lunes, 12 de junio de 2023

Todos los bailes

Y si le faltaba algo, se puso a bailar. Fue entonces cuando habría cogido un taburete para sentarme y admirar. Su cimbreo, su sonrisa infinita, su manera de remangarse el vestido, sus zapatos verdes de punta deslizándose, su risa despreocupada, sus ojos absorbiendo cada nota. Qué hacer si no engullir cada detalle de su ritmo y de su estilo y de ese rollazo tan magnético que el aire me sabía a metal. 

Ya antes sabía que me gustaba, pocas ecuaciones que resolver ahí, solo sorprenderme de la solución a esas sumas y multiplicaciones, porque hacía años que no resolvía acertijos así y el resultado eran centenas. Su humor, su forma de reírse de mí sin apenas conocerme y conmigo como si siempre hubiéramos hecho las mismas bromas. Su agilidad mental para hilar lo que no parece relacionable. Ser cómplices, creérmelo. Su renegar para luego vencerse, que no quiero salir y de repente vamos a mi casa a tomarnos unas cervezas y luego bajamos a ese bar donde el que no baila no pinta nada ahí. Y yo detrás, y delante, y por todas partes, desparramado ante una mujer de metro sesenta que me parecía que todo lo hacía con gracia. Fumar con gracia, andar con gracia, reír con gracia, mirar con gracia, beber con gracia. 

Y en su salón libros de arte por todas partes, y una escafandra que era hielera, y Océano Mar, y un pasillo flanqueado por una estantería horizontal repleta de ficción en páginas, y un gusto que me hacían odiarme y a mi casa, y plantas enormes que sé que existen pero no sé cómo se llaman, y una terraza en ático, y lámparas estratégicas, y sillones vintage y más cerveza y pon música y the only one that could ever reach me, was the son a preacher man. Y yo queriendo, claro, ser hijo de un predicador y llegar a ella, alcanzarla. Y pensar que quizá sí, que está siendo todo tan natural y divertido que tiene que ser, que esto no es habitual, pero que quizá no, que es todo tan natural porque simplemente es así. 

Y se puso a bailar, que es como decirle al mundo que da igual, que no pasa nada, que si llueve fuera, bailo, que si me quemo, bailo, que si me rompen, bailo, que si se mueren, bailo, que si no sucede, bailo, que si se pudre, bailo, que si no me lees, bailo, que si tú no quieres y yo no puedo parar de desearlo, bailo, porque qué más da mientras bailemos. Cuando bailas no acontece nada más, y por eso, bailo. Y vamos a fumar, un paréntesis a la danza que se desarrolla ahí dentro y en mi cabeza. Y hablar de cerca, y mirarla fijo sin querer, solo porque se me han roto todas las lentes menos el zoom, todo se distorsiona excepto sus ojos y sus labios tan pintados de rojo que me paro delante como si fueran semáforo. Y no sé qué decir, hace tanto que no digo nada de lo que estoy pensando en ese instante eterno (ojalá lo fuera), mientras exhalo humo y la inhalo a ella, porque había olvidado qué es que una persona me ciegue las meninges, me desborde el hipotálamo, me colapse las neuronas y me atragante el hipocampo. Y entonces lo digo.

Me encantas.

Dos palabras que me salen sin habérselo ordenado y no me lo explico y me siento idiota y me río y ella sonríe y fuma y suelta un "ya" descreído. Y estoy tan desacostumbrado que perdí toda capacidad de cortejo y este se reduce a dos palabras que son más ciertas que el Sol. Sé que son ciertas. Y me doy cuenta de que, en realidad, me da igual. Así que continúo y le confieso que no pasa nada, que buen rollo, que seguiremos bailando, que el hecho de que me encante por favor que no cambie nada, que qué bien nos lo estamos pasando, que eso es suficiente. Y no sé qué pasa en ese momento, no me acuerdo ya, se difumina todo en un balbuceo interior, pero algo debió hacer, mover una ceja, achinar los ojos, quizá solo el viento, no lo sé, pero me empujó a volverme adolescente y preguntar. Te puedo dar un beso. Y entonces ocurre y durante unos segundos no me lo creo. Hace tanto que no me gusta alguien, hace tanto que no ligo, que su sí dura veinte minutos en cualquier galaxia en la que estoy, menos en esta en la que vivo. Y qué carajo está pasando que nos estamos besando ahí fuera, bajo el neón de un bar al que no había ido nunca y cuya ubicación ya no puedo olvidar. Hace tanto que no beso que, ahora que lo escribo, si tuviera un espejo vería la cara de los niños cuando abren un regalo que no sabían que les iban a dar, no es ni cumpleaños ni Navidad, un regalo porque sí, porque a veces pasa, y no pasa nada. Solo queda abrirlo. 

Y volvemos dentro y nos ponemos a bailar, su cuerpo menudo y el mío que es etéreo.

No hay comentarios: