lunes, 21 de junio de 2010

Leyendo(te)

Un vestido liviano, de colores grises, y debajo unas piernas de prometedora piel suave, con el tobillo fino, que siempre fui fetichista con los tobillos, y unas sandalias con cuña elevando una figura delgada pero me da a mí que carnosa. El pelo, recogido sobre la coronilla en un moño de adolescente rebelde, de color oscuro con mechas castañas, ondulado y seguro que difícil de dominar. Los ojos grandes y oscuros, parecen cansados, más bien aburridos. No van engalanados con maquillaje, unas leves ojeras subrayan esos círculos de brea que son ojos que muy abiertos no parecen mirar gran cosa. Los labios son gordos y no se alargan hacia los extremos, al menos no sin sonreír, seguro que tiene una sonrisa de esas que transforman caras y sacan arrugas tiernas. El hueco central del labio superior es pronunciado, marcando una frontera en esa carne rosa pálido, cumbre de una boca que debe ser besada de todas las maneras posibles, pero besada con constancia, no ha de olvidársele nunca a esa boca la codicia que despiertan en el que la besa, y en el que se imagina siendo el que la besa.

Vas en metro, porque en Madrid las musas viajan en metro.

Entras y no te sientas, te agarras a la barra y lees uno de esos posters que reproducen los primeros párrafos de un libro, apología a la lectura adornando el gusano metálico que devora las entrañas de Madrid. Lo lees pausada y al terminar buscas otro inicio de una historia en otra pared del vagón. Suele haber dos de esos cartelitos culturales por cada vagón, y éste en el que ella es reina no es excepción. Te desplazas ligera, como si flotaras en el traqueteo de tan poco oportuno escenario. Sueltas una barra y te ases a una nueva como si fueran lianas, tú amazona urbana. El vestido vuela lo justo, dándole más gracilidad al movimiento de tus tobillos, que giran sobre sí mismos, como si bailaras, desplazándote un par de metros, deteniéndote ante otro trozo de literatura regalada.

Primero tus pies están a en simetría, y a medida que avanzas en el extracto de lectura, el píe izquierdo se va alejando. Combas el cuerpo a la derecha, todo el peso en esa pierna, la otra descansando, apartada y un poco curvada. El brazo derecho entrelazado con la barra vertical que sube a tu lado, y el izquierdo muerto y pegado al cuerpo. Es la parte derecha de tu cuerpo la que ahora te sostiene. Dirían los machistas de la antigüedad que ese es tu lado masculino, que lo siniestro es lo que tienes laxo en esa postura. Yo sólo opino que es una pose maravillosa para ser contemplada, los gémelos mirándome, el culo a la altura de mis ojos, el hombro izquierdo desnudo, el cuello estirado hacia la derecha, acompañando al cuerpo y a la lectura. Supongo que sólo mueves los ojos, el resto se mantiene congelado para mi estudio. El espacio que existe entre el cuello de tu camisa y tu oreja izquierda, la que yo veo desde donde estoy sentado, es terreno por descubrir, es el sueño de un vampiro saciado, es lo que me empujaría a cometer una imprudencia como interrumpirte.

Terminas y deshaces la escena y te sientas, a mis dos, con una puerta a tu derecha, la de enfrente la guardo yo también a mi derecha, y nadie en el espacio que nos divide, sólo aire, contaminado, invisible, concentrado. Te repaso empezando por los pies, recreándome, más como un biólogo que como un pervertido, tal vez con un poco de ambos. Las uñas pintadas de rojo y… de repente estiras las piernas, levantando las sandalias del suelo, los muslos tensionados. Busco tus ojos y ellos también están mirando tus pies. Vuelvo a los pies sin darme cuenta de que estoy sonriendo. Bajas de nuevo tus uñas y mis deseos y mi parada es la siguiente.

Jugando a leer las cartas del contrario, yo diría que, obvio, te gusta leer, que estás aburrida o cansada un domingo y has quedado con alguien para entretenerte, lo primero me lo dicen tus ojos, lo segundo me lo dice la atención que le prestas a tus pies. O la cosa no va bien con tu chico o no lo tienes, adivino. También me da por intuir que tienes treinta y pocos y que si te propusiera una gilipollez tan grande como bajarnos a tomarnos un café en cualquier sitio te preguntarías porqué no.

Llega Diego de León, agarro la bolsa de plástico que casi olvido debajo de mi asiento, recorro el espacio virgen y me planto a tu lado antes de que las puertas se abran. Sigues mirando nada, al frente. Las puertas desaparecen y yo doy un paso y ya no estoy en el teatro, tú teatro, se ha terminado tu obra, las puertas se cierran tras de mí, cae el telón y yo sigo los carteles que me guían a la salida y... escribo, qué otra cosa voy a hacer.

2 comentarios:

Carmen López dijo...

No he podido encontrar un libro que en su portada se podía leer: Me gustan los hombres, pero lo que más me fascina es describirlos.

Un abrazo.

Maktub dijo...

Ainsss el Metro de Madrid... volar, no vuela, pero en fomentar nuestra imaginación y propocionarnos historias que contar no falla :)

Besos golfo