuando se encontró a un amigo de la infancia, éste no le reconoció. Quiso incluso burlarse de él por el cambio, pero se encontró con que el príncipe era el primero en mofarse de sí mismo.

Le salvó intentar ser mediocre, dejar de querer, y ponerse a hacer, sin temor al fracaso, obviando que, aunque no fuese el mejor pintor, ponerse a pintar con constancia era lo único que necesitaba para colmar sus deseos de ser. Y fue.

3 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Como siempre tus locas historias me encantan, y esta tiene un mensaje final, besos

Anangeliam dijo...

jajajaja me ha encantado. De hecho hace poco he tenido la misma sensación de "otra vez aqui...?!" y si, otra vez porque nos mola, porque siempre tiramos a lo mismo aunque luego nos juremos que nunca más.

Lo bueno reirte y "aprender" yo esta última vez me he reido y he sido sincera, minipunto para mi supongo.

Un besito

Anangeliam dijo...

se me ha pirado, mi coment era para tu entrada de "animal" ;)